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El silencio de los días

Dentro de la literatura costarricense pocos narradores tan diestros en las palabras los hay como Francisco Rodríguez Barrientos.

La sed de sus días

Celso Romano

Novela

Ediciones BBB

2016

Dentro de la literatura costarricense pocos narradores tan diestros en las palabras los hay como Francisco Rodríguez Barrientos. Hombre culto, sociólogo sancarleño, lector empedernido, conversador sin igual, investigador incansable y, por supuesto, amigo leal. Bajo su seudónimo, Celso Romano, nos presenta una novela histórica costarricense, con sabor a yuca y plátano sancochados. A través de Teodoro Villegas, quien funge como narrador en primera persona, vamos recorriendo el país, vamos conociendo las zonas rurales que tanta belleza ofrecen al ojo dispuesto a encontrar placer en la contemplación. De montañas verdes a ríos majestuosos, del barro sancarleño en el norte del país al calor desgastante y al olor a pez en la costa Pacífica, de la explotación de gamonales a la de las compañías multinacionales.

Es para mí una novela que expone las injusticias humanas, sociales y morales, que la clase trabajadora, esforzada por más, debe soportar en silencio. En silencio, sí. Sin justicia a su favor, sin esperanza de qué agarrarse. No se trata de un determinismo de que quien nace pobre, muere pobre, sino de una cadena de silencios permisivos que les da cancha abierta a seres tan detestables, como Cebú en la obra, o como los tantos tiranos que nuestras tierras americanas, sin ir muy lejos, han soportado sin más. Es lamentable que los pocos valientes que surgen para defender los derechos mínimos o para levantar la voz ante tanta opresión terminen pagando con el precio de sus vidas y el eterno silencio. Sí, el eterno silencio del olvido.

Si de clasificaciones hablara, de las cuales no soy aficionada, este libro cabría dentro de la novela testimonial, aunque no del testimonio del autor mismo, sino el de Teodoro Villalta. A través de las páginas, el narrador nos va contando su vida, sus venturas y desventuras en busca de nuevos rumbos y de un futuro más promisorio dentro de la Costa Rica de los ricos. Así, nos refiere desde sus inicios junto a su padre en San Isidro de Coronado, hasta sus años en Venezuela, en tiempos también difíciles bajo la dictadura de Pérez Jiménez. En Costa Rica no tiene suerte, pues su corazón militante, hambriento de justicia para sí y para su sociedad, lo lleva a combatir en la guerra civil del 48. Lamentablemente, estaba del lado de los perdedores, los cuales se quedaron en silencio, después de que los vencedores reeditaran la historia del país y borraran el rastro de esta sangrienta disputa de la memoria colectiva nacional.

Esta es una obra narrada desde la perspectiva masculina, pues si bien hay unos pocos personajes femeninos, estos no tienen fuerza en la historia. Sus voces son susurros apenas. Las mujeres son objetos al servicio de los placeres masculinos. Ya sean las prostitutas, quienes no tienen forma o carácter que las distinga una de otras, o las esposas de otros que son tomadas a la fuerza por una bestia que las cree parte de su hato y de su bonanza. Las mujeres no son mencionadas en las luchas de la revolución del 48. ¿Las hubo? ¿Fueron silenciadas también junto al resto de los perdedores?

Adentrándonos en el personaje principal Teodoro, o Doro, o Teo, o David, dependiendo de la época del relato, los lectores vamos descubriendo la cultura del hombre pobre, tico y trabajador. Esta es una vida dura, sin esperanza y sin ilusiones, porque no importa cuánto se esfuerce el tico pobre, siempre vendrá un gamonal y le arrebatará hasta lo que no tiene. O vendrá una desgracia que le marque los días con pesares y con silencios estentóreos. Teodoro vivió su cuenta de males, terribles, por llamarlos de alguna manera, y nos contó las angustias y las muertes de sus amigos en San Carlos, en la revolución y en Venezuela. Todos ellos sufrieron no en manos de un destino caprichoso, sino en manos de hombres infames; en manos de aquellos que se han sentido dueños de los otros, no solo en nuestro país, como dolorosamente ha sido testigo la Historia.

Este hombre tico, que bien representa Teodoro, sabe que apenas tiene suficiente para “irla pasando”, es decir, que en su presente no hay un futuro mejor, que su situación no es “un mientras tanto”, porque no hay una mano que venga a sacarlo del hoyo en donde está. A pesar de que son hombres esforzados y trabajadores, la mala paga no les da para ahorrar o para subir en las gradas sociales. La rutina de estos hombres, como bien la describe Francisco Rodríguez en su novela, consta de quebrarse el hombro trabajando día a día para recibir su mísera paga y con ella llenarse su alma hambrienta con alcohol y con prostitutas, para así ir apagando La sed de sus días. Algunos, como Teodoro, encuentran un consuelo en la literatura; sin embargo, son muy pocos los que se atreven con los libros, porque la cultura esclavista de este y tantos otros países no se los permite.

En mi opinión, el silencio es el leitmotiv de este libro. El silencio ante tanta humillación e indignación humana. El silencio que produce la histeria de no lograr nada a pesar de todos los esfuerzos y el del trauma de ver vidas desperdiciadas en guerras que no mejoran la condición de los que están abajo, de Los miserables de Víctor Hugo. El silencio ante la canallada del otro que se cree más poderoso. El silencio que se llevan a la tumba los perdedores. El silencio de las víctimas de tantas violaciones. El silencio de los que se consideran paria. El silencio de los proscritos. El silencio de los muertos. El silencio de la historia de nuestra nación. El silencio de la sociedad ante una realidad que solo beneficia a los que creen tener el poder en sus manos.

Sin más que agregar, invito a los lectores a ser valientes y a buscar en los libros el consuelo que tal vez no hallen en sus rutinas. Los invito, especialmente, a meterse con esta novela, para que conozcan un poco más sobre nuestra cultura y sobre nuestra historia nacional. Los invito a no dejar que el silencio siga callando sus voces. Que el silencio de dolores pasados no los deje estancados en la desesperación de sus días. Finalmente, los invito a que le den la oportunidad a la literatura y a escritores nacionales como Francisco Rodríguez, para que les cuenten los silencios de sus historias.

 

 

 

 

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