Cultura Análisis de la FILCR 2017

La Feria termina y comienza el viacrucis para el libro nacional

La Feria del Libro puede considerarse como un punto de partida o de llegada; tras apagar sus luces, el libro costarricense brega a merced

La Feria del Libro puede considerarse como un punto de partida o de llegada; tras apagar sus luces, el libro costarricense brega a merced de lo que cada sector pueda hacer para su promoción.

Hace apenas tres días concluyó la XVIII Feria Internacional del Libro, que se convirtió, durante diez días, en la principal vitrina para incentivar la promoción y la lectura en el país, pero tras ella, si se revisan los planes gubernamentales, lo que queda es silencio y vacío.

Desde el 2006, según se constató en su momento, fue disuelto el Consejo Nacional del Libro, entidad que en teoría permitiría aglutinar a los representantes del sector: librerías, editoriales y autores independientes, con el fin de que el calendario del libro no solo tuviera una parada entre agosto y septiembre, que son las fechas en las que por lo general se realiza la Feria, que ha tenido como sede la Antigua Aduana.

La Feria convoca a diversos públicos que acuden con curiosidad al acto de mayor promoción del libro en el país.

Si usted estuvo en la más reciente versión de dicha Feria -del 25 de agosto al 3 de septiembre- pudo comprobar que la gente acude en numerosas cantidades, en especial los fines de semana; pero mucho de ello obedece a la curiosidad y al ejercicio de ir a ver qué hay, sin que ello, con las excepciones del caso, se traduzca en sólidas ventas.

Lo anterior conmina el análisis a determinar que la fuerza de la Feria, más que en vender, sirve para promocionar el libro como un elemento que, desde la invención de la imprenta por Johannes Gutenberg, en 1439, es un objeto de culto y apreciado; incluso en tiempos en los que parecer haber una leve amenaza del libro digital, que en Europa y Estados Unidos, no obstante, no termina de imponerse y tampoco en América Latina.

De la Feria, ha de decirse, además, que responde sobre todo a los habitantes de la Gran Área Metropolitana (GAM), es decir, que son los ciudadanos de este sector del país los que más opciones reales tienen de desplazarse hasta la Aduana. Aunque si se hila un poco más delgado, la Feria es ante todo un fenómeno de la provincia de San José y de sus cantones más urbanos.

Lo anterior significa que, con las excepciones del caso, difícilmente lectores de Puntarenas, Limón, Guanacaste, así como de la zona sur, se van a desplazar para observar libros en la Antigua Aduana.

De forma tal que si se pretende incentivar la cultura de la lectura y del libro en el país, la Feria podría ser o un buen inicio o un buen final, pero no el ‘alfa y el omega’, que es lo que hoy representa.

Lo anterior se basa en varias razones. En primer lugar no existe una política articulada entre el Ministerio de Cultura, el Ministerio de Educación (MEP) y el sector de los libros aglutinados en la Cámara Nacional del Libro, para que la Feria, ahora sí, sea la culminación o el comienzo del proceso.

Al carecerse, como se puntualizó, de un órgano que aglutine las distintas partes, cada cual realiza esfuerzos independientes, lo que no favorece una política nacional del libro y la lectura.

En segundo lugar, si bien la producción del libro costarricense es abundante –Cultura anunció que para la pasada Feria se estrenarían cerca de 2000 títulos—hay un enorme reto, dado el gran vacío, en la etapa de promoción y comercialización.

Si en los años setentas, cuando el Ministerio de Cultura publicaba sus propios títulos, los tirajes oscilaban entre los 7.000 y los 10.000 ejemplares, hoy los tirajes de las editoriales estatales y universitarias andan entre los 300 y los 500, y muchos de ellos se quedan en las estanterías.

A esta situación se une la realidad de los autores independientes, que no solo tienen que pagar por sus publicaciones, sino que carecen de los conocimientos de la mercadotecnia para que el libro llegue al lector de forma atractiva y en los espacios oportunos y adecuados.

Durante el desarrollo de la Feria se puede notar dicha realidad: los autores independientes, agrupados en la Casa del Cuño, en su mayoría, hacen malabares para explicarle a los potenciales compradores sobre la valía de sus textos.

Si bien el esfuerzo es encomiable y aplaudible, si ese gestor está ante un “falso lector”, difícilmente logrará su cometido. Y el “falso lector” aparece por la sencilla razón de que no hay, a lo largo del año, incentivos, promociones ni acercamientos, que permitan convertir al libro en un objeto base de la cultura escrita del país.

NO BASTA

A todas luces la Feria es un elemento atractivo, pero insuficiente. Así por ejemplo, aunque es relevante ver a los grupos de niños que visitan la Antigua Aduana, si ese simbolismo no se acompaña con una política nacional, se ara en terreno estéril.

En 2014, el entonces Ministro de Educación, Leonardo Garnier, impulsó las nuevas políticas de lectoescritura en primaria, pero todavía esos frutos no se recogen y también requieren una articulación a una mayor escala.

Las deficiencias del país en materia de lectura y comprensión fueron confirmadas, una vez más, por el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), el cual determinó que Costa Rica pasó de obtener 436 en 2012, a  427 puntos en 2016. Es decir, que en ese lapso en lugar de haber un mejoramiento, se dio un retroceso.

Y los docentes de las distintas universidades estatales confirman que los alumnos que llegan a Estudios Generales, o ingresan directamente a una carrera, tienen serias dificultades para redactar y para comprender textos sencillos.

Así lo confirmó a UNIVERSIDAD Rosaura Brenes Solano, Directora de la Escuela de Ciencias del Lenguaje del Instituto Tecnológico, quien admitió las deficiencias que presentan los alumnos de nuevo ingreso.

Este caso es tan extremo, que en la entrevista del domingo 3 de septiembre, con motivo de su más reciente novela “Berta Isla”, el propio Javier Marías, escritor y miembro de la Real Academia de la Lengua, sostenía, cuando se le preguntaba si se ha degradado la educación en España: “sin la menor duda. Conozco a mucha gente que está en la universidad y me comenta el grado de incapacidad de los alumnos de comprender un texto breve. Y no ocurre solo en España, también en otros países”.

“Eso no había pasado nunca, que los universitarios tuvieran dificultad en la comprensión lectora. Y además, hay otro elemento de no querer enterarse, se da una especie de deliberada reducción de todo lo que se dice… Yo escribo artículos, intento razonar, intento matizar”.

“De vez en cuando escribo arbitrariedades y exageraciones, como es lógico, porque si no, no me divierto, pero si digo que algo me parece falso, o erróneo, o una imbecilidad, me esfuerzo por argumentarlo. Y pese a ello, a menudo hay lectores o pseudolectores que lo reducen a un eslogan”, añadió.

En España, por ejemplo, el Centro de Estudios Sociológicos determinó, mediante una encuesta en 2016, que el 36,1% de los ciudadanos de este país no leyó un solo libro.

En medio de este panorama, la encuesta sobre lectura de 2014 constató que la mitad de los costarricenses, en el año anterior a la consulta, no se leyeron ni siquiera un libro en esos 12 meses.

Para octubre del presente año se darían a conocer los resultados de la Encuesta de Cultura de 2016, no obstante, en un período tan corto entre uno y otro estudio, no se esperan grandes sorpresas.

En medio de este panorama es que se desenvuelve el libro costarricense, que encuentra en la Feria un respiro promocional, el cual, sin embargo, se va apagando conforme van pasando los meses.

Así, sin campañas de lectura, sin articulaciones en los espacios formales -escuelas y colegios- y sin verdaderos incentivos para la gran mayoría de los escritores, (están las becas del Colegio de Costa Rica, pero estas favorecen a muy pocos), lo que se viene tras la Feria para las editoriales independientes, las librerías y los escritores que se autoeditan es una larga y desigual lucha.

Aunada a esta situación, el libro, como objeto inserto en una amplia realidad cultural, debe librar otra de sus batallas con las tecnologías emergentes y las redes sociales.

La Feria, por lo tanto, es una especie de espejismo que solo reviste de esperanza al sector durante diez días. El resto del año, el camino indica que editoriales, escritores y librerías bregan a merced de sus propios planes, sin que existan claras directrices del Estado interesadas en que haya una real política nacional del libro y la lectura.

Sin una ruta clara

La única certeza en torno al libro es que la próxima Feria Internacional será del 24 de agosto al 2 de septiembre de 2018.

José Eduardo Mora

[email protected]

El Presidente de la Cámara Nacional del Libro, Luis Bernal Montes de Oca, reconoció que la batalla en torno a rescatar el Consejo Nacional del Libro (CNL), órgano que vendría a aglutinar al sector, está por el momento en pausa y ve difícil rescatar dicho espacio.

Reconoció que, en efecto, una vez concluida la Feria Internacional no hay una ruta para seguir promocionado el libro debido a la falta de una política nacional por parte del Estado costarricense y del actual gobierno.

“En relación con el Consejo Nacional del Libro no se ha hecho nada, parece que las autoridades no consideran oportuno su reactivación”.

Añadió que lo único que tienen claro en torno al libro es que la XIX Feria Internacional se realizará del 24 de agosto al 2 de septiembre de 2018 en la Antigua Aduana.

“Como no sabemos qué va a pasar, le pedí a la Ministra de Cultura, Silvie Durán, que por lo menos nos dejara la fecha reservada así como el uso del espacio en la Antigua Aduana”.

Ante la falta de directrices, rutas y políticas para fomentar la promoción del libro y la lectura, la Cámara Nacional del Libro sondea la posibilidad de hacer, en un lugar aún no determinado, una feria del libro en Navidad.

También en marzo de 2018 se organizaría la segunda edición de la Feria del Libro en Pérez Zeledón.

Montes de Oca insiste en que para que el libro tenga una verdadera relevancia y un respaldo sólido, debe contar con una política nacional que involucre al Ministerio de Cultura, al sector propiamente dicho y al Ministerio de Educación (MEP), como actores relevantes.

 

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