Cultura

El hombre que aspira a revolucionar el haiku 

Con la venia de Japón, el haiku aspira a que esta manifestación poética, que viene del siglo XVII, logre la declaratoria de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad

Herman Van Rompuy, exprimer ministro belga, se ha impuesto una tarea titánica, más alta incluso que el haber presidido el Consejo Europeo y el tener que haber realizado un equilibrio entre las naciones que conforman la unión, pues se ha propuesto convertir al haiku en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Es una épica personal y sobrecogedora para un hombre que es proclive a los consensos, pero que en su época de político fue tildado de frío y de tener un excesivo bajo perfil, tanto que parecía imperceptible.

Matsuo Basho (1644-1694)  es considerado el primer gran maestro del haiku, composición de origen japonés que tomó fuerza a partir del siglo XVII. (Internet).

No en vano el político británico Nigel Farage le lanzó un dardo en el Parlamento europeo, que quienes lo escucharon en aquella oportunidad —febrero 2010—todavía hoy tienen dificultades para reponerse. El euroescéptico Farage le espetó que tenía “el carisma de una bayeta mojada”.

Cualquiera que hubiera recibido un golpe así se habría enfrascado, solo por contradecir al adversario, en una disputa sin fin. No fue el caso de Rompuy.

“(El haiku) es como una notaría de la vida, como una instantánea de la realidad. A diferencia de la poesía a la que estamos aquí acostumbrados, en Japón el poeta no refleja su sentimiento sino que plasma el mundo, ya que lo que tiene auténtica importancia es lo que está fuera de la persona, con lo que el yo desaparece”, Vicente Haya

El mismo hombre que tiene como uno de sus atributos el conciliar posiciones políticas a veces tan distantes como las que a menudo surgían en la Unión Europea, hoy está entregado a convencer a diversos países del mundo de que el haiku tiene que pasar a ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en homenaje a ese fogonazo de lucidez que es esta expresión japonesa, que surgiera con tal nombre –haiku—a finales del siglo XIX, aunque ya grandes maestros japoneses lo practicaban desde el siglo XVII, entre ellos Matsuo Basho.

Político, economista, líder de la centro derecha cristiana belga, Rompuy también es dado al ensayo y en un momento se vinculó al haiku, ya en 2010 presentó uno de sus libros, y esa pasión lo persigue hasta el día de hoy y lo convirtió en un entusiasta cultor del género.

Ahora asumió la gigantesca tarea de conseguir que esta expresión nacida en Japón, pero que se ha extendido por el mundo, se convierta en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Para ello, Rompuy fue designado por el gobierno japonés como embajador del haiku. Sus dotes para ganarse la admiración y el aprecio de los otros están probadas. Así, en 2012, mientras era presidente del Consejo Europeo, la Unión Europea recibió el Premio Nobel de la Paz  “a la reconciliación, la democracia y los derechos humanos en Europa”.

Si todos estos reconocimientos le sirven para ir a tocar las puertas de la UNESCO, Rompuy estará en el camino de hacer del haiku, de forma oficial,  una expresión universal, que trascienda las fronteras literarias de medio mundo, a pesar de que ya se le cultiva en los diferentes continentes, pero sin la intensidad y la frecuencia que le gustaría al exprimer ministro.

Mirada al haiku

El haiku, tal y como hoy se le conoce, procede de una larga tradición de la poesía japonesa, pero el nombre actual lo acuñó Masaoka Shiki (1867-1902), quien a su vez fuera discípulo del cultor del género, aunque nunca se lo propuso, Matsuo Basho.

El haiku clásico responde a una creación de tres versos en una combinación 5-7-5, es decir, el primero de cinco sílabas, el segundo de siete y el tercero de cinco, para un total de 17. Esta rigidez no es hierro fundido, por lo que el hecho de que la composición tenga una sílaba de más o de menos no altera del todo la ecuación.

El profesor y académico español Vicente Haya, el escritor que más libros publicados tiene de haikus en lengua castellana, define al género de la siguiente manera:

“El haiku es una impresión fácil de comunicar por medio de unas palabras fáciles de comprender”.

Y complementa su definición con este acercamiento: “es como una notaría de la vida, como una instantánea de la realidad. A diferencia de la poesía a la que estamos aquí acostumbrados, en Japón el poeta no refleja su sentimiento sino que plasma el mundo, ya que lo que tiene auténtica importancia es lo que está fuera de la persona, con lo que el yo desaparece”.

En consonancia con lo que es un haiku, que responde a una composición que no todos consideran poema, porque en realidad es un arte secundario, como lo denominara Kubawara Takeo en uno de sus ensayos.

Entre sus características sobresale el hecho de que el haiku no lleva título, en algunos casos prescinde de las mayúsculas iniciales, también de los signos de puntuación y huye de los recursos literarios como la metáfora, el símil o la sinécdoque.

El haiku clásico, porque también está el urbano, alude por lo general a un elemento de la naturaleza y trata de captar la estación del año en que se escribe, aunque esta es una característica cultivada más por los japoneses que por los autores occidentales.

Más que una dimensión poética, la escritura de haikus responde a una disposición para acercarse al entorno en el que se desenvuelve el haijin, como se denominan los escritores del género.

Daniel Dapena, quien ofreció en la Radio Líder de Galicia un taller sobre haiku en cuatro clases, explicaba que lo que en verdad interesa en la composición es si el haijin logró trascender con sus palabras a la conciencia del lector.

Por ser una creación tan puntual, su lectura requiere una actitud distinta, no se lee como se haría con una novela de Tolstoi o de Alejandro Dumas, sino que se ha de disponer de un momento sereno, para intentar navegar en las profundidades de aquellas palabras, que de entrada incluso pueden parecer insulsas, pero que conforme se les examina en el contexto de la propuesta, adquieren otra luz.

En Tratado de Filosofía Zoom, José Antonio Marina hace una confesión brutal, que lo llevó a aguas procelosas según confesó en el libro: “La brillantez del ingenio es efímera: ese fue para mí un cruel descubrimiento.”

Es lo efímero que adquiere otra connotación en la mirada del escritor de haikus. Lo efímero alcanza otra connotación cuando pasa por el tamiz de un lector atento. Para leer haikus, eso sí, hay que salirse de la velocidad de la autopista y cultivar un elogio de la lentitud, como diría Carl Honoré en el libro en el que hace una defensa de la lentitud.

O como ya había dicho Friedrich Nietzsche en su prólogo a Aurora de lo que para él debía de ser el arte de la filología.

“Este prólogo llega tarde, aunque no demasiado tarde; ¿qué más da, a fin de cuentas, cinco años que seis? Un libro y un problema como éstos no tienen prisa; además tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud. No en vano he sido filólogo, y tal vez lo siga siendo. La palabra filólogo designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud. No escribir más que lo que pueda desesperar a quienes se apresuran, es algo a lo que no sólo me he acostumbrado, sino que me gusta, por un placer quizá no exento de malicia”.

Y acto seguido, añadía: “La filología es un arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados; un arte de orfebrería, una pericia propia de un orfebre de la palabra, un arte que exige un trabajo sutil y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud”.

Es como si el filósofo alemán se hubiera adelantado algunos años y describiera cómo se debería leer un haiku en el siglo XXI, mediante la técnica de la lentitud, el reposo, el agua en el estanque quieta y benévola.

La escritura del haiku más que una apuesta poética, que puede serla según el autor que la  profese, es una contemplación de la cotidianidad. Por eso algunos, incluso, asocian esta práctica con raíces que provienen del budismo zen, aunque otros como el ya citado Vicente Haya, la rechazan.

El haiku es en sí mismo un universo, diminuto, pero un universo al fin. El minimalismo que encierra es su grandeza y su condena, de acuerdo con algunos cultores.

En la introducción al libro Siete poetas del haiku, de Juan Manuel Cuartas, el escritor Javier Tafur González, sintetiza de esta manera el género al que Rompuy se propone universalizar para siempre.

“En su estructura no solo cabe el mundo que canta, sino también su propia contradicción y desarrollo. Heredero del Tanka y del Renga hace la pausa el Hokku, el verso inicial del Haikai, que posteriormente Shiki llamará Haikú. El poema es una visión por la que el Haijin nos llama la atención y nos descubre pasajes de la vida que de otra manera pasarían inadvertidos y permanecerían ocultos. Tiene su oficio algo de revelación”.

La naturaleza es uno de los elementos centrales del haiku tradicional, aunque también existe el haiku urbano.

El camino de Rompuy

La UNESCO incluye en su texto para la convención del patrimonio inmaterial una serie de requisitos que deben cumplir los Estados aspirantes para lograr una declaratoria. El camino es largo y tedioso, quizá por eso no en vano los japoneses aceptaron la postulación de Rompuy como el embajador dotado de paciencia y artes de negociación para llevar a buen puerto la aspiración de convertir al haiku en Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Para efectos de la UNESCO, esto es lo que engloba el término, lo cual se especifica en el artículo 2 de la citada convención: “Se entiende por ´patrimonio cultural inmaterial´ los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas —junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes— que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural”

Y agrega dicho artículo: “Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana”.”.

Para que el haiku entre en la privilegiada lista del Patrimonio Cultural Inmaterial requerirá que las dotes de Rompuy alcancen sus mejores cuotas, como cuando fue primer ministro y senador belga, porque las exigencias son muchas para que al final los Estados tomen una decisión.

En la actualidad, la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial está compuesta por 641 manifestaciones, agrupadas en 140 países.

Una de las propuestas que recientemente tuvo acogida fue la de El Pasillo, manifestación ecuatoriana de los tiempos de independencia.

“El Pasillo es un género musical y bailable que hizo su aparición en Ecuador en el siglo XIX, en la época de las guerras de independencia sudamericanas, como resultado de una fusión entre diversas músicas indígenas –por ejemplo, el yaraví– y europeas, en particular el vals, el minué y el bolero español. Tal y como su propio nombre indica, este baile lo ejecutan dando pasos cortos una mujer y un hombre formando pareja, no solo en bailes de salón, ceremonias públicas y fiestas, sino también en programas radiotelevisados y conciertos al aire libre”, indica la UNESCO respecto a esta manifestación artística.

De igual manera, la rumba congoleña entró a formar parte del Patrimonio Cultural Inmaterial en 2021, como una actividad que “la suelen ejecutar principalmente una mujer y un hombre formando pareja. Los orígenes de esta modalidad de expresión multicultural se remontan a un antiguo baile llamado nkumba, que quiere decir ´cintura´ en idioma kikongo. Se interpreta en lugares públicos, privados y de culto religioso, ya sea para celebrar fiestas o ceremonias de duelo, con el concurso de orquestas o solistas, coros y bailarines, tanto profesionales como aficionados”.

Costa Rica figura en la prestigiosa lista gracias a la “Tradición del boyeo y las carretas”, que entró en ella en 2018.

“La tradicional carreta de bueyes es el tipo de artesanía más famoso de Costa Rica. Desde mediados del siglo XIX, las carretas de bueyes eran utilizadas para transportar el grano de café desde el valle central de Costa Rica, en las montañas, a Puntarenas, en la costa del Pacífico. Un viaje requería de 10 a 15 días. Las carretas de bueyes tenían ruedas sin radios, un híbrido entre el disco usado por los aztecas y la rueda de radios introducida por los españoles, para avanzar en medio del fango sin atascarse. En muchos casos, las carretas de bueyes eran el único medio de transporte de una familia y simbolizaban su estatuto social”.

Si bien Rompuy y Japón no tendrá que hacer lentos desplazamientos como los tuvieron que hacer los pioneros costarricenses que llevaban sus productos del Valle Central a Puntarenas en la lenta y rítmica carreta, ambos sí necesitarán de la paciencia a la que apela la composición poética que están proponiendo, para salir airosos en una empresa que parece ser la más audaz y atrevida que se ha propuesto el exprimer ministro belga, conocido por sus artes de conciliación y por hacer del haiku una pasión extraña para un europeo más influenciado por Descartes que por el propio Matsuo Basho.

De Basho a Octavio Paz

El haiku ha sido cultivado tanto por escritores de japón como por los de Occidente, y ese instante fugaz queda plasmado en creaciones que por lo general demandan una lectura reposada y dispuesta para el azar infinito de los versos.

Matsuo Basho

El viejo estanque salta una rana ruido de aguas

Takarai Kikaku

¡Ah, el perfume del ciruelo! hasta la casa del mendigo amerita un vistazo

Octavio Paz Roe el reloj Mi corazón,

Buitre no, si no ratón.

Juan José Tablada

Tierno saúz

Casi oro, casi ámbar, Casi luz… Jorge Luis Borges

¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?

Yosa Buson

Bajo la lluvia de verano

El sendero Desapareció

 

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