Los Libros

Mishima: el camino de la pluma y de la espada

Por primera vez se publican en español dos entrevistas al escritor japonés: una que concedió a los 32 años y otra realizada

Por primera vez se publican en español dos entrevistas al escritor japonés: una que concedió a los 32 años y otra realizada días antes de su suicidio el 25 de noviembre de 1970.

El harakiri con el que Yukio Mishima puso fin a su vida el 25 de noviembre de 1970, tras su fallido intento de alzar a los militares japoneses y restaurar el poder del emperador, no fue un acto de desesperación sino un rito largamente meditado. Tal como la idea de quemar el espléndido Kinkakuji o Pabellón de Oro, perteneciente al monasterio Rokuonji de Kioto, llevada a cabo por el novicio budista Mizoguchi en la novela homónima de 1956, basada en hechos reales ocurridos seis años antes.

A partir de la publicación de su Correspondencia con Yasunari Kawabata (Emecé), sabíamos que ya en 1969 Mishima preparaba “lenta, pero firmemente, la llegada del año 1970”. Ahora, gracias a Últimas palabras de Yukio Mishima (Alianza), atisbamos con más claridad sus motivaciones. En una larga entrevista con el crítico Takashi Furubayashi, realizada días antes de su muerte, el escritor defiende, evitando la confrontación directa, sus posiciones estéticas y políticas, cuestionadas con lucidez por un intelectual algo mayor que él, de formación marxista, quien, a diferencia de Mishima, celebra las reformas modernizadoras que ha traído la posguerra.

A pesar de la admiración que siente por la obra literaria de su interlocutor, Furubayashi discrepa abiertamente de sus posturas radicales, que no pocos han calificado de fascistas. Así, cuando el crítico le reprocha que su narrativa se funda en una estética de los sentimientos, de la pureza y lo absoluto que exalta la fuerza sin mostrar sensibilidad hacia sus víctimas, Mishima le responde oblicuamente: “El hecho de que yo esté obsesionado con ‘la belleza de los sentimientos’… tal vez esté en relación con el erotismo. En 1955 conocí a Georges Bataille. Creo que se trata del pensador europeo con quien he sentido más afinidad”.

Entre Bataille y Nietzsche

Al escritor le parece muy interesante la formulación que el pensador francés realiza de la íntima relación entre muerte y erotismo, así como sus nociones de la “prohibición” y de la “rutina liberada por la prohibición”. En la etnología japonesa, aduce Mishima, se distinguen los conceptos de “pureza” e “impureza”, los cuales, en su opinión, corresponden a las dos nociones de Bataille. De esta manera, igual que sin pureza no hay impureza, y viceversa, sin prohibición no hay rutina liberada por esta. Por eso desprecia la sociedad japonesa de posguerra: afectada por el relativismo de las creencias, ha dejado de experimentar la pureza absoluta. “En mi interior, belleza, erotismo y muerte se hallan en la misma línea”, contrapone.

En este esquema, Mishima postula que el segundo elemento, el erotismo, solo puede existir en el ámbito de lo absoluto. En Europa, a su juicio, el erotismo únicamente se halla en el mundo del catolicismo, pues esta religión cuenta con mandamientos severos cuya violación constituye el pecado. Y como el pecador, le guste o no, deberá comparecer ante Dios, “el erotismo es el método de establecer contacto con la divinidad a través del pecado”, concluye el escritor japonés, autor de la obra de teatro “Madame de Sade”.

Ahora uno entiende con mayor claridad por qué en 1966 Mishima se había hecho retratar por un célebre fotógrafo, caracterizado como San Sebastián, en la misma pose del cuadro de Guido Reni (1575-1642) que provocó su primera fantasía erótica en la adolescencia, según cuenta en Confesiones de una máscara (1949). Ese mismo año encargó la traducción al japonés, en una edición artística, del drama “El martirio de San Sebastián”, de D’Annunzio.

“En mi opinión, tan solo se debe hablar de erotismo cuando el ser humano arriesga su vida y busca el placer hasta la muerte, con lo cual es como si llegara al absoluto desde el revés. Si no existieran los dioses, habría que hacerlos renacer. Y es que sin Dios no hay erotismo”, le dice Mishima a Furubayashi.

Sin embargo, el autor toma del catolicismo solo su estética, no su ética. Cuando su entrevistador le pregunta dónde quedan los sentimientos de compasión y solidaridad, Mishima responde: “Siempre habrá alguien dispuesto a ayudar a los débiles. Es decir, a la debilidad hay que dejarla tal como está. Más bien, se puede afirmar que actualmente vivimos en una época en la cual es la fuerza la que es maltratada. Sí: debido a los denuestos que en nuestros días merece la fuerza, se desprecia la ética de los que aspiran a ser fuertes. Por eso no puedo pensar en otra cosa que no sea el renacimiento de la fuerza”.

Tanto Mishima como sus críticos han advertido en su obra la persistencia del romanticismo europeo. Este libro aporta pruebas contundentes, sobre todo en su afán de unir arte y vida.

“El sueño de alcanzar lo absoluto”, admite. “Soñar, soñar, pero como este sueño es romántico, no se puede cumplir jamás. La imposibilidad de tal cumplimiento la representa el arte, mientras que su posibilidad la representa la acción. Exactamente esto es el camino conjunto de la pluma y de la espada. El encuentro con el absoluto es, como usted mismo ha dicho antes, la muerte. No hay más. Sin embargo, la idea de la muerte no es adecuada cuando se habla de arte. ¿Por qué? Pues porque el arte tiene que vivir, vivir y vivir largamente; de lo contrario, ni puede completarse ni pulirse. En cambio, si hablamos de acción, uno puede morir incluso a los dieciocho años. Solo entonces se consigue la perfección. A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente, es una agonía, es desgarrarse el propio cuerpo. Todo esto me ha llevado a pensar que, como artista que soy, debo tomar una decisión”.

La literatura no es suficiente. La vida tampoco. Mucho menos la razón. De ahí el desgarro, el sacrificio.

“Hablando de la obra de Nietzsche, debo reconocer que no hay libro mejor que El origen de la tragedia. No existe, en efecto, una obra más amena y vibrante. Sin yo mismo darme cuenta, creo que he recibido de su lectura bastante influencia. Antes de que Nietzsche descubriera el mundo dionisíaco, Grecia se contemplaba tan solo en términos del mundo apolíneo”, afirma. Más adelante dice: “El espiritualismo tosco y oscuro me gusta sin remedio. Lo fanático, lo oscurantista… me gustan mucho. Es el Dionisio que hay en mi interior”.

“El futuro será del internacionalismo”

Hacia el final de su entrevista, Mishima declara sentirse como Petronio, el escritor de la corte de Nerón y autor del Satiricón. “Tal vez exagero, pero pienso que los escritores que conocen la lengua japonesa han llegado a su fin con mi generación. A partir de ahora, ya no tendremos autores que lleven dentro de su cuerpo la lengua de nuestros clásicos. El futuro será del internacionalismo, del abstracticismo. Kobo Abe va en esta dirección, un camino que yo no puedo seguir. Me parece que estamos ante un problema mundial, al menos en los países capitalistas; el mismo problema que afrontarán todas las lenguas del mundo por diversas que sean”.

En efecto, de Japón hoy llegan libros de autores mucho más globalizados, lectura de consumo hipster de la que nadie se acordará dentro de un par de años. Para qué mencionar nombres.

Comparativamente, la segunda entrevista del libro, realizada por el crítico Hideo Kobayashi -un nacionalista mucho más cercano al pensamiento de Mishima- resulta débil. Para empezar, el entrevistador comete la imperdonable descortesía de hablar más que el entrevistado, hasta el punto de terminar siendo él interrogado por Mishima. Luego, el crítico abunda en detalles técnicos y teorizaciones formalistas, demasiado abstractas o derechamente vagas, así como en alusiones al teatro japonés que hoy resultan incomprensibles. Solo se puede rescatar la acertada filiación que Kobayashi establece entre El pabellón de oro y Crimen y castigo, de Dostoievski, especialmente por la figura atormentada de sus protagonistas, Mizoguchi y Raskólnikov.

Si el valiosísimo libro Últimas palabras de Yukio Mishima nos revela que muchas ideas políticas de Mishima no han resistido el paso del tiempo, novelas como El pabellón de oro, Confesiones de una máscara y El marino que perdió la gracia del mar , más una docena de relatos, le han asegurado un lugar incuestionable en la posteridad.

Tomado de Revista de Libros de El Mercurio, Chile.

 

Suscríbase al boletín

Ir al contenido