Opinión

Silencios II

Hace poco tiempo el “carpe diem” era el estilo de vida más común de los citadinos de las pequeñas y grandes ciudades. Por eso resultaba novedoso   “tirar la vida”, nadar en las aguas del consumo, reciclar, acumular objetos y admirarse frente al espejo de las redes sociales con todas las virtudes que desmiente la realidad. … Continued

Hace poco tiempo el “carpe diem” era el estilo de vida más común de los citadinos de las pequeñas y grandes ciudades. Por eso resultaba novedoso   “tirar la vida”, nadar en las aguas del consumo, reciclar, acumular objetos y admirarse frente al espejo de las redes sociales con todas las virtudes que desmiente la realidad. Luego, se descansa  frente a la pantalla, con una de esas series clásicas de narcotráfico, donde se exalta la droga y se deshecha la vida, donde el poder se teje con todo tipo corrupción: el político, el empresario, el mensajero,… Por supuesto, la apología de estas series no pueden descuidar la inocencia, una pizca de romanticismo y las vendettas. Y de pronto,  la tierra se sacude porque en cada puerta aparece un enemigo invisible que se agiganta, no es una broma, es altamente contagioso, y como dice el narrador de La peste: “Entonces aceptamos nuestra condición de prisioneros, quedamos reducido a nuestro pasado,…”

Ese pasado de la pandemia coexiste con el presente, con esa visión dualista de la realidad: vida-muerte; solo que ahora no es una alegoría, no es una personificación, no es un accidente: “es simple como el paso”, según el verso del poeta turrialbeño. Y como no se trata de una oratoria colgada en el futuro, los resultados se evidencian en el territorio nacional y en cada parte del mundo con dolor, sufrimiento y duelo. Y ahí está otra realidad con su dinámica cambiante: la brutalidad del racismo practicado contra George Floyd, un afroestadounidense, y la reacción unísona del mundo que reivindican las significaciones culturales: solidaridad, justicia, respeto por la vida. Pero, ¿qué hacer  cuando el racismo, la xenofobia, la homofobia se institucionaliza? ¿Qué hacer cuando el policía, juez o magistrado que imparte justicia sustituye el derecho y expresa  juicios de valor? ¿Y el juez o jueza que hace de la discriminación y xenofobia un deporte estructural en su práctica jurídica? ¿A qué viene ese delirio de persecución? ¿Por qué el displacer y la culpa reprimen la sexualidad humana?

Y ahora, retornamos el presente, el tiempo de la incertidumbre, de convivencia y  sobrevivencia. En aquella afloran los sentimientos del hastío y el ocio, de conflictos e intolerancia. En esta, la ausencia del pan de cada día y la desesperación. ¿Qué hacer frente esta realidad que nos crucifica? ¿Y si estamos sin recursos, sin trabajo, qué hacer con esta angustia que nos carcome? ¿Nos arriesgamos a contagiarnos para que sobrevivan los que  dependen de nosotros?  Algunos acuden al FCL o al ROP, al bono o la ayuda familiar, ¿y los que no tienen nada de nada?

Y surgen esos verdaderos patriotas, los que desde su curul pronostican tiempos mejores para el ROP. Y también acuden los expertos, los actuariales, los peritos que han viajado, por todo el mundo, impartiendo cátedra de ese ejercicio avezado: el tótem del mercado para cuidar la vejez, para que el Estado, en forma responsable y genuina, no los cargue sobre sus hombros. Tanto paternalismo conmueve al más insensible, tanta bondad, tanta preocupación es un canto épico. Eso sí, el parámetro de su expectativa de vida debe ser sincrónico con el cálculo de su pensión: ciento quince años (115). Si se pasa de esa edad es usted un proscrito.

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