Los Libros

Paradise lost

Un rasgo de modernidad es leer los libros sagrados como obras literarias, entender, por ejemplo, a Adán y a Eva como pareja desgraciada, acaso la más solitaria que haya existido jamás. En una brillante conferencia, Borges menciona a Homero y a John Milton como algunos de sus antecesores en esa doble condición de escritores y de ciegos. Borges, quien escribió un cuento en el cual se afirma que la metafísica es una rama de la literatura fantástica.

Una banda de demonios liderados por Satanás se alza contra el orden divino, movidos por la envidia y por la soberbia ellos combaten al Altísimo y a su ejército de arcángeles y de ángeles; el cielo es el campo de batalla en el que chocan las espadas y se estremecen los cimientos del Universo. La legión satánica es vencida y expulsada, desterrada para siempre en el infierno, una prisión espantosa, mansión del sufrimiento eterno.

Escenarios siderales, guerras extraordinarias, luces y sombras, fuerzas encontradas, unas movidas por la sedición, las otras en defensa del orden y de la legalidad natural. Parece una película de ciencia ficción y es el mito judeocristiano de la caída del hombre, del pecado original, ideas que tanta gente ha creído como verdad incuestionable que guía sus vidas y que le brinda una explicación a la existencia del mal y al sentido final de la vida humana: restaurar el orden perdido gracias a la astucia de Satanás que disfrazado de serpiente tentó la vanidad y la curiosidad de Eva y con ella nos hizo caer a todos.

“Salud, mundo infernal”. Con ese grito arriba Satanás a la Tierra, pretendiendo tomar posesión, robársela a Dios, tal y como hizo con el alma de Adán y de Eva, a quienes sedujo, primero a ella y después a él, para que se comieran el fruto prohibido, el que da el árbol de la ciencia, ese fruto que los haría como dioses, que les permitiría conocer el bien y el mal, el bien perdido y el mal por experimentar. Satanás, el Adversario, ha sido expulsado del cielo y en compensación quiere apoderarse de la Tierra y dominar a la raza humana. Esa es su lucha, ese es su afán.

John Milton, como decía, fue ciego y también un reconocido escritor inglés que en 1667 publicó su libro más exitoso, El paraíso perdido, poema épico que está a medio camino entre la antigüedad clásica y la modernidad naciente. Milton, que siguiendo el modelo de La Ilíada, escribe una epopeya con los personajes del imaginario judeocristiano, entonces, fragmentos de La Biblia le sirven a él de materia prima para una potente y profunda obra literaria en la cual nos expone a ese inquietante personaje, Satanás, tan parecido a todos nosotros, y nos conmueve con el pasional drama de aquella pareja que se ama hasta lo indecible y que gracias a fuerzas que los superan transgreden una prohibición divina para caer en la fatalidad y ser carcomidos por una culpa que los hace reprocharse, un día sí y otro también, los actos que provocaron su desgracia y la de toda su descendencia.

En un pasajero uso de la primera persona, Milton nos dice que, a él, cada noche, le cuentan al oído las aventuras y tribulaciones que luego pasan a las páginas de su historia, las que nosotros leemos con tremenda curiosidad más de trescientos años después y, desde luego, le creemos. Y le creemos porque su poema está hecho de narraciones que para bien y para mal conocemos desde la cuna y forman parte de la visión de mundo que aprendemos y desaprendemos a lo largo de los años. Milton no nos dice quién llega cada una de aquellas frías noches londinenses hasta su casa, ingresa en su habitación, se detiene junto a su escritorio y le sopla al oído aquellas historias fantásticas que él después estructura con inteligencia literaria y con talento filosófico para que lectores de todos los tiempos indaguen en la esencia de lo que nos han dicho que somos. Él no nos confía quién llega a contarle cuentos bíblicos, pero por asociación libre no se nos hace difícil imaginar que son los mismos ángeles, emisarios de Dios o, dependiendo de los capítulos, algunos de los envidiosos soldados de Satanás, quienes lo visitan cada noche, es decir, seres que conocen lo ocurrido de primera mano y que lo han escogido a él, poeta inglés, como intermediario entre el mundo de los espíritus y el de nosotros, mortales miembros de la raza humana, hijos de Eva, que leemos libros y creamos mundos con la imaginación y con la fantasía para hacer más llevadero y más inteligente nuestro paso por esta vida.

Mito, novela y machismo

Con el paso de los años, todo aquello que representan los dioses de los antiguos, en la literatura moderna, pasan a ser potencias y pasiones humanas, escondidas, inconscientes y subyugantes; fuerzas cuyas trayectorias entrecruzadas configuran extraordinarias novelas, que vienen a ser las formas narrativas sucesoras de mitos y epopeyas del pasado. El paraíso perdido no es una novela moderna y, sin embargo, algo de ellas anticipa.

Adán odia a Eva por su imprudencia. Satanás le dijo a ella que era demasiado bella para vivir entre animales y entre plantas, admirada por un solo hombre, le dijo que ella debería estar en la corte celestial, halagada y amada por dioses, ángeles y semidioses. Eva le quiso creer y se llevó a la boca el fruto prohibido, luego, Adán, preso de los encantos de su hermosa mujer, también cayó en la tentación; entonces, ambos se amaron con pasión y lujuria de manera transitoria, para luego reprochárselo todo con rencor y remordimiento.

En una sincera exposición del machismo que está en la génesis del mito de la caída, en el cual la mujer es la culpable principal, Adán desprecia a Eva, le dice que en el mundo solo deberían existir hombres, como en el cielo ángeles, que el Creador debió recurrir a otro medio para perpetuar la especie humana. ¿Cuál sería ese medio? Misoginia y eventuales deseos homosexuales aparecen en el discurso de Adán, quien se encoleriza como amante traicionado mientras Eva sufre:

“No me abandones de ese modo, Adán; el cielo es testigo del amor sincero y del respeto que hacia ti siente mi corazón. ¡Te he ofendido sin intención, engañado desgraciadamente! Suplicante, mendigo tu misericordia y abrazo tus rodillas. No me prives de lo que me da aliento para vivir, de tus dulces miradas, de tu apoyo, de tus consejos que en tan extrema necesidad son mi sola fuerza y mi amparo. Abandonada por ti, ¿adónde me retiraré? ¿Dónde subsistiré? Mientras vivamos, y quizá dure nuestra existencia algunas horas rápidas, reine la paz entre nosotros. Ya que hemos estado unidos para la ofensa, unámonos en nuestra enemistad contra el enemigo que nos ha sido designado expresamente por nuestra sentencia, contra la cruel serpiente. No me hagas sentir el peso de tu odio por esa desgracia que nos ha acontecido, porque yo estoy ya perdida y soy la más miserable de los dos.”

En la jerarquía machista de este mito, Adán le ha fallado a Dios y Eva le ha fallado primero a Adán y luego a Dios. Ella es curiosa, dependiente, romántica y vanidosa, de su debilidad se aprovechó el astuto Satanás y, también, es con ella con quien nos identificamos, porque ella es la más humana de todos estos personajes y es de ella de quien nacerá toda la raza humana, tanto los estúpidos como los justos que llevarán a la especie a la restauración del orden perdido. Por lo menos esa es la creencia y además es lo que aparece en las visiones que el arcángel Miguel le da a conocer a Adán en vigilia y a Eva en sueños para sanar su inquietud con adelantos del futuro de la humanidad caída, visiones que se alimentan del Viejo y del Nuevo Testamento y que Milton las cuenta como si fueran profecías o mensajes divinos para consolar a la pareja desdichada.

Las grandes obras literarias contienen símbolos abiertos a múltiples interpretaciones, el Edén no es el único paraíso perdido. Son muchos los momentos, las vivencias que se pueden expresar con esta metáfora raigal de lo humano. La madre, los condenados de la Tierra, los desheredados por sus padres, malditos, infames, desterrados, delincuentes, pecadores y exiliados, mujeres adúlteras como Ana Karenina, edades de oro acabadas, utopías del pasado, la infancia idealizada y feliz, una democracia desvanecida, amores perdidos y añorados para siempre, nostalgias y reproches caminan con Adán y con Eva hacia el este del Edén, caminan con ellos dos, que al mirar hacia atrás lloraron como niños por lo dejado a sus espaldas, ya vedado por toda la eternidad. Estas experiencias andan con ellos dos, que solo se tienen el uno al otro y que tomados de la mano inician su largo y solitario camino por un mundo incierto que se abre bajo sus pies.

Poeta ciego como Borges, John Milton, gracias a las historias que le contaron al oído sus misteriosos visitantes nocturnos, escribió un hermoso libro que se pretende verdadero, en el cual conjugó fantásticas batallas astrales entre el ejército divino y la perversa banda liderada por Satanás, con el drama vital y amoroso de una pareja maravillosa y triste, desgraciada y valiente, que con sus acciones da muestras de lo que será la novela moderna, forma literaria más mundana que ninguna, gracias a la cual hemos llegado a conocer las distintas estaciones recorridas hasta ahora, de aquel legendario camino que iniciaron Adán y Eva al ser expulsados del paraíso por un Dios inclemente.

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