Los Libros

La antología personal de Julieta Dobles

La poeta Julieta Dobles no necesita presentación, ni dentro ni fuera del país; es una de las voces femeninas más connotadas en el arte de la poesía; su trayectoria de más de medio siglo así lo ratifica. Esta relevancia de Julieta en el campo de la poesía ha sido reconocida en el ámbito internacional, como lo prueba la Antología personal que publicó Nueva York Poetry Press, en 1919, por iniciativa de la profesora Marisa Russo, especialista en poesía costarricense de la Universidad del Estado de Nueva York, donde la propia Julieta estudió letras y obtuvo una maestría en literatura hispanoamericana.

Además de la mencionada razón, que da prestigio más allá de nuestras fronteras a la poesía costarricense, esta antología merece destacarse porque fue hecha por la propia autora. Julieta misma hace su antología, lo cual tiene el inconveniente de que siempre será incompleta, ya que, si tomamos una autoantología como el itinerario recorrido por la autora en vida, por definición nunca será definitiva. Aunque bien debe verse como un ejercicio de autorreflexión, cuya autoría le da gran credibilidad, dada la autenticidad de quien la recopila. Por todo lo dicho, reviste relevancia destacar el subtítulo de la obra que igualmente sirve para encabezar, en su condición de título, este artículo.

Con una portada que alude a los temas tratados en el libro e inspirada en la estética posmoderna, con connotaciones que caracterizan al realismo social, el título de la antología Poemas del reencuentro no ha sido hecho al azar ni es un capricho personal de la autora, sino que está imbuido de sentido y sugerencias; por lo que también es en sí mismo ricamente sugerente. Los poemas, aunque traten de diversos temas, siempre aluden a personas concretas. Julieta habla de un “reencuentro”, lo que nos autoriza a preguntarnos con quién y por qué. Tratándose de una antología personal, la respuesta se encuentra en los propios titulares de la obra; se está ante un reencuentro de la autora consigo misma, luego de un largo itinerario existencial, gracias a su poesía. Julieta ha alfombrado los senderos recorridos a lo largo de su vida con poemas, como el jardinero lo hace con flores, lo cual sugiere que la autora ha vivido un exilio de sí misma, pero la poesía la hizo encontrar en su itinerario la patria-hogar como Ulises y, en un segundo momento, finalmente, como el Eneas de Virgilio, descubrir una Urbe, Roma, con lo que queda patente el carácter demiúrgico de la poesía. Como frente a un espejo, Julieta mira su propia imagen como el reflejo de su alma, pero lo que descubre es su poesía.

El gran poeta Isaac Felipe Azofeifa afirma que la poesía es el poema; Julieta matiza esta rotunda afirmación, al darnos a entender que el poeta es su poesía, de la misma manera que la poesía es el poeta. Desde el punto de vista de la lógica formal, estamos ante una tautología; a lo que se puede argüir que todo principio primero del ser y del pensar es tautológico, pues implica que no hay un más allá; estamos ante el ser como ser, dirá Aristóteles; ante la presencia del Absoluto como la Idea en-sí y para-sí, dirá Hegel. De esta manera, la poesía ha devenido en religión, como lo intuyó Schelling y, con él y como él, los románticos, y el poeta su sacerdote o sacerdotisa. La poesía será el ritual o ceremonia con el que se rinde culto al misterio de la existencia, vista esta como “presencia total” (Lavelle) y el poeta como el demiurgo que, con su arte como acto creador, vuelve una y otra vez al instante mismo o inicio del tiempo de la creación del Universo.

Más que un oráculo de Delfos (Platón), el poeta es un demiurgo a la manera de Sísifo (Camus) que arranca a los dioses el fuego, símbolo de rebeldía, pero también de vida, luz y amor… Pero nos hemos adelantado poniendo de manifiesto el trasfondo filosófico de lo que será el fin de este largo, hondo y conmovedor itinerario existencial de nuestra poeta.

Como todo sendero, el de Julieta tuvo su comienzo, que solo tiene sentido si lo vemos como la aurora que nos permite vislumbrar el arrebol del ocaso, fin y meta del itinerario que llamamos vida. Echemos, en consecuencia, un rápido vistazo a ese comienzo, que se nos antoja un tanto paradójico.

Como en tantas otras cosas, los orígenes de Julieta Dobles como poeta son muy sui generis, pues no comenzó por dedicarse a la poesía, sino a una ciencia dura: la biología. Esto, no obstante, Julieta afirma una y otra vez, que debe su amor a la poesía a su madre, nacida en Costa Rica, pero de padres cubanos. Ángela Izaguirre desde niña le enseñó a amar a las grandes poetas hispanoamericanas, como Juana Ibarburú, Alfonsina Storni y Sor Juana Inés de la Cruz, pero también a poetas como Rubén Darío, José Martí y Pablo Neruda.

Julieta estudió biología en la Universidad de Costa Rica, obtuvo el grado académico de bachiller, complementado con una licenciatura en la enseñanza de las ciencias; dada su inquebrantable vocación de maestra, dedicó diez años a la enseñanza de las ciencias en colegios de secundaria. Pero la maternal impronta del amor no cesaba de recordarle que la inocente, aunque inquisidora, mirada de los niños siempre nos acompañará como adultos; por lo que “mirar con “inocencia” (Alfonso Chase) es retornar a las fuentes prístinas de la vida; la que nos hace lanzar una mirada a todas las cosas, pero especialmente a aquello que nos rodea. Es lo que hace de la vida un poema y del poeta su corazón, hace del poeta el testigo privilegiado que penetra sigiloso en el santuario de la vida asumida como misterio sacramental.

Esta concepción de la existencia llevará de forma natural a Julieta a entrar en contacto con el Grupo de Turrialba, cuyo pronunciamiento o proclama en pro de la autenticidad y unicidad del lenguaje poético y con Laureano Albán como su corifeo, constituye un cambio cualitativo o quiebre en la historia literaria de este país. Julieta conoce allí a quien sería su compañero por muchos años, Laureano Albán; juntos procrearían una abundante prole, a la que Julieta dedica en esta antología conmovedores poemas, lo mismo que a su madre y a su padre.

Con estos antecedentes, estamos ya en condiciones de preguntarnos cuál debería ser la corriente estética a la que podríamos adscribir la obra de Julieta Dobles. Se la ha calificado de “postmodernista”; pero decir eso equivale a decir mucho y no decir nada; una definición de esta índole viola el principio establecido por la epistemología, según el cual una definición no puede ser negativa, pues la negación dice lo que una cosa no es, pero no dice lo que ella es, lo que por definición es la función de una definición. En este caso, el prefijo negativo “post” contiene igualmente una connotación puramente cronológica, lo que equivale a decir que Julieta hace poesía después del clímax alcanzado por la corriente modernista; pero lo mismo podríamos decir del romanticismo, para el cual la poesía es un arrebato pasional, irracional. Julieta, por el contrario, mantiene una actitud de sabia serenidad, incluso cuando habla de experiencias desagradables o lanza denuncias sociales, sobre todo, frente a las agresiones de que son víctima inocente los niños pobres.

Ahora bien, si queremos situar en alguna corriente estética la obra poética de Julieta debemos tomar en cuenta los antecedentes provenientes de su formación científica, a la cual nunca renuncia. Todo lo contrario, a ella recurre cuando se refiere a la Naturaleza al hablar, por ejemplo, de los árboles dándoles su nombre científico. Por eso he osado darle un calificativo que es un neologismo. Julieta Dobles no es realista ni romántica; Julieta crea, al menos en nuestro medio, una corriente estética que yo me atrevería a darle el nombre de “objetivismo”. Con ello quiero decir que, si bien pasó por un primer período subjetivista, lo contrapone en un segundo período a un talante objetivista para, finalmente, en un tercer y definitivo período develar la dimensión filosófica que le permite mostrar su madurez y encontrar el sentido último de la existencia en el ser y quehacer de la poesía.

Sujeto y objeto, dialécticamente opuestos en razón de las normas epistemológicas propias del método científico son la clave para entender sus dos primeros períodos para, finalmente, llegar a su culminación en la creación poética de la palabra como rasgo constitutivo de lo humano. Eso es lo que hace única a la poesía; solo en ella se manifiesta la vida como permanente sorpresa (Heidegger) y como milagro que nos despierta una incontenible admiración (Aristóteles).

En síntesis y a guisa de conclusión de este breve comentario, en esta antología distingo tres etapas: la primera o subjetivista de talante claramente existencialista, en que dominan los temas clásicos en esa corriente, como son el “otro” (Mitsein de Heidegger), la muerte (zum Todesein igualmente de Heidegger), la tristeza, la ausencia y búsqueda del amado. En una segunda etapa, que constituye un impactante contraste con la anterior, el descubrimiento del mundo exterior, tanto geográfico y cultural (Israel, España, Nueva York) como del entorno familiar, es el objeto de la inspiración poética de esa incansable viajera que es la Julieta Dobles de madurez. Esta última etapa culmina, en una primera fase, con el reencuentro con el entorno familiar. Finalmente, como cosecha ubérrima de una larga y luminosa travesía, en la última parte de esta etapa final se devela la dimensión filosófica de la poesía, tal como la concibe Julieta Dobles y la que explicita en sus grandes líneas. De mi parte, solo puedo lanzar, salida del fondo de mi corazón, esta exclamación: ¡Gracias, Julieta, por ser lo que has sido y por seguir siéndolo!

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