Cultura

Exposición evoca la grandeza de Julio Escámez

La obra del pintor chileno, exiliado en Costa Rica desde 1974, recoge su pensar político y social, siempre al lado de la clase trabajadora de América Latina, su mayor patria, como sostuvo siempre, la misma que en su momento soñó el libertador Simón Bolívar.

Una exposición realizada de manera simultánea en la Universidad Nacional (UNA) y en la embajada de Chile evocó la grandeza de Julio Escámez, fallecido en 2015, y cuyo legado artístico se reparte entre Costa Rica y Chile, las dos patrias en las que prodigó su talento, aunque su vocación era claramente bolivariana y abrazaba la patria grande como lo hizo en su momento el libertador. 

A poco de cumplirse los ocho años de su desaparición —Escámez murió el miércoles 23 de diciembre de 2015— la exposición le permitió a los visitantes reafirmar cómo el artista se comprometía en cada una de sus creaciones, las cuales se distribuyeron a lo largo de su vida entre la pintura, el dibujo y el grabado. 

La gran apuesta de Escámez (quien nació en Antihuala, provincia de Arauco (Chile), el 15 de noviembre de 1925), más allá de su prolífica producción, fue por el muralismo, del que recibió influencias en su formación al trabajar en Concepción, como ayudante de Gregorio De la Fuente, quien pintó los murales de la estación del ferrocarril de esa ciudad.

El muralismo, cuyo gran desarrollo se dio a inicios de 1920 en México, representó la expresión que más atrajo a Escámez, que no solo pintó murales memorables, sino que murió con la desazón de que su principal obra, Principio y fin, pintada en la Municipalidad de Chillán, en Concepción, había sido destruida por la dictadura de Augusto Pinochet, por la que tuvo que huir y asentarse en Costa Rica para salvar su vida.

El mural Principio y fin fue inaugurado en 1972 por el presidente Salvador Allende, sexto de izquierda a derecha en la fotografía, la cual se exhibió en la exposición ubicada en la embajada de Chile. (Foto: Kattya Alvarado)

A finales de 2021, no obstante, el arquitecto Carlos Inostroza, luego de realizar una exploración en las paredes del salón concejo municipal de Chillán,donde se ubicó el fresco —del que se decía que primero había sido tapado con pintura y luego demolido por completo por la furia de la dictadura, que consideraba la pieza nociva para sus fines—, descubrió algunos vestigios que lo alentaron a creer que era posible la restauración.

Tras más análisis y estudios técnicos, el Municipio de Chillán determinó que era viable rescatar el mural, al que ya el ayuntamiento ha asignado un presupuesto e incluso en 2022 continuaron las indagaciones y en 2023 comenzaron los trabajos con la participación de las restauradoras María Eugenia Van de Maele, especialista en murales, y Danitza Bórquez, técnico en restauración.

Ambas profesionales han estado respaldadas y supervisadas por Ángela Benavente Covarrubias, jefa de la Unidad de Patrimonio de las Artes Visuales (UPAV), y Mónica Pérez Silva, coordinadora de programas de dicha unidad, ambas del Centro Nacional de Conservación y Restauración (CNCR) de Chile. 

El mural, luego de ahondar en las indagaciones con técnicas avanzadas de verificación, estaba cubierto por 12 capas de pintura, pero, de acuerdo con los estudios de las expertas, es rescatable.

Así que cuando todo parecía definido para Principio y fin, idea que prevaleció por más de 40 años, la noticia impactó de manera favorable a los que custodian el legado del artista, quien durante más de 30 años fue profesor en la escuela de Artes Plásticas, rebautizada en la actualidad como escuela de Arte y Comunicación Visual, de la UNA. 

Principio y fin es una alegoría de la subyugación del trabajo humano frente a las máquinas en un torneo dominado por la tecnología y ante ello surge la clase trabajadora, que apela a la solidaridad como forma de resistencia. En el fresco, aparecen las banderas rojas y las antorchas y la respuesta de los soldados-máquina. Ya se vislumbra, desde entonces, la clara posición ideológica del artista. Esto le pareció demasiado peligroso al régimen de Pinochet y por eso el ensañamiento con el mural, el que, no obstante, no fue destruido como se creía y gracias a las técnicas avanzadas de búsqueda, en la que incluso participó la Comisión Nuclear de Chile, permite hoy a la Municipalidad de Chillán creer que el rescate de la obra será una realidad en el mediano plazo.

El mural lo había terminado el pintor en 1972, luego de tres años de trabajo constante y en extremo exigente. Ese mismo año el fresco fue inaugurado por el presidente Salvador Allende, lo que sirvió tras su derrocamiento como un punto principal para acabar con la pieza y perseguir a su autor, que gracias a los oficios de la diplomacia llegó a Costa Rica, donde viviría de 1974 hasta su muerte en 2015.

La obra de Escámez se encuentra repartida, sobre todo, entre Costa Rica y Chile. Aquí un cuadro, sin título, en la exposición en la embajada de Chile. (Foto: Kattya Alvarado)

En medio de la ebullición social

El artista nunca es ajeno a las condiciones en que surge su obra. Consciente o inconscientemente el contexto político-ideológico extiende sus signos y busca marcar e influir en su producción. 

Esa situación social de la producción artística de Escámez, la analizó el profesor de origen chileno Gastón Gaínza, en un artículo intitulado “Resistencia y creatividad: la producción pictórica de Julio Escámez”, publicado en Cuadernos de Intercambio sobre Centroamérica y el Caribe, volumen 16, número 1, 2019. 

Gaínza sostiene: “Julio Escámez vivió en Chile una programación social semejante a la que me convirtió allí en sujeto de la reproducción social chilena. Como el poder y la ideología son matrices comportamentales gobernadas por el grupo dominante, ellas responden a los intereses de ese grupo. Los agentes del sector social dominante en Chile (en la primera mitad del siglo XX) seguían teniendo por objetivo someter a los restantes grupos de esa formación social. Esa dinámica de poder desemboca, dialécticamente, en la contradicción entre sometimiento y resistencia, que ha caracterizado a la sociedad chilena hasta septiembre de 1973. Ese es el contexto económico-político en el que Julio Escámez creció, se hizo pintor y triunfó en su Chile natal. Hasta que las bayonetas destruyeron el mural que había creado para la Municipalidad de la ciudad de Chillán”. 

Y Gaínza contextualiza las condiciones en que ya para entonces se desenvolvía el pintor, que tras el golpe recalará en suelo costarricense y donde terminaría haciendo suya también esta otra patria, aunque, como reiteró en varias ocasiones, la de él era la patria de América Latina.

La producción de Escámez estuvo marcada por su preocupación social y por lo que significó el golpe de Estado del 73, como se evidencia en esta pintura, sin título, que conformó la propuesta en la embajada de Chile. (Foto: Kattya Alvarado)

“Julio Escámez era profesor de la Universidad de Concepción. En esa prestigiosa casa de estudios superiores, en la década de 1960, surgió un nuevo partido de la resistencia chilena. Este es un indicador básico de la agudización que se había ido dando en la reproducción social del país austral. En todos los campos del quehacer cotidiano crecían las ansias de resistencia. Uno de los más relevantes corresponde a los trabajadores artísticos. En esa misma década, emergen grupos musicales, pictóricos, de teatro callejero, de artesanos. Artistas académicos crean frentes con artistas populares. El arte popular —negado por el arte canónico— recupera el sitio que le corresponde en toda sociedad de clases. Y se convierte en vanguardia de los nuevos ideales”.

En medio de aquel triunfo histórico de la Unidad Popular, con Allende a la cabeza, se encontraba el germen que iba a combatir la recalcitrante derecha chilena y que marcaría el devenir de la vida de Escámez.

Gaínza resume con precisión el contexto político-social en que surgirá el golpe de Estado: “En ese agitado clima político, surge la Unidad Popular: una conjunción de partidos que, de uno u otro modo, pretenden representar el movimiento de resistencia a los intentos de sometimiento del grupo social dominante. Llegan las elecciones de 1970, pese a los arteros recursos de que se vale la derecha para impedirlas, triunfa Salvador Allende. El pueblo chileno se siente vencedor; pero la derecha, herida, reunifica las fuerzas de su poder. Un alto porcentaje de los altos mandos de las fuerzas armadas pertenece a ese grupo, sobre todo los de la armada. El pintor toma nota de lo que acontece. Vive el júbilo del pasajero triunfo electoral; aunque, a la vez, vislumbra ese aparato que metaforiza al poder en las imágenes de su producción pictórica e intuye que la lucha recién comienza. Efectivamente, el 11 de septiembre de 1973, cae el gobierno de la Unidad Popular y se desata una de las tiranías más cruentas y sanguinarias de Sudamérica. La derecha chilena pide castigar y escarmentar. Las fuerzas armadas crean el terror social: hay que enseñarles a los ‘rotos’ quien es el amo. El pintor, como miles de intelectuales y artistas, debe abandonar su suelo natal para vivir el exilio”. 

El arte como un conocer

Desde sus primeras influencias en la escuela de Bellas Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, donde estudió con maestros de la talla de Marco Antonio Bontá y, sobre todo, de Laureano Guevara, quien le influyó en su inclinación por la pintura moral, Escámez vio en el arte una forma de representar la realidad, pero una realidad cargada de un gran simbolismo social. No en vano su producción artística, en la mayoría de los casos, fue catalogada por los críticos como un arte realista.

Por eso, ya desde muy joven abrazaría una idea que lo llevó por diversas geografías del mundo, porque el afán de conocer tenía que ser inherente al arte. Eso lo llevó por varios territorios de América Latina, incluida la Amazonia, por la India, por Japón y por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), entre otros territorios. Ese constatar la condición del ser humano, lo guiarían siempre por un afán de conocimiento que tenía principio, pero no fin.

El artista tuvo varias facetas y una de ellas fue la de ilustrador, como se muestra en este cuadro incluido en el libro Contra la muerte, de Gonzalo Rojas, e incluido en la exposición citada. (Foto: Kattya Alvarado)

En 2015, aseguró en una entrevista con la UNA: “Yo no concibo un artista ignorante, porque el mismo arte es también una forma de conocimiento”. En esta frase resumía Escámez su andar por el mundo como un artista comprometido, primero con su obra y posteriormente con la idea de hacer un arte para el otro que aspiraba a la inclusión, de ahí, de nuevo, que se decantara por el muralismo, que en sí encierra la propuesta de un arte del pueblo y para el pueblo.

“Los individuos son, en realidad, producto del conjunto de las relaciones sociales e históricas. Esto determina el lugar en que uno está ubicado en la estructura social. Desde esta concepción intento explicar cómo se fue conformando mi conciencia social, mi manera de percibir el mundo, de articular los elementos de la realidad que en gran medida están supeditados al sistema de valores que nos han inculcado institucionalmente, la manera como la conciencia crítica emerge difícil y dramáticamente”, le dijo en una entrevista en 1996 al escritor y filósofo Rafael Cuevas, en el Suplemento Cultural de la UNA. 

Las huellas en que se crece y se va asumiendo el mundo marcan al ser humano y Escámez no sería la excepción, así lo sostenía en la ya citada entrevista: “La ubicación dentro de la estructura social de mi familia, la clase media empobrecida, determinó mi visión del mundo”. 

Para Escámez, si bien el arte era una manera de conocer al otro, a la sociedad y al individuo en su particularidad,  en el fondo era una forma especial de acercamiento con la realidad.

“Pienso que el artista, consciente de esta tragedia cultural que enfrenta la civilización, debe luchar contra el decaimiento espiritual que, sin el influjo del arte, convierte en estéril el alma humana, dejando inerte a la psique colectiva ante la masificación comercial con su carácter agresivo e irracional, que estimula las tendencias más negativas y alienantes. Estoy convencido, a través de mi experiencia estética profundamente relacionada con los otros aspectos del conocimiento, de que el arte es un medio esencial del desarrollo de la conciencia humana”. 

En sus cuadros y sus murales dejó constancia de esa visión del arte que aspira a transformar realidades y conciencias, aunque a veces la realidad sea tan demoledora como le tocó a él vivir aquel Chile que pasó de la euforia y la ilusión por alumbrar una sociedad más justa, al Chile que sufrió bajo la bota militar de un Pinochet implacable y avasallador, y que buscó borrar las huellas de todo arte que llamase a la insurrección y a la justicia. 

La vida, paradójica, como siempre, le ha jugado una mala pasada a aquella dictadura atroz, porque detrás de las 12 capas de atropellos, olvidos y pinturas, a las que apelaron para borrar Principio y fin, hoy esa obra podría rescatarse, aunque ya el pintor no vivió para enterarse del rescate de su principal obra.  

En la exposición, que estuvo disponible hasta el 24 de noviembre, tanto en la UNA como en la embajada de Chile, se pudo constatar, una vez más, que la propuesta estética de Escámez siempre fue fiel a su pensar político y social, y que su coherencia honró siempre a muchos de sus compatriotas, muchos de los cuales perdieron la vida a manos de una derecha que pisoteó todos los ideales, y que es la misma que tiene el don de la ubicuidad para aparecer siempre disfrazada de progreso en el subcontinente, como acaba de suceder en la hoy incierta Argentina.

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