Cultura

La mirada de un enciclopedista para entender la catástrofe mundial  

El Premio Magón 2016 Juan Jaramillo Antillón, médico, escritor y exministro de Salud, analiza desde una óptica cultural, científica y política el descalabro que experimenta hoy la especie humana.  

Pese a los siglos de historia, guerras, tropiezos y pandemias, la humanidad sigue empeñada en no aprender del pasado: la abruma el presente y el futuro. Mientras 7.500 millones de personas hacen sus cálculos y crean sus sueños para conquistar el mañana, reciben los zarpazos de errores acumulativos que castigan, como ha sucedido casi siempre, a los más débiles; incluso en la crisis actual, en que el coronavirus cobra víctimas sin distinción del nivel económico y social.

Una mirada enciclopedista de lo que ocurre actualmente en el orbe la aporta Juan Jaramillo Antillón (San José, 1935), médico cirujano, exminitro de Salud (82-86), miembro de la Academia de las Ciencias de Nueva York, escritor, ensayista, excatedrático de la Universidad de Costa Rica (UCR) y Premio Magón 2016.

Las paradojas de la ciencia (1995); La aventura humana (1992); Los cuatro jinetes del apocalipsis moderno (2000); La crisis en el Seguro Social de Costa Rica (2013); Una historia sobre el tiempo y la mente (2008); ¿El sexo débil de la mujer? (1997) y Conversaciones con grandes figuras de la historia (2012) son solo algunos de los libros de su vasta y variada producción.

Con su saber profundo, arrancado a las muchas horas que le ha robado a la madrugada como lector voraz, Jaramillo explica cómo la pandemia era previsible y cómo la mayoría de los Gobiernos no estaban preparados para enfrentarla, porque tenían la vista puesta en la economía perfecta, esa que es ilusoria y no incluye en su esquema a los millones de seres de carne y hueso que deambulan a diario por las abarrotadas ciudades del mundo entero.

Esta, más que una entrevista, es una lección magistral para entender los por qués culturales, sociales, políticos y económicos de la catástrofe que hoy vive la humanidad.

Como hombre de ciencia y cultura, ¿qué análisis hace de la situación que vive el país y el mundo con la pandemia del CODIV-19?

—Esta era en realidad lo que llaman “una muerte anunciada”. Lo que nos sucede se debe a que nosotros no aprendemos del pasado y de problemas similares que nos han afectado. La humanidad, desde la antigüedad remota, ha sufrido reiteradas epidemias o pandemias infecciosas bacterianas o virales.

Las epidemias de cólera —una enfermedad intestinal provocada por una bacteria transmitida por agua contaminada por el “Vibrio cholera”, conocida desde los tiempos de Hipócrates hace 2.400 años—, ha dado lugar a varias epidemias en muchos países en diferentes épocas, causando la muerte de millones de personas.

Afectó a Costa Rica en la guerra de los filibusteros matando al diez por ciento de nuestra población, por desconocer que el agua contaminada era la causa. La peste bubónica o negra, del siglo XIV, causada por una bacteria “yersinia”, transmitida por las pulgas y cuyo reservorio eran las ratas. También era conocida por Hipócrates.

La viruela, causada por un virus —conocida desde la antigüedad— y que diezmó a los indios de México y Perú —transmitida por los conquistadores—, fue la causa de más de 300 millones de muertos. Las epidemias de tifus, causadas por una bacteria tipo rickettsia, propagada por las pulgas y piojos, eran frecuentes en las guerras.

Durante la Guerra del Peloponeso, entre Esparta y Atenas 400 a.C., quedó muy claro que el hacinamiento prolongado de una población y la suciedad consecuente eran contraproducentes, por eso mató a la mitad de la población ateniense, incluso al gobernante Pericles.

La influenza española, de 1918-1919, causada por un virus H1N1 con origen aviar, se extendió por el mundo y perecieron más de 50 millones de personas. La sífilis, una enfermedad venérea, ha sido causa de la muerte de millones de personas.

La tuberculosis, provocada por una bacteria, es una campeona; existe desde los tiempos de los faraones egipcios hace tres mil años o más, ha causado la muerte de decenas de millones de personas, y en la actualidad es la causa de unos tres millones de decesos anuales. Lo mismo se puede decir de poliomielitis, la malaria o paludismo y del Sida, un virus de trasmisión sexual y que vivía en la selva afectando a los monos sin causar epidemias antes de 1980.

Ahora bien, la globalización de las enfermedades se ha dado al aparecer por el transporte aéreo, que ha aumentado los riesgos muy seriamente, ya que personas enfermas, mosquitos u otros intermediarios se trasladan de un extremo al otro de la tierra en pocas horas, pudiendo infectar a poblaciones enteras desprevenidas, como ha sucedido con las gripes o influenzas estacionales o las pandemias infecciosas virales diversas de los años 2003 y 2009. La actual fue inesperada, y solamente Alemania tenía un protocolo preparado (basado en la epidemia del 2003) para combatir una epidemia y lo aplicó con éxito. A la fecha solo tiene 5.000 muertes, contra 20.000 de Italia y España, y 45.000 de Estados Unidos. Se aprecia, pues, que el mundo debió previamente adquirir la suficiente experiencia, pero no quiso o no pudo —por diversas causas— estar sanitaria y socialmente preparado para combatir una nueva pandemia.

¿Por qué, si en la actualidad hay un enorme avance de la ciencia en los campos de la infectología, la biología y la genética, para citar solo algunas áreas, este virus parece haber tomado desprevenido al mundo?

—Lo más sencilla es decir que se debió a una mutación de un virus de una familia conocida de coronavirus, que reside en algunos animales silvestres y que esa mutación inesperada lo convirtió en muy agresivo y letal, pero la realidad es más compleja.

Las razones de esas mutaciones son múltiples, pero en cierta forma fueron pasadas por alto. Desde hace muchos años sabemos que la naturaleza, per se, sufre de cambios climáticos periódicos. Los científicos nos vienen advirtiendo que los humanos estamos agravando este cambio desde hace decenas de años, al alterar el ambiente con la contaminación de la atmósfera con residuos del carbón, del petróleo y otros más, y su efecto sobre el clima. Además, la deforestación masiva de los bosques y selvas, la contaminación de las aguas de los ríos, lagos y mares; todo eso ha ocasionado, al parecer, la migración de parásitos, hongos, bacterias y virus de sus hospederos naturales: los animales silvestres, (roedores, vampiros, aves, monos y otros más). El acercar las ciudades a la selva, quitándole espacio a esos animales, ha dado lugar a que se contaminen mosquitos, ratas, aves de corral, cerdos y vacunos, afectando finalmente a las personas.

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…la naturaleza ni olvida ni perdona y nuevas pandemias más graves nos podrían afectar”.

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Las causas que supuestamente dieron lugar a la activación de este virus en un mercado de Wuhan, marcado por el hacinamiento y la existencia de poblados periféricos pobres, con focos de suciedad e insalubridad, persisten aún en China, Asia, África y América. Lo anterior da lugar a que la naturaleza ni olvida ni perdona, y nuevas pandemias más graves nos podrían afectar.

¿La política, como ejercicio de la polis, debería interesarle más al pueblo y estimularlo para participar en el gobierno, en vista de que es ahí donde se toman las medidas que lo afectan?

—Los griegos crearon el ideal de la polis como una comunidad autónoma con una ciudad principal y su tierra con su propio gobierno, donde todos los hombres de la misma se reunían para tomar las decisiones importantes. En los sistemas de gobierno actuales me parece que el pueblo no gobierna; en los países socialistas-comunistas, una dictadura de partido y sus jefes toman las decisiones.

En las democracias liberales no es el pueblo, pese a dicho nombre, el que toma las decisiones, sino un grupo de un partido político; el que llega al poder y gobierna, con y para los políticos con el soporte del capital. Ojalá que ahora, después de esta crisis, surja un cambio que le diera más poder a la población para decidir lo trascendente.

Entre los numerosos libros escritos por el entrevistado destaca Los cuatro jinetes del apocalipsis, un largo ensayo en el que advierte de los peligros que se ciñen sobre la especie humana. (Foto: José Eduardo Mora).

Tras este momento histórico, ¿los lenguajes económicos darán paso a un lenguaje más humano, en el que lo social tenga el lugar que se merece, o ello es solo una utopía más en el horizonte?

—En 1760 Adam Smith, considerado el padre de la economía política moderna, criticaba al capitalismo, aunque creía que era la fuerza básica para el desarrollo económico de un pueblo, y que por ello debería favorecer a todos. Sin embargo, creía que el capital tendía a deshumanizarse y afectaba a un gran sector de la población, ya que no lograba repartir mejor la riqueza. Seguimos igual. En la actualidad, los grandes capitalistas son el uno por ciento de la población y tienen el 80 por ciento de la riqueza.

Aunque hoy existen voces que dicen que el capitalismo liberal perecerá si no cambia, yo creo que una vez pase la crisis y la solidaridad que actualmente mostramos y que en la adversidad nos hace vernos a todos iguales, todo volverá a ser como antes.

En realidad, no creo que exista un poder con fuerza política para lograr ese cambio en el capitalismo, ya que son los dueños de las grandes transnacionales de negocios existentes en todo el mundo.

¿La narrativa de la ciencia tiene que volverse más asequible para que haya una mejor comprensión de sus aportes o siempre necesitará de una especie de ‘traductores’ que pongan en lenguaje comprensivo los avances y descubrimientos?

—Sí, es un ideal que la población estuviera al día en los avances científicos, sobre todo en ciencias médicas, para conocer mejor las enfermedades que le aquejan y sobre todo cómo evitarlas.

Lo que la gente debe entender claramente es que la ciencia no es buena ni mala. Es el hombre el que la emplea para algo bueno o malo.

¿La pandemia del COVID-19 pondrá en primer plano el lenguaje científico, relegado con el advenimiento de las redes sociales y la multiplicación de los pseudo lenguajes?

—Eso quisiéramos, pero el lenguaje de la ciencia difícilmente se impondrá entre los millones de personas que usan las redes sociales solo para entretenimiento o comunicación.

La nueva tecnología de Internet y sus redes sociales está dando lugar a una nueva sociedad mundial que es informada al instante de los sucesos en todo el orbe; es un colectivo de personas que a su vez genera opiniones, críticas y discusiones sobre lo que se les informa, y muchos se vuelven críticos e incluso agresivos con otras personas. Sus opiniones retroalimentan las redes sociales, y, sean correctas o incorrectas, dan lugar a mensajes que son leídos por miles de personas.

El conocimiento de las ciencias en la población está reducido a una élite, y por ello siempre serán minoritarios. Sin embargo, el problema que existe es que las personas comiencen a conversar sobre temas de ciencia sin dominarlos y creen una visión incorrecta de lo planteado. Los riesgos de la desinformación por estos medios son tremendos.

Mario Vargas Llosas señalaba que uno de los grandes problemas de nuestra época es que en lugar de difundir la verdad de lo que ocurre por el mundo, ha permitido que la ficción se introduzca dentro de ella, y hoy es muy difícil saber qué cosa son ciertas y qué cosas son mentira pero pasan como verdades. Hoy apreciamos eso en las noticias sobre el COVID-19 y sus curas, que están llenas de especulaciones y falsedades.

¿La realidad de hoy confirma que Rafael Ángel Calderón Guardia, Manuel Mora Valverde y José Figueres Ferrer tenían razón cuando lucharon por impulsar un sistema de seguridad social y de salud inclusivo?

—Correcto, gracias a ellos, y a la población que los apoyó y a diversos visionarios que lo han acrecentado y mejorado, hoy tenemos un Seguro Social y un Sistema Nacional de Salud excelente para un país en vías de desarrollo. Si no fuera por este sistema, no sé cómo hubiéramos hecho frente a la pandemia.

Quedó probado en el mundo que han sido los gobiernos y sus sistemas de salud pública (y no los privados de USA, Italia, Francia, etc.) los que han hecho frente a esta pandemia viral. Esperamos que por esa razón se mejoren en todos los países dichos sistemas, con base en que los presupuestos en salud deben considerarse una inversión y no un gasto.

En medio de este confinamiento mundial la cultura ha demostrado una vez más su valía. ¿Por qué, entonces, no se le da el lugar que se merece en el conjunto de la sociedad?

—En primer lugar, para aceptar a la cultura, en especial las bellas artes, como una parte importante de nuestro patrimonio nacional, se requiere que la educación de los niños y jóvenes la vean como algo natural y necesario, y no como algo de una élite.

¿Es posible sobrevivir al confinamiento sin arte?

—Sí, el 90 por ciento o más de la población mundial lo ha hecho sin el arte, incluso sin el arte de la lectura. Cualquier encuesta demuestra que las librerías no vendieron más libros durante el confinamiento por esta pandemia, y, además, muestran que cada día la población lee menos libros.

Dentro de la cultura, la literatura ocupa un lugar especial. ¿Es verdad aquello que decía Cicerón de que “el cultivo de las artes alimenta la juventud, deleita la ancianidad, y es en la prosperidad ornato y en la desgracia refugio y consuelo?

—Él escribía y hablaba para la aristocracia de Roma, y de hecho en esos tiempos para la sociedad romana en su conjunto, para ellos esta cita de Cicerón era cierta. En los tiempos actuales de radio, cines, televisión, Internet y las redes sociales con los miles de millones de gente virtual, eso, lamentablemente, no es correcto.

No quiero dejar de señalar lo que Albert Einstein decía; “Temo por el día en que la tecnología sobrepase a la interacción humana. El mundo solo tendría una generación de idiotas”.

Cuando hoy vemos a millones de niños, jóvenes y adultos, que, en todo momento y lugar, están con sus celulares en el oído y conversan con sus amigos virtuales, sin una buena relación personal, eso parece indicar que ese día ya llegó.

Con base en lo observado hasta ahora, y las diferentes respuestas que se buscan a la crisis ocasionada por el virus, nos enfocaremos como especie en un mundo más social o teme que se dé un darwinismo salvaje, en el que solo sobrevive el más fuerte?

—Sí, la esperanza es que lo más bueno y espiritual del ser humano prevalezca ahora. En realidad, Darwin nunca habló de darwinismo social, que sería una justificación de “la imposición de los más fuertes sobre los más débiles”. Algo que, el nacionalsocialismo de los nazis inventó. Lo que Darwin señalaba era que “quien sobrevive no es el más fuerte, sino quien mejor se adapta a los problemas de su entorno”. Los dinosaurios no prevalecieron a pesar de ser los más grandes y fuertes. El humano se adaptó a su ambiente e incluso en muchos casos lo modificó en su beneficio. Como personas y como grupo tenemos una tremenda capacidad para superar la adversidad y  esta pandemia no nos vencerá.

El humano es gregario por naturaleza y hasta los ricos necesitan de los demás, si quieren persistir. No obstante, si no aprendemos de este desastre, como ya lo puntualizamos, habrá una próxima pandemia en uno o 100 años, y  esa podría acabar con la especie humana: somos  pasajeros en el planeta tierra, nuestro único barco, en este viaje que realizamos a través del universo.

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