Cultura

Pasión infinita por la ciencia y la filosofía  

El filósofo, científico y matemático argentino Mario Bunge cumplió el pasado 21 de septiembre cien años y su espíritu sigue intacto, al tiempo que su vocación de polemista continúa más fresca que nunca.

Ni aun a sus 100 años Mario Bunge deja de dar respuestas sorprendentes, picantes y profundas, las cuales son fruto de una vida dedicada a la ciencia y a la filosofía, trincheras desde las que defiende la seriedad en el abordaje de los temas por encima de la superficialidad que prevalece en los tiempos actuales.

El 21 de setiembre pasado, Bunge cumplió de forma oficial un siglo de vida, y fiel a la tradición de siempre mirar al futuro con una visión crítica, producto de una lectura contundente de la realidad, prepara un libro de ensayos de pronta publicación.

Mario Bunge llegó el 21 de setiembre a los 100 años y conserva una envidiable lucidez. (Foto: Internet).

Ello revela cómo su espíritu inquieto continúa hurgando en los tiempos actuales en busca de nuevas claves para entender al ser humano desde la física, la matemática, la cultura y la filosofía, esta última una de sus formas predilectas de abordar la existencia del hombre en el universo.

Nacido en Buenos Aires, Argentina, Bunge lleva 50 años radicado en Canadá, por eso en sus más recientes entrevistas declaró que ya no entiende a su país, incluso con su humor e ironía deja entrever que Argentina no existe para él y que dejó pasar, hace más de medio siglo, la posibilidad de ser una gran nación.

Ganador del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, el cual le fue otorgado en 1982, el mismo año que el colombiano Gabriel García Márquez obtenía el Premio Nobel de Literatura, Bunge es, en efecto, un gran comunicador.

Umbero Eco (2000), George Steiner (2001), Ryszard Kapuscinski (2003), Hans Magnus Enzensberger (2002), José Ferrater Mora (1985) y Pedro Laín Entralgo (1989) han sido algunos de los premiados en la citada categoría en que fue distinguido el pensador argentino.

Y es que dicho premio destaca una gran característica de Bunge: siempre ha sido un gran comunicador, en especial a través de sus numerosos libros, entre los que se encuentran: La ciencia, su método y su filosofía (1960); Intuición y ciencia (1962); Tratado de filosofía (2001, cuatro volúmenes ); Provocaciones (2012); Mitos, hechos y razones (2004); Ética y ciencia (1960); Ciencia y realidad (1960); Temas de educación popular (1943) y Memorias: entre dos mundos (2014), entre muchos otros.

SIN TREGUA

Polémico, provocador, analista y siempre combativo, Bunge es un enamorado total de la filosofía, esa que es capaz de alumbrar y acompañar a la ciencia, cuyo método, si bien no es infalible, sí es el que tiene la capacidad de arrojar luz sobre los fenómenos que en un principio le parecen extraños e inexplicables al hombre, esa criatura que fruto de su evolución llegó a convertirse en ese ser pensante que procura dominar cada segundo la naturaleza, en una batalla sin tregua que ya acumula millones de años.

Cualquiera pensaría que a sus 100 años es un hombre tranquilo que se queda quieto en su casa en Montreal, Canadá, porque esa tarea de agitar al mundo le corresponde a los más jóvenes: nada más alejado de la verdad.

Cada día Bunge se levanta con la determinación de doblegar algún aspecto desafiante de la realidad, tarea a la que se ha consagrado a lo largo de una vida intelectual que le ha valido más de 20 doctorados honoris causa en diversas universidades del mundo entero.

En la conversación que sostuvo con El País, de España, y que ese medio publicó el día exacto de su centenario cumpleaños, aseguró: “La política internacional me parece un desastre y los populismos de derecha son alarmantes”.

Este es un rasgo que también lo ha distinguido a lo largo de su extensa vida: su vocación para lanzarse al agua y dar sus puntos de vista sin temor a que lo tilden de excesivo o de polemista.

A Bunge lo que le interesa es que a partir de la discusión, del análisis, del involucrarse hasta los tuétanos en un determinado tema, el ser humano pueda contar con elementos para entender más y mejor su entorno, su relación con el otro y el mundo que habita por ese azar que propició el milagro de la evolución.

Su postura siempre crítica explica el porqué no tiene reparos para poner a la filosofía, esta área del pensamiento contra las cuerdas, pese a su amor declarado a esa actividad que hasta ahora le mantiene vivo y muy activo.

“La filosofía está pasando por un mal trance, porque no hay pensamiento original, casi todos los profesores de filosofía lo que hacen es comentar a los filósofos del pasado, no abordan problemas nuevos, como el que mencioné de los problemas inversos”.

A Canadá llegó para dar clases en la Universidad de McGill y desde entonces hizo de esta tierra del norte su hogar.

“La ciencia y la filosofía, de hecho, están unidas. La investigación científica tiene supuestos filosóficos y consecuencias filosóficas. Por ejemplo, los experimentos con las ondas gravitatorias muestran que el espacio es material, puesto que el espacio puede arrugarse y cambiar, es algo material, no matemático. Otro componente filosófico de la ciencia es el respeto por la verdad, por ejemplo, que es un mandamiento moral o ético para los científicos”.

De ahí que ante las denominadas pseudociencias Bunge sea hipercrítico, y cuando se refiere a ellas no tiene clemencia para desbaratar los falsos discursos que se mueven por un mundo en el que los oscurantismo todavía prevalecen, pese a que hace ya mucho rato la edad media quedó atrás.

“Las pseudociencias son muy populares porque no exigen investigación científica, pero son realmente peligrosas. La medicina es limitada, pero las pseudomedicinas y los que dan malos consejos y dejan que la enfermedad se desarrolle mientras dan agüitas de colores son un peligro”.

Y como su estilo es siempre rematar al oponente, presente o ausente, así de implacable es con esas falsas visiones: “Pero también son peligrosas las pseudociencias sociales, como los economistas que asesoran a gobiernos que pretenden resolver problemas económicos tomando préstamos que van a pesar sobre varias generaciones. O los asesores que aconsejan austeridad, cuando lo que hay que hacer es gastar en productos útiles”.

¿Y LOS EXISTENCIALISTAS?

A Bunge le asiste el verbo, incluso a sus cien años, por tal motivo continúa fiel a esa forma de hablar con contundencia, sin medias tintas como suele suceder en muchos círculos académicos por el temor a no herir susceptibilidades.

Por eso en las entrevistas que dio en su centenario, pocos quedaron de pie tras sus palabras. Entre los que más palos recibieron fueron los defensores de la corriente existencialista, esa que en Europa, según sus palabras, está tan debilitada, aunque encuentre defensores en la América Latina de hoy.

Cuando el periodista Alfredo Serra le preguntó por qué esa animadversión hacia los existencialistas, Bunge le respondió: “Porque los existencialistas han tirado su cerebro a la basura. Son lacrimógenos. No se basan en la idea de vivir y entender el mundo. Desprecian la ciencia y la matemática. Es una doctrina sombría que solo sirve para deprimirse, destruirse, destruir. Y para colmo, ciertos escritos de Heidegger (Martin, filósofo alemán, 1889-1976) fueron usados por el nazismo”.

En un mundo en el que las superficialidades están a flor de piel y se propagan como la pólvora en las dominantes redes sociales: Facebook, Twitter e Instagram, entre otras, cuando se escucha desde la lejanía una voz como la Bunge parece surgir un destello de esperanza, una certeza de que no todo está perdido, de que el pensamiento profundo, acompañado de la ciencia y la filosofía, pese a las tendencias de la educación que las excluye, todavía tiene una oportunidad en el universo.

Como en toda vida y como sucede en el cine, siempre hay un punto de quiebre que cambia las historias personales y colectivas. A él le sucedió en 1956, cuando tenía 37 años y tuvo como escenario una clase de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, Argentina.

Al insistirle Serra el porqué de ese momento tan trascendente en su vida, Bunge dijo:

“Cambié de profesión. De científico a filósofo”.

La afirmación no es menor y podría servir para suscitar cientos de debates entre un área y otra y el porqué este profesor se decantó por privilegiar el pensamiento antes que a la ciencia, aunque en su vida ambas siempre han caminado de la mano o a distancias muy cortas entre ellas.

El pensamiento, que en muchos casos ha sido confundido con la memoria, tampoco disfruta de sus mejores tiempos, porque los niveles de falta de profundidad han alcanzado cuotas exageradas, y tocan directamente incluso a lo que ocurre en las aulas universitarias.

“…El sistema educativo no exige pensar: solo memorizar. Un concepto se retiene en la memoria, pero nadie se pregunta qué significa. Ni lo refuta, que es peor. Pero no es un mal exclusivo de la Argentina. En general, las ideas más importantes están ausentes en los programas. Las guerras crean armas cada vez más mortíferas para controlar al mundo, pero no piensan en la escuela. Recuerdo los murmullos en los pasillos de la universidad. Memorizaban, pero las ideas no les importaban en lo más mínimo”.

El planteamiento de Bunge toca directamente a lo que sucede en Costa Rica, donde según determinó el más reciente informe del Estado de la Educación, los niños de primaria, de sexto grado, llegan a este nivel y no son capaces de entender lo que leen. Es decir, comprenden que diga, por ejemplo, “la casa es azul”, pero son incapaces de hacer una interpretación con base en dicha frase.

La situación sería pasajera si la historia termina ahí, pero se ha llegado a decir por especialistas en lenguaje, como Rosaura Salazar del Tecnológico de Costa Rica, que muchos de los alumnos que se matriculan en esa casa de estudios no saben leer ni escribir en el sentido de manejar ambas habilidades con la destreza que exige el nivel universitario.

De ahí que para quien pudiera pensar que las reflexiones de Bunge están distantes de la realidad nacional, nada más alejado de lo que indican los hechos.

El escritor y filósofo ha publicado numerosos libros a lo largo de su extensa vida con títulos que abordan amplitud de temas de interés para las ciencias y la condición humana. (Foto: Internet).

LAS DELICIAS DE PENSAR

En una entrevista que diera en la Universidad de Murcia, España, en 2008, Bunge dejó un sinnúmero de perlas en la conversación con Pascual Vera y evidenció así, en un ejercicio de performatividad, cómo el pensar se puede convertir en un placer enorme del espíritu, al tiempo que se filosofa sobre el mundo en que habita el homo sapiens.

Al referirse al mundo que prevalece en este siglo XXI, dominado por el exceso de información, dejó palabras que parecen haber pronunciado ayer, en este caso sobre la educación a la que debería apuntarse. “Hacia un tipo muy diferente del que se imparte ahora: menos memorización, más discusión, más trabajos experimentales. En las escuelas secundarias, los laboratorios prácticamente no existen. Hay que aumentar el número de laboratorios y de talleres. En los países iberoamericanos tenemos una pésima tradición de desprecio por el trabajo manual. Hay que enseñar a manejar las manos desde la escuela primaria”.

Y ya entonces dejaba claro que la información no puede ser un medio en sí mismo, como ocurre tantas veces en estos años actuales: “Si solo hay información, no hay nada. La información es un medio no un fin. El fin de la comprensión es el conocimiento, y para ello hace falta asimilar, entender esa información, filtrarla. Como usted bien dice, hay exceso de información, lo contrario de lo que existía en mi tiempo: entonces había carencia, pero ahora hay demasiada. La única manera de gestionar ese gran flujo de información es construir filtros críticos, volverse escéptico, evaluar, seleccionar toda la información que se recibe”.

Prueba de esa necesidad de filtros responsables es lo que dice la Wikipedia del propio Bunge, sobre la que él mismo ironiza: “A veces se genera desinformación. El otro día miré lo que decía Wikipedia de mí. Me enteré de que estuve viviendo en Caracas, donde no he vivido en mi vida, y de que nunca terminé mis estudios universitarios. La facilidad con que concurre hoy día la información es ambigua. Por otro lado, los estudiantes apenas concurren hoy a las bibliotecas, no se mueven de los ordenadores. Toda esta tecnología posee grandes ventajas para el investigador, pero para quien no piensa nada más que en divertirse es nociva”.

Si aún no se ha topado con un libro de Bunge y no ha empezado un diálogo con este pensador centenario y apasionado de la ciencia y la filosofía, quizá sea hora de tener un encuentro con este agitador, polemista, filósofo y hombre de ciencia, que hoy día trabaja en su próximo libro de ensayos, porque la pasión y el futuro son infinitos.

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