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García Márquez deconstruye a Martí

Un siglo después de que Nuestra América marca un amplio derrotero para las jóvenes naciones del continente, Gabriel García Márquez deconstruía

Un siglo después de que Nuestra América marca
un amplio derrotero para las jóvenes naciones
del continente, Gabriel García Márquez
deconstruía, en su discurso de aceptación del
Premio Nobel de Literatura, las mismas claves que
ya antes había esbozado José Martí para esta tierra
por las que lucharon Simón Bolívar y José de San
Martín.
Si en su texto Martí abogaba porque los países
independizados de España se conocieran a partir
de sus identidades al tiempo que requerían el contacto
con el mundo, García Márquez reclamaba en
La Soledad de América Latina el derecho de nuestra
América a reconstruirse con base en sus propias particularidades,
y sin tener que seguir el libreto y el
ideario elaborado desde Europa.
Todas las contradicciones, las mitologías, los desaciertos,
las hipérboles con que se habían construido
estas nuevas repúblicas debían entenderse a la luz
de que cada gestación requería de fuertes dolores de
parto, y que ese derecho no podía ser arrebatado por
los grandes centros del poder económico y cultural
como lo eran Europa y Estados Unidos.
“En las buenas conciencias de Europa, y a veces
también en las malas, han irrumpido desde entonces
con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales
de la América Latina, esa patria inmensa de hombres
alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin
fin se confunde con la leyenda”.
Martí partía de la necesidad de que nuestros
pueblos se conocieran, es decir, que hicieran suya
su mirada. Y un siglo después García Márquez pide
que deje de considerarse a la América Latina como
esa patria de alucinados, porque puede haber más de
leyenda que de realidad en esa visión distorsionada
que viene desde afuera.
Siguiendo las líneas maestras de Nuestra América,
que se resumían en la relevancia de conocer nuestras
realidades, identidades, de aceptar la condición
mestiza, de desterrar la visión enajenante y de hacer
frente al colonialismo con trincheras de ideas, el autor
de Cien años de Soledad se aferra a los mismos
postulados en su trascendental discurso, sabedor de
que al subcontinente no lo han dejado ser, debido
al apoyo del gigante del Norte a dictaduras, asesinos
y ostentadores del poder solo para saciar su sed de
control y explotación.
Ha pasado un siglo –91 años en concreto—entre
el discurso de Martí y el de García Márquez y ambos
ser hermanan al hacer prácticamente las mismas peticiones
al mundo civilizado: la necesidad de que estos
pueblos tengan la libertad para marcar sus propios
derroteros.
“Es comprensible que insistan en medirnos con
la misma vara con que se miden a sí mismos, sin
recordar que los estragos de la vida no son iguales
para todos, y que la búsqueda de la identidad propia
es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue
para ellos. La interpretación de nuestra realidad con
esquemas ajenos solo contribuye a hacernos cada vez
más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez
más solitarios”.
La manera en que nos miran es crucial en Nuestra
América, porque “El desdén del vecino formidable,
que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra
América; y urge, porque el día de la visita está próximo,
que el vecino la conozca, la conozca pronto,
para que no la desdeñe”. Esa misma voz es la que
alzaba García Márquez al referirse a la Europa que
seguía, y sigue mirando, al subcontinente con los
ojos racionalistas del siglo de las luces.
“Pero creo que los europeos de espíritu clarificador,
los que luchan también aquí por una patria
grande más humana y más justa, podrían ayudarnos
mejor si revisaran a fondo su manera de vernos”.
Y remata esa aspiración de forma contundente:
“América Latina no quiere ni tiene por qué ser un
alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus
designios de independencia y originalidad se conviertan
en una aspiración occidental”.
Este pasaje del texto martiano, revela cómo los
dos escritos dialogan pese a que los separa un siglo de
distancia, lo que a su vez deja patente que la América
de Bolívar padece de los mismos males de cuando
daba sus primeros pasos de vida independiente.
“Con un decreto de Hamilton no se le para la
pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés
no se desestanca la sangre cuajada de la raza india.
A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender
para gobernar bien; y el buen gobernante en América
no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o
el francés, sino el que sabe con qué elementos está
hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto,
para llegar, por métodos e instituciones nacidas del
país mismo, a aquel estado apetecible donde cada
hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la
abundancia que la Naturaleza puso para todos en el
pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con
sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu
del gobierno ha de ser el del país. La forma del
gobierno ha de avenirse a la constitución propia del
país. El gobierno no es más que el equilibrio de los
elementos naturales del país”.
La denuncia de La Soledad de América Latina es la
necesidad de que nuestro subcontinente no solo sea
comprendido, sino su derecho al error, a la prueba,
al producir su propio pensamiento, su propia visión,
en definitiva, vuelve García Márquez a la idea de que
no importa que el vino de plátano sea diferente, si al
cabo es nuestro vino.
“¿Por qué la originalidad que se nos admite sin
reservas en la literatura se nos niega con toda clase
de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles
de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia
social que los europeos de avanzada tratan de
imponer en sus países no puede ser también un
objetivo latinoamericano con métodos distintos en
condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor
desmesurados de nuestra historia son el resultado de
injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una
confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa”.
Y esa falta de comprensión, por razones políticas
y culturales, condena a la América mestiza, a la América
de la raza cósmica al saqueo material y cultural,
y a vivir bajo la imposición de esos dos gigantes de
las siete leguas que ni de lejos procuran aprehenderla
en su compleja dimensión.
“Pero muchos dirigentes y pensadores europeos
lo han creído, con el infantilismo de los abuelos
que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud,
como si no fuera posible otro destino que vivir a
merced de los dos grandes dueños del mundo. Este
es, amigos, el tamaño de nuestra soledad”.
Nuestra América y La Soledad de América Latina.
Dos discursos que se entrecruzan en la causa común
de intentar descifrar a la América Latina, la América
mestiza, la América construida con sangre, dolor y
derrota, la América cuyas imágenes desmesuradas de
los cronistas de Indias también la construyeron, la
América en la que ha de triunfar el indio, el libro
propio, la universidad engendrada de Bravo a Magallanes,
la América que sigue reclamando su necesidad
de conectarse con el mundo, pero con sus raíces hundidas
en su propia e irrepetible realidad.


 

 

Fragmentos clave

Nuestra América, publicado el 1 de enero de 1891 en la Revista Ilustrada de Nueva York y por primera vez en América Latina en el periódico El Partido Liberal de México, el 30 de enero de ese año, se convirtió en un texto fundacional y fundamental para entender a los nacientes pueblos de la América hispana y para comprender las ambiciones de los Estados Unidos.

La pluma de Martí, que vierte en el texto su condición de poeta y precursor del modernismo, así como de revolucionario, alcanza cuotas de singular belleza literaria por un lado, y por otras elementos que son característicos en sus crónicas, cartas y versos: un estilo en el que las sentencias van iluminando y dotando de enorme profundidad sus escritos.

A continuación algunos extractos de Nuestra América que vale la pena considerar a la hora de abordar el texto completo.

Tome en cuenta el lector que cuando el poeta se refiere a “América” lo hace para invocar a la América hispana; por lo tanto, el significado de esa América no es el que se le dio posteriormente por visión yanqui que se apropió del término, justamente por mucho de lo que apunta Martí en su texto: por ignorancia y afán de desconocimiento.

1

Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.

No hay proa que taje una nube de ideas. Una idea enérgica, flameada a tiempo ante el mundo, para, como la bandera mística del juicio final, a un escuadrón de acorazados”.

2

La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.

3

“El vino, de plátano; y si se sale agrio, ¡es nuestro vino!”.

4

“Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar a sus hijos.

El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza.

El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella.

Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro”.

5

Por eso el libro importado ha sido vencido en América por el hombre natural. Los hombres naturales han vencido a los letrados artificiales. El mestizo autóctono ha vencido al criollo exótico. No hay batalla entre la civilización y la barbarie, sino entre la falsa erudición y la naturaleza”.

6

Con los pies en el rosario, la cabeza blanca y el cuerpo pinto de indio y criollo, venimos, denodados, al mundo de las naciones. Con el estandarte de la Virgen salimos a la conquista de la libertad. Un cura, unos cuantos tenientes y una mujer alzan en México la república en hombros de los indios. Un canónigo español, a la sombra de su capa, instruye en la libertad francesa a unos cuantos bachilleres magníficos, que ponen de jefe de Centro América contra España al general de España. Con los hábitos monárquicos, y el Sol por pecho, se echaron a levantar pueblos los venezolanos por el Norte y los argentinos por el Sur. Cuando los dos héroes chocaron, y el continente iba a temblar, uno, que no fue el menos grande, volvió rienda”.

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