Mundo Ucrania

La guerra continúa, por otros medios

Tras más de un mes de una guerra cada vez más cruenta, la paz en Ucrania podría surgir en el horizonte de las conversaciones sostenidas por las delegaciones  de Ucrania y Rusia en Estambul el martes 29. Como se podía prever, la guerra pudo y debió ser evitada.

Aunque tiene sus orígenes en septiembre del año pasado, cuando el presidente de Estados Unidos (EE.UU.) Joe Biden firmó con Ucrania una Declaración conjunta estratégica que suponía el preámbulo de la integración de ese país a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y se reunió secretamente con varios líderes europeos para coordinar eventuales sanciones a Rusia, la guerra en Ucrania pudo y debió haberse evitado.

La política exterior del presidente de EE.UU., Joe Biden, parece sustentarse en la conflictividad y la confrontación.

La guerra en Ucrania no es ideológica, ni cultural, ni étnica, es geopolítica. Esto quiere decir que se trata de un conflicto de seguridad territorial y de recursos. Sin embargo, también es una guerra económica, ya que sus acciones bélicas justificaron una serie de sanciones económicas contra Rusia como nunca había sufrido país alguno.

Ahora, el mundo parece acomodarse de forma más clara, desgraciadamente marcado, una vez más, por el poder de las armas.

Como consecuencia de esta guerra, también los organismos multilaterales deben revisar su papel para evitar que algo así o de peores dimensiones vuelva a ocurrir.

Pese al enorme poder de la propaganda contra un enemigo construido por un discurso altisonante, la mayor parte del mundo quiere la paz y el entendimiento en un mundo global multilateral.

Vuelve el olor a azufre

En el marco de la demencial y obsesiva persecución que el presidente Joe Biden de EE.UU. ha desatado contra el presidente ruso Vladimir Putin, y en la cual no vaciló en sacrificar al presidente ucraniano Volodimir Zelensky y a su pueblo, al impulsarlo a amenazar la seguridad territorial rusa con la promesa de incluirlo en la OTAN, muchos otros en el mundo también se han visto perjudicados, tal es el caso de empresarios, artistas, académicos y científicos que se atreven a sospechar de los motivos de Washington y se resisten a convertir a Rusia en su enemigo.

Según lo hizo saber el sábado 26 de marzo en su discurso en Polonia, el delirio del presidente Biden, que también arrastró a sus aliados europeos, es contra el presidente Putin, quien contó con un apoyo electoral en 2018 de más del 75% en un país que es la decimoprimera economía del mundo. Respaldado por una gran campaña de medios de comunicación, la estrategia de EE.UU. fue construir un enemigo formidable utilizando principalmente imágenes de víctimas civiles en la invasión. Pero Biden, exaltado lo ha llamado “asesino”, “carnicero”, “criminal de guerra” y, finalmente, confesó que lo quiere fuera del poder.

Los exabruptos del presidente Biden rompen toda cultura diplomática y cobran un significado peligroso cuando provienen del comandante en jefe del ejército más grande del mundo, lo cual pone a toda la humanidad ante el peligro de una nueva guerra mundial.

Guerras siempre injustas

La acción militar rusa no se justifica, pero se explica y debió ser evitada. Muy distinta a aquella, cínicamente bautizada “Causa Justa” que sufrimos los centroamericanos cuando las fuerzas del ejército de EE.UU, invadieron Panamá la noche del 20 de diciembre de 1989 y, en cuestión de cinco días, convirtieron en escombros el barrio El Chorrillo dejando bajo las ruinas humeantes al menos a mil civiles, principalmente mujeres, niños y ancianos que no pudieron escapar del bombardeo incesante de los aviones norteamericanos. Fosas comunes y la remoción de los restos dejaron en el misterio la cifra exacta de cuántos civiles panameños murieron en aquella operación para capturar al presidente Manuel Antonio Noriega. Human Rights Watch el 7 de abril de 1991 señalaba que los reclamos de miles de muertes de civiles en ese ataque no habían sido esclarecidos por las autoridades ni de EE.UU. ni del gobierno panameño.

Ahora, el reacomodo geopolítico que EE.UU. necesitaba requirió el sacrificio de Ucrania. Rusia queda diezmada, la OTAN fortalecida bajo el liderazgo del Eje Occidental y China como un sospechoso amigo “sin límites” del enemigo ruso; Zelensky empieza a entender su papel en este gambito.

Sobre el tema, en una entrevista el 26 de marzo, el analista Noam Chomsky señala que:

“La Declaración conjunta sobre la sociedad estratégica Estados Unidos-Ucrania firmada por la Casa Blanca el 1º de septiembre de 2021. En ese documento, que recibió poca atención, se declaraba arbitrariamente que la puerta estaba abierta para que Ucrania se uniera a la OTAN”. También, “daba remate a un Marco de Defensa Estratégica que crea un fundamento para el incremento de la defensa estratégica y la cooperación de seguridad entre Estados Unidos y Ucrania”, al proporcionar a este último país armamento avanzado antitanque y de otro tipo, junto con “un robusto programa de entrenamiento y ejercicio en consonancia con el estatus de Ucrania como socio de mayores oportunidades de la OTAN”.

Eje Occidental: Reino Unido, EE.UU., Francia, Alemania e Italia “afirmaron su determinación de continuar elevando los costos para Rusia por sus brutales ataques en Ucrania.”

Para el analista es claro que se trata de una política agresiva hacia Rusia, formulada y desarrollada desde finales del siglo pasado.

“Se trata de otra aportación a un proceso que la OTAN (es decir, Washington) ha estado perfeccionando desde que, en 1998,  Bill Clinton violara el firme compromiso que hizo George H.W. Bush de no ampliar la OTAN hacia el Este, una decisión que suscitó serias advertencias por parte de diplomáticos de alto nivel como George Kennan, Henry Kissinger, Jack Matlock, (el actual director de la CIA) William Burns, y muchos otros, y por la que el secretario de Defensa William Perry estuvo a punto de dimitir en señal de protesta, junto con una larga lista de personas que sabían muy bien lo que hacían.”, explica.

Pero la política belicista, por más arriesgada que sea, parece la carta que juega EE.UU. contra China. Luego de fracasar en su guerra económica, declarada por el presidente Trump, ahora buscan pasar al terreno donde siguen siendo la mayor potencia del mundo; el militar.

Vladimir Putin, el presidente ruso es el objetivo de los ataques del Eje de Occidente.

Chomsky apunta que “La Ley de Autorización de la Defensa Nacional del presidente Biden, aboga por “una cadena ininterrumpida de Estados centinela armados por Estados Unidos —que se extiende desde Japón y Corea del Sur en el norte del Pacífico hasta Australia, Filipinas, Tailandia y Singapur en el sur y la India en el flanco oriental de China—”, con la intención de rodear a China, incluyendo a Taiwán, “de un modo bastante ominoso”.

Esto se confirmó con las declaraciones del mismo Biden el martes 29, en reunión con el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong.

“Aún cuando nos ocupamos de la crisis en Europa, mi administración es firmemente partidaria de actuar rápidamente para implementar la estrategia Indo-Pacífico”, dijo Biden.

Biden al frente del Eje Occidental

Luego de una conversación telefónica el martes 29, tras conocerse los primeros resultados de posibles acuerdos resultantes de las conversaciones en Estambul entre Rusia y Ucrania, los líderes del Eje Occidental: Reino Unido, EE.UU., Francia, Alemania e Italia “afirmaron su determinación de continuar elevando los costos para Rusia por sus brutales ataques en Ucrania, así como continuar brindando a Ucrania asistencia en materia de seguridad para defenderse”, según un comunicado oficial.

Como se podía prever desde antes del conflicto armado en Ucrania, las sanciones contra Rusia no eran de tipo disuasivo, sino punitivo, es decir, no pretendían evitar la guerra, sino que esta fuera su justificación.

Si bien Ucrania sale profundamente afectada, destruida económica e infraestructuralmente, además de un alto costo humano, Rusia también queda maltrecha y las consecuencias de esa guerra fratricida repercuten en todo el mundo.

La guerra que pudo haberse evitado si EE.UU. no hubiera envalentonado a Zelensky con la promesa de integrarlo a la OTAN y si se hubieran respetado los acuerdos de Minsk II, ahora parece asomar a su fin.

¿Quién paga la factura de las sanciones a Rusia?

Los efectos de las sanciones han provocado más problemas que la guerra misma, por ejemplo, los combustibles no han reducido su producción, sino que al tratar de vedar la importación de Rusia se provocó un efecto en el mercado que tiene repercusiones imprevistas.

Por ejemplo, en España, el malestar social llevó al presidente, Pedro Sánchez, a anunciar el lunes un plan de ayudas directas por 6.000 millones de euros (6.580 millones de dólares), que incluye subvenciones a los combustibles, para compensar el impacto económico de la guerra en Ucrania.

El presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Mauricio Claver-Carone consideró que la invasión de Rusia a Ucrania, “es una tragedia global y una conmoción para el orden mundial” con “profundas ramificaciones” a futuro.

“Algunos efectos dominó ya han comenzado a llegar a nuestros países miembros y tienen impactos en los mercados financieros sobre la inflación y los cambios en los flujos de materias primas como el gas, el trigo y los metales”, señaló.

“No solo deberíamos trabajar juntos para mitigar los efectos económicos en la región, sino que creo que América Latina y el Caribe pueden desempeñar y desempeñarán un papel importante en la compensación de los impactos de los productos básicos para todo el mundo”, afirmó.

Así, el proceso de reacomodo mundial generado por la guerra en Ucrania exige a los líderes mundiales y a los organismos representativos de las naciones tomar medidas y políticas para definir sus posiciones.

Las conversaciones entre Ucrania y Rusia parecen empezar a vislumbrar la posibilidad de acuerdos que devuelvan la paz a esas repúblicas y la tranquilidad al mundo. La guerra, que ahora se ve con toda claridad que pudo y debió haberse evitado, contemplaba como algunos de sus puntos medulares los siguientes:

Crimea

Hasta 1954 y después de más de 150 años, Crimea fue rusa. El entonces líder soviético Nikita Jruchev, un ucraniano de origen ruso, decidió transferir esa península estratégica a la hermana república soviética de Ucrania.

Mientras las relaciones entre esos dos países fueron de hermandad, incluso tras la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), esa península estratégica para Rusia en el mar Negro permaneció siendo ucraniana. Tras el golpe de Estado de 2014 en Ucrania, Crimea, con un 60% de población rusa, convocó a un referéndum, tras el cual decidieron declararse república independiente y sumarse a la Federación Rusa. Este proceso no fue reconocido por el gobierno ucraniano de Petro Poroshenko, quien ganó las elecciones convocadas tras el golpe de Estado. Las tropas rusas entraron entonces en Crimea para defender la anexión.

Dado que el gobierno ucraniano no reconoce la separación de Crimea, un eventual ingreso de Kiev a la OTAN supondría un intento de recuperación de ese territorio, lo que conllevaría una confrontación con Rusia.

Donetsk y Luhansk

La autonomía de Donetsk y Luhansk en el este ucraniano conocido como Donbás, se planteó desde el golpe de Estado de 2014, cuando grupos separatistas desconocieron el gobierno de transición y se abstuvieron de participar en las elecciones subsiguientes. Desde entonces, el gobierno de Kiev lanzó una fuerte ofensiva contra los rebeldes, que fueron apoyados por Rusia, dado que buena parte de ellos eran rusos. En esta guerra participaron además del ejército, fuerzas nacionalistas ucranianas de extrema derecha lideradas por el conocido Batallón Azov.

Las negociaciones del llamado Cuarteto de Normandía, con Rusia, Ucrania, Francia y Alemania, lograron el acuerdo Minsk II en 2015. El documento firmado reconocía el estatus de autonomía de esas regiones, pero debían garantizar su permanencia como parte integral del territorio ucraniano. Pero las hostilidades no cesaron y la guerra siguió por 8 años y cobró más de 14 mil muertos.

En febrero de este año Luhansk y Donetsk se declararon repúblicas independientes y fueron reconocidas por el Kremlin. Luego, este, decidió enviar a sus tropas en su auxilio.

Desnazificación

El argumento central ruso de su “operación especial armada” fue la desnazificación y desmilitarización de Ucrania. Ese insólito argumento se pretendía sustentar en crímenes de guerra y genocidio perpetrado por los grupos de ultraderecha pertenecientes a la Guardia Nacional Ucraniana.

Con el liderazgo de figuras como el ex ministro del Interior Arsen Avakov, quien renunció el año pasado, los grupos de extrema derecha, que han perdido representación en el parlamento, pero lo han incrementado en las fuerzas armadas, se han fortalecido a lo largo de la guerra en el Donbás y, con la invasión rusa, han sido decisivos en la lucha por la ciudad de Mariúpol, que se ha convertido en un objetivo clave para ambos bandos.

La desnazificación de Ucrania puede ser objetivo de efectos más contraproducente de la acción militar rusa, puesto que la invasión justificó un apoyo militar y económico de Occidente que estos grupos posiblemente aprovecharán para fortalecerse. Su estatus ambiguo entre fuerzas oficiales e irregulares les puede dar un margen de acción que no estará contemplado en los acuerdos de paz, lo cual augura una extensión del conflicto y de su crueldad hasta ahora no prevista y que favorecería la inestabilidad de la ya de por sí frágil, política interna ucraniana.

Fuera de la OTAN

Como lo había advertido la diplomacia rusa desde el año pasado, meses antes de que se planteara la invasión, el problema central del conflicto era el ingreso de Ucrania a la OTAN, pero, envalentonado por Occidente, Zelenky daba largas al asunto mientras que esperaba el escudo de la OTAN. Eso no ocurrió, y tras más de un mes de lucha contra las fuerzas invasoras rusas que ha costado miles de vidas, destrucción y una crisis económica de repercusión global, ahora Zelensky reconoce estar dispuesto a aceptar las reclamaciones del Kremlin.

Conjuntamente se plantea un estatus de neutralidad para Ucrania, lo que requeriría la participación de otros estados y potencias militares que garanticen su seguridad, así como el compromiso ruso de no agresión.

 

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