Cultura Jordi Soler, escritor

“Don Pepe mereció el Premio Nobel de la Paz por abolir el ejército”

El libro La República feliz, un país sin ejército hace un recorrido por las vicisitudes por las que pasó Costa Rica hasta llegar a prescindir de los militares, situación que le abrió un lugar en el mundo, a tal punto de que el autor considera que no hubiera sido un escándalo el Nobel de la Paz para José Figueres Ferrer.

En septiembre de 1983, Jordi Soler Insa tuvo contacto por primera vez con Costa Rica, donde luego entrevistaría para el periódico Avui a José Figueres Ferrer y esa conversación con don Pepe después lo llevó a una investigación más amplia del país y del personaje, y el resultado es La República feliz, un país sin ejército, libro en el que explica los alcances y las razones que esa decisión histórica tuvo para esta pequeña nación centroamericana.

El libro, editado por la EUNED, se presentó en 2020 en Costa Rica y recientemente salió la traducción al catalán.

El libro República feliz, un país sin ejército fue editado por la UNED y se publicó en el país en 2020.

Con base en una buena contextualización de los motivos históricos que le han permitido a Costa Rica ser diferente en el istmo, Soler va perfilando el porqué este país sin ejército sobrevivió en un clima bélico como el que se desarrolló en los años duros de la Guerra Fría en esta franja del mundo.

Y el hilo conductor del texto es la entrevista que tuvo lugar en la casa de don Pepe, en Curridabat, y que transcurrió en catalán a petición del exgobernante.

Por la magnitud que revistió el hecho de abolir el ejército, Soler sostiene ante la pregunta de si don Pepe mereció el Nobel de la Paz, que perfectamente se hubiera justificado la concesión de dicho premio.

A continuación, un extracto de la entrevista con Soler (Barcelona, 1953), quien es pedagogo de formación y trabajó gran parte de su vida en la docencia y la conservación de parques nacionales en Catalunya.

¿Cómo han ido las presentaciones de República feliz en Barcelona?

—Bastante bien. Hubo una primera presentación en el pueblo en el que vivo, de 60.000 habitantes, en Castelldefels. Esta fue más en familia y movilicé amistades y algunos representantes del ayuntamiento. Hubo una gran participación.

La más reciente fue en Casa América, ya esta es una institución con una gran tradición y relación con los países de América Latina, con una actividad cultural muy intensa. Ahí estuvo muy bien. En ambas presentaciones, me acompañó un representante de la Fundación para la Paz, de Costa Rica, ya que, con el conflicto que tenemos en Europa, creíamos oportuno que nos acompañara alguien de un país sin ejército.

Publica el libro 16 años después de la entrevista que le hiciera a don Pepe y que se difundiera en Catalunya en 1984, ¿qué lo llevó a darle seguimiento a aquella entrevista?

—En 1984 cuando yo estaba en Costa Rica me ofrecí a un periódico —Avui— de la ciudad de Barcelona que se editaba en Catalán y les propuse hacerle una entrevista a don Pepe. Se publicó en enero de 1984 y la entrevista se hizo por completo en catalán, porque don Pepe lo hablaba a la perfección. Años más tarde la digitalicé, la hice en un casete, aunque sé que ya la gente de hoy no sabe qué es una casete.

La entrevista me sirve de guion, de pretexto, pero el libro va mucho más allá.

El libro, de hecho, tiene mucha contextualización de por qué Costa Rica es una república feliz. En la página 124, usted sostiene que el mito de la república feliz se cae, pero que, después de esos acontecimientos, se vuelve a levantar. ¿Cómo sucede eso?

—La guerra civil es difícil de explicar. Creo que es un drama y una tragedia en cualquier caso. A pesar de que fue de pequeñas dimensiones y de duración corta, enfrenta a hermanos, parientes, amigos y eso ya es una tragedia, y eso de hecho rompe con el mito de la república feliz. Creo que ya eso se había percibido antes y fue don Ricardo Jiménez quien lo había dicho, dijo que se había acabado la patria feliz.

Lo sorprendente es que esa guerra representa un avance de la democracia y un avance todavía mayor de los procesos sociales que ya se habían iniciado con el gobierno de Rafael Ángel Calderón. Esa singularidad de Costa Rica en el contexto conflictivo de Centroamérica se vuelca a la realidad. Y por eso se vuelve a la república feliz. Lo ha dicho la ONU varias veces de que Costa Rica es un país feliz y eso me sirvió, de alguna manera, de excusa para hablar de la felicidad del país.

Aquí se ha dicho de que don Pepe terminó aboliendo el ejército como una estrategia de protección, ¿en la entrevista dijo algo al respecto?

—Él me dio una explicación muy simple, pero de una lógica aplastante. Él me dijo, mire, yo acabé la guerra y mi ejército estaba conformado por estudiantes, campesinos y unos mercenarios y mi sorpresa fue ganarle a un ejército profesional. Yo ya tenía esa idea utópica por la cabeza de eliminar el ejército. Lo otro, lo de la eliminación como protección, también es cierto, porque tuvo que enfrentar el Cardonazo, por ejemplo, pero sea como fuere, fue una idea sabia.

Don Pepe es el hilo conductor del libro, que se originó en una entrevista que el autor le hizo en 1983 y se publicó en Barcelona en enero de 1984.

En República feliz, un país sin ejército, deja entrever que la Guerra del 48 se pudo haber evitado. Me gustaría que me ampliara dicha percepción.

—Mi impresión, con toda modestia, es que sí. En las presentaciones que he hecho aquí, en un momento dado, le he tenido que decir al representante de la citada fundación, que don Pepe en esa coyuntura no era precisamente un pacifista, sino todo lo contrario.

Es decir, él se estuvo armando, tejiendo alianzas, porque él tenía en su cabeza que la única solución era la armada. Se pudo haber evitado, empezando por el propio presidente Teodoro Picado, que es un hombre al que todavía, quizá, la historia no le ha hecho justicia. En ese momento intentó una solución pactada en contra de los hombres de su propio partido y gobierno. Por supuesto, don Manuel Mora, que fue un personaje fascinante y siempre conciliador, intentaba una solución que no pasara por las armas, aunque al final tuvo que poner la carne de cañón, como se suele decir. Y está también Monseñor Sanabria, quien tenía un prestigio indudable y que estaba a favor de una salida negociable.

No fue posible, entre otros motivos, y lo digo en el libro, porque don Pepe no quiso que fuera posible. No fue el único, creo que Calderón también jugó con dinamita, pensando quizá que no se llegaría a ese extremo y, cuando se dio, ya era demasiado tarde.

¿Qué visión le queda de don Pepe, después de la entrevista y el libro, en el que analiza el antes y el después del 48?

—Después del libro tenía un cierto miedo de que se viera como una visión excesivamente a favor de don Pepe y que pareciera un panegírico. La verdad es que me tranquilizó un lector muy joven, un amigo de una de mis hijas, porque me dijo: “hombre, pensé que me iba a encontrar a una persona fantástica, y este hombre no, provocó una guerra y después hubo una represión durísima, abolió al partido comunista y no respetó los pactos de la embajada de México”.

La visión que me quedó a mí, al conocerle personalmente fue de un personaje muy asequible, muy entrañable y sin duda alguna de un gran peso histórico. Al ahondar un poco más en la historia y al tener acceso a algunos de sus historiadores, pues llegué a la conclusión de que, como muchos personajes históricos, tenía sus luces y sus sombras, y aspectos que suma y que restan. Me permitiría hacer un balance final entre estas sumas y restas, y tiene un balance positivo, porque creo que es indudable la aportación que hizo en el ámbito social y político a su país, a pesar de sus defectos como ser humano.

Hay una cosa que sí que me produce una admiración, aunque sí es cierto que gobernó 18 meses con la junta, de algún modo dictatorial, y que hubo represiones, que hubo exilio, pero aunque había dicho que iba a estar dos años, estuvo un año y medio y después se fue.

Esto es algo absolutamente insólito en un proceso latinoamericano y no latinoamericano; es decir, que alguien, una guerrilla, o lo que sea, gane una revolución y al cabo de un año y medio se vaya, eso no es nada frecuente. Al final, me permito hacer un balance positivo del personaje, sin rehuir críticas muy duras, según qué momento.

Lo que menciona sobre ese hecho insólito, aquí se ve como algo muy normal, pero en realidad no lo era.

—Lo normal en un proceso de este tipo es que el grupo ganador sustituya las fuerzas armadas por sus propios hombres que se convierten en el nuevo ejército y después aferrarse al poder, y, desde luego, no soltarlo. En este contexto, que hayan convocado a unas elecciones y que las perdieran, y que este hombre se fuera a su casa, eso es digno de resaltar.

Jordi Soler trabajó durante mucho tiempo en parques nacionales y realizó varios convenios con Costa Rica. (Foto: Cortesía de Jordi Soler)

¿En Catalunya hay alguna visión sobre don Pepe en la actualidad?

—Sí, pero en círculos muy reducidos. Acá sigue siendo un gran desconocido. Uno de los objetivos es dar a conocer aquí al personaje. Si lo consigo me daré por satisfecho.

Hay que empezar por decir que, por ejemplo, en los años 80 el propio país era poco conocido aquí en Catalunya. Subsistía aquella confusión que en los primeros días tuvieron los padres de don Pepe, de que creían que estaban en Puerto Rico. Mire, cuando mi esposa —Miracle— y yo nos fuimos a Costa Rica, en 1983, mucha gente no sabía muy bien dónde estábamos. Fue a finales de los años 80, cuando el país se posiciona en el mercado turístico internacional y es cuando empieza a ser mucho más conocido.

Aquí a don Pepe se le han dedicado algunos programas y algunos documentales por parte de la televisión pública de Catalunya. Para el gobierno es muy interesante dar a conocer personas, que aunque don Pepe no fuera catalán de nacimiento, con alguna cercanía a Catalunya, él hacía gala de su catalanidad. Esto es lo que pasa con naciones sin Estado como Catalunya, que es como alimentar la autoestima.

Hubo alguna mención cuando don Pepe falleció. Hay un profesor de historia de la Facultad de Periodismo, que se llama José María Figueras, que, aunque no tiene ninguna relación con la familia, tiene el proyecto de escribir una biografía, pero el otro día hablé con él y me dijo que no se había puesto a trabajar en ella todavía.

En Casa América, don Pepe, sí era un personaje más conocido.

En el libro empieza contando que la entrevista se hizo en Catalán, aunque ustedes comenzaron hablando en castellano.

—De hecho, así fue. Nosotros —él y su esposa Miracle— empezamos hablando en castellano y don Pepe se nos quedó mirando y nos dijo, ¿pero ustedes no vienen de Barcelona?, pues entonces hablemos en catalán.

Como usted sabe, el catalán fue un idioma perseguido durante la dictadura, pero ya lo había sido durante la dictadura del general Primo de Rivera, en los años 20, y en el siglo XVIII cuando se instauró el régimen borbónico. Por lo tanto, el catalán es una lengua que no ha podido desarrollarse con total libertad, porque ha tenido períodos de persecución y prohibición de su uso público. Entonces, para nosotros es algo entrañable y encomiable, que don Pepe presidiera en el año 1955 una edición de los Juegos Florales en el Teatro Nacional  y la mitad de su discurso lo hiciera en Catalán.

Fue la primera y la única vez que un jefe de Estado hizo algo así. Eso para nosotros tiene, efectivamente, un valor importante.

Cuando visita España y va a Catalunya hizo gala de hablar en catalán.

—Don Pepe vino a Catalunya en su inmejorable condición de jefe de Estado y se permitió regañar al gobernador civil, que era un funcionario de la dictadura, porque no hablaba catalán. O cuando fue al pueblo de su padre, Mariano Figueres, un pueblo de Lérida, que se llama Os de Balaguer, y desde el balcón del municipio se dirigió a la gente en catalán. Alguien explica que al ver eso se le saltaban las lágrimas de emoción. En la presentación de Castelldefels vino una persona de ese pueblo, que me explicó que su padre vivió aquella ocasión.

 A veces vemos rasgos muy literarios en don Pepe.

—Sí, quizá casi se podría novelar su vida.

 ¿Cómo ha ido percibiendo la recepción que ha tenido República feliz, un país sin ejército?

—A partir de las presentaciones, muy bien. La primera coincidió con el Día de San Jordi —el 23 de abril—, que es un día que no es festivo, pero todo el mundo sale a comprar rosas y libros, es digno de ver. Tenerlo como novedad fue un acierto. Está funcionando y continuaré promocionándolo. Es un ejemplo que la gente debe conocer. Con la situación actual de Ucrania, mirar el ejemplo de Costa Rica, con los problemas que pueda tener, porque no existe una arcadia feliz en ninguna parte, ha tenido cierto impacto.

El representante de la Fundación para la paz agarró el libro y me dijo aquella frase de Óscar Arias, cuando fue a recibir el Premio a Oslo, ocasión en que dijo: “Hay países que tienen ejército y corren el riesgo de tener ejército. Hay países que no tienen ejército y corren el riesgo de no tener ejército. Nosotros preferimos correr el riesgo de no tener ejército”. Claro, esto dicho ahora cuando se acaba de clausurar la cumbre de la OTAN en Madrid, en lo que se ha hecho es apostar por más armas, es casi balsámico. Ayuda a que la gente se aproxime al libro.

¿Por qué cree que el ejemplo de Costa Rica, en cuanto al ejército, prácticamente no se ha podido replicar en ningún lugar del mundo?

—No lo sé. Creo que está en Suiza, pero la gente hace una cierta instrucción militar y tienen las armas en las casas y pueden ser movilizados. Tras la Segunda Guerra Mundial se entró en el período de la Guerra Fría, pero se mantuvieron muchos conflictos en distintos lugares del mundo, por lo tanto, eso no ayudaba para nada a que algún país planteara abolir el ejército.

Hablando de guerra y de paz, y ahora que salió a relucir Óscar Arias, si le hubieran dado el Premio Nobel de la Paz a don Pepe, por haber abolido el ejército, ¿habría sido un escándalo?

—Yo creo que no habría sido un escándalo. En su contra estaba el factor de la guerra civil. Mire, se lo dieron a Yasser Arafat, Shimon Peres (ministro de relaciones exteriores de Israel) y a Isacc Rabin (primer ministro israelí) por un acto que duró lo que dura una bolsa de caramelos, porque seguimos todavía con el conflicto palestino-israelí.

Por lo tanto, por la iniciativa de abolir el ejército, creo que habría sido razonable que se lo dieran a don Pepe.

¿Lo hubiera merecido?

—Sí, lo habría merecido. A Barack Obama se le dio por una iniciativa de paz puntual, algo que se consideró precipitado. A don Pepe con mayores motivos se le pudo haber dado el Premio Nobel de la Paz.

Ya le digo, con las luces y con las sombras, porque en el libro mencionó que hubo como 2000 muertos, que fue un dato que no pude precisar, incluso mandé un correo al departamento de historia de la Universidad de Costa Rica y nunca me contestaron.

De la lectura a la que tuve acceso, costaba precisar esa cifra, pero es igual, ya un muerto es demasiado, por lo tanto, es algo que pesa sobre la conciencia. Don Pepe era muy consciente de que eso pesaba sobre sus espaldas.

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