Cultura

En la encrucijada de la veracidad

El más reciente libro de Gay Talese, El motel del voyeur, abre de nuevo el fascinante debate entre ficción y realidad

El más reciente libro de Gay Talese, El motel del voyeur, abre de nuevo el fascinante debate entre ficción y realidad en el periodismo y la literatura.

“¿Qué es esto en nombre de Cristo?”, fue la primera reacción, de la que no se repondría nunca, de Tom Wolfe al leer un domingo de 1962 el reportaje de Gay Talese sobre Joe Louis en Esquire.

El motel del voyeur se publicó en lengua inglesa el 12 de julio, en medio de una tormenta sobre su credibilidad.
El motel del voyeur se publicó en lengua inglesa el 12 de julio, en medio de una tormenta sobre su credibilidad.

Este “peso pesado” del Nuevo Periodismo aseguraba que pocas veces leía revistas del calibre de Esquire, excepto cuando aparecían firmas destacadas como la de Talese, el mismo hombre que hoy, a sus 84 años, se encuentra en una inusual encrucijada: qué hacer con El motel del voyeur, su libro más reciente, publicado el 12 de julio, y en el cual la principal fuente de la historia, Gerald Foos, ha sido cuestionada por sus inexactitudes y contradicciones.

Esta historia comienza tras el adelanto de un capítulo de El motel del voyeur en The New Yorker, el cual, en manos de reporteros del Washington Post, hizo que afloraran dudas y vacíos en el relato, inscrito en la corriente de “la no ficción”, coletilla que le pusiera en 1966 Truman Capote a su ya célebre A sangre fría.

En un principio, Talese, autor de Honrarás a tu padre, la historia de Bill Bonano y la mafia neoyorkina, renegó de ciertas irregularidades del texto cuando fue cuestionado por el Post: “Gerald Foos no es de fiar. Es un hombre deshonesto, totalmente deshonesto”. Posteriormente se retractó y dijo que habló al calor del momento y que, si bien había alguna que otra inconsistencia, en general el texto se sostenía y guardaba coherencia y veracidad.

“Dije cosas con la que no estaba ni estoy de acuerdo”, se repuso Talese en un comunicado de la editorial que publica El motel del voyeur.

“Gerald Foos, y eso nadie lo duda, era un voyeur épico y, lo digo claramente en el texto, a veces podía ser un narrador poco fiable de su peculiar historia”, sostuvo el veterano escritor.

VERACIDAD O VEROSIMILITUD

La polémica que ha suscitado el libro de Talese no es nueva, pero abre un debate entre veracidad y verosimilitud. Para el periodismo prevalece la primera, mientras que para la literatura la segunda.

“¿Puede un texto periodístico o histórico ser netamente literal?”, “¿puede el lenguaje contar la realidad?”, se preguntaba en su momento el filósofo español José María Valverde y el profesor de la Universidad de Barcelona Albert Chillón en su conocido Periodismo y Literatura, una historia de relaciones promiscuas.

Según se sitúe el polemista, el panorama se engrandece o distorsiona; así, por ejemplo, en 2010 una biografía sobre el periodista Ryszardd Kapucinski cuestionaba la exactitud y la veracidad de algunos de los hechos incluidos en sus crónicas magistrales, y ya muerto fue acusado de mentir sin ningún pudor. En Polonia, suscitó un escándalo nacional.

En Kapucinski no fiction, Artur Domoslavski, discípulo del autor de Ébano, sostiene que “corrió las fronteras del reportaje hasta las tierras de la literatura”.

No obstante, si los hechos se revisan con cuidado, en el caso de Kapucinski y podría que en el de Talese, indican otro camino. Incluso a Capote, tanto en A sangre fría como en Ataudes tallados a mano, se le acusa de haber alterado la realidad.

Un libro posterior puso en entredicho la mejor historia sobre Hiroshima, escrita por John Hersey en 1946, justo un año después de que estallara la bomba atómica. El libro, que causó conmoción en Estados Unidos, no solo era una pieza periodística de excelencia, sino que obligó a replanteamientos éticos y legales en torno al uso de armas nucleares, y la propia BBC corrió a convertirlo en un relato radiofónico por la forma en que contaba lo que había pasado con la vida de seis sobrevivientes de aquella catástrofe.

La crítica, no obstante, miraba para otro lado y ponía a Hersey contra las cuerdas por la forma en que armó el texto.

De acuerdo con Mario Prieto, en su artículo “Las mentiras que hicieron grande al periodismo”, Hersey compuso esos seis personajes a partir de diversas entrevistas, pero no lo aclara en el relato, por lo que –desde el punto de vista del articulista y de otros estudiosos de la obra del autor estadounidense– este le habría mentido al lector.

LA NO FICCIÓN

El debate suscitado por el libro de Talese tiene sentido porque el texto se presenta como no ficción, es decir, en su relato no interviene la invención del autor, quien ha de ceñirse a los hechos, tal y como ocurrieron, contrario a lo que sucede en la novela.

Así, cuando a Gabriel García Márquez le reprocharon que los muertos en la bananera no llegaban a cinco y que él había escrito en Cien años de soledad que eran 3.000, simplemente respondió que esa cifra le daba mayor credibilidad a la historia. Era ficción.

Esta postura de la no ficción, que parte de que los hechos son veraces, pero que las técnicas para contar vienen de la literatura, ha sido un cuchillo de doble filo para el Nuevo Periodismo.

Según el postulado, el relato mantiene el interés mientras sea veraz, porque, si diera un salto al vacío inventando un solo detalle, destruiría por completo la credibilidad.

Esto es lo que está en juego en el caso de Talese, dado que lo contado por Foos no siempre coincide con lo ocurrido en el motel. De nuevo: lo que para la literatura resulta de suma trascendencia, como es la incertidumbre, para la no ficción es un hachazo a la veracidad.

En la otra cara de la moneda se han dado casos a la inversa: un novelista anuncia en los paratextos en que tengan cuidado, porque los hechos relatados pueden parecerse mucho a la realidad, aunque todos son ficción.

Pese a las aclaraciones, varios novelistas han sido llevados a los tribunales, debido a que sus historias y personajes se parecen demasiado a la realidad.

Un caso relativamente reciente fue el de Dominique Strauss Kahn, exdirector del Fondo Monetario Internacional (FMI), quien acusó al escritor Régis Jauffret por la novela La bella de Rickers Island, en la que se sentía aludido.

Si se parte de que tanto la no ficción como la ficción están construidas con base en el lenguaje, la discusión discurriría por nuevos y sorprendentes cauces. Es lo que trata a lo largo de 470 páginas el profesor Chillón, quien sostiene, basado en diversas teorías y sobre todo en la del giro lingüístico, que lo que pase por el lenguaje termina por arrastrar grados de ficción.

Para Chillón “toda dicción es una ficción”. Llegaba a esta conclusión tras citar a Frederick Nietzsche en referencia a que “el lenguaje posee una naturaleza esencialmente retórica, que todas y esencialmente cada una de las palabras, en vez de coincidir con las cosas que pretenden designar, son tropos”.

EL FALLO DE TALESE

Lo que le cobran los críticos a Talese es que se haya fiado de una sola fuente para narrar hechos tan delicados como observar la vida sexual de parejas que estaban de paso en el motel Aurora, en Colorado.

Para un hombre que colecciona miles de papelitos en los que, con la minuciosidad de un orfebre, guarda y apunta detalles que revelan la rigurosidad con que trabaja –lo que le lleva a dedicar un promedio de ocho años por libro–, no es entendible que se haya dejado seducir por los apuntes que le entregó Foos, según los cuales entre 1960 y 1980 espió a decenas de parejas que se hospedaban en el pequeño hotel.

Una de las grandes incongruencias es que Foos había vendido el motel y, por tanto, no estuvo en varios de los años en que relata el comportamiento sexual de las parejas observadas.

En la discusión desatada en el mundo hispano y norteamericano, a Talese se le mide con la vara del periodismo por apegarse a la no ficción, pero se olvida que la historia se publicó en forma de libro, escrito con toda la técnica literaria como lo hiciera el autor 48 años antes en Esquire.

Javier Cercas, escritor español, ha querido zanjar la discusión en torno a la veracidad, la verosimilitud, la ficción y la mentira, con su artículo “La barbarie de la literalidad”, en el que afirma: “Los ‘tontos cultos’ no detectan una ironía, una metáfora o una provocación, y así atrofian el pensamiento. Se trata de una maldición que cunde”.

Lo de Talese apunta a la forma y al fondo. En ese sentido, ¿se salvará el maestro del Nuevo Periodismo de la encrucijada entre veracidad y verosimilitud en el que se metió con El motel del voyeur? La polémica está servida.

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