Cultura

Escultor de la piedra y la poesía

Domingo Ramos acaba de publicar Llamas y cenizas, su primer poemario, y repasa_sus_andanzas de juventud por Europa y sus recuerdos en Zapotal de San Ramón.

Desde muy joven, Domingo Ramos mostró inclinación al arte en Zapotal de San Ramón de Alajuela, pero fue la escultura la que más lo cautivó. (Foto: Katya Alvarado).

De niño Domingo Ramos conversaba con las piedras.

Cerca de su casa había una laja grande y se iba a contarle sus penas y sus alegrías bajo un cielo lleno de grandes nubes blancas. Y las nubes, de pronto, eran elefantes y los elefantes, vacas y las vacas, águilas y luego sobrevenía la nada: porque así es la vida, como una nube.

La naturaleza barroca de Zapotal de San Ramón de Alajuela fue la simiente para que el niño, mientras corría por los potreros o mientras miraba al cielo tumbado en su piedra favorita, desarrollara una imaginación desbordada y para que muchos años después cumpliera su destino de escultor y poeta.

Y entonces aquella conversación a solas con las piedras comenzó a tomar forma, a esculpir su vida, que hoy, a sus 68 años, sigue plena de ilusiones y desafíos. Prueba de ello es que acaba de publicar Llamas y cenizas, su primer poemario, seleccionado de entre al menos diez mil composiciones que conserva en sus míticos cuadernos.

Ni siquiera la enfermedad de Parkinson, que le diagnosticaron hace cinco años, ha detenido a este escultor y poeta, quien sigue trabajando con pasión intacta la madera, la piedra, el mármol y el hierro.

El padecimiento le ha afectado, sobre todo, su mano derecha, pero, lejos de dejarse arrastrar por las limitaciones que ello conlleva, su creación sigue adelante, aunque ahora reconoce que ya no es tan rápido esculpiendo como en sus años de juventud.

La vida para Ramos es un destino. Solo se tiene que estar atento a las señales que se van dibujando a cada paso. De lo contrario, él no podría explicar cómo un niño pobre logró terminar el colegio y después estudiar bellas artes, con énfasis en escultura, y después tomar un avión e irse cinco años a Italia a obtener un doctorado en Historia del Arte, y posteriormente trasladarse a las propias entrañas de Carrara, el mismo lugar de donde Miguel Ángel Buonarroti obtenía el mármol con que inmortalizaría algunas de sus piezas.

PRIMERAS SEÑALES

La vida me fue dando las cosas cuando yo menos lo esperaba. Soy el tercero de una familia de nueve hijos. Me ponía ayudarle a mamá en la cocina y con la masa me salían figuritas –un gallo, un chancho, una danta– y mamá decía: “qué curioso, este chiquito en lugar de hacer tortillas, hace animales”. Parecía que todo iba terminar ahí, pero no, fue más allá. En San Miguel de San Ramón, a donde nos trasladamos para ir a una escuela más grande, yo era dibujante. La maestra María Isabel Durán Zamora me pedía una flor y yo la hacía, pero no hacía una flor convencional, no, me gustaba encontrar los secretos de las flores, porque las flores estuvieron muy ligadas a mi vida, debido a que papá (Misael Ramos) era un amante de las flores. Papá tenía un jardín de media manzana y todos aprendimos y tuvimos nuestro propio jardín.

En el colegio conocí a don Alfonso Jackson, quien me estimuló mucho como artista. Para el 12 de octubre,  yo era quien hacía los escenarios de la celebración.

Después del primer año en el colegio, papá, que era jornalero, se vino al centro de San Ramón y con el trabajo en un aserradero y las tortillas que mamá (María Araya) vendía pudimos estudiar.

La verdad nunca me había planteado que yo vendría a la universidad. Lo que quería era ganar un sueldo para poder ayudar a papá. Esa era, en realidad, mi aspiración, pero, luego de que fracasé en mi intento de llevar unos cursos libres de artes plásticas en la Universidad Nacional, alguien me dijo que preguntara en la Universidad de Costa Rica. Cuando vine a conocer la universidad y vi todas esas esculturas en Bellas Artes, supe que eso era lo mío. Quería ser escultor. La vida me daba así las primeras grandes señales para forjarme mi destino.

La enfermedad de Parkinson le fue diagnosticada hace cinco años y pese a ella no ha dejado de trabajar ni un solo día en su taller de escultura y ha seguido escribiendo.                             (Foto: Katya Alvarado).

DE ZAPOTAL A ROMA

Después de que aterrizó en la Universidad de Costa Rica (UCR), el gran sueño de Ramos era irse a estudiar artes a Italia, cuna del renacimiento. En 1975 se le presentó la oportunidad de subirse no solo por primera vez a un avión, sino también de comenzar una travesía que le cambió para siempre su vida de artista y de hombre, porque desde Roma estaba dispuesto a moverse por Europa entera.

Un avión de Pan Am, con un montón de chunches, lo llevó a la capital de Italia y en la Universidad de Roma lograría su doctorado en Historia del Arte Medieval y Moderna.

En el avión comenzó a escribir un diario.

Sin embargo, el gran objetivo no era obtener un título académico, sino un título de vida. Así que en las primeras vacaciones tomó su mochila y mediante la técnica del autostop recorrió miles de kilómetros. En la primera salida, ya armado caballero andante, unas compañeras lo dejaron en una ciudad a 80 kilómetros de Roma, para que no pudiera devolverse.

Dos parejas lo recogieron en una microbús. Cada noche dormía en la microbús y así subió toda la costa de Génova, llegó a Francia y terminó en Gibraltar, de pueblo en pueblo, como si fuera un Quijote extraviado. Los nuevos amigos lo invitaron a que los siguiera a Marruecos, pero Ramos fue fiel a su plan y decidió irse para Madrid, Lisboa y pasar por Cádiz, a rendirle tributo a Cristóbal Colón.

El carácter del escultor y del poeta, más que en la universidad, se estaba forjando en la calle, con gentes desconocidas y siempre aferrado al autostop.

Además del español, Ramos recurría al inglés, aunque reconoce que no se le daba muy bien, pero cuenta que la alusión de que era de Costa Rica, incluso con gentes que no entendía muy bien su idioma, siempre funcionaba.

Para entonces, reconoce que no entendía muy bien la razón de ser de su vida y que su verdadero plan era suicidarse. No entendía cómo después de tanto esfuerzo, como por ejemplo sacar dos carreras en la UCR, él, cualquier día, podía morirse como un perro o un gato. Así que en su mochila también albergaba el sueño de quitarse la vida.

Aquellas gentes amables con ese desconocido y que viaja con escasos recursos empezaron a darle otra perspectiva. Los museos, las galerías de arte y la arquitectura de la vieja Europa comenzaron a operar un cambio en su visión de vida y por eso no escatimó prendas cuando le tocó pasar por experiencias nuevas. como dormir en Londres en medio de dos “borrachitos”, o en ser huésped de varias parejas homosexuales en Polonia, o en pasar la noche en una esquina de la estación del metro en Milán. Anduvo hasta en un carretón tirado por un burro rumbo a Portugal y lo recuerda muy bien porque el señor, al final del viaje, le obsequió el sombrero.

Tras esos periplos durante cuatro años, había descubierto que la vida tenía un sentido. Había descubierto que para él había un destino. Había descubierto que aquella sensación de libertad cuando se acostaba en las piedras a mirar las nubes blancas en el lejano Zapotal de San Ramón de Alajuela era parte de un plan del que desconocía sus alcances últimos, pero que estaba formado de señales que iban perfilando un horizonte.

Quien escuche a Ramos y no conozca su odisea europea, le parecerá increíble que este hombre tranquilo, enamorado de la vida, se haya echado a la calle para descubrir algo de suma trascendencia: el valor infinito de la solidaridad humana y el conocimiento interior.

Llamas y cenizas es su primer poemario, bellamente ilustrado por su hija Daniela, y se caracteriza por ser una oda al erotismo. (Foto: Katya Alvarado).

DESCUBRIMIENTO ESENCIAL

Fui profesor durante 35 años en la Universidad de Costa Rica. A ella me incorporé después de mi estadía en Italia, cuyo último año lo pasé año en Carrara estudiando lo que eran sus canteras.

Mi paso por Italia me cambió para siempre la vida. Escribí un diario durante todo ese tiempo y lo tengo en mis cuadernos. Voy a escribir una autobiografía que ya comencé, en la que voy a incluir esas vivencias mías en Europa.

Lo más importante de esos viajes fue que me permitió descubrirme. Conocerme mejor. Hice ese viaje interior tan importante para el ser humano. Ahí consolidé ese hábito de escribir. Ya no escribo tanto porque el Parkinson me ha afectado. Cuando la doctora me dijo que yo lo padecía, pensé en un señor que tenía esa enfermedad y que me había dicho que una situación así no se la deseaba ni al perro más ingrato de este mundo. Sin embargo, no me desesperé. Mi esposa se echó a llorar y le dije: “calma, Dios me ha dado muchas cosas lindas y todavía tengo cosas que aprender de la vida”.

A la enfermedad llegué, le hablé y le dije: “vea, usted es como mi matapalo. Vamos a convivir a partir de ahora, así que no me robe mucho la savia y yo no te voy a apretar mucho el pescuezo, porque mientras yo viva, usted va a vivir. El día que yo muera, ese día usted va a morir, así que mejor vaya despacio”.

Mi esposa me dijo que debí pedirle a Dios que me quitara la enfermedad y no, no es así. Le agradecía a él los 63 años de vida sin haber estado enfermo y sin haber estado nunca en un hospital. Ahora heme aquí. Sigo luchando. Sigo esculpiendo. Sigo escribiendo.

LA LLAMA DE LA POESÍA

El escritor Arturo Pérez Reverte le contaba al periodista Juan Cruz, en una entrevista con motivo de su más reciente novela Los perros duros no bailan, que él conocía a la gente por sus ojos, que la gente se puede entender por sus ojos, que en ellos está toda la biografía de un ser humano. Domingo Ramos transmite nostalgia en su mirada. Mientras va contando su vida en su taller de escultura, su mirada va trasluciendo el ser humano que es. Es un hombre que pasa con gran facilidad de la alegría a la tristeza, un hombre que llora fácilmente y que no tiene reparo en admitirlo. En Llamas y cenizas está la huella de esa nostalgia. De esa mirada suya se nutre todo el libro, compuesto por poemas en los que se retrata el alma de su autor y ese disfrute de lo erótico, término que para Ramos va mucho más allá de lo relacionado con el sexo, porque en todo ha de haber erotismo, que es como la savia de la vida, pues se entronca con la pasión: la pasión por descubrir, por seducir, por conocer, por la magia, por las fronteras, por el platonismo y por vivir con la certeza de que la gota constante es capaz de horadar la roca y abrir caminos.

Y a la poesía ha llegado, también, porque hay un momento en que la escultura es insuficiente para comunicar ese mundo que arde en su interior. Y como parte de esa pasión no podía faltar su admiración por las mujeres.

Cuando se le pregunta cuál ha sido su relación con ellas, se yergue en su silla, y de inmediato empieza a cantar Mujeres divinas de Vicente Fernández: siempre me han dejado las mujeres, voy con el alma hecha pedazos, pudiéramos morir en las cantinas, mujeres, oh mujeres tan divinas, no queda otro remedio que adorarlas.

Ahí está Ramos tal y como es: espontáneo, sencillo, catedrático de la UCR, poeta, escultor, hombre que sueña y vive con la certeza de que el cosmos es uno, de que todo está conectado: la naturaleza, el viento, el fuego, la tierra y la piedra.

La piedra es literalmente el elemento preferido por Ramos para realizar sus esculturas y es a la vez metáfora de su poesía.

A media tarde del jueves 31 de mayo hay en el horizonte nubes negras. Llueve. Escampa. La música clásica se escucha en la sala de exhibición de esculturas que tiene junto a taller donde trabaja a diario. En medio de las esculturas se percibe una paz especial, como si en su silencio comunicaran un algo en su propio lenguaje, y de nuevo la voz del poeta y escultor vuelve a la piedra con la que ha moldeado su vida, sus sueños, sus fracasos y las muchas resurrecciones anotadas en su biografía:

La piedra encarna en el esculpido un sentimiento muy profundo. Es sacarle una verdad que va a ser perdurable. Los grandes escultores del mundo, todos, se han manifestado a través de la piedra. Las cosas más importantes de la vida han sido escritas en piedra. La historia del planeta y los diez mandamientos no se escribieron en papiro o madera, fueron escritos en piedra. A la piedra difícilmente la destruye el fuego y es resistente a la intemperie. Las grandes catedrales están hechas en piedra. Es la historia de los movimientos telúricos. Es la historia del cosmos. Una de las aspiraciones del escultor es hacer un arte que perdure. En realidad el ser humano es el que quiere perdurar, trascender, a sabiendas de que somos finitos. La piedra es la memoria del tiempo. Por eso esa escultura (señala una pieza titulada “Flor de la nostalgia”) está llena de grietas, hirientes, cortantes, en un aparente desorden, porque, cuando uno ve en las montañas esas piedras, parecen tener grietas en un absoluto desorden, pero en verdad tienen un orden bien estudiado por la naturaleza. Y yo soy escultor por la naturaleza. Desde que nací, viví en una montaña profunda y boscosa, de ríos claros, de grandes y altas cumbres, y de nubes blancas. Esa fue la escuela mía allá en Zapotal de San Ramón de Alajuela. La montaña me hizo escultor.

 

 

 

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