Cultura

José León Sánchez recibió el homenaje que un día soñó

El Teatro Nacional se estremeció con el reconocimiento al autor de La Isla de los hombres solos y Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas.

De la historia del premio hay numerosas referencias, todas de segunda mano, que citan al catedrático Constantino Láscaris como el promotor de los Juegos Florales de entonces (1963) y él mismo ganador del segundo puesto.

Como la cita del hecho se ha distorsionado tanto, algunos atribuyen el premio a la Editorial Costa Rica y otros a la Universidad de Costa Rica (UCR).

El propio José León refiere en su libro Cuando nos alcanza el ayer que el premio lo organizó el Ministerio de Educación Pública (MEP) y que el jurado lo integraban Guido Fernández (periodista), Ricardo Blanco (escritor e historiador) y Enrique Macaya (catedrático de la UCR).
La historia de las rosas rojas y la silla vacía en el Teatro Nacional se convirtió con el paso de los años en leyenda y el 11 de septiembre anterior se dio una situación totalmente contraria a la del 63; Sánchez estaba presente, ya no era un presidiario y detrás de sí hay una amplia obra que respalda su hacer como escritor. La Isla de los lombres solos, Campanas para llamar al viento, La colina del buey, La Cattleya Negra y Technostitlan, la última batalla de los aztecas, son algunos de los libros publicados por el autor.

La hora de José León

El autor firmó ejemplares en las afueras del Teatro
El autor firmó ejemplares en las afueras del Teatro

Ese 11 de setiembre, Sánchez agradeció a muchas de las personas que se cruzaron en el camino para que La Isla de los hombres solos se pudiera publicar, como a René y Olga Picado, quienes le facilitaron el papel para escribirla, así como al desaparecido Joaquín Vargas Gené, quien cuando era ministro de justicia transformó el presidio de San Lucas en una Colonia Agrícola.
En una disertación en la que hizo de encantador de serpientes, Sánchez hizo un emotivo repaso por personas y lugares que le acompañaron en sus días más oscuros desde que lo declararon culpable del crimen de la Basílica, que él siempre negó y del que le exculpó la justicia costarricense en 1998.
Ese día no obstante, Sánchez olvidó mencionar cómo fue que la novela de un reo llegó al gran público.
Esa historia la contó en un artículo del 19 de octubre de 2008 el especialista en literatura latinoamericana Seymour Menton, autor del célebre libro Cuento hispanoamericano, que se convirtió en un “bestseller” con 400.000 copias vendidas en todo el mundo, y además autor de la antología El cuento costarricense, que ya en 1964, contra todo lo esperado incluyó “La niña que vino de la luna”, narración del entonces presidiario José León Sánchez.

En el artículo “Historia de un libro y otros cuatro”, Menton refiere: “En contraste con el éxito de El cuento hispanoamericano, probablemente mi libro menos vendido ha sido El cuento costarricense: historia, antología y bibliografía (1964), (el tiraje fue de 600 ejemplares). Sin embargo, se relaciona con el detalle más asombroso de todos mis libros por haber contribuido a la rehabilitación de un preso que languidecía en la colonia penal de la isla de San Lucas, cerca del puerto de Puntarenas”.
Y más adelante puntualiza cómo se conocieron él y Sánchez: “En 1960 me encontraba en San José, acompañado de mi esposa Catalina y nuestro hijo Tim, dirigiendo el primer programa de intercambio entre la Universidad de Kansas y la de Costa Rica. El programa, muy original para esa época, tenía como base la matriculación (sic) en la Universidad de Costa Rica por todo el año lectivo de un grupo de alumnos de Kansas que se especializaban en español. Además, incluía un intercambio de catedráticos. Uno de los catedráticos de Kansas que participaban en ese programa era mi amigo Mel Mencher, profesor de periodismo que había asistido a la misma escuela secundaria del Bronx que yo y en los mismos años sin que nos conociéramos: De Wit Clinton. A Mencher se le ocurrió visitar la isla penal de San Lucas para entrevistar a los presos. Ahí conoció a José León Sánchez, quien le entregó a escondidas su novela poligrafiada La isla de los hombres solos”.
Menton agrega que tras ese primer contacto indirecto, sucedió como se suele decir en inglés “The rest is history”, o sea “todo lo que sigue ya se conoce” porque aparece en todas las notas biográficas de José León. Mencher le entregó la novela a Menton; a este le gustó la novela; Menton mandó una carta a José León; este le envió a Menton unos cuentos; Menton decidió que “La niña que vino de la luna” merecía incluirse en la antología del cuento costarricense que estaba preparando; el libro fue publicado en 1964 en una co-edición con Ediciones De Andrea de México y la University of Kansas Press”.
Sánchez, en el homenaje del 11 de setiembre pasado, no menció a Menton, pero ese día habló con el estilo de “viejo zorro” que lo caracteriza, el mismo quizá conque habló en 1982 cuando interrumpió un discurso de Menton en la Universidad de Stanford, en California, Estados Unidos: “Durante el congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, yo comenzaba a presentar mi ponencia sobre el realismo mágico cuando un hombre se paró y pidió perdón por haberme interrumpido pero le urgía declarar a todos los congresistas su deuda al doctor Menton por haber contribuido a que lo soltaran de la cárcel de Heredia, y que ahora vivía en San Francisco, ¡con el cargo de cónsul de Costa Rica! ¡Fue José León Sánchez!”.

Es inusual que por un escritor costarricense se formen filas para comprar su libro
Es inusual que por un escritor costarricense se formen filas para comprar su libro

Lo vivido el 11 de setiembre pasado ya el preso José León Sánchez lo había evocado en el destierro de San Lucas y así lo escribió en Cuando nos alcanza el ayer: “Años antes, en el pabellón número uno me paseaba de un lugar a otro y decía en broma que un día me iban a hacer un homenaje en el Teatro Nacional y se cantaría el Himno Nacional de Costa Rica cuando ingresara. Así lo soñaba lleno de mugre, henchido de piojos, humillado como ser humano hasta lo más profundo de mi ser. Y al contar esta historia, por eso dije:–En verdad, pucha, que fue bonito”.
Tras el homenaje de las rosas rojas en el Teatro Nacional se formó una fila de unos cien metros. En el fondo de una carpa improvisada un hombre viejo, con boina y todavía manos firmes, firmaba libros y preguntaba: ¿y usted cómo se llama? Era José León Sánchez. Afuera llovía. Y de pronto desde la cafetería del Teatro se escuchó el eco devastador de un rayo que pareció partir en dos el cielo de San José.

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