Cultura

Viaje por el paisaje interior de Tomás Sánchez

En su campo tiene legión de imitadores; su exposición Paisaje estará abierta en el Museo de Arte Costarricense hasta el 27 de noviembre.

Es 1965. Un joven está en el balcón del sexto piso de un edificio de apartamentos en La Habana. Ha decidido saltar. Quiere castigar a Dios. La mejor forma es lanzarse al vacío. La decisión está tomada. Buscó todas las respuestas en la religión y no las encontró. Es hora. Es la hora.

Cuando va a saltar un pensamiento se le cruza en el instante decisivo: y si me arrepiento a mitad de camino. La ley de la gravedad no se puede desafiar, pensó. La duda se convierte en epifanía. El paisaje desolador cede a la luz. Ahí renació, a sus 17 años, el que sería uno de los grandes representantes del paisajismo en la segunda mitad del siglo XX y comienzos del XXI: Tomás Sánchez.

Hoy es un cubano universal que ha forjado una leyenda y una obra inmensa a través de su larga carrera y en diversas geografías que incluyen a México, Estados Unidos y Costa Rica, países en los que ha residido.

A sus 68 años, Sánchez es un hombre tranquilo y sereno. Medita todos los días. Vive en Costa Rica a donde llegó para “esconderse”. Había tenido que salir de Cuba por motivos políticos y su destino inicial había sido México, pero en un momento dado se volvió imposible seguir allí de forma permanente.

Se traslada a Miami, pero en La Florida, los cubanos que adversan al régimen de Fidel Castro quieren convertirlo en su bandera y Sánchez no quiere estar en ese bando.

Tampoco quiere que la izquierda lo utilice. Solo es un artista que pretende expresarse por medio de sus múltiples recursos como dibujante, escultor, diseñador y, en especial, como pintor.

En medio de esos fuegos cruzados alguien le habló de Costa Rica. La gente, la vegetación y la posición neutral del país serían razones suficientes para quedarse, primero de manera temporal y luego de forma permanente.

UN REFUGIO

La tarde del jueves 29 de setiembre es fría y con amenaza de lluvia en Escazú, donde vive Sánchez. La cita es a las 2 p.m. En el aire hay vestigios de la ceniza del volcán Turrialba que por esos días se ha erigido en un coloso vivo y furioso. El artista ha pasado la mañana pintando uno de sus cuadros que constituirán su próxima exposición en la galería Marlborough, de Nueva York, en la que no expone desde 2005.

Estuvo tan concentrado, que se le había olvidado la cita con el equipo de UNIVERSIDAD. Por eso sale a recibirnos con su indumentaria de trabajo y se disculpa, “porque me puse a pintar y se me pasó el tiempo”.

En sus primeras palabras se puede apreciar un tono sincero y así será de principio a fin, lo que hizo que la entrevista se convirtiera en una extensa conversación sobre su vida, el arte, la meditación y sus retos presentes y futuros.

Nacido en Aguada de Pasajeros, Cienfuegos, Cuba, el 22 de mayo de 1948, Sánchez lleva ya 17 años de vivir en Costa Rica; sin embargo, solo ha realizado una exposición –Paisajes-, la que actualmente puede observarse en el Museo de Arte Costarricense.

La razón de ese aislamiento es que, precisamente, vino al país en busca de un refugio que le permitiera ese equilibrio personal y político.

“Vine a Costa Rica a esconderme. En Miami estaba todo lo político y los coleccionistas querían tratar directamente conmigo y desde hace más de 20 años tengo un contrato con la galería Marlborough y debo respetarlo. Además, han hecho muy buen trabajo con mi obra”.

En Costa Rica, no obstante, no solo encontró el refugio que buscaba, sino mucho más que eso: “Este es un pequeño paraíso. Quería salir a los parques, a las costas, a ver las variaciones de los bosques. Pocos países tienen lo que tiene Costa Rica y es su diversidad en un espacio tan pequeño”.

Su primera visita al país se produjo en 1995 y le gustó no solo el paisaje y la naturaleza, sino también la gente:

“A mí me sedujo la educación de la gente. Eso se ha perdido en mi país, Cuba, ahí la gente es educada solo cuando el dueño del lugar los obliga. En la calle no dan las gracias, no piden permiso, se ha perdido mucho. El cubano era muy educado, pero empezaron a perderse valores. Se están perdiendo los modales y el lenguaje. Es producto de las dificultades producidas en parte por el embargo y por la apatía de la gente. Al final se llegó a tener en mi país una clase dirigente y una clase dirigida, que es lo que ocurrió en todos los países socialistas”.

Sánchez, quien habla ampliamente de diversos temas, sostiene que los cambios políticos en su país empiezan a verse.

“Ahora que se está permitiendo en Cuba los negocios privados, se nota la creatividad de la gente, que pone lindo su negocio, que ya no solo beneficia al Estado. Se está dando una evolución que no se dio en 60 años”.

El proceso de apertura podría llevar a buen puerto a Cuba.

“Yo no soy de los que quiere que el gobierno cubano caiga estrepitosamente y vaya la extrema derecha de Miami a gobernar el país. Yo no creo que esa sea la salida. En Cuba debe haber más espacio para que se escuche a la gente. No puede haber un gobierno dirigido por una sola persona, con la opinión de esa persona prevaleciendo en todo, por más brillante que sea esa voz. Cuba sí se está abriendo. Uno ve que hay un cambio hacia una mentalidad más amplia. Se discuten cosas que no se discutían hace un tiempo. Sí creo que son muy cosméticos los cambios todavía y no estoy diciendo que el país se convierta en un capitalismo, en un liberalismo; no, de ninguna manera, porque veo, por ejemplo, cómo la vida se ha encarecido en Costa Rica. La banana de Costa Rica es más barata en Miami que aquí. No quiero eso. La leche de Costa Rica es más barata en Panamá o en República Dominicana que aquí”.

Sánchez, quien salió en 1980 de Cuba, primero con un permiso y después de forma permanente, reconoce que el arte en su país siempre gozó de grandes beneficios.

“Una de las grandes ideas de Fidel Castro fue hacer las escuelas de arte, que fueron durante mucho tiempo una maravilla. Lo mismo en música, que en ballet, que en teatro. Se lograron muchísimas cosas. Actualmente hay una crisis en las escuelas de arte, porque los estudiantes, ya cuando se gradúan, se van al extranjero. Una de las cosas que trato es de mantener un vínculo con la enseñanza artística de Cuba. Quiero reforzar ese vínculo”.

“El arte tuvo una época dorada que empezó a decaer con la caída del bloque soviético. Llegó un momento en que el movimiento artístico era tan grande, que el gobierno no sabía qué hacer con él. Era tan buena la enseñanza y las condiciones. Las ideas de cinco escuelas de arte en una, era impresionante. Yo estaba en artes plásticas, pero a la hora del almuerzo me sentaba con gente de ballet, de música, de danza. Eso hacía que los estudiantes aprendiéramos de las diferentes artes”.

De Cuba debió salir, cuenta, porque en un momento relacionaron su práctica del yoga con una forma subversiva y eso empezó a generarle problemas.

El ganar el concurso de dibujo Joan Miró, en 1980, marcó un antes y un después en su carrera. Eso le permitió hacer una exposición en Barcelona y le abrió puertas que en su momento ni siquiera había soñado.

VOCACIÓN TEMPRANA

La vocación de artista se le manifestó desde que era niño. Y desde entonces ha hecho un largo recorrido por una obra que ha pasado por el expresionismo y que desembocó en el paisajismo, que lo hizo famoso entre los coleccionistas del mundo entero.

Confiesa que de su etapa de niño no queda ningún rastro. Un dibujo que una maestra suya guardó con sumo cuidado, se lo llevó un día el huracán que azotó su escuela en Aguadas de Pasajeros en la provincia de Cienfuegos, Cuba. Ya en la adolescencia su sentido crítico lo llevó a destruir todo lo que creaba.

“Mi familia me dice que ya en mis primeras frases siempre dije que quería ser pintor. Tenía un tío, por parte de mi padre, que pintaba, y un tío, por parte de mi madre, que dibujaba y eso me fascinaba. De mi etapa de niño y adolescente no queda nada, porque yo todo lo destruía. Era ya muy crítico con lo que hacía. Me hubiera gustado ver mi evolución”. Su madre era pintora aficionada.

De su generación, de 18 estudiantes con los que empezó, solo él pinta en la actualidad, recuerda, mientras asegura que mantiene un vínculo con artistas de Cuba de 50 años para abajo, por la sencilla razón de que se entiende mejor con ellos.

“Yo no tuve hijos y entonces vivo pensando en proyectos y mantengo un gran entusiasmo, con la gente de mi generación no noto eso”.

Su línea de paisajismo ha creado escuela en Cuba y en el mundo entero, no obstante, esos artistas no le interesan, “porque no parten de ellos mismos; de su esencia”.

“Insisto mucho en la experiencia interior, porque cada uno tiene un mundo. La mente tiene muchos niveles y están archivadas muchas cosas. Cuando un artista va a Internet o a una revista a buscar inspiración ya está partiendo de una base errónea.
Hay muchos artistas en Cuba, Miami y América Latina que van detrás de lo que yo hago, pero no se ponen a analizar el concepto que hay detrás de mi pintura”.

Ello es crucial en su obra. Como lo fue el contacto que tuvo con la profesora Antonia Eiriz. Ella no le enseñó a pintar. Ella le enseñó a ver.

Dejan de lado, considera, lo esencial que es la manifestación del yo en esa pintura. “Recibo paisajistas de aquí de Costa Rica que quieren ver ante todo la técnica y eso no es lo importante.

“En el mundo me asombra la cantidad de buenos artistas que hay, pero al mismo tiempo me asombra la cantidad de gatos que se hacen pasar por liebres. Hay intereses de mercado que están manipulando, como el caso de curadores y críticos, y ponen a directores de museos a cantar con la música de los intereses del comercio. Hay un documental de Ben Lewis, que se dio cuenta de que algo andaba mal y descubrió todo el fraude de Demian Hertz y los young british artist, que manipulaban ese mercado”.

ESPEJOS

La vocación de Sánchez lo ha llevado a experimentar con el diseño de joyas, lo que hizo para una empresa italiana que crea joyas con la idea del “arte para portar”. Ello lo motivó a interesarse de nuevo por la escultura, arte en el que se califica como un artista incipiente.

De la sala principal de su casa, donde ha transcurrido más de la mitad de la entrevista, ahora nos movemos hacia el espacio donde están algunos de sus cuadros, muchos de los cuales valen en el mercado miles de dólares.

Así, por ejemplo, El Diario de Cuba informaba en su edición del 26 de noviembre de 2014, que el cuadro “Meditador y laguna escondida en el bosque” había sido vendido en $653.000 (¢352 millones) en la casa de subastas Sotheby’s.

El artista, desde luego, pasa de largo el valor que han alcanzado la mayoría de sus paisajes, por lo que más se le conoce, pero también ha hecho fotografía, muchas de ellas en las costas costarricenses, así como algunas otras manifestaciones en grabado e instalaciones.

“Lo que más he hecho en la vida es pintura, grabado, dibujo y diseño teatral, escenográfico y de muñecos, por la eventualidad que tuve de trabajar a la fuerza cuando tenía problemas en Cuba”.

En cuanto a la fotografía, Sánchez volvió a ella con mayor asiduidad, tras sufrir el primero de dos infartos. Su médico de cabecera Rafael Omar Pérez, fotógrafo él mismo, le recomendó esa práctica para que le ayudara a atenuar las dificultades por las que atravesaba en ese momento.

“La primera exposición que hice son fotografías de Guanacaste todas. Incluye fotos desde Playa Pelada hasta Bahía Salinas. La hice en Miami y tuvo muy buenos resultados. Luego la hice en el recinto Casa de Vacas, en Madrid, que aunque tiene un nombre feo, es un espacio muy lindo”.

“Nube ligera al anocher; Pequeña nube rosa; Arena cautiva; Drama; El mantra de las olas; Misterio de isla y rocas; El Tesoro; Inquieto aquí, sereno allá; Isla lejana; El hechizo y Sonido de ola en vertical”, son algunos de los títulos que conformaron esa primera gran exposición fotográfica.

“La gente me decía, pero eso lo arreglaste con fotoshop. Yo nunca había visto olas tan bien alineadas. En mi forma de componer, es la misma en la pintura que en la fotografía”.

EL SER HUMANO EXISTE

En su casa, el pintor tiene un taller para el óleo y otro para el acrílico
En su casa, el pintor tiene un taller para el óleo y otro para el acrílico

El pintor cuenta que un crítico cubano “que era muy comunista, pero que en cuanto pudo se fue para Nueva York”, aseguró que “sus paisajes eran deshumanizados porque no tenían la figura humana o porque eran muy pequeñitas”.

“A mí lo que me interesa es la relación del ser humano con la naturaleza. Por eso, todo el mundo prefiere poner el ser humano en primer plano. Yo no. Si observa (el pintor, quizá recordando su etapa como profesor en la Escuela Nacional de Arte (ENA) en los años setentas, muestra cómo las diminutas figuras humanas siempre están ubicados en zonas clave del paisaje) el ser humano tiene el lugar más importante en mi pintura, aunque sea pequeñita esa figura”.

José Ortega y Gasset afirmaba en Deshumanización del arte que el buen arte, el arte profundo, que toca al ser humano “tenía un algo”. “A mí me sale la pintura y uno no sabe cómo. Siempre he sido muy crítico conmigo. Hay amigos que se asombran de que a veces tengo un cuadro terminado y de pronto tapo la mitad de ese cuadro y vuelvo a pintarlo”.

En este momento, cuando ya han transcurrido más de dos horas de entrevista, el artista sigue expresándose con gran entusiasmo y toma al vuelo el tema para contar una anécdota que ilustra la raza de los artistas a la que pertenece.

“Una vez el pintor cubano Pedro Pablo Olivas, que es de mi generación, estaba pintando un cuadro en la Escuela de Arte y todo el mundo tenía que ver con ese cuadro. Yo iba todos los días a ver cómo iba y un día me lo encontré todo tapado. Y le dije, pero Pedro Pablo, cómo has hecho eso, si era un cuadro magnífico, y él me respondió: ‘yo no pinto para tener cuadros, yo pinto para aprender. Todo lo que estaba en ese cuadro, ya está en mí”.

CRÍTICO DE SÍ

Tomás Sánchez
Tomás Sánchez

En su otra gran temática, junto a los paisajes, está la basura como elemento presente en muchas de sus creaciones. Y el artista puntualiza que si se observan con cuidado las pinturas, en muchas de ellas, entre esa basura, aparecen varios de sus cuadros, es decir, él mismo se cuestiona hasta dónde el hombre produce y produce, y se hace eco de sus propios ruidos.

Por eso, afirma, que en sus paisajes y sus cuadros en general hay una lectura de dentro hacia afuera. Los paisajes que el observador ve, parecen realistas, porque guarda proporciones con eso que llaman realidad, pero en verdad son expresiones de su mundo exterior. Son paisajes interiores que ha concebido en su quehacer como artista y como hombre. Y aquí entra a jugar un rol fundamental la medicación como eje de su vida.

Desde que descubriera, muy joven, el yoga, encontró un lenguaje único para comunicarse con la vida. El Siddha yoga es la escuela que sigue y que practica a diario; por tal motivo, en su casa tiene un lugar especial dedicado a la meditación, que en su caso es tan relevante como el aire que respira.

“El ser humano lo que hace es adquirir cosas y producir basura o crear un basurero en su propia mente. Cuando uno va a meditar se la encuentra. De ahí que estos temas se contrapongan mucho en mi obra. Ello está presente, por ejemplo, en mis cuadros La batalla y Antagonismo”.

“Este cuadro que están viendo es una metáfora del valle de la meditación, que es el estadio en que uno logra estar en una quietud completa, donde ya no hay pensamientos. En ese estado uno no se turba; o sea, el pensamiento se ve pasar y se va, y uno sigue en estado meditativo. Este cuadro se llama pensamiento en nube”.

Ese espacio de meditación se trasvasa cuando el artista está pintando. Se tiene, asegura, una idea de la estructura y la composición, pero el proceso transcurre sin que el propio creador tenga conciencia de las formas y los elementos alineados en la obra, y es, hasta que hay un producto, que empieza a ver los elementos.

CON GARCÍA MÁRQUEZ

El libro Tomás Sánchez, de Edward J. Sullivan, está prologado por Gabriel García Márquez, con quien el artista mantuvo un contacto por muchas razones, entre ellas porque el escritor intercedió cuando él quería visitar de nuevo la isla.

“Cuando gané el Premio Joan Miró me invitaron al Palacio de la Revolución y me presentaron a García Márquez. Y en esa conversación estábamos Pablo Milanés, Eusebio Leal, historiador, Fidel Castro y alguien más que no recuerdo.

Después invité a García Márquez a que fuera a mi estudio. Me hizo varias visitas y hablamos. Después conversamos varias veces por teléfono. Cuando me iban a publicar un libro en Italia, a García Márquez acababan de hacerle una cirugía bastante importante y estaba recibiendo quimioterapia y alguien le habló de mi libro y él me llamó.

Antes debo decir que en el momento en que decido irme de México para Miami, yo tenía un compromiso con él de donarle una serie de seis serigrafías para la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. La edición se estaba haciendo en Colombia. Cuando me fui para Miami, de pronto pensaron que yo no iba a hacer esas serigrafías, pero yo me comuniqué y le di mi palabra. Y las hicimos. Eso provocó un acercamiento mayor.
Cuando volví a Cuba, él me invitó a la premier de una película sobre la salsa, que incluía por primera vez a Celia Cruz, que estaba proscrita en Cuba. Entonces, fue un encuentro muy simpático.

Cuando estaban haciendo el libro en Italia, él me llamó y casi no podía hablar por el efecto de la quimioterapia. Yo le dije que en otro momento podría escribir algo sobre mí, por su estado, y me dijo: ‘No, es que yo no sé cuándo tú vas a hacer otro libro. Y me dijo: ‘Este es tu tercer libro y es un libro importante y yo quiero hacerte unas palabras’. O sea, insistió. Entonces, Mercedes, su esposa, me dijo: ‘No, Tomás, si él está empeñado en hacer el prólogo, él se lo va a hacer’.

A mí me daba pena, porque a veces era Mercedes la que hablaba conmigo porque él no podía hablar. Hizo el texto a partir de las pocas conversaciones que habíamos tenido y se elaboró un texto muy al estilo de García Márquez. Tiene muchas fantasías. Hay cosas. Una fiesta que sitúa en La Habana, no fue en La Habana, fue en Madrid. Y eso de que yo quería ser santo, no lo dije yo, lo dijo Fidel Castro.

García Márquez era un buen hombre. Algunas veces podía ser muy crítico por la cercanía con Fidel. No voy a cuestionar su amistad y su admiración por Fidel, pero a veces yo notaba que él se desenvolvía en una burbuja, Mercedes se metía más en las casas de las gentes y se movía más. Él se movía a lugares muy específicos.

Él hubiera podido escribir, sobre Cuba, una novela mejor que Cien años de Soledad, si se hubiera metido con la base, con el pueblo, con la gente, con el surrealismo de Cuba”.

Tomás Sánchez es un hombre con muchos proyectos pendientes todavía. Al observarlo hablar de arte con tanta pasión y compromiso, se tiene la certeza de que aquella decisión postergada en el balcón de La Habana, enriqueció el arte de su país y de nuestra América, y de que le abrió a su protagonista la inigualable aventura de descubrirse a sí mismo.

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