Cultura

Una historia de humor exquisito jamás improvisado

Les Luthiers se despide de los escenarios del mundo y de Costa Rica, en medio del agradecimiento y la nostalgia para lo que representó un encuentro sin condiciones entre la agrupación y un público conectado desde la primera vez que actuaron en el país.

Los integrantes debieron retirarse con el fin de que los aplausos cesaran y el espectáculo pudiera empezar. Fue un momento impresionante. Se dio una conexión especial y extraordinaria con un pequeño detalle: las partes no se conocían. Sabían de sus existencias de forma remota. Justamente estaba a punto de darse la primera presentación en el país, pero la emoción y una especie de agradecimiento anticipado se había apoderado de la sala. Una situación inusual, si se piensa en el orden de los factores. Lo que sucede es que en el caso de Les Luthiers las matemáticas no son convencionales. Dos más dos nunca son cuatro. Y ese día, mucho menos. Ese día se fraguó un lazo entre el grupo y un público que ya era fiel antes de conocerle, que mantendría esa fidelidad a prueba de fuego y que tendrá su final 25 años después con las tres presentaciones que la agrupación realizará en el Teatro Melico Salazar, a tan solo dos cuadras de donde se dio aquel primer e inolvidable encuentro.

La anécdota la evoca, como si hubiera sucedido ayer, López Puccio, quien de esa manera reconocía que entre Les Luthiers y el público costarricense ya existía una conexión especial.

La difusión de los espectáculos de Les Luthiers entonces se daba por medio de discos compactos y casetes. No estaban en boga las redes sociales e Internet, aunque ya había hecho su aparición, no tenía la presencia ni la fuerza con que se le conoce en la actualidad.

Así que ese amor a segunda o tercera vista se había producido gracias al uso de una tecnología limitada y por las evocaciones de quienes los habían escuchado. En esa circunstancias se presentaron por primera vez y, en cada ocasión en que han vuelto, los espectadores nacionales los han recibido con admiración y respeto, por una obra que fue creciendo con el tiempo hasta conformar un amplio y único repertorio. 

La gran clave del éxito a lo largo de 55 años, Les Luthiers fue fundado en 1967, con Gerardo Masana como su principal impulsor, es su estilo de hacer humor, en el que nada se improvisa.

Aunque parezca que muchos de los giros, de los chistes y de las composiciones dejan algún espacio para la improvisación, nada más lejos de la verdad.

López Puccio lo confirmó en conversación con el Semanario UNIVERSIDAD, en la que explicó que jamás han improvisado y que cada detalle, cada aspecto de lo que el público observó a lo largo de la extensa trayectoria del grupo, fue el resultado de espectáculos cuidadosamente preparados.

“El humor de Les Luthiers siempre fue muy trabajado. Queríamos que pareciera espontáneo y eso era lo importante, pero en realidad había mucho trabajo detrás de todo”.

Para que ese humor fuera tan eficaz, certero e innovador tenía que provenir de una fuente no solo ingeniosa, sino también labrada con suma rigurosidad.

“Nosotros no teníamos nada espontáneo. Trabajamos muchas horas con mucho rigor para no improvisar absolutamente nada. Era necesario que pareciera que improvisábamos o que éramos espontáneos, pero era todo lo contrario. Todo estaba previsto. No recuerdo una sola vez en que yo haya improvisado”. 

Dar la impresión. Parecer. Eran dos formas de conquistar al público, pero detrás de esa naturalidad estaba el trabajo reiterado. Muchas horas de ensayos.

“El sentido de todo estaba en que se asumiera como que se improvisaba. Tenía que parecer que improvisábamos. Yo nunca he creído en la improvisación. Hay algunos humoristas que improvisan, pero, en mi caso, nunca, prefería trabajar mucho”.

Esa percepción de espontaneidad tenía que ser similar a la que ocurre, por ejemplo, en una buena novela, en la que todo parece fluir de manera natural, pero en realidad cuando ello sucede es porque el autor se ha gastado muchas horas en crear una estructura, una trama y un desenlace, de modo que todo parezca como si fuese parte de la vida misma, sin guion y hecha de espontaneidad.

“La literatura es así. Tiene que haber mucha elaboración para que el desenlace sea lo que espera el escritor, pero, para que se dé, antes lo ha preparado mucho. Lo ha trabajado mucho”.

Para Carlos López Puccio el humor de Les Luthiers jamás se improvisó. Ingresó al grupo en 1969. (Foto: Página 12)

De hecho, López Puccio, quien durante la conversación hizo gala de su buen humor y su disposición para compartir con los lectores de UNIVERSIDAD, explicó que cuando una propuesta no era recibida por el público como lo habían previsto en los ensayos, eso era motivo de una seria y rigurosa revisión, porque era necesario descubrir por qué motivo no había funcionado.

Y es que en el humor, a diferencia de lo que sucede, como, por ejemplo, en el drama, cuyas interpretaciones se pueden suceder desde distintos puntos de vista, aquel funciona o no funciona. 

Así lo cree López Puccio, quien enfatiza este aspecto, al tiempo que reconoce que en ello radica el reto de hacer composiciones humorísticas.

El sábado 4 de noviembre, en dos presentaciones, a las 5 p.m. y a las 8 p.m., en el Teatro Melico Salazar y el domingo a las 5 p.m., López Puccio, Jorge Maronna, Tomás Mayer-Wolf, Martín O’Connor, Horacio Tato Turano y Roberto Antier se despedirán con el espectáculo Más tropiezos de Mastropiero.

Es, dice López Puccio, una actuación para reírse las dos horas. Lo cuenta en clave Les Luthiers: “es mucho reísmo”. Y culmina la frase con una sonrisa.

De esa forma, pondrán punto y final a su relación con el público costarricense, que usualmente llenó sus presentaciones y que en el adiós cumplirá con el ritual que se repite desde 1998. 

Coherencia

Otra de las claves de Les Luthiers radica en la coherencia mostrada con su forma de hacer humor. En una entrevista con este redactor, en 2016, lo reconocía Martín O’Connor, ante la pregunta de ¿qué explicaba ese éxito tan prolongado?

“Yo creo que el éxito fundamentalmente es la coherencia. La coherencia que han tenido desde el primer instante que formaron el grupo, desde I Musicisti hasta que el flaco Masana conforma a Les Luthiers en el 67. Creo que han tenido una coherencia laboral, en criterios personales, y se han marcado pautas que se han respetado durante 50 años y eso es lo que mantuvo vivo al grupo. Su ideología de hacer un humor universal, neutral, sin alusiones personales, sin lugares temporales, creo que eso ha hecho que Les Luthiers sobreviva después de 50 años, y no solo sobreviva, sino que esté en plena vigencia”.

La agrupación siempre huyó —como lo explicó detalladamente López Puccio, al hablar del arduo trabajo que les conllevó siempre preparar los espectáculos— del humor fácil. Y eso tiene hondos tintes de coherencia. 

O’Connor lo puntualizaba con claridad y contundencia: “Precisamente es una de las claves del éxito: no caer en el facilismo, en la grosería, que ha estado de moda en los últimos años. Nunca aludimos a nadie en particular. Y sobre todo, en el tema de la corrupción, hubiera sido fácil hacer alguna alusión particular y que la gente suelte la carcajada. No fue el estilo de Les Luthiers y nunca lo será”. 

El humor de Les Luthiers tenía relación con lo atemporal. Se creaba una pieza con la idea de provocar la risa, pero desde una propuesta bien armada, que no requiriera atacar a figuras de la actualidad política.

“Por eso me refería al tema de la neutralidad y la atemporalidad. Uno ve un sketch y piensa que fue escrito hace 20 años y si revisas el video de hace 20 años no se cambió ni una coma y funciona. Parece que lo hubiéramos escrito ayer. Lo que va mutando es la sociedad, no el humor de Les Luthiers”, sostenía O’Connor. 

La hora definitiva

López Puccio, quien estuvo ligado al grupo desde 1969 en condición de músico contratado y desde 1971 como socio de la agrupación, expresó que la decisión de decir adiós a los escenarios no fue fácil, porque surgieron de inmediato los sentimientos encontrados. 

Históricos, de izquierda a derecha: Jorge Maronna, Carlos Núñez, Carlos López Puccio, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, estos dos últimos ya fallecidos. (Foto: Internet)

Por un lado, estaba la necesidad de descansar después de una trayectoria que sobrepasa el medio siglo y, por otro, prevalecía la certeza de que todavía ahí afuera hay un público siempre dispuesto a disfrutar de su humor hasta ahora inimitable en ninguna parte del mundo.

No hay un grupo que les haga sombra, y es que crear sus propias composiciones, con sus propios instrumentos, y luego realizar una puesta en escena marca Les Luthiers parece no tener parangón. 

Hay imitadores de poco vuelo e incluso en Internet circulan textos apócrifos del grupo, lo que de alguna manera enlaza con ese ejercicio de humor que ellos practican, pero hasta el momento no hay propuestas trabajadas que se acerquen a lo que hacen desde 1967. 

Los comienzos, sin embargo, no fueron tan prometedores como es la realidad actual del grupo que dirá adiós, sino que tuvieron que pasar por fases en las que las audiencias eran pequeñas y no existía ninguna certidumbre de si ese humor que practicaban iba a permitirles algún día dedicarse por completo a dicha actividad.

El libro del escritor Daniel Samper Pizano, Les Luthiers de la L a la S, recoge este pasaje que permite ver cómo fue aquel inicio de la agrupación.

“Y es que todos los días, cuando tenían que hacer cadena humana para guardar los instrumentos en el viejo Renault 4 de Núñez (Carlos) para llevarlos a casa, este decía:

—Un día vamos a ser ricos, y tendremos nuestro propio ómnibus para nosotros y los instrumentos.

Los demás se miraban entre sí con cierta compasión y no faltaba algún gesto preocupado por los progresos que hacía la enfermedad mental en el iluso pianista.

—Será un ómnibus grande y resplandeciente, con televisor interior y baño, y un compartimento acolchonado para los instrumentos —proseguía Núñez—, y terminaba por lo general la descripción de su quimera desencajado y arrojando babas, mientras sus compañeros se marchaban en taxi.

Y es que entonces solo a un loco, a un maniático, a un demente desnaturalizado se le habría ocurrido pensar que podrían llegar a tener un ómnibus como el que hoy ocupan cuando viajan por España. Los tiempos eran duros”. 

De hecho, López Puccio, cuando recuerda la forma en que le propusieron que se hiciera socio de Les Luthiers, siempre evoca, con fina ironía, ese sentimiento de salto al vacío que había detrás de aquel llamado.

“Me invitaban a hacerme socio de una desventura, de una bancarrota y, naturalmente, acepté”.

De ahí que a los 77 años, López Puccio, quien es graduado en dirección orquestal de la Universidad de La Plata, y Jorge Maronna acordaron que era tiempo de decir adiós. 

La gira de despedida los ha llevado por la geografía de Argentina, España, Uruguay, Costa Rica y próximamente a Perú, entre otros lugares.

El escritor Álex Grijelmo, gran admirador de Les Luthiers, decía que según sus cálculos habían producido, antes de esta gira final, unos 4.400 millones de risas. 

A lo que responde López Puccio: “Álex Grijelmo es un amigo y quizá exageró cuando dijo esa cifra. Es muy importante reírse, pero lograrlo es difícil. Se requiere de mucho trabajo y eso es lo que hemos hecho a lo largo de estos años”.

Como en el principio el panorama no era tan claro como lo fue luego, algunos no avizoraban tan claro el futuro, recordó López Puccio.

“Daniel Rabinovich, cuando estábamos entre los 20 y los 30 años, dijo que él no se imaginaba a un Les Luthiers de 40 años y vea cuánto se equivocó, ya han pasado 55 años en el escenario”. (Risas). 

Medio siglo en escena desgasta, aunque haya nostalgia en el horizonte por el adiós anunciado.

En los lugares en que se presentaron previo a sus actuaciones en Costa Rica, se escucharon voces reiteradas con el “gracias, gracias, gracias, gracias”.

“Hemos visto, en medio de la alegría y de las risas, hasta una lágrima entre el público”, detallaba López Puccio.

Un momento cumbre

A pesar de la entrega incondicional del público en los diferentes escenarios del mundo,  López Puccio destacó que la concesión del Princesa de Asturias de 2017, de Comunicación y Humanidades, fue un momento cumbre y único. Ese constituyó el mejor premio que recibieron. 

“Ese premio representó muchísimo para el grupo. Fue lo máximo. De pronto descubrimos que el premio lo había ganado Woody Allen, Francis Ford Coppola, Zygmung Bauman y nosotros estábamos ahí. Pasamos una semana extraordinaria. Fue un gran momento”. 

El que luego de 50 años de trayectoria les otorgaran el Princesa de Asturias les hacía entrar en los recintos de la consagración por derecho propio.

Aquellos soñadores que en un principio iban para arquitecto (Gerardo Masana), músico director de orquesta (Carlos López Puccio), médico (Jorge Maronna), abogado (Daniel Rabinovich), químico (Carlos Núñez) y para locutor (Marcos Mundstock) terminaron como artistas a tiempo completo, aunque al principio aquella decisión parecía un auténtico despropósito. Al final, el Princesa de Asturias se convertía en una formalidad que validaba la herencia que el grupo fue cultivando en cada una de sus presentaciones.

El jurado del premio, presidido por Víctor García de la Concha, quien fue director de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), puntualizaba en las razones de la elección: “Nacido hace medio siglo en el ámbito universitario, es uno de los principales comunicadores de la cultura iberoamericana desde la creación artística y el humor. Su original tratamiento del lenguaje, de los instrumentos musicales y de la acción escénica atrae a cientos de miles de espectadores de todas las generaciones, que han convertido a Les Luthiers en un espejo crítico y en un referente de libertad en la sociedad contemporánea”. 

A Marcos Mundstock, quien fallecería el 22 de abril de 2020, le correspondió dar el discurso de aceptación en el Teatro Campoamor, en Oviedo.

“Antes que nada, queremos dedicar este premio a la memoria de nuestros queridos hermanos que ya no están, Gerardo Masana y Daniel Rabinovich. 

También, deseamos compartir este gran honor con nuestros actuales compañeros de Les Luthiers: Tato Turano, Martín O’Connor, Tomás Mayer Wolf y Roberto Antier. 

Y con nuestra ‘familia española’, los que están y los que ya han partido y añoramos, José Luis Coll, Miguel Gila, el Tricicle, Joan Manuel Serrat, Pepe Caturla, Rafael Estrella… Y Álex Grijelmo, que presentó nuestra candidatura al Princesa de Asturias en varias oportunidades… ¡Qué suerte que esta vez se haya salido con la suya!… ¡Más que nada nos alegramos por él! 

¡(Porque) si fuera por nosotros!… Más aún, nosotros vamos a echar de menos esas nominaciones… que nos llenaban de incertidumbre, de ansiedad…, de frustración. Es que habíamos llegado a encariñarnos con el hecho de ser candidatos: no ganábamos, pero salíamos en la prensa… los amigos nos felicitaban… (dramático). Ahora que nos han dado el premio, solo esperamos que nuestros amigos no se olviden de nosotros”. 

Y ya, en un tono más serio, apuntaba: “El ejercicio del humorismo, profesional o doméstico, más refinado o más burdo, oral, escrito o mímico, dibujado… mejora la vida, permite contemplar las cosas de una manera distinta… lúdica, pero sobre todo lúcida… a la cual no llegan otros mecanismos de la razón. El humorismo no depende de estar de buen humor o de mal humor, o de un humor de perros (que es cuando no movemos el rabo). Hay gente que siempre está de buen humor, pero es incapaz de entender un chiste. No importa, el sentido del humor se aprende y mejora con la práctica: nadie nace riendo. 

“El humorismo es siempre social. Uno no se cuenta un chiste a sí mismo, sino a los amigos o conocidos, en el trabajo, en el bar o en un velorio. ¡El humorismo, señoras y señores, es comunicación!”.

Noviembre será testigo del adiós definitivo a Les Luthiers y López Puccio lo resume con estas palabras: “Estamos encantados de despedirnos del público costarricense”. Se cerrará el círculo, probablemente tal y como comenzó: con un prolongado y sentido aplauso. Como aquella noche de 1998 en el Teatro Nacional.

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