Cultura

Heredero de la revolución musical del setenta 

José Aurelio Castillo dijo adiós a la Orquesta Sinfónica Nacional, a la que se incorporó pocos años después de que Guido Sáenz y José Figueres Ferrer idearan la revolución musical de 1971, que de paso se anticipó a lo que luego hicieran otras naciones en América Latina e incluso otras partes del mundo.

José Aurelio Castillo fue un legítimo heredero de la revolución musical que impulsaron José Figueres Ferrer y Guido Sáenz en 1971, con la reorganización de la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) a la que el violinista y concertino llegaría en 1981 y de la que se despediría 40 años más tarde.

Esa revolución incluyó, también, la creación de la Orquesta Sinfónica Juvenil (OSJ) y se creaba así un clima excepcional en el que ser músico pasaba de ser una aspiración que incluso producía vergüenza por andar con un instrumento a las espaldas o en la mano, a sentir el orgullo de dedicar suficientes horas a una disciplina que en esos años setentas crecería de manera extraordinaria.

El violín es parte integral de su vida y pese a su jubilación de la OSN, Castillo aseguró de que lo seguirá tocando. (Foto: Cortesía de Castillo).

Castillo perteneció un tiempo corto a la OSJ, porque tras su paso por el  Conservatorio Castella, donde se le despertó la afición por el violín, ello lo llevó a estudiar a Estados Unidos por un período de dos años. Fue así, y tras tener también un paso por Alemania,  que Castillo entró en una agrupación que en su totalidad contaba con músicos profesionales y de  bases sólidas.

Antes, la OSN había pasado por un período tan crítico, que cuando Sáenz y Figueres se lanzaron de cabeza a cortarle las alas para refundarla, era porque entonces sonaba tan mal, que ni los mismos familiares querían escucharla, por el temor de sentir el latigazo en el momento en que uno o varios de los músicos desafinaban.

De aquella revolución se salvó, por paradójico que parezca, José Aurelio Castillo Jiménez, su padre, quien continuó por varios años como violinista de la OSN, dado que tras el despido de 31 músicos, se salvaron nueve que hicieron una audición para permanecer en la agrupación.

Fruto de esa polémica, que alcanzó tintes de carácter nacional, surgió una nueva OSN y un programa juvenil que se adelantaría a programas pioneros en América Latina, como el propio desarrollado en Venezuela por José Antonio Abreu en 1979, de donde por cierto llegó Gerald Brown, el primer director de ese nuevo período.

José Aurelio Castillo contó a UNIVERSIDAD que no le influyó el hecho de que su padre fuera violinista lo que lo inspiró a decantarse por tocar este instrumento, sino que cuando empezó a tocarlo en el Castella, sintió la necesidad de adentrarse con todo su esfuerzo y dedicación a un difícil reto.

Para efectos de lo que representa el dominio absoluto del violín, Castillo considera que empezó muy tarde, a los diez años, dado que lo recomendable es que se comience a los cuatro años, para que el niño vaya desarrollando la sensibilidad, el gusto y posteriormente la técnica requerida para dominar a cabalidad al instrumento.

A ello hay que añadir que en esa etapa formativa es imprescindible dedicar numerosas horas al día a afinar detalles, de forma tal que se obtenga una capacidad técnica y conceptual de altos vuelos, para lo que sería recomendable que en ciertos períodos se dediquen al menos seis horas diarias.

A sus 62 años y tras 40 de haber llegado a la OSN, Castillo, quien es profesor en el Instituto Nacional de la Música (INM), dijo adiós a la agrupación en la que compartió entre otros directores con Irving Hoffmann, estadounidense que marcó una época en la Orquesta y que la elevó a una categoría internacional reconocida en grandes escenarios de la música.

De esta forma, Castillo, que en un principio no tenía la menor idea de que la música y el violín regirían su vida, se vio de pronto llamado por el arte musical y para ello optó por reforzar sus conocimientos primero en Estados Unidos, donde se encontró con Sylvia Moss y Esther Glazer, quienes a su vez eran discípulas del reconocido pedagogo Ivan Galamaian.

Más tarde se trasladó a la Academia Herbert von Kajaran, en Alemania, donde tuvo contacto con el concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín, una de las más reconocidas del planeta.

A la vuelta de su preparación académica en Estados Unidos, en 1983, se reintegró a la

OSN, dado que ya a los 17 años había tenido la ocasión de pertenecer a ella. Dos años más tarde, se convertiría en el concertino, tarea que realizó a lo largo de 36 años.

Ser la voz del director entre sus compañeros y llevar el liderazgo como el segundo a bordo, que es parte de lo que hace el concertino, no es una tarea fácil, como reconoció Castillo, pero a él le vino bien a tal punto de que la desempeñó con distintos directores y nunca tuvo dificultades.

El director de la OSN, Gerald Brown, el 7 de octubre de 1971 en el concierto inaugural de la nueva orquesta. (Foto del libro “Para qué tractores sin violines”).

REMINISCENCIAS

Sin aquel impulso inicial que se dio en los setentas y sin la disciplina a la que se aferró este hombre, quien tenía al ciclismo como uno de sus deporte favoritos, el cual todavía sigue practicando, su carrera posiblemente no podría explicarse, porque se requería un ambiente y una orquesta ya profesionalizada para desarrollarse con propiedad como terminó haciéndolo él.

Para Castillo, uno de los maestros importantes de entonces fue Walter Field Gallegos, quien desempeñaba un rol protagónico en la Orquesta antes de que se diera la revolución impulsada por Sáenz y Figueres, a quienes no duda en denominar “como visionarios”, porque sentaron las bases de lo que luego sería el desarrollo no solo de la música clásica en el país, sino también de la música en general por efecto indirecto.

Al respecto, es significativo el comentario que en su momento hizo Guido Fernández con motivo del prólogo al libro Para qué tractores sin violines, en el que el periodista asegura que los cimientos puestos a comienzos de los años setentas repercutieron en la música  popular.

“Guido Sáenz asegura que él es sordo para esa música, y que no tiene el menor interés de promoverla. Pero he aquí la gran paradoja de su obra, el que indirectamente, sin proponérselo, y quizás incluso contra su voluntad, también proporcionó medios genuinos y profesionales de expresión a esa otra música. Lo cual equivale ya no solo a mejorar la percepción de una cultura musical universal sino a ponernos en condiciones de contribuir nosotros a esa cultura. Las críticas que entonces se le hicieron no eran por lo tanto miopes sino astigmáticas”.

Castillo, quien mientras daba la entrevista tenía en el sillón a sus espaldas su instrumento preferido y que seguirá tocando, recordó que en aquella época la violinista Dylana Jenson fue una verdadera inspiración para cientos de niños costarricenses.

La historia de Jenson, considerada entonces una niña prodigio, y con la que Castillo todavía mantiene comunicación, marcó una época, porque fue con la que por primera vez la OSN grabó un disco.

Ya a la edad de cuatro años y medio, Jenson tenía un dominio admirable del violín y ello la convertiría en la niña que en 1972 tocó con la OSN, en un concierto en el que interpretó a Tchaikovsky.

Guido Sáenz lo cuenta con detalle en su ya referido libro: “Venía a Costa Rica por primera vez en 1972 para actuar como solista con la Sinfónica en la ejecución del concierto de Tchaikovsky. Dylana contaba apenas con once años de edad”.

Jenson era hija de Ana Teresa Hine, a quien Sáenz conocía, pero a esa altura de la historia no sospechaba que aquella pequeña se convertiría en protagonista del primer disco que grabaría la OSN.

“El repertorio de la chiquilla era más que apabullante. El Tchaikovsky fue mi escogencia. Me parece importante consignar que Dylana volvió al año siguiente, esto es en 1973, para actuar con la orquesta como solista en el concierto de Mendelssohn y la Introducción y Rondó Caprichoso de Saint Saëns. Las dos obras se grabaron en el primer disco sinfónico realizado en Costa Rica, disco que se convirtió en un enorme éxito popular en la Navidad de 1973”.

Esa niña prodigio la recuerda muy bien Castillo, quien considera que para los niños de la época, de la que ya casi han pasado 50 años, Jenson significó una verdadera inspiración y un enorme aliciente para vincularse a la música clásica.

Jenson era hija de Ana Teresa Hine, costarricense, y el estadounidense Lee Jenson.

El actual director de la Orquesta Sinfónica Nacional Carl ST. Clair aplaude a Castillo en su despedida (Foto: cortesía de Castillo).

TAREA PENDIENTE

Para Castillo, quien se casó con la cellista Patricia Herrera, la música clásica a diferencia de lo que se puede pensar de entrada, es y debe de estar al alcance de cualquier persona, sin importar si tiene conocimientos específicos sobre este campo artístico.

En ese sentido, él, que una de sus facetas ha sido el desempeñarse como profesor de futuros músicos, estima que en la educación primaria y secundaria debería impulsarse una materia que esté relacionada con la educación artística, en la que se le den a los alumnos herramientas para apreciar en una mejor dimensión la pintura, la escultura, la literatura y la música.

Esto haría que las futuras generaciones contasen con elementos idóneos para desarrollar la sensibilidad artística, tan determinante en el crecimiento intelectual de una persona.

Para ello sería necesario diseñar toda una estrategia, de forma tal que a lo mejor no se le empiece a los alumnos hablando de Prokófiev, por ejemplo, sino de Vivaldi y sus cuatro estaciones, de modo tal que se vaya creando un gusto por dicha música y una vez que se van adquiriendo habilidades para escucharla, el nivel se va ajustando hasta alcanzar altos vuelos.

A propósito de compositores, Castillo dijo que en realidad no tiene uno preferido, pero que en su lista sí deben de figurar Brahms, Malher, Beethoven, Mozart, entre otros.

A UN NIVEL DE ORGULLO

Tras el salto cualitativo que dio la OSN a partir de 1971 con el arribo a su dirección de Brown y los directores que luego vinieron, la Orquesta alcanzó un nivel que hoy le permite tocar en cualquier escenario nacional o internacional y despertar el aplauso de los concurrentes, considera Castillo.

Por eso se va con el orgullo de saber que cada vez salen más músicos de calidad de Costa Rica, algunos de los cuales, como él lo hiciera, se van a complementar sus estudios en el exterior y son tan de alta calidad que optan por hacer carrera fuera del país, dado que por las condiciones locales no siempre encuentran las facilidades en suelo nacional para alcanzar las metas propuestas.

Así, como maestro de músicos, y como concertino, que tenía que ver los detalles con tanta minuciosidad para que la orquesta estuviera a punto y siguiera las pautas que marcaba el director, Castillo se siente orgulloso del nivel musical alcanzado en el país.

Él fue uno de los primeros músicos beneficiados con la revolución de los setentas, que tan cuestionada fue en su momento, y que despertó titulares a granel, a tal punto que en un momento en que las aguas ya estaban por desbordarse totalmente, el propio Presidente de la República tuvo que salir en cadena nacional de televisión a aclarar que lo que estaba haciendo Guido Sáenz contaba con todo su apoyo.

En ese año –1971— no se comprendía cómo se iba a hacer un masivo despido de los músicos de la OSN que por tanto tiempo habían pertenecido a la agrupación para en su lugar traer a estadounidenses y europeos, lo que se veía como un desplazamiento con el sello y la idea de que lo mejor venía de afuera.

A la vuelta de los años, no obstante, el tiempo le daría a Sáenz y Figueres la razón de que Costa Rica debía contar con una OSN de vanguardia, y gracias a ese clima, a ese ambiente que se fue gestando como por arte de magia, una vez superada la árida polémica, músicos de la talla de Castillo encontraron un hábitat propicio para tener una carrera extensa y llena de satisfacciones.

Eso explica el porqué Castillo de manera formal se retira de la OSN; aunque su corazón no solo permanecerá por siempre con la agrupación, sino que además el violín seguirá siendo parte integral de su modo de vida. Al tiempo que quizá, ahora sí, podrá dedicarle mayores horas al ciclismo, ese deporte que es otra de sus pasiones y a la que nunca renunció, pese a las exigencias máximas que debía cumplir como violinista y concertino de una orquesta que se encuentra, según su experiencia, entre las mejores de América Latina.

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