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Lucian Freud y Francis Bacon, miradas concupiscentes

Galerías, subastadoras de arte y museos han hecho un festín en los últimos meses al reunir a estos dos viejos cómplices del arte moderno británico.

Galerías, subastadoras de arte y museos han hecho un festín en los últimos meses al reunir a estos dos viejos cómplices del arte moderno británico. Sus obras inquietantes han multiplicado sus precios y la discusión acerca de su vida, su amistad y su rivalidad han vuelto a cobrar el interés del público en los medios de comunicación y en las opiniones especializadas.

Coleccionistas y público han sido cautivados por las miradas con que Francis Bacon y Lucian Freud capturaron y expresaron la vida humana.

Muchacha con gatito, de 1947, muestra el Freud de los inicios.

En 1945 los presentó el también artista Graham Sutherland. Bacon era trece años mayor que Freud pero rápidamente trabaron amistad. Junto con otros artistas integraron la Escuela de Londres, que reivindicaba la pintura figurativa; buscaron expresar la sociedad de posguerra. Freud había indagado en el surrealismo y cultivó una gran técnica de dibujo, sin embargo, su encuentro con Bacon marcó un rumbo distinto a su creatividad.

Aunque Freud ya gozaba de algún reconocimiento por su trabajo formal, no había encontrado un ámbito temático en que se sintiera convocado para expresarse.

Bacon ya había conmovido el medio londinense con su Three Studies for Figures at the Base of a Crucifixion, expuesto por primera vez ese mismo año. Ambos eran muy eruditos y coincidían en su inconformidad con la enseñanza en la academia y a la vez en su admiración por grandes maestros como Rembrandt. También lo unía una actitud irreverente de emociones inquietas que vertían al oscurecer en el famoso bar Colony Room del Soho. Ambos eran viciosos: Freud ludópata, Bacon alcohólico; ambos insaciables sexualmente: Freud mujeriego, dejó más de 14 hijos, Bacon siempre atraído por la diversidad masculina.

La escuela de Londres

Aunque nunca se asociaron formalmente en un grupo (el nombre de la Escuela de Londres se lo daría el pintor de origen estadunidense R. B. Kitaj en 1976, quien llegó a la capital británica a finales de los años 1950), lo cierto es que esos artistas de la posguerra entre quienes también están Michael Andrews, Frank Auerbach y David Hockney, fueron afectados por el talento de Bacon.

Figurativos y con una predilección por el retrato, muchos de esos pintores están señalados por un trazo de fuerza, a veces brutalidad, que intenta capturar las emociones y un sentido de realidad.

Tres estudios de Lucian Freud, de 1969, es uno de los más de 40 retratos que hizo Bacon de Freud, fue vendido en 2013 por $142 millones.

Diversos grados de separación

Las anécdotas de vida de los artistas contribuyen al glamur del mercado del arte. Pero en el caso de Bacon y Freud hay que reconocer la forma en que su relación personal afecta su obra. Los muchos retratos que hizo Bacon de Freud evidencian lo estrecho de su amistad. A lo largo de 20 años cenaban juntos varias veces por semana y se admiraban mutuamente sus formas expresivas tan distintas. Sin embargo, es claro el efecto que tuvo Bacon en Freud por la forma en que su obra cambia a partir del inicio de su amistad.

Benefits supervisor sleeping, de 1995, se vendió en $34 millones.

No obstante, la separación sobrevino y con ella la especulación de los motivos e incluso una supuesta rivalidad. Bacon siguió gozando de fama hasta sus últimos días, mientras que Freud pasó un extenso periodo en que su obra no fue muy bien acogida, pese a lo cual no dejó de mantenerse fiel a lo que quería pintar y que hizo de manera abundante.

A mediados de los años 1960 se separaron de manera irreconciliable.

Bacon acusaba a Freud de un cierto egoísmo conformista y este alguna vez criticó el desprecio que Bacon tenía por el dibujo. Este último gustaba de trabajar a partir de fotografías u otras imágenes, mientras que Freud siempre fijo a modelos, a los que obligaba a posar en jornadas extenuantes.

Hoy sus obras tan disimiles y cercanas los vuelven a reunir por la necesidad del público de desarticular el falso discurso de la realidad.

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