Los Libros

Tejer otra historia con el hilo de Ariadna

El fallecimiento el 22 de febrero de la gran escritora costarricense nacida en Chile, Tatiana Lobo, conmovió la sociedad nacional, no solo porque se trataba de la autora de un importante legado literario, sino porque su atinada pluma se mantenía activa con sus columnas y opiniones en medios digitales aportando reflexión con sus agudas críticas y observaciones, aunque había renunciado a la publicación de ficciones desde hacía años. No puede haber mejor fecha para recordarla que este 8 de marzo.

Quien estas palabras escribe tiene muchas razones personales, íntimas, para sentir pesadumbre y recordar conmovido magníficos momentos con la escritora Tatiana Lobo, pero eso a quien esto lee no le incumbe. No obstante, el sentimiento de pérdida sí es importante y debe ser compartido, porque la literatura costarricense y la humanidad en general han perdido la posibilidad de la compañía personal de una mujer excepcional, una gran escritora y un referente de la lucha por intentar resolver algunos entuertos de este mundo en que nos ha tocado vivir y que buena falta le hace. Ahí quedan de consuelo sus magníficos escritos, pero eso es otra cosa.

La agudeza de su pensamiento crítico la ponía siempre en una situación de denuncia, en un afán inclaudicable de desvelar los mecanismos del poder abusivo. Eso la volvía incómoda hasta para sí misma. No se podía tomar a la ligera el dolor, la injusticia, la mentira, el abuso, no les daba ni un instante de concesión y por eso no aflojaba.

Tatiana Lobo no fue una escritora temprana, pese a que en su juventud le tocó vivir en el torrente del boom latinoamericano. Parece que optó por madurar despacio su generosa habilidad de tejer historias.

Para llegar a su primer libro de relatos, Tiempo de claveles, pasó años rumiando, madurando y puliendo el oficio. Pero de ahí en adelante nada la contuvo, sino su propia decisión, ya como escritora consagrada, de poner punto final a su robusto legado literario.

Con su primera novela, Asalto al paraíso, de 1992 impactó las letras nacionales y cimentó su proyección internacional. La magnífica obra dio un impulso a la nueva novela histórica y de compromiso social, que sería una de sus estructuras narrativas predilectas, basada en el “trato íntimo, querido y familiar con documentos del pasado”.

“La novela histórica es un palimpsesto, un texto escrito sobre un texto anterior, una ficción sobrepuesta a otra ficción”, explicaría años después.

Extensas investigaciones en documentos de los archivos eran un insumo esencial que devoraba para alimentar su imaginación creadora.

Para ella, quien quiere encontrar algo de verdad en la historia “no tiene más remedio que convertirse en paleógrafo, comprarse una buena lupa y pasar años leyendo papeles casi destruidos por las cucarachas y la desidia”.

Su siguiente libro fue Entre Dios y el Diablo, mujeres en la colonia, un conjunto de crónicas que evidenciaban la genealogía de una sociedad patriarcal.

Luego Calypso, novela en que acusa el racismo y el machismo por los que las mujeres son doblemente acechadas.

Con su siguiente novela, El año del Laberinto, se remonta a finales del siglo XIX, en un momento en que se escribe el discurso de la identidad nacional costarricense. Desnuda entonces las figuras intocables de “próceres” y referentes de la “identidad cultural nacional”.

“Ver, a los grandes personajes de los libros oficiales, editados por el Ministerio de Educación, caer de su pedestal, democratiza la historia”, sentenciaba.

Descabezar títeres no era para ella una travesura, sino una declaración de principios, pero lo disfrutaba igual.

“Los niños traicionan las hipocresías pomposas de los historiadores cuando se burlan de los prohombres de la patria y cambian las letras de los himnos. Todos hemos pasado por esa deliciosa irreverencia”, confesó alguna vez.

Hay una “necesidad tremenda de volver atrás y construir otra historia para que una nueva  memoria permita encontrar una nueva identidad”, decía.

Satisfecha porque sus obras “ayudaban, a una persona, a recuperar su identidad perdida o a construirla de nuevo”, aceptaba sin aspavientos los múltiples galardones que recibió.

Su apuesta fue por los más vulnerables como lo declaraba Martí.

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