Cultura

El arte de escribir como un combate de largo aliento

Haruki Murakami, en De qué hablo cuando hablo de escribir, revela los métodos que le han permitido estar 35 años en el ring literario, mientras que el personaje Harry Quebert le narra a un joven novelista sus secretos.

“Nunca verás derrochar puñetazos a un boxeador que sabe devolver golpes. Nunca te enfrentes a un buen golpeador sin estar seguro de que eres mejor que él. Arrincona al contrincante y aguanta todo lo que te eche de manera que controles el interior del ring. Esquiva los golpes laterales. Para los ganchos. Y responde a los golpes con todo lo que lleves dentro”.

Tal afirmación solo puede provenir de un hombre en el mundo: Ernest Hemingway (21 de julio 1899 – 2 julio 1961), y la recoge la escritora y periodista Lillian Ross en Retrato de Hemingway, publicado primero en The New Yorker en 1950 y luego en formato de libro.

Jöel Dicker saltó al ámbito internacional con su segunda novela La verdad sobre el caso Harry Quebert, publicada en francés en 2012, y luego traducida a 33 idiomas (Foto: tomada de Internet).

Para Hemingway, Premio Nobel 1954, la literatura era un combate abierto y diario, y  guardaba enormes semejanzas con la vida y el boxeo, ese deporte del que tanto hablaba y sabía.

La escritura es vista también como una larga estancia en el ring por el escritor japonés Haruki Murakami, quien en un despliegue de generosidad y entrega cuenta todo lo que ha aprendido del oficio en De qué hablo cuando hablo de escribir, publicado en castellano en 2017 por la editorial Tusquets. En el libro el lector se encontrará con un Murakami transparente, incluso dispuesto a dejarse acorralar como si de un combate de boxeo se tratara.

El contrincante de Murakami en ese cuadrilátero literario en el que ambos se retan sin saberlo es Harry Quebert, protagonista de la exitosa novela de Joël Dicker, La verdad sobre el caso Harry Quebert, que sacó del anonimato al autor y lo convirtió en un fenómeno mundial.

La historia principal del texto de Dicker trata de un caso que se revive 33 años después de la desaparición de Nola Kellergan. Calificado como un thriller, una novela romántica o policíaca, La verdad sobre el caso Harry Quebert arrasó en Francia, luego en el resto de Europa, Estados Unidos y finalmente llegó a América Latina.

A lo largo del texto de 787 páginas, versión de bolsillo, Quebert, a quien acusarán del asesinato de Kellergan, va desgranando lo que debe tener una novela para ganarse al lector y llevarlo sin respiro hasta el final.

SÚBASE AL RING

A Murakami, quien es un fondista con más de 30 maratones en sus registros personales, más que la metáfora del atletismo, la que le sirve para adentrarse en los campos de la literatura es la del boxeo, como era tan habitual en Hemingway. Porque se trata de dar un golpe por aquí, otro por allá, ubicarse en el cuadrilátero, moverse hacia las cuerdas, ahora hacia el centro, lanzar unos golpes, replegarse para analizar al adversario y estar siempre en guardia, lo que en su vocabulario se traduce en escribir siempre, tener un horario, unas coordenadas que le permitan avanzar dos, tres, cinco e incluso diez páginas en una buena jornada.

Para el autor japonés, cualquiera puede escribir, una, dos e incluso tres novelas buenas, pero permanecer en el oficio durante más de una década e incluso vivir de él es otra historia a la que muy pocos acceden, y no llegan, sobre todo, por falta de disciplina.

“A pesar de que resulta fácil subir al ring, no lo es tanto permanecer en él durante mucho tiempo. Eso es algo que los escritores lo saben bien. Escribir una o dos novelas buenas no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil. Me atrevo a decir que casi resulta imposible para una persona normal. No sé cómo explicarlo de forma precisa, pero para lograrlo hace falta algo especial (…)”

Murakami cuenta sus “secretos” de escritor en De qué hablo cuando hablo de escribir, traducida al castellano en 2017. (Foto: tomada de Internet).

Si se pudiera hacer un pacto y fuera posible dejar la página en blanco en lo que resta del reportaje, el lector tendría aquí una aportación capital y suficiente sobre el arte de escribir, pero como Murakami es muy generoso, conviene explorar el camino que ha recorrido para convertirse en uno de los escritores japoneses más leídos en la actualidad y un candidato al Premio Nobel de Literatura en los últimos diez años.

En la otra esquina del cuadrilátero está Harry Quebert, que se enfrasca en un mano a mano con el joven escritor Marcus Goldman, ambos protagonistas de la referida novela de Dicker.

 El primer capítulo, Marcus, es esencial. Si a los lectores no les gusta, no leerán el resto del libro. ¿Cómo tiene pensado escribir el suyo?

–No lo sé, Harry. ¿Cree usted que algún día lo conseguiré?

–¿El qué?

–Escribir un libro.

–Estoy convencido de ello.

Muchos acuden al ring literario y alguno lo hace “acompañado de música de fanfarria”, como dice Murakami, pero duran pocos asaltos, hasta que el juez comienza la cuenta regresiva.

A esta altura, el autor de Tokio Blues suelta otra perla que a muchos causará indigestión.

“En mi opinión, escribir novelas no es un trabajo adecuado para personas extremadamente inteligentes. Es obvio que exige un nivel determinado de conocimiento, de cultura y también, cómo no, de inteligencia para poder llevarlo a cabo”. Para Murakami, escribir relatos y novelas es un trabajo lento: “Diría que la velocidad es solo un poco superior a la de caminar e inferior a la de ir en bicicleta”.

Mientras tanto, Marcus Goldman sigue su conversación con Quebert, buscando desentrañar cómo dar con el buen hacer en el ámbito literario.

El capítulo 2 es muy importante, Marcus. Debe ser incisivo, contundente.

– ¿Cómo qué, Harry?

–Como cuando boxea. Es usted diestro, pero en posición de defensa es siempre su puño izquierdo el que está adelantado: el primer directo aturde a su adversario, seguido de un poderoso gancho de derecha que le tumba. Eso es lo que debería ser el capítulo 2: un derechazo en la mandíbula de los lectores.

Y Murakami, que no quiere quebrar ningún plato mientras va camino al manjar literario que se ha ganado a lo largo de 35 años, asesta, esta vez un golpe, para ir dejando las cosas bien claras.

“Y a pesar de algunas excepciones, casi nadie se ha quedado demasiado tiempo en el ring de los escritores. Tengo la impresión, incluso, de que solo vinieron de visita con la intención de marcharse pronto”.

Quebert no se queda atrás con Marcus, ahora, ese trato dócil con que empezó empieza a tener tonalidades de hostilidad.

Me gustaría enseñarle a escribir, Marcus, no para que sepa escribir, sino para convertirle en escritor. Porque escribir libros no es nada: todo el mundo sabe escribir, pero no todo el mundo es escritor.

–¿Y cómo sabe que uno es escritor, Harry?

–Nadie sabe que es escritor. Son los demás los que se lo dicen.

Y para ser escritor, más que tener la capacidad de síntesis que tanto es útil al periodismo y a la comunicación en general, en la literatura se trastoca en la paráfrasis, como puntualiza Murakami.

“Si uno es capaz de verbalizar con claridad un tema determinado, no tiene ninguna necesidad de empeñarse en el trabajo infinito de la paráfrasis. Expresado de un modo quizás extremo, se puede decir que los escritores son seres necesitados de algo innecesario”.

A estas alturas, Goldman sigue intrigado con las lecciones que le va dando Quebert, entre enigmático y huidizo.

Con La verdad sobre el caso Harry Quebert, Dicker ganó varios premios, entre ellos el Gouncourt y el Gran Premio de la Academia Francesa. (Foto: tomada de Internet).

Harry, si tuviera que quedarme con una sola de todas sus lecciones, ¿cuál sería?

–Le devuelvo la pregunta.

–Para mí sería La importancia de saber caer.

–Estoy completamente de acuerdo con usted. La vida es una larga caída, Marcus. Lo más importante es saber caer.

A Murakami no le gustan las excesivas luces como escritor. No suele dar entrevistas. Antes de ser escritor regentaba un bar, le gustaba el blues, el jazz, y vivir una vida tranquila, lejos de las celebridades. Solo alguien con ese currículum se atrevería a hacer la siguiente afirmación, que de alguna manera tiene algún sustrato que le acerca a Quebert.

“Solo es una opinión personal, pero escribir una novela me parece, en esencia, un trabajo bastante torpe”.

Remata la consideración anterior al expresar que escribir novelas consiste en “afrontar un trabajo lento y sumamente fastidioso”.

La escritura, considerada por muchos creadores, como uno de los oficios más solitarios, más que llena de certezas es un espacio prolífico para las dudas, en las que ahora mismo navega Goldman.

Harry, tengo una duda sobre lo que estoy escribiendo.

No sé si es bueno. Si merece la pena…

–Póngase el pantalón corto, Marcus. Y vaya a correr.

–¿Ahora? Está lloviendo a cántaros.

–Ahórrese los lloriqueos, señorita. La lluvia no ha matado nunca a nadie. Si no tiene el valor de salir a correr bajo la lluvia, no tendrá el valor de escribir un libro.

¿Es otro de sus famosos consejos?

–Sí. Y este es un consejo aplicable a todos los personajes que viven dentro de usted: el hombre, el boxeador y el escritor. Si un día tiene dudas sobre lo que está haciendo, vaya y corra. Corra hasta perder la cabeza: sentirá nacer dentro de usted la rabia de vencer. ¿Sabe, Marcus?, yo también odiaba la lluvia antes…

Y en este ring de escritores en que se encuentran Quebert y Murakami, coinciden en esa necesidad de vitalidad, incluso física, para sobreponerse a los desafíos de la página en blanco, y así ir llenando en cada jornada esa historia que revolotea en algún lugar de la cabeza.

Murakami en esto es poco ortodoxo, porque recomienda encarecidamente a los escritores que tienen que estar en buena forma física. ¿Quién se atreve a pedirle esto a un escritor?

“La combinación diaria de ejercicio físico y trabajo intelectual, por tanto, produce un efecto idóneo para el trabajo creativo del escritor.

Cuando me convertí en escritor profesional empecé a correr (…) Desde entonces, y durante más de tres décadas, tengo por costumbre salir a correr o ir a nadar durante una hora casi a diario”.

Y Quebert, qué más da, tampoco se queda atrás en sus reflexiones sobre la escritura. A veces, como el propio Murakami, se sale de la zona previsible.

Si los escritores son seres tan frágiles, Marcus, es porque pueden conocer dos clases de dolor afectivo, es decir, el doble que los seres humanos normales: las penas de amor y las penas del libro. Escribir un libro es como amar a alguien: puede ser muy doloroso.

Para Ernest Hemingway escribir se podía equiparar a un combate de boxeo. (Foto: tomada de Internet).

LEJOS DE USAIN BOLT

Escribir, como dejan claro Hemingway, Murakami y Quebert, no es una carrera de cien metros, sino que es un ejercicio de resistencia. El escritor no tiene que ser Usain Bolt, quien en los relevos de la prueba 4 x 100 recorrió sus 100 metros en 8,70 segundos, para coronar al equipo de Jamaica con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012.

Esa resistencia pasa, en la mayoría de los casos, por encajar con humor e hidalguía a la crítica que algunas veces es demoledora y otras excesivamente edulcorada, con el agravante de que en uno u otro caso no siempre se justifica y se argumenta.

“Escribir novelas responde a una especie de mandato interior que te impulsa a hacerlo. Es pura perseverancia y resistencia, apoyadas en un prolongado trabajo en solitario. Me atrevo a decir que son las cualidades y requisitos fundamentales de todo escritor profesional”, sostiene Murakami.

La perseverancia de Murakami se cruza en ese ring literario con Quebert, que le suelta a Marcus este desafío.

En el fondo Harry, ¿cómo se convierte uno en escritor?

–No renunciando nunca. Mire, Marcus, la libertad, el deseo de libertad es una guerra en sí mismo. Vivimos en una sociedad de empleados de oficina resignados y, para salir de esa trampa, hay que luchar a la vez contra uno mismo y contra el mundo entero. La libertad es un combate continuo del que somos poco conscientes. No me resignaré nunca.

Aunadas las ideas, el anhelo de escribir la gran novela, como diría Tom Wolfe, queda el asalto al abismo, sin paracaídas, sin cálculos, sin saber si el descenso al infierno será inevitable, pero solo hay una forma de saberlo.

“Escucha la canción del viento es una novela corta con una extensión inferior a las doscientas páginas manuscritas. A pesar de todo, me costó mucho trabajo terminarla. Una de las razones era que no disponía del suficiente tiempo para dedicarme a ella, pero sobre todo se debió a que no tenía la más mínima idea de cómo se escribía una novela”, acepta Murakami.

Hoy, 35 años después, el escritor ha publicado las siguientes novelas:  Escucha la canción del viento (1979), Paiball (1980), La caza del carnero salvaje (1982), El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas (1985), Tokio blues (1987), Baila, baila, baila (1988), Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995), Sputnik, mi amor (1999), Kafka en la orilla (2002), After dark (2008), 1Q84 (2009, dos tomos), Los años de peregrinación del chico sin color (2013) y La muerte del comendador (2017).

A lo anterior hay que añadir El elefante desaparece (1993), Después del terremoto (2000), Sauce ciego, mujer dormida (2009) y Hombres sin mujeres, que son colecciones de relatos y numerosas traducciones.

Escribir es la faena. No es la teoría. La teoría es para las facultades.

Quebert lo sabe y así se lo transmite a Marcus, al que apela sin distracciones, a pesar de ser él un profesor.

Pónganse en guardia, Marcus.

–¿En guardia?

–Sí. ¡Vamos! Levante los puños, separe las piernas, prepárese para el combate. ¿Qué siente?

–Me… me siento dispuesto a todo.

–Muy bien. ¿Ve? Escribir y boxear se parecen tanto…

Uno se pone en guardia, decide lanzarse a la batalla, levanta los puños y se enfrenta al adversario. Con un libro es más o menos lo mismo. Un libro es una batalla.

Por ser una batalla con las formas y los argumentos, con la búsqueda de cómo plasmar en blanco y negro esa historia que se atropella entre las entrañas, los premios literarios pasan a un segundo plano, lo más importante es lo que hay dentro de cada novelista.

“Una de esas cosas es tener claro en tu interior que con tus manos produces algo con sentido”, aboga Murakami.

En ese interior se fragua la necesidad de escribir, como la necesidad que tiene en su ámbito el pintor, el escultor o el poeta.

De ahí dentro, en verdad, saldrá la convicción de que escribir tiene un sentido más allá de la página en blanco.

Harry, ¿cómo se puede confiar en tener siempre la fuerza para escribir libros?

–Algunos la tienen, otros no. Usted la tendrá, Marcus.

Estoy seguro de que la tendrá.

–¿Cómo puede tenerlo tan claro?

–Porque está dentro de usted. Es una especie de enfermedad. La enfermedad del escritor, Marcus, no es la de no poder escribir más: es la de no querer escribir más y ser incapaz de dejarlo.

MIRE A SU ALREDEDOR

¿Y dónde están las historias para contarlas? ¿A dónde ir a buscarlas? En qué lugar se anidan esas novelas. Para Murakami hay que empezar por la realidad inmediata.

“Todo aquel que aspira a escribir debería observar con atención a su alrededor. Por muy insignificante que pueda parecer algo, el mundo está plagado de piedras preciosas en bruto tan atractivas como misteriosas. Los escritores están dotados de vista suficiente para dar con esas piedras, y encima no se puede obviar el hecho de que todo ese material excepcional es gratuito. Con la actitud adecuada se pueden recoger y seleccionar tantas de esas piedras preciosas en bruto como uno quiera”.

A pesar de que Quebert ha ido desgranando sus secretos sobre la escritura, Goldman parece insaciable, por lo que el diálogo entre ambos prosigue a lo largo de 31 puntos, de los cuales aquí se han seleccionado solo algunos, quizá los más relevantes.

A veces le vencerá el desaliento, Marcus. Es normal. Le decía que escribir es como boxear, pero también es como correr.

Por eso me paso el día mandándole a la calle: si tiene la fuerza moral para realizar carreras largas, bajo la lluvia, con frío, si tiene la fuerza de terminar, de poner en ello toda su fortaleza, todo su corazón, y llegar hasta el final, entonces será capaz de escribir. No deje nunca que se lo impida el cansancio ni el miedo. Al contrario, utilícelos para avanzar.

Y en ese combate con las palabras, siempre es bueno escuchar la voz de ese boxeador literario, ese torero de las metáforas que fue Hemingway, quien el 8 de agosto de 1950 le escribió a Ross para contarle “que se había pasado la vida entera tratando de aprender a escribir mejor e intentando saber y comprender”.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido