Cultura

Mario Sancho a 75 años de su partida

El pensador cartaginés tenía una lectura crítica y una pluma fina con la que retrató parte de la Costa Rica en la que le tocó vivir a finales del siglo XIX y hasta mediados del XX, y lo más sorprendente es que muchas de sus reflexiones mantienen una enorme vigencia.

Costa Rica es un país de olvido fácil y de pobre memoria. Así, sus intelectuales y pensadores se van sumiendo en el silencio con el paso de los años.
Mario Sancho no es la excepción. Está en una especie de olimpo donde solo algunos le recuerdan y le citan, pero, en general, para la educación fue un hombre del siglo XIX y de otro tiempo.

En medio de esa bruma, una exposición en la Biblioteca Nacional presentó parte de su legado literario y recordó la vida del escritor y pensador, quien murió hace 75 años, lo que representa una oportunidad para hacer un breve repaso de su vida y obra. 

En lo que más destacó Sancho fue como ensayista, tanto en la prensa como en sus libros, en los que plasmó gran parte de su desencanto por una Costa Rica que ya para entonces mostraba sus contradicciones, entre las aspiraciones de la oligarquía y las de un pueblo trabajador, pero, muchas veces, sumido en la desinformación y en la ignorancia.

En los versos de Petrarca, que cita en su ensayo Costa Rica, Suiza centroamericana, Sancho resume a la perfección su postura como intelectual en la tercera década del siglo XX: “Hablo por decir verdad, no por odio ni desprecio”. 

De esta manera, también, reafirmaba su convencimiento de que la palabra era un arma para disuadir, ahondar, reflexionar, aunque al fin de la jornada quien la invocara permaneciera solo y aislado, sin que a la postre las conciencias a las que iban dirigidas modificaran su postura existencial e ideológica. 

“Esta visión de conjunto del país en los últimos treinta años puede que a muchos parezca demasiado pesimística. En el fondo la creo verdadera y por eso la doy así, sin quitarle ni ponerle nada, al público. No se me oculta que la tarea de apuntar faltas y destruir conceptos convencionales no es tarea simpática en ninguna parte del mundo y menos en Costa Rica”. Así empezaba Costa Rica, Suiza centroamericana, texto que se publicó en 1935.

Aunque ha pasado casi un siglo desde que Sancho (13 de junio de 1889- 20 de octubre 1948) se posicionara con su discurso crítico sobre el devenir del país en aquel entonces, sus palabras conservan una sorprendente frescura.

Las memorias de Mario Sancho, publicadas en 1961, es el libro más significativo del pensador cartaginés. (Portada de las memorias, edición de 1976)

“Tampoco me hago ilusiones del efecto que pueda lograr en la conciencia pública. Tres años largos de buen batallar contra la injusticia y la mentira me han convencido de lo difícil que es mover opinión entre nosotros. La conferencia que sigue es en gran parte como un compendio de esa campaña estéril, y así el lector no debe sorprenderse si encuentra en ella ideas ya publicadas por mí en artículos de la prensa diaria en la cual he luchado por desacreditar muchas cosas que aquí critico: el procedimiento tardo y costoso de nuestra Justicia, los impuestos que nos encarecen la vida, el cambio alto y el salario  bajo”. 

La visión del pensador, del poeta, en el amplio sentido de la palabra, muchas veces, como alguna vez dijo José Martí, iba más allá de las circunstancias precisas en que se originaban sus inquietudes y, aunque hablaba a sus contemporáneos, aquellas realidades hoy se parecen a las actuales, con sus singularidades, desde luego.

Este pasaje de Costa Rica, Suiza centroamericana, retrata de cuerpo entero la visión de Sancho y de cómo, también, aquellas palabras podrían esculpirse hoy, sin que desentonen ni siquiera por un instante.

“Desde hace algunos años anda nuestro espíritu buscándose un refugio en el pasado, en parte ¿a qué negarlo? por gusto del pasado mismo, pero muy principalmente por escapar a la angustia y desencanto del presente. Los tiempos que corren son en verdad aflictivos y desconsoladores. El país, hombres, instituciones, costumbres, todo anda muy de capa caída. Económicamente estamos a dos dedos de la bancarrota, endeudados hasta la coronilla, mitad por improvidencia y mitad por improbidad, con casi todas nuestras industrias arruinadas y con tan poca esperanza de salir de apuros como mucho peligro de que a la postre el acreedor extranjero, cuando vea que no podemos cumplirle la palabra, irrumpa en nuestras aduanas so pretexto de ponerlas en orden y de hacerse pagar”.

El afán del ensayista es agitar las ideas en busca de algún sendero, aunque en el camino perciba que hay más oscuridad que luz, que es lo que plasma en aquel texto tantas veces citado de Costa Rica, Suiza centroamericana, y no siempre leído con rigor.

“Pero si el estado de las finanzas del país es malo, sus condiciones sociales y políticas son peores. Al desbarajuste económico, ha dicho hace poco don Elías Jiménez Rojas, uno de los poquísimos ciudadanos que se dan entera cuenta de estas cosas y que no se callan su opinión, corresponde una profunda crisis moral, en nuestro concepto más grave aún que aquél, porque asume proporciones más grandes y porque sus consecuencias afectan hasta la propia raíz de la vida nacional”.

Sin que prevalezca ningún afán de comparar tiempos pasados con los actuales, quien lea las anteriores citas del mencionado ensayo de Sancho, no podrá dejar de pensar en los retos presentes por los que atraviesa el país, que arrastra una profunda crisis moral y política que lo empuja hacia el despeñadero, mientras los discursos llenos de retórica incendiaria, pero vacía, revolotean en los círculos políticos y empresariales.

“No quisiéramos pasar por agoreros de calamidades públicas, pero la verdad es que no podemos ver sin aprensión el porvenir. La República no nos parece segura en este desconcierto y en esta lucha de intereses egoístas exacerbados bajo el apremio de las circunstancias, y no creemos pecar de pesimistas si decimos que los ideales de nuestros mayores, de quienes heredamos patria independiente y digna, están sufriendo hoy una baja tanto o más considerable que la de los títulos de Estado o de la divisa nacional. Y aunque tampoco nos gustaría sentar plaza de moralistas de clavo pasado, vamos a agregar, sin embargo, que al decir ideales entendemos también las normas de conducta que orientaron la de los  buenos costarricenses de otros tiempos. Moral y buenas costumbres van camino de ser pronto un recuerdo apenas del pasado. No hemos sabido conservar ese precioso patrimonio y la historia tendrá que acusarnos de haberlo disipado”. 

El desencanto por esa Costa Rica que no había sabido hacer la transición entre el siglo XIX y la de comienzos del siglo XX es notorio en las palabras de Sancho, quien apela a esa nostalgia del tiempo de los abuelos, en los que al menos la austeridad era un bien, más que material, del espíritu. 

Una exposición en la Biblioteca Nacional mostró escritos de Mario Sancho. (Foto José Eduardo Mora)

“Verdad es que la Costa Rica de antes no nos ofrecía el espectáculo de una sociedad adelantada, ni de una vida confortable y llena de refinamientos. Cierto que nuestros abuelos vivían con poca comodidad y mucha o demasiada sencillez, pero al menos la austeridad de sus costumbres, la modestia de sus ambiciones, la varonil resignación con que afrontaban los trabajos y las molestias de una existencia  bastante primitiva, eran buena escuela para la hechura del carácter, tan buena como son malas disciplinas lujos y refinamientos, que no riman con nuestros escasos recursos, para la edificación moral de las nuevas generaciones”. 

Así, el intelectual, influenciado en sus primeros años por el arielismo, por la patria grande de Simón Bolívar y por ese americanismo contrapuesto al imperialismo, se fue desencantando y quedándose solo, como incluso lo reconoce su viuda, María Larramendi, en el prólogo a las memorias inconclusas del ensayista, publicadas de manera póstuma en 1961.

“Mario siempre emitió sus opiniones con criterio propio y sin dejarse llevar por las veleidades de la política, de la cual había permanecido completamente apartado durante los últimos veinte años, lo que por cierto, hubo de costarle bastantes sinsabores a causa de la incomprensión de la mayoría de las gentes; y precisamente porque, como él dijo una vez en una conferencia, ‘no pertenezco a ningún partido, iglesia, logia, fascio, célula, ni siquiera a ningún club social o deportivo’, no recibió de su país los honores que merecía y que en verdad no ambicionaba, y se le mantuvo en el olvido en Cartago, víctima de intriga y bajas animosidades”.

Conciencia lúcida

Sancho fue una conciencia lúcida de la patria. A Federico Tinoco lo combatió con los recursos que entonces tenía a mano, que no eran muchos y que estaban, de nuevo, basados en la palabra y el pensamiento. Así fue como creó en Nicaragua —donde se encontraba entonces y hasta donde le llegaban las terribles noticias de las persecuciones y los desajustes de la dictadura— una revista y un periódico.

La situación del país tocó directamente a Sancho, dado que su hermano Carlos participó en el enfrentamiento de El Alto de Ochomogo para, posteriormente, ser asesinado en Buenos Aires, al lado de varios muchachos y de Rogelio Fernández Güell, en febrero de 1918. 

“Decidí contribuir en la única forma que me era posible a la empresa de derrocar a los Tinoco. Fundé un diario, El Fígaro, para hacer opinión en su contra y escribí muchos artículos que tuvieron alguna resonancia. Uno, sobre todo, a causa de que desde el principio hasta el fin era una terrible recriminación a Irías y a los liberales nicaragüenses que ayudaban a Pelico. Se titulaba: Los Nuevos Condotieros. Desgraciadamente no lo conservo. De mis trabajos de periódico sólo traje unos pocos artículos publicados en la revista Nicaragua Informativa, que también fundé con ayuda de Mr. Malconson, el jefe de la casa Grace en Managua”, escribió en sus memorias, tarea que había comenzado en 1938 y que, a la fecha de su muerte, el 20 de octubre de 1948, todavía estaban sin terminar.

Y es que Sancho jamás negoció indulgencia para su pluma. Todo lo contrario. Ejerció la crítica sin contemplaciones, sin cálculos y sin complacencias. 

La altura moral que reclamaba a la sociedad de su tiempo supo ejercerla con una coherencia admirable y, pese al olvido sistemático al que se someten los pensadores en el país, todavía a 75 años de su partida, su palabra escrita pervive y se sostiene en el tiempo.

El doctor Ferraz es una de las obras reeditas de Mario Sancho. (Foto libro publicado por EUNED)
El doctor Ferraz es una de las obras reeditas de Mario Sancho. (Foto libro publicado por EUNED)

Al analizar, por ejemplo, el proceder del presidente Julio Acosta, quien llegó al poder tras la dictadura de los Tinoco, Sancho no tiene reparos en señalar la deuda de su Gobierno con Costa Rica, dado que esperaba que limpiara las influencias que había dejado el nefasto régimen.

“Esa misión consistía en ejercer sanción contra los excesos, las vilezas e indignidades que tuvieron lugar durante la tiranía; entendiéndose la sanción no solo en el sentido material de castigo a los directamente responsables, sino en el repudio también de todos aquellos que, si bien no habían quebrantado ninguna ley, no habían hecho violencia a nadie, eran con todo responsables de haberse abrazado a la causa de la ilegalidad y de la opresión”.

Hay que detenerse en la última frase de la anterior cita de sus memorias, porque Sancho cuestiona con dureza el silencio cómplice de aquellos que, sin empuñar el hacha o la violencia de manera directa, fueron corresponsables de la decadencia y de la arbitrariedad de la dictadura y, por ello, a Acosta le correspondía un liderazgo no solo político, sino también moral.

De nuevo, el pensador siempre atento y guiado por sus altos valores, se lanza a la palestra, esta vez en sus memorias, a dejar más que claro cómo es que debería entenderse la patria, el Estado y la ciudadanía.

 

Un poco de humor

Después de su larga estadía en Boston, como cónsul y como estudiante de algunos cursos de literatura en Harvard, así como su paso por la Universidad de Brown, donde fue alumno y profesor durante un año, y tras su paso por México, Sancho volvió a la tierra que le era familiar. A la Costa Rica de costumbres y comportamientos sociales que definían a una sociedad conservadora en los ámbitos social y político.

Y, de nuevo, sería su hacer en el periodismo el que lo vincularía a los asuntos de actualidad y como el ensayista no descansaba ni reparaba en criticar al que fuera, sin importar quiénes eran objeto de sus dardos, la situación lo llevó a arremeter contra Cleto González Víquez y Ricardo Jiménez.

A ambos les atacaba más por el pecado de omisión que por el de comisión, pero al fin y al cabo no escapaban a su crítica punzante.

“Pues bien, un día me lancé a combatir por la prensa al viejismo en sus dos representativos más conspicuos. Al viejismo, al leguleyismo, al burocratismo, al liberalismo manchesteriano y hasta el chanchullismo… criollo. ¡Para qué lo hice! La gente gritó: ¡Anatema!”.

Aparece en este pasaje una veta de humor en Sancho, la cual podrá disfrutar quien frecuente sus memorias, en concreto, en la página 65 de la edición de la Editorial Costa Rica de 1976. 

“¿Cómo puede nadie atreverse a irrespetar así a los sumos sacerdotes de nuestra ejemplarísima democracia y hacer chirigotas de tantas cosas venerables? Aquello fue en verdad un acto de locura, sobre todo en los días en que el hombre de las tres presidencias se había transformado en un verdadero mito nacional”.

Hoy, con el paso del tiempo, dichos pasajes generan una sonrisa, por la forma en que Sancho los relata y por lo que en sí suscitaron, pero, en realidad fue, como lo refiere el escritor y articulista, un acto temerario, al que, no obstante, siempre está llamado el ensayista, que no puede hacer concesiones de ningún tipo, porque la verdad y la crítica son innegociables.

“¡Cuántas reprimendas llevé a causa de semejante profanación! Hasta una señora amiga mía que celebraba mucho mis artículos sobre el antiguo Cartago, me aconsejó que en lugar de meterme con don Ricardo y don Cleto, debía volver a mis aficiones arqueológicas. Y concretarme a ellas”. 

Leer o releer a Sancho, a 75 años de su partida, es invocar la criticidad necesaria para ver las grietas de la sociedad actual y del incierto rumbo que lleva el país, que apunta al despeñadero. 

O cabe la posibilidad de seguir el consejo de la venerable amiga de don Mario: cultivar las aficiones arqueológicas y mirar para otro lado.

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