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Narrar con naturalidad y sin pretensiones

Con Rogelia y otros cuentos que me han contado, el profesor Gabriel Vargas Acuña hace su debut oficial en la ficción y tiene la virtud de apostar por un lenguaje sobrio,

Rogelia y otros cuentos que me han contado

Poesis

Editores

2019

90 páginas

Con Rogelia y otros cuentos que me han contado, el profesor Gabriel Vargas Acuña hace su debut oficial en la ficción y tiene la virtud de apostar por un lenguaje sobrio, bien trabajado y que se presenta al lector con gran naturalidad.

Ya se sabe que en la literatura la naturalidad no existe, pero ese parecer natural de un estilo lo que revela es que detrás hay mucho trabajo de escritura y muchas horas de lectura. Es decir, que el autor ha sabido cultivarse con el paso de los años y que lo ha hecho en silencio, sin desgastarse en esa literatura de actividades sociales que tanto predomina en Costa Rica.

Los cuentos que evocan varios escenarios, entre ellos el rural, están escritos con sobriedad y precisión, y ese es ya un primer regalo que el autor le hace a sus lectores.

La ingeniosidad de sus personajes, muchos de los cuales hablan en primera persona, lo que hace es más cercano el relato, va creando un vínculo que hace agradable la lectura.

Uno de los cuentos más logrados del volumen es “El novelista secreto”, en el que se narra un pacto entre el autor que quiere decantarse por la escritura y su esposa, que procura alejarlo de esa práctica viciosa. Ella le pide que lea todo lo que quiera, pero que, por favor, no escriba, porque cuando escribe se aparta del mundo y nada existe alrededor.

El texto recuerda aquel viejo decir de Alfonso Reyes: “lo que importa es lanzar la piedra al agua”.

Extraño reclamo el que sufre el narrador, porque en realidad lo que desagrada a su mujer es ese alto grado de concentración cuando se pone en la faena de escribir. Y ello viene a ser aún más raro en una sociedad en la que predominan los ruidos, las desconcentraciones, las desatenciones, en la que los seres “multitarea” están de moda y se imponen en el caos de la cotidianidad.

En el mismo texto, el narrador afirma: “Algo que tal vez no se haya tratado mucho sobre el oficio de la escritura es la necesidad que tiene el escritor de mantener la continuidad en su labor, el sentarse frente a la pantalla e ir construyendo su texto halándose los pelos y haciendo muecas sin que nadie se asuste o perturbe”.

El narrador, como se aprecia, le resta glamour a la escritura y con tal proceder se acerca más a aquello que solía decir la escritora española Rosa Montero: escribir es resistir. Y esa idea esbozada también coincide con lo que en su momento expresara Haruki Murakami en su libro De qué hablo cuando hablo de escribir.

En el citado texto el autor japonés sostenía que escribir era un ejercicio en el tiempo: “A pesar de que resulta fácil subir al ring, no lo es tanto permanecer en él durante mucho tiempo. Eso es algo que los escritores lo saben bien. Escribir una o dos novelas buenas no es tan difícil, pero escribir novelas durante mucho tiempo, vivir de ello, sobrevivir como escritor, es extremadamente difícil. Me atrevo a decir que casi resulta imposible para una persona normal. No sé cómo explicarlo de forma precisa, pero para lograrlo hace falta algo especial (…)”.

Y es que en “El novelista secreto”, la esposa tenía la idea de que los escritores eran vagabundos y viciosos. Ha de ser cierto: tienen el vicio de la disciplina de escribir y de leer.

Incluso de mentir  y de mentir con enormes grietas, como cuando aseguran que compraron en un lugar de segunda mano una estatuilla que en verdad ganaron con el relato, como le sucede al protagonista.

En general, Rogelia y otros cuentos que me contaron está escrito con gusto y esa sensación se transmite al lector con absoluta transparencia.

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