Cultura

Aquellas casas de campo que marcaron una época  

El calendario ICOMOS-2023 recoge inmuebles de campo construidos a inicios y mediados del siglo pasado que ahora se conservan como testigo de una época y una forma de producción entre cafetales y lecherías.

La Costa Rica bucólica entre cafetales y lecherías, que recoge un modo de vida y de desarrollo que se gestó a partir del siglo XX, todavía conserva rasgos que permiten reconocerla y festejarla donde alguna vez hubo cafetales y lecherías.

Es el tema principal del calendario ICOMOS-2023, que se ha convertido en un clásico para estos días, dado que siempre selecciona con esmero alguna manifestación arquitectónica que vale resaltar y conservar.

Casa con amplio corredor como era la costumbre. Teja y materiales constructivos propios de principios del siglo XX. Muy bien conservada. Marzo en el calendario.

En este caso, le ha tocado el turno a “Antiguas casas de finca en Costa Rica” y por la naturaleza en que se fueron dando aquellas maneras de cohabitar en el campo son, como lo explican los autores del ensayo que acompaña al calendario, Guillermo Barzuna y David Boza, inmuebles ubicados sobre todo entre las faldas del Volcán Irazú y en Coronado.

“La inmensa mayoría de estas edificaciones rurales se realizaría gracias al aprovechamiento de la riqueza forestal circundante del paisaje costarricense…”, Guillermo Barzuna.

Y a partir de cada vivienda, si fuera el caso, se podría hacer todo un análisis sociológico, semiótico e incluso económico, porque esas casas eran manifestaciones de una Costa Rica que miraba la llegada del nuevo siglo XX con ilusiones y expectativas, dado que se avecinaba el progreso.

Este progreso pasaba, en esta situación particular, por lo que generaban las fincas cafetaleras y las lecherías. Las casas representaban no solo una forma de vida, sino que también dejaban entrever el estatus. Estaban, como lo explican los autores citados, las casas de los dueños de la producción y cerca de ellas las de los peones.

Este término de peones, poco a poco, incluso en el ámbito rural, ha ido desapareciendo, al igual que le sucedió hace ya varios años a el “jornal”, que era el tiempo dedicado por los trabajadores a las labores, como cortar la maleza, desyerbar los jardines, hacer la milpa, tapar frijoles, podar y abonar el café.

Las casas elegidas por el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS-sección Costa Rica), como se aprecia en las fotografías, se mantienen en muy buen estado, aunque su uso en la mayoría de los casos ha cambiado. Si en un principio eran las casas de los “hacendados”, hoy son casas para ir a descansar, porque esas familias ya se trasladaron a zonas urbanas a realizar sus vidas.

El valor de que se conserven revela la calidad de los materiales con que fueron construidas, y contribuye a enriquecer el paisaje. Es casi natural que cuando el visitante se topa con un inmueble de este tipo exclame: ¡mire aquella casa, qué belleza! Detrás de esa impresión hay mucho más, por los factores sociales que representa el inmueble.

Las casas escogidas en el Calendario ICOMOS-2023 se mantienen en pie por decisión de sus dueños, dado que no ostentan ningún tipo de declaratoria de interés arquitectónico o patrimonial y, por lo tanto, no están al amparo de la ley 7555, que buscaba resguardar el patrimonio nacional cuando se creó.

Agosto trae esta vivienda de la familia Fernández Claros. De clara influencia victoriana. Una postal.

Destellos victorianos

Aunque no todas las casas del calendario responden a una influencia victoriana, la mayoría sí la posee, como ocurría a principios y mediados del siglo pasado en Costa Rica.

Así lo explica Barzuna: “La tipología constructiva en madera en 1900 en Costa Rica era la casa de influencia victoriana, sobre todo después del sismo de 1910. En los principales barrios urbanos, se levantarían importantes edificaciones de este estilo; en los barrios de Amón, Otoya,  Aranjuez, Luján y las cercanías de La Sabana y el Paseo Colón. En las zonas rurales se mantendrían algunos signos de la tendencia victoriana, sumándoles el uso de grandes corredores, toda una tradición en el oficio constructivo costarricense”.

Y el tipo de construcción respondía a una realidad, en este sentido, la que prevalecía en el campo, con sus características climáticas.

“A partir del entorno, en las zonas montañosas en que se ubican estas casas hay que tomar en cuenta el elemento de la lluvia. Ante ella se hace necesaria la inclinación de las cubiertas. Construir techos altos para reconducir la lluvia. Para el aprovechamiento de la luz se acude a los lucernarios en la parte central de la vivienda, “ventanillas para robarle la luz al sol”. Sus volúmenes, columnas, puestas de doble hoja, ventanas en forma de guillotina, se articulan entre sí con gran coherencia”.

Las casas en entornos de lecherías hoy son un paisaje nada fácil de encontrar. Aquí una vista a esta casa en San Juan de Chicuá, Cartago.

Ese estilo de construcción, que buscaba adecuarse a las condiciones de la zona, se remataba con elementos imperdibles del estilo victoriano. “A lo anterior, hay que agregar las habituales características de la vivienda de corte victoriano: buhardillas en los segundos pisos, calados en los aleros y cresterías en las cumbreras, petatillos, balaustradas y cielo rasos ventilados”, como destaca Barzuna.

La conjunción de situaciones, necesidades y estilos se complementaban para que en el campo, en especial en las faldas del Irazú y en Coronado, que tienen una preponderancia en el calendario, se levantaran casas que 100 años después se roban las miradas de los visitantes a estas zonas.

“El resultado de todas estas técnicas constructivas se traduciría en casas  particulares, integradas al espacio natural en medio de cafetales, cañales y fincas de ganado lechero y vacuno que han permanecido a lo largo de más de 100 años en algunos casos”.

Dado el paso de los años, el uso de estas viviendas, cuya permanencia no solo es decorativa, porque a partir de ella se pueden hacer numerosas inferencias, ha cambiado.

Para la conservación de estas casas, se requería de excelentes materiales que soportaran la humedad, el sol y las cercanías de la vegetación. Noviembre en el calendario.

“Hoy día se han convertido en las viviendas de “veraneo” de sus dueños. En las décadas iniciales del siglo anterior los caminos hacia las fincas eran de difícil acceso, el fango, el precipicio, el polvo dificultaban el itinerario del caminante”.

La construcción de las casas se hacía con materiales importados en muchos casos, como la pinotea, precisa Barzuna, pero en realidad se aprovechaban maderas propias del país, cuyo valor era extraordinario.

“La inmensa mayoría de estas edificaciones rurales se realizaría gracias al aprovechamiento de la riqueza forestal circundante del paisaje costarricense. En los inicios del siglo XX, época en la que tienen su origen estas viviendas, se acudiría a diversas especies tales como el pochote, cedro amargo, surá, pilón, laurel, campano, chiricano, cristóbal, ron-ron, lagarto, almendro  y un tipo de roble muy resistente a la intemperie”.

Del exterior se empleaban elementos tales como la pinotea y otros materiales que daban la sensación de calidad y seguridad, pues se debe puntualizar que esas viviendas fueron levantadas después del terremoto de 1910 que destruyó a Cartago.

“En la elaboración de algunas de estas construcciones se aprovechó la madera de pinotea en la que llegaba al país el embalaje de los insumos que se importaban para la construcción de las obras del ferrocarril al Atlántico. Estos materiales y otros ornamentos, encargados algunas veces por catálogo, venían desde Estados Unidos y Europa y se trasladaban a estas zonas de altura en carreta. Esta pinotea y algunas piezas de encino se machimbrada en aserraderos de la capital y llegaban ya preparados a las zonas lecheras, cual modelo para armar”.

Las casas de campo son todo un terreno para explorar a una Costa Rica que de manera silenciosa se pierde entre los atardeceres y los recuerdos, y que parece más de siglos idos, ni siquiera del XX, pero de la que las generaciones actuales es deudora, dado que sin aquellos pioneros, aquellos hombres y mujeres que invertían en el campo, en los cafetales, en las lecherías, eso que llaman progreso nunca habría despuntado.

Es una Costa Rica, sin embargo, que ha estado más que marginada en la memoria colectiva y que ahora el Calendario ICOMOS-2023 viene a rescatar y a poner al alcance de la mano.

Cada casa de las incluidas en el calendario daría para una larga historia de vida a su alrededor, con la consabida cuota de sueños, tropiezos y aspiraciones que el tiempo ha disipado en el horizonte.


Coleccionable

Como ya es costumbre, el calendario de ICOMOS es coleccionable y, en este caso, el asunto central son las casas de campo, en especial, las que se ubican en las faldas del Irazú y Coronado, entre cafetales y lecherías.

El calendario se puede adquirir en la Librería Universitaria y en ICOMOS, en el barrio chino, teléfono 22580552.

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