Cultura

Óscar Aguilar Bulgarelli en estado puro

Mi vida… a mi manera son las memorias del autor en las que hace un amplio repaso de su vida familiar y pública, y evoca pasajes en los que le tocó impulsar grandes proyectos como la creación de la UNED o fundar la Escuela de Geografía de la UNA.

Las memorias de Óscar Aguilar Bulgarelli tenían necesariamente que ser voluminosas y escritas en un lenguaje más oral que académico, para así retratar de la mejor manera a su autor, que ha tenido una intensa vida pública y que se metió en proyectos cuya salida parecía imposible, pero en los que siempre vio la luz al final de la jornada.

Al cumplir sus 80 años, Aguilar Bulgarelli decidió hacer un extenso repaso por su vida familiar, el mundo académico que frecuentó, la política y los medios de comunicación, con los cuales se empezó a vincular desde que era un niño, dado que su padre, José Ramón Aguilar, fue el fundador el 15 de septiembre de 1948 de Radio América Latina.

El libro aborda la vida pública y familiar de Aguilar Bulgarelli. (Portada de Mi vida… a mi manera)

El resultado es un libro cuya mejor manera de leer es de un tirón, pues de lo contrario el llegar al final de las 660 páginas puede convertirse en un desafío impropio de estos tiempos, en los cuales la batalla entre la escritura y el audiovisual es una guerra que va ganando de manera contundente este segundo apartado.

Mi vida… a mi manera son unas memorias que, en general, siguen un desarrollo cronológico, aunque, en la segunda de las cuatro partes del libro, el autor advierte a sus lectores de que romperá ese esquema y pasará a una narración más jerárquica, con el fin de poder abarcar el ancho espectro de retos y desafíos que asumió a lo largo de su vida.

Quienes hayan tratado a este doctor en Historia, que trabajó en la Universidad de Costa Rica (UCR), en la Universidad Nacional (UNA), en la Universidad Estatal a Distancia (UNED), fue diputado, fundador del Sistema Nacional de Radio y Televisión (Sinart) en 1978, se percatarán, conforme avancen en el libro, de que la voz de Aguilar Bulgarelli es inconfundible y que él durante toda su vida ha sido de mecha corta, rasgo que ya no cambiará y que se nota en numerosos tramos del texto.

Las memorias de Aguilar Bulgarelli, de entrada, no tienen ninguna pretensión literaria, sino más bien testimonial. El autor quiere dejar para la posteridad cómo se hizo en las luchas de la vida y cómo el primer ejemplo de todo ello fueron sus abuelos, pero, ante todo y sobre todo, sus padres: don José Ramón Aguilar y doña Adela Bulgarelli.

Quien solo conoce una faceta, de las muchas que ha desempeñado en su vida, se quedará con visión inconclusa, porque para entender al protagonista de estas memorias hay que acercarse al emprendedor, quien fue vendedor de publicidad de la radio de su padre, al que en algunos momentos fue periodista, locutor, e incluso chequeador de entradas en el Cine Martí, ubicado en Barrio Cuba, propiedad de su familia.

Aguilar Bulgarelli destaca la importancia que tuvieron sus padres don José Ramón Aguilar y doña Adela Bulgarelli. (Foto tomada de Mi vida… a mi manera)

A esos Aguilar Bulgarelli hay que añadir al joven profesor que un día decidió hacer un giro en su vida y salir a buscar trabajo fuera del ámbito familiar, con tan buena suerte que la primera puerta que tocó, en el Colegio La Salle, se le abrió. También hay que acercarse al profesor universitario, al administrativo que impulsó la Cátedra de Ciencias de la Tierra y del Mar en la Universidad Nacional y que fue el que redactó el proyecto que dio origen a la UNED y que se batió en muchas contiendas.

Precisamente, uno de los mejores aportes de sus memorias es ver, por primera vez, al Aguilar Bulgarelli en toda su dimensión, con la familia como punto de encuentro y de partida y con su visión socialcristiana que resalta en no pocas páginas del libro, así como su distancia sideral de todo aquello que se asocie con el Partido Liberación Nacional (PLN), pese a lo cual tuvo que trabajar, a veces, al lado de declarados liberacionistas, ya fuese en la Escuela de Estudios Generales de la UCR, en la UNA, donde quien presidía la Comisión Ad Hoc y terminó por ser el rector era el padre Benjamín Núñez, un conocido figuerista de cepa.

Mi vida… a mi manera deja claro que la existencia es como decía aquella vieja y citada frase de The Beatles: “La vida es lo que nos sucede mientras hacemos nuestros planes”. Eso es, justamente, lo que le ocurrió a Aguilar Bulgarelli, quien pasó de los negocios familiares de sus padres a la academia y de ahí saltó a la política, sin muchos planes, sin muchas teorías que sustentaran su hacer y sí con un evidente pragmatismo.

Los recados del autor

Como no podía ser de otra manera, Aguilar Bulgarelli va dejando recados a uno y otro lado del Atlántico en estas voluminosas memorias. Uno de los que más llama la atención es cuando registra una anécdota que le sucedió con Óscar Arias Sánchez.

En la página 293, tras contar cómo fue que se convirtió en articulista de La Nación, a la que critica en sus memorias sin reparos, escribió: “El segundo hecho fue una amarga experiencia con Óscar Arias Sánchez. Siendo yo decano de la Facultad de Ciencias de la Tierra y el Mar en la UNA, llegó don Francisco Antonio Pachecho y me dijo que Arias quería hablar conmigo y que si aceptaba ir a cenar con él. Como ministro de Planificación, también era miembro de la Comisión Ad Hoc, por lo que pensé que la intención era tratar temas de la universidad y la facultad, por lo que acepté la invitación. Aquella noche de mediados de julio de 1974 llegamos al Restaurant La Bastille en el Paseo Colón, por aquellos años de gran calidad y altos precios, Óscar Arias S., Francisco Antonio Pacheco, el Dr. Roberto Murillo (QdDg) filósofo y también miembro de la Comisión Ad Hoc.

“Después de los saludos de rigor, cada uno con una copa de vino, empezó una conversación sobre temas de filosofía en la que Platón, Sócrates o Kant, desfilaron por aquella mesa al igual que las viandas que cada uno había pedido. Precisamente, estaba a punto de terminar mis ‘puntas de lomito a la jalapeña’ y pedir el postre, cuando interrumpiendo la conversación con ribetes filosóficos, le hice la más prosaica pregunta al anfitrión:

—Bueno, don Óscar, todo esto está muy bonito y sabroso, pero… ¿para qué me invitó?

—Hombre… bueno, ehhh, vea Óscar, es que yo voy a ser candidato a la presidencia de la República.

En aquel momento el último trozo del lomito se me atragantó en la garganta, y solo atiné a decir:

¿Qué, cuándo, cómo? No le entiendo. Yo nunca he sido liberacionista, no soy liberacionista y jamás seré liberacionista.

—Pues sí, esa decisión está tomada, no sé cuándo y para ello debo prepararme, para eso lo necesito y no importa que usted no sea ni vaya a ser liberacionista.

Cada vez estaba yo más perplejo, y aquel monumento al engreimiento, continuó diciendo.

—Yo me he ido preparando, ya soy abogado, tengo mi doctorado en Inglaterra, soy ministro y tal vez solo me falta ser diputado, antes que candidato —y soltó una frase que me dejó perplejo pues afirmó— yo estoy dispuesto a recorrer el país, abrazar gente maloliente y alzar chiquillos mocosos… pero me falta una cosa: publicaciones. Ahí entra usted junto con un grupo que estoy formando.

Posiblemente aquella frase me había dejado aturdido, pues solo le pregunté de nuevo: ¿cómo? y sin dejarme decir más, me espetó esta frase:

—Muy fácil, si a mí se me ocurre un tema para hacer un artículo, digamos sobre educación, yo lo llamo, discutimos un poco el tema, usted lo escribe y luego yo lo reviso y publico. Igual, si tengo la idea de algo más extenso como un libro, también discutimos las ideas, el guion, la metodología, incluso puedo pagarle a un asistente que le ayude, usted lo escribe, luego lo reviso y publico con mi nombre.

Yo no daba crédito a lo que me estaba proponiendo aquel pseudo político, jugando a intelectual. En eso llegó el postre, yo estaba que hervía por dentro, por lo que guardando los modales dado el lugar en que estábamos, con voz pausada pero firme, sin subir los decibeles, le respondí:

—Vea Óscar —por siempre le quité el trato de don— ya entiendo, usted lo que anda buscando es un mercenario intelectual”.

Otro de los recados que Aguilar Bulgarelli deja es al periodista y escritor Armando Vargas, a quien responsabiliza de que en el Sinart se perdieran numerosas grabaciones de programas nacionales. En la página 372, sostiene:

“[…] Ocurrió durante la Administración Monge Álvarez, que nombró al periodista Armando Vargas Araya como secretario de información a cargo del Sinart y a Manuel López Trigo como director general. Pues bien, el primer exdirector de Noticias Monumental, y siguiendo los acuerdos con los medios privados de destruir la institución, giró instrucciones a su subordinado López T. para que grabara todos los discursos y presentaciones del presidente Monge y del candidato Óscar Arias y para ello borrara y regrabara en los casetes de Noches de Teatro donde la señora de Lev, los hermanos Catania, Lucho Barahona y tantos otros nos deleitaron y la Orquesta Sinfónica del Sinart, sin importar que estaban borrando piezas invaluables de la Historia Cultural de Costa Rica; ¡Y ASÍ LO HICIERON!, cometiendo un delito de lesa cultura, del cual me enteré casi diez años después.

Ahora y como son las cosas en nuestro país, solo falta que les den el Premio Magón… a los que estén vivos”.

Al que fuera director de La Nación, en los años 80, Guido Fernández, ya fallecido, Aguilar Bulgarelli también le criticó en su momento su ética periodística y así recoge ese hecho en las páginas 370-371, a raíz de un editorial del mencionado medio en el que cuestionaban la validez de una orquesta sinfónica en manos del Sinart.

El valor de un buen maestro

No todos son dardos envenenados en las memorias de Aguilar Bulgarelli, también hay espacio para rendir tributos a personas que fueron de suma relevancia para el autor del libro.

Uno de los mayores homenajes es a Antolín Espinoza, quien fuera maestro de Aguilar Bulgarelli en la primaria en la Escuela Don Bosco, y por quien por primera vez supo de Marcos Ramírez, de Carlos Luis Fallas, un libro que ejercería una significativa influencia en el autor de Mi vida… a mi manera.

Cuando Aguilar Bulgarelli impulsa la adaptación de Marcos Ramírez para transmitirla para Canal 13, tenía en muy presente a don Antolín Espinoza, quien el día de la presentación de la serie en el Instituto Nacional de Seguros (INS), recibiría un cálido homenaje por parte del presidente Rodrigo Carazo.

No estaba en el guion de esa noche que el primer mandatario de la república destacara en específico la labor de aquel insigne maestro, que ya pensionado disfrutaba de sus años alejado de las aulas y que no se imaginaba una noche como la que vivió ese 13 de enero de 1980.

“Iniciado el acto, como era lógico, se le dio la palabra a don Rodrigo Carazo como presidente de la república, quien se refirió a la importancia que tienen los maestros como portadores de los valores y tradiciones costarricenses, que ellos sean bastiones de nuestra cultura y que, el buen maestro, era el que lograba desarrollar la inteligencia e imaginación libre de sus estudiantes, para resumir el bello discurso de Carazo aquella noche. Pero faltaba lo mejor e inolvidable; dijo el presidente:

—Aquí tenemos un ejemplo del buen maestro, que por saber infundir en el alma de un niño el amor a lo nuestro, hoy podemos gozar de esta obra… les pido un aplauso de pie para don Antolín.

El homenaje sincero, impensado, salido del alma. Se convirtió en un aplauso largo y sonoro, el mayor que yo haya escuchado y las lágrimas emocionadas del MAESTRO ANTOLÍN ESPINOZA se unieron a las muchas de los presentes”.

Aguilar Bulgarelli siempre ha destacado su visión cristiana del mundo. Aquí con el papa Juan Pablo II cuando visitó Costa Rica en 1982. (Foto tomada de Mi vida… a mi manera)

Facetas de un país

La cantidad de asuntos abarcados en Mi vida… a mi manera son tantos que es imposible resumirlos en estas líneas, pero sí cabe puntualizar que a lo largo del libro se van dibujando diversas versiones de un país que pasó de los cines de barrio, como el Martí que impulsó durante tantos años la familia Aguilar Bugarelli, hasta que la televisión irrumpió para arrebatarle de manera silenciosa los clientes que hacían posible aquel idealismo.

De esa Costa Rica más pueblerina, el protagonista pasará a vivir acontecimientos significativos para la patria, como la llegada de Rodrigo Carazo al poder y lo que esa asunción representó para la nación.

De igual manera, queda constancia de aquellos años en los que todavía era posible impulsar hacer creaciones que tuvieran un impacto en la vida nacional —como lo fueron la UNA, UNED o el propio Sinart—, cuyas intenciones iniciales fueron excelentes, hasta que la falta de claridad de los sucesivos gobiernos convirtieron a este último proyecto en un elefante blanco.

Posteriormente, se pasa a una visión de país en el que el tramado político une a neoliberales con supuestos progresistas, en una agenda que olvida al ciudadano de a pie.

Todos esos trances personales que evoca el libro de Aguilar Bulgarelli se trastocan, en muchos casos, en momentos de relevancia de la vida nacional, dado el largo servicio público al que dedicó su vida el autor.

El libro es un amplio retrato de una vida en la que siempre estuvo presente el influjo de los valores de sus abuelos y de sus padres, y grandes ansias de trascender para servir a una Costa Rica que era y aspiraba a ser mucho mejor que la de hoy.

Mi vida… a mi manera es Aguilar Bulgarelli en estado puro.

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