Los Libros

Centenario de la muerte de Rubén Darío

El próximo 6 de febrero se cumple un centenario de la muerte del gran poeta de Nicaragua Rubén Darío.

El próximo 6 de febrero se cumple un centenario de la muerte del gran poeta de Nicaragua Rubén Darío. Mientras se preparan actos conmemorativos y ediciones especiales en toda Centroamérica, España, Argentina y Chile, el príncipe de las letras, cuya impronta transformó la lírica castellana, atraviesa el tiempo con su palabra.

Este 18 de enero hace 149 años nació en Metapa, Matagalpa, Nicaragua, Félix Rubén García Sarmiento, cuyo nombre sería reconocido internacionalmente y a través del tiempo como Rubén Darío, al adoptar el patronímico por el cual era conocida la familia paterna.

El matrimonio insostenible de sus padres Manuel García y Rosa Sarmiento, acechado por los abusos paternos, obligó a su madre a dejar al niño al cuidado de sus tíos y huir ella a Honduras donde se estableció con su otro compañero Juan Benito Soriano.

Así, el pequeño Rubén se crio en la ciudad de León, con sus tíos abuelos maternos Bernarda y Félix, quienes también habían criado a su madre desde los 4 años, al quedar esta huérfana. La precocidad marcó la vida de este niño que desde los pocos años aprendió a leer y descubrió en el mundo de los libros su refugio, compañía y vocación.

Para aquel niño talentoso y de gran sensibilidad, la vida no era fácil, como nunca lo sería para el gran poeta que estaba en ciernes. En 1871murió su tío abuelo el coronel Félix Ramírez y eso obligó a la familia a cruzar dificultades económicas. No obstante, su tía abuela y algunos parientes por parte de su padre le ofrecieron un ambiente cultural y de interés por la lectura y la educación.

En la letrada ciudad de León, asistió a varias escuelas y a los 12 años pasó a estudiar con los jesuitas. Esa primera experiencia con la iglesia no habrá sido muy buena, y despertó en el joven un profundo sentido liberal y anticlerical, como se constata en uno de sus primeros poemas de juventud titulado El jesuita, fechado en 1881.

Ya para entonces se había descubierto su vena literaria y, a pesar de contar apenas con 13 años, publicó sus primeros sonetos y artículos en periódicos.

El niño prodigio de León despertó el interés de algunas figuras políticas e intelectuales quienes concibieron la idea de que debía dársele una beca para que estudiara en Europa, lo cual finalmente no se concretó por las posturas críticas y anticlericales que el muchacho expresaba abiertamente en sus escritos. Ya estaba envuelto en las tradicionales disputas políticas entre liberales y conservadores.

El joven decidió establecerse en Managua e inició así su carrera literaria escribiendo en periódicos y dedicando versos y recitales en veladas sociales.

Su apasionado espíritu de quinceañero ardió al conocer a la jovencita Rosario Emelina Murillo, unos años menor que él y su atolondrado sentimiento lo impulsó a la idea de casarse con ella. Algunos amigos logran disuadirlo y el poeta salvadoreño Joaquín Méndez lo convenció de ir a su país y le presentó al presidente de El Salvador, Rafael Zaldívar, quien lo acogió bajo su protección. Allí el joven poeta conoció también al periodista y escritor Francisco Gavidia, con quien compartió labores en el periodismo, así como inquietudes en la búsqueda poética.

Aunque en El Salvador tuvo mejor ambiente que el que tenía en su propio país, el impulso creador lo absorbía mientras el poder de su talento lo hacía sentir la necesidad de un reconocimiento que no llegaba.

Regresó a Nicaragua y trabajó un tiempo en la Biblioteca Nacional mientras escribía en una búsqueda incesante que lo llevó incluso a intentar en el teatro con una obra titulada Cada oveja… La necesidad de un ambiente donde pudiera desarrollar mejor su talento e inquietudes lo hizo decidirse por viajar a Chile en 1886, a los 19 años.

EN CHILE

Aunque las condiciones en que vivió Darío en Chile fueron muy duras y recibió malos tratos por parte de una clase social alta con la que se relacionaba como intelectual y por sus amistades, allá logró publicar su primer libro de poemas, titulado Abrojos. También trabajó en los diarios La época y El Heraldo en Santiago y Valparaíso. Pese a las dificultades económicas, fueron años que aprovechó para satisfacer su voraz apetito intelectual en un ambiente que ciertamente no había encontrado en su Centroamérica.

En julio de 1888, gracias al apoyo de algunos amigos, publicó un libro de poemas y prosas, algunas de ellas ya habían aparecido en periódicos, el cual llevó por título Azul… Aunque inicialmente no tuvo una recepción importante, el escritor y crítico español muy reconocido Juan Valera publicó en El imparcial de Madrid dos cartas dirigidas al autor nicaragüense donde reconocía y celebraba su talento. Dichos textos fueron reproducidos en varios medios en Latinoamérica y por fin parecían abrirle la puerta al tan anhelado reconocimiento.

Pero además, el poeta ya se sentía identificado en un ámbito poético propio e innovador.

Al año siguiente regresó a Nicaragua y fue recibido triunfante en León. Había conseguido además un contrato con el diario más importante de Latinoamérica, el argentino La Nación, donde escribiría como corresponsal.

Sin embargo, estuvo poco en León y pronto viajó a El Salvador. En ese país fue nombrado director del periódico La Unión, que tenía vocación política en favor de la unión centroamericana. Además, Darío se reencontró ahí con quien había sido una amiga de su infancia en León, la costarricense Rafaela Contreras Cañas, hija del eminente unionista hondureño Álvaro Contreras.

Ese reencuentro fue curioso y marcado por el sino literario. Rafaela, a quien Rubén no había visto aún, envió para su publicación en La Unión un cuento suyo titulado Violetas y palomas firmado con el seudónimo Stella. A este siguieron los cuentos La Turquesa y La canción de invierno. La misteriosa autora llamó la atención de Darío, quien reconoció luego en ella a su antigua amiga, ahora una mujer culta, sensible y refinada.

Inició una relación intensa donde compartían además intereses literarios.

El 21 de junio de 1890, cuando él contaba con 24 años y ella con 21, se casaron civilmente en San Salvador. En la ceremonia estuvieron su amigo Francisco Gavidia, así como la madre y hermana de la desposada Manuela Cañas y Julia Contreras respectivamente y el futuro marido de esta, el poderoso empresario Ricardo Trigueros. También asistió el coronel Carlos Ezeta, destacado militar y considerado hombre de confianza del presidente Francisco Menéndez, quien tenía gran proximidad con Darío.

Al día siguiente de la boda, mientras se preparaba la celebración del aniversario de la llegada al poder de Menéndez, el coronel Ezeta le dio un golpe de estado, lo que además provocó que Menéndez sufriera un fatal infarto.

La simpatía de Darío con el depuesto y difunto presidente y con sus posturas liberales y unionistas, provocaron que inmediatamente se manifestara en contra del gobierno de facto, lo cual le valió la animadversión de Ezeta. Considerando que su vida corría peligro, escapó a Guatemala y dejó a su reciente esposa con su familia en San Salvador.

En El imparcial de Guatemala, Darío publicó un artículo denunciando abiertamente la traición de Ezeta.

Pronto se le asignó la dirección de un nuevo diario llamado El correo de la tarde, que tenía subvención del gobierno de Manuel Lisandro Barillas. En unos meses de calma, publicó una nueva edición ampliada de Azul… con las cartas de Juan Valera como prólogo. Se reunió con su esposa en Guatemala donde realizaron la ceremonia matrimonial religiosa en febrero de 1891.

Pero las cosas no terminaban de consolidarse. Cuatro meses después, el periódico perdió la subvención estatal y se debió cerrar. Darío y su esposa buscaron probar suerte en Costa Rica, donde ella había nacido y que consideraron aparte de los vaivenes políticos que afectaban otros países centroamericanos.

EN COSTA RICA

Llegaron a San José el 24 de agosto de 1891. Aquí estaba su amigo Francisco Gavidia, quien también había huido de El Salvador, y se desempeñaba como director del diario La prensa libre e inmediatamente le ofreció trabajo.

Se instaló con su esposa, que ya estaba embarazada de su primer hijo, en una casa cerca de “El paso de la Vaca”, en el centro de San José. A los pocos meses Gavidia dejó la dirección de La prensa libre y Darío pasó a trabajar con su amigo Pío Víquez quien dirigía El Heraldo. El 11 de noviembre nació su hijo Rubén Álvaro Darío Contreras.

Durante aquellos meses la familia Darío pasó premuras económicas; pese a que el poeta publicaba constantemente artículos y diversos textos literarios en los periódicos, una vez más el reducido medio intelectual y cultural limitaba su capacidad creativa. Además, luego del parto, su esposa había quedado muy delicada.

En mayo de 1892, necesitado de mejores condiciones para sobrevivir, Darío viajó a Guatemala y le pidió a su esposa y su suegra que luego se fueran a El Salvador donde su cuñada Julia Contreras gozaba de una mejor situación económica, ya que se había casado con el empresario Ricardo Trigueros.

Mientras, Darío buscaba cómo ganarse la vida con trabajos y publicaciones esporádicas en Guatemala y Nicaragua. Entonces surgió una posibilidad esperanzadora, cuando el gobierno nicaragüense lo nombró parte de la delegación que asistiría a la celebración del cuarto centenario de la llegada de la españoles a América.

El viaje le abrió las puertas de Europa y nuevamente la ocasión de conocer a importantes figuras intelectuales y políticas. Regresó en noviembre a Nicaragua radiante y lleno de expectativas. Aunque no podía ir a ver a su esposa a El Salvador, donde aún persistía la amenaza del coronel Ezeta, empezó una agitada vida de planes y escritos.

En enero de 1893 Rafaela Contreras fue internada para una intervención quirúrgica, pero jamás despertó de la sala de operaciones.

Rubén Darío asistía en León a una velada en honor a un diplomático nicaragüense fallecido en París cuando recibió el telegrama con la triste noticia. Una vez más, la vida parecía jugar con él entre la esperanza y la fatalidad. Las posibilidades que finalmente se abrían para su talento, jamás podría compartirlas con su amada mujer y su hijo, a quienes ni siquiera podría ir a ver en aquella hora infausta.

El impacto de los hechos lo empujó en una depresión que, pese a los muchos infortunios que antes había sufrido, nunca antes tuvo. El consuelo del alcohol que había sido compañero de bohemia y festejo fue su único asidero.

Se hundió, pasó intoxicado, perdió total conciencia de sí, consumido por el dolor y el alcohol que él anhelaba anestésico, cuando no pócima letal, llegó a rescatarlo su madre, acompañada de una hermana materna que él no conocía.

Pero la vida era ya un dolor. Una vez más, lo único que lo sacaba de aquella sensación abismal era la palabra.

AMOR Y PERIPECIA

Sus perspectivas laborales y reconocimiento internacional le abren posibilidades como nunca antes había tenido. Pero está solo. Su cuñada le propone hacerse cargo de la crianza de su hijo, ya que ella solo tiene uno y su situación económica es ventajosa. Su marido Ricardo Trigueros escribe a Darío y le garantiza que se hará cargo de la crianza.

En aquellos días, Rubén Darío vuelve a encontrarse con la mujer que tanto lo había deslumbrado en la adolescencia siendo ella apenas una niña: Rosario Emelina Murillo. Pero aquel encuentro está marcado por las pasiones exaltadas y el infortunio.

Andrés, el hermano de Rosario, los sorprende juntos estando el poeta ebrio, a quien acusa de pretender deshonrar a su hermana y lo obliga, pistola en mano, a casarse cuanto antes.

Ese episodio es la culminación de una lista de encuentros de un amor tormentoso que habían tenido en esos años.

Rubén y Rosario se casan en marzo de 1893 y al mes siguiente viajan a Panamá, ya que Miguel Antonio Caro, presidente colombiano y amigo de Darío, le ofrece el cargo de cónsul de Colombia en Buenos Aires. El poeta emprende viaje a Argentina y deja a su esposa en Panamá desde donde ella regresa a Managua embarazada.

El viaje a Suramérica se extiende como un irregular periplo de cuatro meses. Primero va a Nueva York, donde conoce al otro gran poeta latinoamericano de la época, José Martí. Luego viaja a París donde traba amistad bohemia con el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo y conoce a los poetas Jean Moreas y Paul Verlaine, este último una influencia muy importante en Darío.

Mientras tanto, el 26 de diciembre, nace en Managua su hijo llamado Darío Darío, pero apenas alcanza unos pocos meses de vida y muere a causa del tétano debido a que la madre de Rosario le cortó el cordón umbilical con unas tijeras no esterilizadas.

Aunque Rubén Darío mantiene alguna correspondencia con su esposa, no volverán a estar juntos sino hasta el final de su vida.

Permaneció en Buenos Aires con el cargo de cónsul honorífico hasta octubre de 1895, cuando el gobierno colombiano lo canceló. Pero en aquella ciudad había encontrado un ambiente propicio para sus aspiraciones e inquietudes. Publicó allí algunos de sus libros más importantes como Los raros y Prosas profanas y otros poemas, con los cuales se consagraría de forma definitiva. Un par de años más en diversas labores y luego logra que el diario La Nación lo envíe a España como corresponsal.

En diciembre de 1898 llegó a España desde donde escribe una serie de crónicas para el diario argentino que luego serían compiladas en el libro España Contemporánea. Crónicas y retratos literarios.

RECONOCIMIENTO TAN ANHELADO

En aquella España lo reciben con admiración y beneplácito jóvenes escritores como Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez y Ramón María del Valle Inclán. Pero también conoce a Francisca Sánchez una humilde mujer analfabeta quien será su compañera y con quien más adelante tendría cuatro hijos, tres de los cuales murieron al poco de nacer y Rubén Darío Sánchez.

El gran reconocimiento del que ya gozaba le permitió que el gobierno de su país finalmente le otorgara un cargo diplomático, con lo cual pudo vivir algunos años en Europa, donde alternaba con importantes intelectuales tanto España como en Francia.

Pero algo carcomía su existencia y lo obligaba a una vida de sorpresas e incertidumbre: el alcoholismo. La enfermedad que mermaría sus capacidades y lo llevaría de manera inexorable a la tumba temprana.

Darío gozó del aplauso y reconocimiento internacional que tanto añoró siendo niño, pero quizás no estuvo suficientemente lúcido para disfrutarlo. Se ganó el respeto y admiración de políticos e intelectuales, algunos de los más destacados de la época y otros que llegarían a serlo, tanto de un lado como del otro del Atlántico. Su obra revolucionó la lírica castellana.

En 1915, con un deteriorado estado de salud, Darío viaja a Nueva York para dar un recital en contra de la guerra en la universidad de Columbia y luego se dirige a Guatemala donde permanece algunos meses en una situación crítica y donde llega para acompañarlo su esposa Rosario Emelina Murillo. Esta lo ayuda a trasladarse a León, Nicaragua, en enero de 1916.

El 6 de febrero de 1916, después de una agonía de varios días, rodeado de algunos amigos finalmente expiró.

El cuerpo fue sometido a una minuciosa autopsia que mostró el lamentable estado de su cuerpo producto de su alcoholismo a los 49 años de edad.

El cadáver permaneció sin sepultar por varios días hasta los funerales y recibió homenajes en universidades y con todos los honores, pero quizás el más importante para él que había visto tanto boato y candilejas, fuera que su voz estaba en el pueblo y que en él se quedaría por más de un siglo recitada de memoria por amantes y bohemios, por académicos, por críticos y escritores.

Su hijo Rubén Darío Contreras estudió medicina en Alemania y Argentina, donde se casó con Eloísa Basualdo y tuvo tres hijos: Stella, Eloísa y Rubén Ricardo Darío Basualdo, también médico. Culminó su vida en El Salvador.

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