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Retorno al pasado para cuestionar/comprender el presente

En torno a evocar, la artista Doris Salcedo menciona que “invitar a la evocación es una manera de romper el silencio

Sombra errabunda

Celso Romano

Novela

Producciones BBB

2018

En torno a evocar, la artista Doris Salcedo menciona que “invitar a la evocación es una manera de romper el silencio con el que suele olvidarse a los muertos y desaparecidos que genera la violencia. Incitar a recordar es una manera de hacer hablar sobre el tema, de reconocer su existencia, de reconstruir la historia como una realidad presente, dinámica y actualizada.

Ese valor del recuerdo, subestimado por algunos, rescatado por otros, es el núcleo sobre el cual se construye la urdimbre en Sombra errabunda, del escritor costarricense Celso Romano o Francisco Rodríguez, y que es parte de la trilogía “Malinconia, la cual se constituye en un viaje desde 1960 hasta el presente, incluyendo pasajes de 1940 y de la guerra civil del 48.

En Sombra errabunda, tejida y relatada a través de diferentes voces, se nos invita a elaborar una retrospección sobre uno de los capítulos más sangrientos de la historia de Costa Rica relacionados con aquel macabro personaje que todavía hace eco en la psique de muchos: el psicópata, cuya sola mención fue y continúa siendo sinónimo de terror, dolor y encierro.

El traer al presente ese pasado doloroso, se constituye no solo en un esfuerzo contra la modernidad –que se esfuerza porque la memoria quede en el olvido– sino en una práctica para construir un vínculo con ese pasado, el cual contribuye no solo a comprender mejor el presente, sino a revisarnos desde distintas perspectivas y a cuestionar el cómo somos, el porqué y el hacia dónde vamos. Definitivamente, revisar la historia de una nación es un ejercicio imprescindible para condenar el dolor que se ha forjado a través del tiempo, para relatar verdades escondidas y, en este caso, para dotar de voz a las víctimas que sirven tan solo para ser mencionadas en algún artículo conmemorativo o como un número para el Organismo de Investigación Judicial.

Y es que, si bien es cierto, Sombra errabunda no es una apoteosis a las víctimas, recurre a ellas para relacionar al psicópata con el contexto nacional, el cual sirve como pretexto para mencionar, también, lugares icónicos (el parque de Barrio México, el cine Líbano, el cementerio obrero, por mencionar algunos), los cuales son parte de la memoria colectiva y que nos remontan a un San José lleno de pasadizos escondidos y lúgubres que fueron y continúan siendo testigos de historias: algunas edificantes, otras no tanto, pero que reclaman su espacio. A pesar de que el oficialismo pretenda comunicar solo una porción “de esa verdad” o, en el peor de los casos, invisibilizarla del todo.

Como una reconstrucción y un remembrar del pasado, Sombra errabunda se constituye en un siniestro relato, que se deja narrar a través de la voz de Víctor Manuel Sánchez Artavia, alias Enrique, alias el gato, para nosotros el psicópata, un personaje atormentado, en cuyo interior fue creciendo una exacerbada misoginia que venía gestándose desde la infancia. El gato, personaje construido con gran maestría, es reflejo de una sociedad hiperviolenta que desahoga sus frustraciones, complejos y debilidades, y las materializa en cruentas acciones que solo “pueden explicarse” a través de espacios en decadencia, repletos de traumas y de discursos excluyentes que sirven como “asidero” de tanta brutalidad.

Tal como Jack el destripador, el gato, un antihéroe sadomasoquista y voyerista, se vanagloria de su extrema violencia y de sus ataques furtivos, acentuados por sus conocimientos del arte militar y por un lenguaje igualmente cruento que bulle especialmente cuando se refiere a grupos “inferiores”, los cuales desde su perspectiva son representados por mujeres y gays, quienes, dicho sea de paso, significan para él lo más deleznable del ser humano; por tanto, deben ser eliminados de una forma u otra.

Lo anterior es destacable en cuanto a la paradoja que encierra en sí el gato, y en cuanto a la complejidad de este personaje: por un lado, es un asesino en serie que perpetra sus crímenes de las maneras más sádicas y perturbadoras a los que se refiere sin reparo alguno, y por otra parte encontramos a un ser “iluminado” con vetas filosóficas, entremezcladas con el cinismo más evidente –puesto que él se autodenomina justiciero, encargado de limpiar la sociedad– cuyo discurso y actuar son los de un personaje degradado, ausente de idealismos propios de una literatura nacionalista, un ser humano decadente, con una doble moral cuya perspectiva se interseca entre el bien y el mal, eso sí un mal muy relativo, lo cual no niega, por supuesto, la dualidad psicopatía-filosofía.

Al igual que el psicópata, tal como mencioné, en Sombra errabunda la ciudad se convierte en un personaje más. La urbe josefina se configura como el espacio en el que actúa el protagonista; en este caso, el San José que se describe es uno periférico y oscuro, infernal, testigo de los más terribles vejámenes, de los odios más profundos, donde los seres se desenvuelven y dan rienda suelta a sus más escondidas perversiones, repleto de bares y prostíbulos, cines, calles solitarias y peligrosas zonas, que se asocian al vandalismo o la peligrosidad en general y que se resignifican a partir de los crímenes del psicópata, como sucede con los parques Central, Morazán, España, la Sabana o la Biblioteca Nacional, los cuales  pasan de ser puntos de encuentro para convertirse en detonadores de violencia que desacralizan el ideal de la Costa Rica pacífica y cuestionan ese elemento fundante del ideario costarricense y su Estado-nación.

Por último, y aunque se pueden explorar muchos temas más, en torno a Sombra errabunda, cabe destacar el excelente trabajo investigativo que supone la reconstrucción de esta trama, con tintes metaficcionales. Debido a que recabar los datos expuestos en la novela implicó una inmersión en distintas fuentes para recuperar el pasado a través de la figura de Alejandro Barquero, otro de los narradores, quien en su papel de investigador escarba en los archivos de su memoria así como en los de la prensa nacional con la idea de comprender a una figura que traumatizó a la sociedad costarricense, con el fin  de –como menciona Lotman– dejar de ser depósitos pasivos de información, almacenes, para convertirse en generadores; ya que los sentidos en la memoria de la cultura no “se conservan”, sino que crecen, sin dejar de lado que los textos que forman “la memoria común” de una colectividad cultural, no solo sirven de medio de desciframiento de los textos que circulan en el corte contemporáneo de la cultura, sino que también generan otros nuevos.

Considerando lo anterior, la novela increpa al lector sobre el tema del recuerdo y el olvido en cuanto a que es fundamental que se pregunte acerca de qué recuerdo evoca y por qué y el porqué olvida. Máxime considerando que el olvido se convierte en un enemigo, en el entendido de que nos impide revisar nuestros discursos, los lugares desde los que nos enunciamos, las figuras que a pesar de su importancia pasan a tercer, cuarto, quinto plano, y teniendo en cuenta que, como menciona el escritor italiano Primo Levy, “si comprender es imposible, conocer es necesario y recordar es un deber”.

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