Forja José León Sánchez

La obra titánica de un hombre solo

El fallecimiento reciente, a los, al menos, 93 años, de José León Sánchez, el escritor costarricense que más alto ha colocado nuestras letras en el ámbito internacional, implica un luto sensible para la cultura nacional. Autor prolífico, activista galardonado de los derechos humanos, escritor talentoso que, parafraseando a Martí, con los pobres de la tierra quiso su suerte echar.

La vida del escritor José León Sánchez solo se puede comprender desde la literatura. Los intentos documentales, biográficos, las entrevistas, la constatación de hechos, todo ha sido en vano, el personaje se desdibuja, se vuelve fantasmagórico, se transforma. El escritor se convierte en sus escritos, su vida es tan fabulosa que parece producto de su imaginación deslumbrante, de su capacidad de novelar las historias verídicas y convertirlas en maravillosa literatura.

Tenía algo de Dante, de Quijote, de Edmond Dantés, de Oliver Twist, de Jean ValJean, de Ana Frank, de Malitzin, en sus escritos y en su extensa y fabulosa biografía.

“Desde su origen mismo, su obra literaria está comprometida con los desfavorecidos. No le interesó escribir sobre los dramas de los grupos sociales poderosos o acomodados, sino sobre los excluidos”.

Pertenecía a una élite fascinante, la de los grandes talentos marginados.

Autor de una obra literaria donde prima la pasión tan intensa como la de un náufrago asido a un madero. Las miles de cosas que ocupaban su cabeza y que asumía con vehemencia le impedían a veces un trabajo más disciplinado de revisión de algunos de sus textos, en detrimento de la calidad literaria que ostentaban otros.

Las isla de los hombres solos es un clásico del siglo XX, con casi dos centenares de ediciones, traducción a decenas de idiomas y con adaptaciones muy exitosas a la radio y el cine, elogiada en Europa y América.

Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas es un texto de primer orden en la literatura latinoamericana que narra, como nadie lo ha hecho, un momento clave en la historia de nuestro continente y nuestra cultura, que fue reconocida por algunos de los grandes autores del boom como el mexicano Carlos Fuentes o el colombiano García Márquez.

Campanas para llamar al viento es una obra que lo colocó al lado de los más grandes escritores mexicanos contemporáneos suyos, al publicarse en 1988.

Aunque era un hombre solitario, sumamente tímido, cosa que algunos confundían con huraño, con su humildad idiosincrásicamente muy costarricense, era sumamente generoso, que tendía la mano y ofrecía su amistad genuinamente. Aunque aseguraba con convicción que se iba a ganar el Premio Nobel de Literatura, en realidad no era jactancioso, pero, como dicen ahora los ticos, “se la creía”.

Lo cierto es que la obra que escribió logró gran reconocimiento por sí misma y la forma en que la escribió más aún. Tuvo que vivir más de 90 años para vencer la sevicia con que la institucionalidad costarricense quiso castigarlo.

La mezquindad y la estupidez hicieron que durante muchos años Costa Rica no pudiera reconocerlo entre sus creadores con el premio mayor de la cultura nacional, pese a haberle reconocido cinco veces con el premio nacional de literatura. No fue sino hasta 2017 que se salvó esa vergonzosa omisión y se le otorgó el premio Magón.

Asimismo, fue hasta 1999 que la Corte Suprema de Justicia reconoció al fin el error que con él se había cometido y que durante décadas se resistió a admitir, y lo liberó de toda culpa respecto al robo cometido casi medio siglo atrás en la Basílica de Los Ángeles y por el que tuvo que sufrir casi 20 años de cárcel.

Toda su obra literaria está escrita desde los más vulnerables pues siempre tuvo muy claro cuál era su esencia como escritor e intelectual.

El presidio

En 1950, la noche del viernes 12 de mayo, a amanecer sábado, al menos dos hombres entraron en la Basílica de Los Ángeles, en Cartago, el principal templo religioso de Costa Rica, con el propósito de robar las joyas con que se adornaba la imagen de la virgen.

Era el tercer robo que a lo largo de la historia había sufrido la Basílica; los anteriores fueron en 1824 y 1888.

El guardia Manuel Solano resultó asesinado al sorprender a los ladrones. Iniciaba el gobierno del empresario periodístico Otilio Ulate y el escándalo e indignación de la población estimulados por la iglesia católica y por la prensa, clamaban por una captura y condena inmediata a los sacrílegos responsables. La figura de la virgen apareció el 21 de mayo. Alguien intentó vender parte del botín y apareció implicado José León Sánchez, un joven de 19 años, arisco, irreverente, desafiante de la autoridad, a quien, después de interrogatorios con tortura, arrancaron una confesión.

Se señaló como autor intelectual a Roberto Figueredo, cubano residente en Costa Rica quien supuestamente actuó como topador y fue condenado a 2 años.

El otro implicado fue Marco Antonio González Molina, quien según contó Sánchez después era su suegro, y que fue asesinado en la Penitenciaría Central en 1956.

José León Sánchez fue condenado en 1955 a la sentencia exagerada de 45 años de prisión por robo agravado. Pero además fue estigmatizado por la prensa como el “monstruo de la Basílica” y como uno de los peores criminales del país.

La isla de San Lucas se consideraba un penal de máxima seguridad para reos por crímenes extremos y condenas muy largas, por lo que allí fue trasladado Sánchez.

La vasta obra de José León Sánchez es la de un escritor puro, medular.

Brota el escritor

Aunque era un muchacho díscolo producto de una infancia sufrida, llena de malos tratos en el Hospicio de Huérfanos y en el Reformatorio, desde pequeño algo había llamado la atención de ese niño: los libros.

Su imaginación y travesuras se fundían cuando, pausadamente, leía de personajes extraordinarios.

En el penal, ayudaba a otros reos a escribir cartas a sus familiares o les leía las que les llegaban. No se dejaba impresionar por los guardias o las autoridades del presidio y más bien pronto se convirtió en líder de los reos para organizarlos y buscar mejores condiciones de vida, como el banco de sangre, las huertas y los talleres para los presos.

Pero de todas las actividades la que más le cautivó fue la de visitar la biblioteca del penal, la cual contribuyó a nutrir pidiendo constantemente donaciones y con el apoyo del ministro de gobernación el abogado y periodista Joaquín Vargas Gené. Como una fuerza de la naturaleza, en aquellas condiciones brotó el escritor.

Los primeros fueron versos sueltos, luego, contar su propia historia, la de una vida que, pese a lo corta, estaba cargada de injusticias, abusos, dolores e incomprensión, por parte de la sociedad y sus instituciones, lo cual era similar en muchos de sus compañeros de celda.

Así surgieron sus primeros textos que compartía con algunos intelectuales nacionales a quienes escribía cartas.

De esa manera vino también “El poeta, el niño y el río” el cuento que decidió enviar a un concurso literario a nivel nacional, los Juegos Florales en 1962, donde ganó el primer lugar sobre connotados intelectuales como el filósofo de origen español Constantino Láscaris, quien obtuvo el segundo lugar.

Desde su origen mismo, su obra literaria está comprometida con los desfavorecidos. No le interesó escribir sobre los dramas de los grupos sociales poderosos o acomodados, sino sobre los excluidos.

Los niños

“El poeta, el niño y el río” es un relato en el que ya se perfilan los rasgos del estilo de José León Sánchez. Deudor de Marcos Ramírez, de Carlos Luis Fallas, algo de Charles Dickens y de Mark Twain, este texto se sustenta en los recuerdos de un niño travieso víctima del maltrato, la incomprensión y falta de afecto por parte de la sociedad.

Ya desde ese momento define un estilo en que se amalgaman los giros poéticos con un realismo crudo.

“(…) un día, cuando le brotaron los botones de rosa sobre el pecho y se sintió mujer de repente, se paró en mitad de la calle; volvió a ver para arriba donde muere el sol y queda el Barrio de San José; después observó el lugar donde el sol lava su rostro sobre el río y está el Brasil. Por último miró aquella casita humilde de tejas tan viejas como el temblor de las manos que tenía abuelita y adobes blancos y tan viejos y tan pobres como las dos manos atadas de Cristo en nuestra iglesia. Y se echó por el callejón a rodar como ruedan las piedras del río corriente abajo… (…) ¿Mi hermana? Sí, alguna vez me enteré. Decían que a mi hermanita la habían visto con un hombre dos veces más grande que ella, después con dos hombres. Alguna vez tirada en media calle con la ropa en desorden hasta que al final de un día la encontraron en mitad de donde muere el callejón, ya muerta, asesinada por el vicio, la sífilis y los besos de los muchos hombres enfermos de los que ella se había dejado besar antes de cumplir los quince años”.

El narrador testigo es predominante en sus obras, muchas veces se reduce a un monólogo. A veces el narrador habla al lector, otras parece acompañar a los personajes.

Uno de los temas de interés de Sánchez, tanto en su obra como en su vida personal, fue el de la vulnerabilidad de los niños. Las dolorosas experiencias propias al inicio de su vida lo hacían tener presente la fragilidad de la infancia y la crueldad que el perverso puede descargar sobre los más desvalidos.

Su cuento “La niña que vino de la luna” fue acogido por El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y publicado en 160 idiomas, asimismo, su recaudación se destinó a niños que sufren hambre en África. Se trata de una obra estremecedora.

“En tiempos yo me siento cansada, cansada. Muy cansada.

Mamá nunca se siente así y ella misma dice que es muy raro y cuando escucha mi tosiguido se pone muy triste y me estrecha contra su corazón, en una forma tan dulce que de seguro quiere decir algo. Las otras mujeres de esta montaña no se sienten cansadas.

Seguro es porque como un día yo vine de la luna…

Yo tengo una piel blanca, blanca como la cara de la luna. La luna es del color que tiene el maíz cuando se ha hervido en ceniza”.

El personaje de las niñas en sus obras siempre se basan en su hermana Aracely que fue su única compañía afectiva en la niñez y con quien huyó del Hospicio de Huérfanos a las calles.

La fama y las rejas

Luego del reconocimiento por estos textos, vendría la obra que lo lanzó a la fama internacional, el relato testimonial sobre los padeceres inhumanos que habían sufrido los presos en la cárcel de San Lucas. Con el título La isla de los hombres solos, se volvería casi un binomio suyo. Con múltiples ediciones, éxito arrollador internacional desde México, varias exitosas adaptaciones a la radio, en 1973 se estrena la película del aclamado director mexicano René Cardona con éxito rotundo. José León Sánchez era un celebridad costarricense que escribía desde la cárcel.

Su fama contribuyó a que fuera excarcelado, sin embargo, no se estableció su inocencia, ni se revocó su sentencia. Mientras en Costa Rica era visto como un criminal, en México y el mundo lo recibían con los brazos abiertos y con gran interés por su vida y obra tan particulares.

Recibió honores en grandes foros internacionales donde se codeó con grandes escritores, académicos, artistas e intelectuales de todas partes del mundo. Pero su inclinación fue siempre hacia los más vulnerables.

En su obra siempre está ese interés por los que sufren, los desfavorecidos, las víctimas de las injusticias, los discriminados, los vencidos.

En la cumbre de su extensa obra están dos novelas disímiles: La isla de los hombres solos y Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas.

En ambas está el interés del autor de escribir desde los marginados. Sus personajes casi nunca son víctimas de acontecimientos azarosos sino de acciones humanas, de decisiones, de injusticias sociales.

El Derecho y los derechos

La traumática experiencia que vivió de casi 20 años de cárcel por una condena injusta y las cosas que ahí conoció como presidiario marcaron otro de los temas de interés de su trabajo intelectual: el Derecho.

Desde que estaba preso estudió derecho y era capaz de debatir con cualquier jurista.

Cuando nos alcanza el ayer: la lucha de un escritor atormentado en busca de la justicia es una obra autobiográfica sobre su terrible experiencia de haber sido acusado injustamente y condenado a 45 años de prisión, de los cuales cumplió casi 20 de la forma más terrible.

Durante décadas mantuvo una lucha ante los tribunales para que el sistema de justicia reconociera el error cometido en su caso, hasta que, en 1999, la Corte Suprema de Justicia reconoció que el proceso fue irregular y lo declaró inocente. La Iglesia católica, que se había opuesto constantemente a esa posibilidad de exculparlo, también le pidió disculpas. Sin embargo, pese a que el sistema contempla la necesidad de una compensación a aquellos que han sufrido por una sentencia injusta, José León Sánchez no recibió ninguna compensación por lo sufrido durante tantos años.

La raíz indígena

Para Sánchez, su raíz indígena era crucial. Buena parte de su vida y su interés lo puso en el estudio de las culturas indígenas en Mesoamérica.

Uno de sus trabajos no ficcionales es el estudio de Quipú, una extensa investigación junto a José Daniel Corrales Céspedes, Ahiza Vega Montero y Orlando Barrantes que busca demostrar el uso de la escritura en las poblaciones prehispánicas de Costa Rica.

Además su novela histórica Tenochtitlan es una obra de referencia sobre el tema de la conquista de México.

Tenochtitlan

La novela Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas es claramente la mejor lograda de sus narraciones. Luego de un intenso, casi obsesivo, trabajo de documentación por muchos años, imbuido totalmente en el universo iconográfico de la cultura azteca, José León Sánchez emprendió la escritura de un texto monumental que vio la luz en 1986 y que impactó a toda la narrativa latinoamericana cuando ya empezaban a bajar los deslumbramientos del boom.

Punta de lanza de los que sería la nueva novela histórica latinoamericana, esta obra propone una visión de la caída del imperio azteca desde la perspectiva de los vencidos, quienes, a su vez, habían ostentado un poderoso imperio que sometió a todos sus enemigos.

La belleza con que se describe la magnificencia de la gran ciudad de Tenochtitlan, con un estilo a veces barroco y otras realista desde la mirada de un narrador testigo; la dramática caída producto de las maquinaciones de un choque de culturas que, por ser un choque y no un encuentro, parece haber fusionado lo peor de ambas; el limpio retrato de sus personajes, que parecen sacados de la dramaturgia o de un guion cinematográfico, por estar hecho a base de sus palabras y de sus acciones; las escena épicas donde las glorias son penas y las penas gloria; todo con un estilo fluido que atrapa mientras va presentando un punto de vista distinto sobre una historia tantas veces contada.

El dato exacto del mal presagio: “Esa mañana fue el día 8 de noviembre de 1519, en el habla de los visitantes, llamados por otros mensajeros de nuestro señor Quetzalcóatl, hijos de los dioses y dioses ellos mismos. Volví la mirada hacia la gran ciudad de Tenochtitlan, tan reunida por los siglos, tan hermosa… y lloré. Era nuestro último día de libertad. Porque esa fue la voluntad de nuestros dioses”.

El giro poético: “Desde ese momento, la cuenta del tiempo caminó por otro lugar, como si de repente los pájaros empezaran a volar por debajo de la tierra”.

La catástrofe épica y cultural: “(…) Cortés había colocado debajo de cada una de las puertas a grupos de veinticinco soldados de infantería, usándolas como escudo que los protegía de la lluvia de saetas, y empezaron a subir las gradas del Templo Mayor. (…)

Una de las puertas protegía a los astilleros que venían detrás del capitán Lugo, y dispararon el cañón rumbo a las paredes del Templo Mayor. Y así, paso a paso, grada a grada, después de ciento dieciséis peldaños, los soldados de Castilla y Aragón volvieron a tomar el Templo Mayor. La lucha sobre el Templo Mayor fue fiera. Los defensores eran guerreros escogidos, ya que Cuitláhuac no quería el deshonor de su antepasado Moctezuma. La pérdida del castellano fue también terrible; pero Cortés había dicho: “De acuerdo con la guerra, si tomamos el Templo Mayor, podremos cambiar nuestras vidas por sus dioses…”

De nuevo se dio la acción de los aztecas acorralados, pero en esta oportunidad no se lanzaron al canal para salvar sus vidas. Todos murieron en defensa del Templo. Victoriosos los castellanos, en la cima del Templo Mayor se dedicaron, nuevamente, a destruirlo todo. Despojaron otras vez al dios Azul de sus joyas, así como al dios Negro. Uno de los soldados le cortó a Tezcatlipoca su pierna de palo y tomándola después entre sus manos gritaba: “Un cojo menos, un cojo menos””.

La novela basada en hechos y personajes históricos también corresponde con otra de sus grandes obras: Campanas para llamar al viento, obra sobre fray Junípero Serna y la serie de iglesias que construyó durante el proceso de evangelización en Baja California.

Al florecer las rosas madrugaron

La obra Al florecer las rosas madrugaron, su última ficción publicada en 2014, es una biografía novelada de la cantante costarricense-mexicana Chavela Vargas. Formalmente se trata de un texto experimental. La voz de una narradora que la asistió y acompañó retrata el alma intensa de la pasión, degradación y renacimiento de una mujer que a las luz de los hechos narrados se traduce en un ser casi fantástico, con un enorme talento y una personalidad tan poderosa que, a veces, parece querer aplastarla.

Con Natyeli, que es el nombre de la protagonista, Sánchez parece identificarse de manera tan profunda que su voz suena autobiográfica, como si fuera el libro que hubiese querido escribir la misma Chavela Vergas sobre su vida.

Como dice el escritor y crítico literario Alí Víquez: “persigue la vida de la artista de un modo artístico: como un viaje por el “alma” de la cantante”.

En esta novela es quizás donde José León Sánchez lleva más lejos su juego de experimentación entre la realidad y la ficción literaria. El realismo del texto y las referencias a la artista en que está basada le otorgan verosimilitud a un personaje que, al igual que el mismo Sánchez, se convirtió en protagonista de una leyenda maldita costarricense.

El juego de voces mexicanas, que Sánchez conoce muy bien por su vida en México, le permiten crear una atmósfera, ambigua en algunos casos, mediante juegos con el lenguaje y los significados, que es frecuente en el habla popular en México. El mismo título de la novela parece responder a uno de esos retruécanos.

A pesar de las glorias y buenos recuerdos que pueda evocar el personaje, la novela está velada por las tinieblas del alcoholismo.

Al igual que José León Sánchez, Chavela Vargas fue una artista ampliamente reconocida en México e internacionalmente y, a la vez, despreciada por la institucionalidad de poder en su país de origen, Costa Rica.

Pero, mientras Sánchez vio consumida su juventud en las cárceles donde lo envió un sistema judicial abusivo y prejuicioso, para luego desde ahí levantarse como un gran escritor; Chavela Vargas conoció la fama siendo joven, para luego vivir la degradación a que la llevó el alcoholismo y resurgir de sus cenizas ya con 74 años para recobrar su fama.

Lo que sí tienen ambos, claramente en común, al igual que otros grandes artistas costarricenses, es que fue la generosidad y las oportunidades que les brindó la sociedad mexicana lo que les permitió desarrollar su talento.

La deuda que tienen tanto los académicos como la institucionalidad cultural costarricense, en general, con uno de sus mayores escritores José León Sánchez, requiere ser saldada para dar mayor difusión nacional a una obra excepcional.

 

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