Cultura Arabella Salaverry, Premio Magón 2021

“La literatura está totalmente desprotegida en Costa Rica”

La actriz, poeta y narradora hace un repaso de cómo comenzó su andar en el mundo del arte y deja entrever que el artista sigue siendo un rara avis, al que ni siquiera se le cuida para cuando llegue la vejez, porque la mayoría vive al margen de un régimen social de protección.

Desde niña creció en un mundo inmerso en la danza, la poesía, el teatro, la literatura y en ese caminar transcurrieron ya, como en un abrir y cerrar de ojos, 75 años consagrados al mundo del arte, del que siempre emerge rejuvenecida y combativa.

Arabella Salaverry recibió el Premio Magón 2021 junto con el pintor Fernando Carballo, como un reconocimiento a una vida consagrada al arte, en un país en el que ser artista significa que hay que llevar la épica a flor de piel y practicar el ejercicio de resistir, que evocaba Rosa Montero para todo aquel que pretendiera ser escritor.

“Escribir es resistir. Supongo que el hecho mismo de vivir también es una cuestión de resistencia, pero de lo que no cabe duda es de que para escribir, sobre todo para escribir novelas, la tenacidad es más necesaria que el talento”.

“Tenemos excelentes escritores, que se paran al lado de cualquier europeo o de cualquier parte del mundo. Aquí se escribe muy buena literatura, pero en las librerías nuestros libros están en el último anaquel y si la gente no llega a buscarlo, ni se entera de que existe”.

La descripción que hace la destacada escritora española de la escritura y que es extensiva al arte pareciera que la calcó de la realidad costarricense, donde para mantenerse en brega durante 60 años, como le ha pasado a la galardonada, se necesita de tesón, compromiso, entrega y una gruesa piel de escamas para no tirar la toalla con las primeras luces del amanecer.

“Un premio siempre es un azar. Había un grupo de amigas que estaban interesadas en que me presentara al Magón. Se dedicaron a indagar en lo que había hecho a lo largo de 60 años. A ese grupo las llamo mis mosqueteras. Ellas hicieron una presentación muy rigurosa. También agradezco a Rónald Bonilla, quien me impulsó a que aceptara la denominación. Desde esa perspectiva, sí estaba en el guión recibir el reconocimiento”.

La postulación recogía un largo trayecto dedicado al arte. Desde niña, Salaverry hacía danza, influenciada por su madre, quien pese a ser odontóloga fue una de las primeras integrantes del Teatro Universitario, y recuerda cómo a los cuatro años ella bailaba “El Danubio Azul” en un espacio aledaño al Teatro Nacional.

“Desde muy niña escuchaba cosas que tenían que ver con el teatro. Cuando tenía como cuatro años me llevaban a un salón adjunto al Teatro Nacional a mis clases de danza. Y ahí veía la orquesta, los instrumentos y mis clases de patito feo bailando “El Danubio Azul” con esa edad”.

En Limón, posteriormente, con unas monjas, en la Escuela María Inmaculada, también entró en contacto con el teatro y la escritura.

“Ahí me tocaba hacer de la mala en las obras y en los actos sacramentales. Hacíamos también dictados. Y todo eso fue conformando a una niña muy inquieta. Mi madre montaba obras en el Colegio de Limón. Todavía recuerdo los textos de La zapatera prodigiosa de Lorca. Y mi sueño siempre fue estar en un escenario. En el colegio también bailaba al estilo de Isidora Duncan”.

Con ese espíritu, el siguiente paso no podía ser otro que ir al Conservatorio Castella, esa institución concebida por Arnoldo Herrera para que en la educación las bellas artes formaran parte integral de la formación de los estudiantes.

“En el Conservatorio Castella mi vocación se encauzó de una manera más profesional. Tuve profesoras de danza moderna y clásica. Tuve la posibilidad de hacer un taller con el gran poeta ecuatoriano Ulises Estrella, quien recientemente falleció. Con Sergio Román hacíamos teatro. Y luego, con Manuel González, hicimos los montajes.

En el Castella creamos un grupo de poesía coral incorporando danza a la poesía. Hacíamos poesía de Jorge Guillén, Pablo Neruda e incluso mía. Y nos presentábamos en el Teatro Nacional”.

A sus 75 años, la galardonada no ve el premio como una culminación sino como una continuidad de su camino artístico. (Miriet Ábrego).

En esa época, Salaverry también descubrió que ir de gira por las distintas comunidades del país, en especial las más alejadas, era más que un estilo de acercar el arte más allá del Valle Central, porque en realidad era una vocación que la acompañaría toda su vida.

“Salimos de gira a los lugares más remotos, porque en esa época ir a Santa Cruz de Guanacaste era ir al fin del mundo. Andábamos con ese espíritu maravilloso de don Arnoldo Herrera. Muchas veces, nos acompañaban figuras de la plástica como Néstor Zeledón y Rafael Felo García. A mí, esa gran luz que me dio mi madre, me la encendió don Arnoldo Herrera. Sigo pensando que el país todavía no termina de reconocer la grandeza de don Arnoldo”.

Para la ganadora del Magón, la premisa de vincular educación con arte, como sucede en el Castella, es una vía que debería explotarse aún más en Costa Rica. El hecho no es que todos se conviertan en artistas, sino que el sello que el arte deja en la formación humana acompañará toda la vida a esos futuros profesionales.

“Uno se encuentra con un estudiante del Castella y se reconoce ese sello que los distingue. Y entre ellos hay sociólogos y de muy diversas disciplinas y tienen esa visión integral”.

Y al hablar de las giras de aquellos tiempos, Salaverry reflexiona sobre la necesidad de llevar las bellas artes fuera del Gran Área Metropolitana, como lo hacía la Compañía Nacional de Teatro en los buenos tiempos de los años setentas, ochentas y principios de los noventas.

“La acometida neoliberal nos ha significado mucha pérdida en muchos aspectos. De pronto, aportes estatales se volvieron inconcebibles, sin entender la importancia que tiene el arte para la calidad de la vida del ser humano. Incluso, para su productividad. Se ha hecho como un divorcio. Cuando se hacen los planes de estudio no se aborda desde una óptica integradora. El arte es un dinamizador de la conciencia de un pueblo. Yo he tenido muy claro eso. En los últimos años estuve de gira por todo el país con el Romancero Gitano. Fuimos hasta Bribri y tuvimos auditorios con 600 estudiantes. Eso es impagable. Y hay que retomarlo. Hay que trabajar desde una perspectiva de que existe un público cautivo al cual se le llegue”.

Florecimiento

 La escritora de obras como Erótica piel, Continuidad del aire y Arborescencias reconoce que el país debe apelar a un florecimiento de la cultura, pero que para lograrlo ha de haber una determinación política.

“En definitiva todo pasa por un músculo político. A veces me cuestiono la inversión que se hace en los festivales. Me cuestiono la calidad de la oferta y si hay un público cautivo. Necesitamos propuestas más concretas para llevar cultura, pero no como algo impuesto, sino como motivación para que luego se produzca a partir de ese estímulo. Y no hablo solo de teatro. Mi hijo -Leonardo- es violinista. Era increíble, por ejemplo, llegar a un pueblito alejado de Cartago y ver la iglesia abarrotada para el concierto. Eso me conmovía. Y no hablamos solo de la charanga, la mascarada, no la gente está abierta al arte y a los estímulos. No se trata solo del reggaetón”.

En este punto cabe cuestionarse, reflexiona la escritora, para qué sirve el Ministerio de Cultura en la actualidad.

“No conozco muy a fondo el funcionamiento del Ministerio de Cultura. Fue creado como un ente para la difusión de las bellas artes. Luego, conforme hemos ido creciendo, se ha pensado más en una visión de la cultura más antropológica. Como que, al ampliar tanto el espectro, todo se nos ha desdibujado, porque ya no es ‘ni chicha ni limonada’. Yo creo que se tiene que revisar. Y si esa es la visión, de abarcar tanto, pues que se genere más dinamismo. Todo pasa por sistemas presupuestarios y la visión de lo que debe de ser la cultura”.

 Una isla

 Salaverry se mueve en la arena del arte en diferentes frentes. Lo hace como actriz, como gestora cultural, como poeta, como narradora y en este último campo muchas veces se topa con islas que no logran comunicarse bajo ninguna perspectiva.

En Costa Rica la circulación del libro es un desafío estratosférico, reconoce. Se produce, pero no hay políticas ni mecanismos de promoción que permitan que los libros lleguen finalmente a los lectores.

Asegura que el Estado, de nuevo, debe tener una participación más determinante y activa. “No se trata solo del incentivo económico que pueda otorgar el Estado. Es necesario que las obras se difundan. En Medellín se compran los libros y se dejan en el transporte público. Y los libros circulan de manera permanente. Esto tiene dos ventajas: se hace crecer a la producción editorial y por otro lado se cultiva a la gente. Todo esto tiene un costo, entiendo”.

Y para dejar claro cuál es su sentir de lo que sucede en el país, afirma: “Si hay un ámbito totalmente desprotegido es la literatura. Nosotros no tenemos apoyo de nadie, con la excepción de los pequeños respaldos del Colegio de Costa Rica. Acabo de publicar una antología bilingüe que reúne el trabajo de cincuenta mujeres poéticas y sin el aporte del Colegio de Costa Rica no lo hubiera podido publicar, pero requerimos mucho más en la literatura”.

La escritora expresó que en el campo literario no hay incentivos, no hay políticas ni métodos para promover el libro. Así, si ella se pasa seis años escribiendo una novela y logra vender 300 ejemplares lo considera un éxito total. Para efectos del mercado costarricense eso sería un bestseller y tal situación ocurre, considera, porque no hay canales de difusión.

En este punto, el escritor está a solas, sostiene. Se vuelve a la metáfora de convertirse en una isla. Se está en la situación de que no es capaz de llegar a puerto firme, debido a que hay una ausencia total de estímulos y mecanismos que le permitan conectar con el lector.

“Tenemos excelentes escritores, que se paran al lado de cualquier europeo o de cualquier parte del mundo. Aquí se escribe muy buena literatura, pero en las librerías nuestros libros están en el último anaquel y si la gente no llega a buscarlo, ni se entera de que existe”.

Ello, recalca la ganadora del Magón, se da porque el país todavía no ha diseñado formas para que los escritores nacionales tengan el verdadero espacio que se merecen, toda vez que en el proceso sí debe existir un filtro. No habla Salaverry de promover y financiar libros que no tengan la calidad literaria necesaria para competir en el mercado. Habla de que al no existir ninguna estrategia, no se puede distinguir entre lo bueno y lo malo desde el punto de vista literario.

“Sueño con que en cada librería existiera un lugar destacado en las librerías para nuestros libros. Se reciben libros de escritores costarricenses como haciendo un favor. Se reciben en consignación. Y cuando le va bien al escritor, se recibe un 10 % de lo vendido. En las librerías estatales creo que se le paga un 15 %”.

Pese al desierto que existe en el libro costarricense y la incapacidad del país, hasta ahora, para conectar con políticas que difundan los textos, como sí pasó a inicios del Ministerio de Cultura en los años setentas, cuando no solo había un departamento en ese ramo que publicaba libros, sino que también los difundía, la escritora no claudica.

Ella siempre lleva entre manos un desafío, un proyecto, un libro de poesía o una novela que se van cociendo a fuego lento y que con base en una disciplina férrea irán aflorando hasta alcanzar la forma definitiva.

Mujeres poetas reúne una antología de la poesía costarricense entre 1980 y 2020, en un trabajo de investigación y recopilación que le llevó a Salaverry más de dos años de labor. La ilustración de portada es una pintura de Fernando Carballo (Foto Internet).

Un lugar para el artista

Como poeta que es, Salaverry no teme llamar a las cosas por su nombre. Y ahora que tiene el Magón, tampoco se corta a la hora de hablar de la situación que experimentan la mayoría de los artistas costarricenses.

En primer lugar, la mayoría trabaja por cuenta propia. En el teatro, en la danza, en la escritura, en la gestión cultural, con lo cual la idea de una pensión, porque el tiempo pasa, no aparece dibujada en el horizonte.

Y ello lleva a decenas de creadores a la desprotección. Ella misma es un ejemplo claro. Luego de una vida consagrada al arte en sus distintas manifestaciones y después de 60 años ininterrumpidos de labor, tiene una pensión mínima de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).

“Yo en mi vida he hecho de todo: he hecho camisetas, he cocinado, he hecho danza, he hecho teatro, he escrito y tengo una pensión con la que no viviría. Creo que es como de 100 mil colones”.

La realidad dura y cruda es la que interpela de frente Salaverry, sin concesiones, sin temores, para evidenciar que el artista debe recibir un trato distinto, porque así lo demanda la naturaleza de su hacer.

Durante muchos años en Costa Rica, se ha debatido si los artistas deberían contar con un régimen diferenciado que les permita cotizar a la CCSS de una forma más acorde con lo que es su mundo, para que cuando llegue la etapa en que merman las energías y sea la hora del retiro, dispongan de una vida digna y que reconozca ese aporte inmaterial y espiritual que por largos años le dieron a la cultura.

El esfuerzo de agrupar a los artistas, explica Salaverry, tampoco ha sido fácil y de nuevo, si no existen canales que faciliten una mayor protección del artista, este llegará a la etapa final de su carrera sin una trinchera sólida a la cual apelar.

Lo vivieron cientos de artistas en la pandemia y Salaverry lo tiene claro: “Si a Leonardo (Perucci) y a mí nos hubiera tocado cuando teníamos a nuestros hijos pequeños no hubiéramos resistido. Hubiera sido imposible”.

“Por eso hago un llamado a la gente joven, para que piense en su futuro. Si una persona trabaja toda su vida dedicada y entregada al arte, por qué no pensar en que al final tenga una pensión digna. La mía es de morirse, es de las más bajas que hay en el régimen de la Caja. Y esto me pasa a los 75 años”.

No obstante, esta otra cara que retrata lo que significa ser artista en Costa Rica, en medio de la bruma de las circunstancias laborales en que se desenvuelven los creadores, Salaverry reconoce que el Magón no es culminación, porque esta palabra la lleva a asociar al concepto con un final, y el artista no gusta hablar de estos menesteres, porque lo suyo es continuidad y resistencia. Aquello mismo que evocaba Rosa Montero.

Y como el arte es siempre para el otro. Por eso, tiene varios proyectos entre manos, en poesía, en prosa. Y no descarta continuar con la gestión cultural a la que también se ha dedicado en varios tramos de su vida.

En definitiva, como lo constata la vida de Salaverry, el arte es una apuesta a largo plazo. Y ha de sostenerse en los días nublados. En los días de lluvia. En los días en que los alisios soplan con excesiva velocidad y fuerza. Y en aquellos día soleados, cuando una llamada interrumpe la faena y al otro lado de la línea telefónica, como se hacía en el siglo XX, la voz anuncia la concesión del Premio Magón, el más importante al que pueda acceder artista alguno en Costa Rica.

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