Los Libros

Javier Marías, la partida de un escritor de pura cepa

El 11 de setiembre falleció el escritor Javier Marías, a la edad de 70 años, víctima de una neumonía, considerado uno de los principales autores españoles contemporáneos, varias veces candidato al premio Nobel.

El escritor y crítico literario español Rafael Narbona entrevistó el año pasado a su compatriota y colega Javier Marías, con motivo de la publicación de su última novela Tomás Nevinson. Presentamos aquí un extracto de esa conversación que permite un somero retrato del autor recién fallecido.

Se han tejido muchas leyendas alrededor de usted.

—Sé que tengo fama de altivo y arrogante, pero yo no considero que lo sea. Impertinente siempre he sido un poco. Tanto en artículos de opinión como en declaraciones. En cualquier caso, yo no soy el más adecuado para decir lo que soy o dejo de ser. Dado que vivimos en el mundo de las redes sociales, donde prosperan rápidamente los rumores y las falacias, imagino que se habrán inventado nuevas leyendas sobre mí y, probablemente, mucho peores.

Siempre que pienso en usted, recuerdo a su padre, Julián Marías. ¿Cree que la posteridad ha sido injusta con él? Recuerdo que compartieron piso durante un tiempo. Dijo que convivían como dos solteros bien avenidos.

—Fue una convivencia muy agradable. Cada uno tenía su espacio y solíamos coincidir en el almuerzo. En cuanto a la posteridad, ya no existe tal cosa. Es un concepto del pasado. Hoy en día, las cosas van muy deprisa. Todo se olvida con mucha velocidad. Cuando alguien muere, deja de ser leído. Parece que los libros necesitan una presencia que los avale y airee. En el caso de mi padre, la injusticia no empezó en la posteridad, sino en vida. Sufrió la enemistad feroz del régimen franquista, pero después la izquierda comenzó a atacarle por su catolicismo y su liberalismo. Me parece bochornoso que no le concedieran el Premio Nacional de Ensayo.

Además de un padre biológico extraordinario, disfrutó de un padre intelectual no menos notable: Juan Benet. También había muchas leyendas alrededor de él. Algunas decían que era intratable.

—Mi experiencia no es esa. Benet era encantador y tenía un gran sentido del humor. Soltaba sus impertinencias, pero con tanta gracia que casi nadie se molestaba. Volverás a Región me causó una profunda impresión. La literatura española se había estancado en un realismo social bienintencionado, pero literariamente pobre. Benet demostró que se podía adoptar un tono más elevado. Su prosa era arriesgada y valiente. Aprendí muchas cosas en su literatura, incluidas cuestiones técnicas. Me llevaba 24 años. Fue un maestro, no un maestrillo. Me enseñó a mirar los cuadros, a oír música. Para aprender de él, era suficiente tener el ojo y el oído abiertos. También fue un maestro en la vida personal. Era una persona con un gran sentido ético. Como ingeniero hidráulico tenía mucha gente bajo su responsabilidad. Siempre fue muy amable y generoso con los trabajadores. Si pasaban por apuros económicos, les ayudaba, pero de forma discreta y sin alardear de ello. Benet solo era antipático con quien pensaba que lo merecía. Yo actúo igual. De niño, cuando un matón se metía conmigo, respondía. No soy un manso, pero jamás he sido agresivo con los amigos o con las personas que no me han hecho nada.

¿Cuáles han sido sus grandes modelos literarios? ¿Qué escritores han influido más en su obra? ¿Faulkner, tal vez?

—Faulkner influyó más en Benet. Yo me interesé más por Conrad o Sterne. Traducirlos fue una gran experiencia. Siempre he dicho que es la mejor manera de leer un libro. Tienes que estudiar hasta el último detalle y volcar el texto a tu lengua de forma aceptable. La traducción es una excelente escuela para un escritor.

¿Me puede citar a otros escritores que le hayan servido de inspiración?

—Cervantes, Clarín, Valle-Inclán. He aprendido mucho con ellos, aunque la influencia de algunos, como Valle, apenas se aprecie en mi obra.

Hay algo flaubertiano en su literatura.

—Admiro a Flaubert, pero me interesan más Montaigne o Shakespeare.

¿Joyce?

—No soy muy fan del Ulises. De Joyce me atraen sobre todo los cuentos de Dublineses, que son extraordinarios.

¿Qué me puede decir de Proust?

—Es una de las cumbres de la novela, pero todavía no lo he leído completo. Siempre he interrumpido la lectura al terminar el tercer volumen. Por falta de tiempo o porque me surgía otra cosa. Eso sí, basta con esos tres primeros libros para darte cuenta del talento de Proust. Es para caer postrado. Por cierto, acabo de leer un libro de Céleste Albaret, que fue su ama de llaves durante los últimos nueve años de su vida. No lo escribió ella, sino el periodista Georges Belmont, que extrajo el material de 70 horas de conversación. Es una obra de extraordinaria delicadeza.

Se acaba de reeditar Los dominios del lobo para celebrar los 50 años de su publicación. ¿Cómo juzgaría la novela desde su perspectiva actual?

—No la he releído. No me releo nunca. La releí en los ochenta y retoqué alguna cosa. Descarté introducir grandes cambios, pues habría sido como hacer trampa. Escribí la novela con 17 años y hoy en día no me avergüenza, lo cual es un gran logro. Es un libro simpático al que le tengo afecto. No tiene mucho que ver con lo que he escrito después. Hay quien dice que es mi mejor libro, pero si fuera así, no diría mucho a mi favor de mí, pues entonces no habría hecho más que empeorar.

Todo esto me hace pensar en su método de trabajo. ¿Sigue siendo un escritor con brújula, pero sin mapa? Hay escritores que planifican hasta el último detalle antes de ponerse a escribir.

—Si yo hiciera eso, me aburriría tanto que no escribiría el libro. Si ya sé todo lo que va a suceder, para qué voy a escribir. Lo que me divierte es descubrir cosas sobre la marcha, tomar decisiones. El verbo inventar proviene del latín y significa hallar o descubrir algo nuevo o no conocido. Yo descubro a la vez que escribo. Y a veces me contradigo. Saber lo que va a pasar me aburre. Prefiero improvisar.

En Todas las almas incluye por primera vez una foto.

—Se ha dicho que imité a Sebald, pero no es cierto. Sebald publicó su primer libro en 1990 y Todas las almas apareció en el 89. Cuando propuse incluir imágenes en mi novela, el editor se resistía, pero yo opinaba que ofrecía un contraste clarificador, pues así el lector podía acceder a la imagen descrita en el texto. Por cierto, siento una gran admiración por Sebald y, de hecho, mantuvimos una breve correspondencia.

En Tomás Nevinson, ha incluido la fotografía de un atentado de ETA. ¿Piensa que se está olvidando a las víctimas de la banda terrorista?

—La sociedad y la política tienen una deuda pendiente con las víctimas de ETA. Ahora parece que las víctimas molestan. Ya no puede hacerse nada por los que murieron, pero los que quedaron huérfanos o mutilados merecen ser recordados y homenajeados. Una de las razones por las que escribí Tomás Nevinson fue porque soy madrileño. Si mi cómputo no falla, ETA mató a 101 personas en Madrid. La violencia fue un goteo constante e ininterrumpido. Yo viví 24 años bajo Franco, pero he convivido con ETA mucho más tiempo. No puedo estar de acuerdo con Odón Elorza cuando dice que hay que dejar en paz a ETA. ¿Cómo vamos a olvidar algo tan reciente y que nos hizo sufrir 40 años? El atentado de Hipercor fue algo tan monstruoso que no se puede olvidar. Es cierto que el franquismo mató más, pero ya es un recuerdo lejano. Hay muchos jóvenes para los que ETA no significa nada y sucede lo mismo con los extranjeros, entre los que tengo muchos lectores. Mi novela puede servir para que descubran lo que sucedió. Además, un texto de ficción causa una impresión más intensa y duradera que una nota de prensa o un ensayo.

Su novela puede leerse como una novela de espionaje. Me recuerda a John Le Carré. He leído que se relacionó con agentes del servicio secreto británico.

—Conocí a gente que había prestado servicio durante la Segunda Guerra Mundial y a otros que trabajaron después como traductores. Se dice que salen muchos espías de Oxford y Cambridge y es cierto. Por una razón muy simple. Los servicios secretos buscan a personas que sepan lenguas, historia y con capacidad de análisis. Los agentes que yo he conocido jamás me revelaron sus misiones, pues –entre otras cosas– están sujetos a la ley de secretos judiciales, pero sí me hablaron del funcionamiento general de los servicios secretos.

¿Qué le parecen John Le Carré y Graham Greene?

—Greene me carga bastante, sobre todo en sus novelas con un catolicismo explícito. Le Carré me gusta más. Su caso se parece al de Conrad, Stevenson y Melville, considerados durante mucho tiempo simples novelistas de mar o aventuras, pero hoy celebrados como grandes clásicos. Pienso que a Le Carré le sucederá lo mismo.

Corazón tan blanco marcó un antes y un después en la estimación de su obra.

—Es un libro sobre el secreto y su conveniencia. Es la antinovela policiaca. El narrador confiesa: “No he querido saber, pero he sabido”. Normalmente, cuando descubrimos un secreto, la curiosidad nos impulsa a intentar averiguar qué hay detrás, pero renunciar a saber es un gesto de coraje. Mucha gente no comprendió ese punto de vista. Me dijeron que no querer saber es una cobardía, pero yo creo que hay que tener mucho valor para respetar un secreto. Por cierto, más vale no saber lo que cada uno piensa de los demás, pues si lo supiéramos, nos mataríamos.

Me llama la atención su amistad con Pérez-Reverte, pues son dos escritores muy diferentes.

—Yo no sabría hacer las novelas de Arturo, aunque quisiera, sobre todo obras maestras como Un día de cólera. A él le molesta que elogie tanto esa novela, pues ya tiene unos años –como yo– y piensa que lo mejor es lo último que ha escrito. Arturo y yo nacimos el mismo año, tenemos las mismas referencias, leímos los mismos tebeos, vimos las mismas películas. Nos tenemos una simpatía mutua basada en la edad, en la educación que hemos recibido. Estamos de acuerdo en muchas cosas, pero en otras no, lo cual es normal, pues en la amistad nadie sensato pretende coincidir al cien por cien. A mí me gustan mucho Proust y Faulkner. A Arturo probablemente no, pero resulta que a los dos nos apasionan Conrad y Stevenson. Tenemos las suficientes coincidencias y compartimos muchos fervores. Nuestra amistad no tiene más misterio que eso.

Ha comentado alguna vez que Tu rostro mañana es su obra más ambiciosa.

—Es una obra de gran aliento, una novela monumental de 1.600 páginas. Pasé ocho años y medio trabajando en ese libro. No pensé que haría una trilogía. Un libro me llevó a otro hasta completar el ciclo. Tampoco pensé que escribiría una continuación de Berta Isla, pero me intrigaba saber qué sucedería con Tomás Nevinson. Con solo 45 años, ya no esperaba nada de la vida. Se veía a sí mismo como un fantasma.

En algunas de sus obras, se respira una atmósfera desapacible, que me recuerda a Coetzee. ¿Piensa que la vida es una combinación de ruido y furia, como decía Shakespeare?

—Coetzee me gusta mucho, pero sus últimos libros sobre Jesús no me interesan demasiado. Creo que es excesivo hablar hoy en día de ruido y furia. La frase procede de Macbeth. El rey Duncan era un rey escocés de la Edad Media. En su tiempo, sí que había ruido y furia. Más allá de ese fragor, la vida está llena de calamidades, tristezas, perplejidades. En mi literatura, hay cosas terribles, pero huyo de lo sórdido y deprimente. No soporto esas series y películas inglesas o estadounidenses ambientadas en barrios y pueblos con escenarios sucios y miserables, como esas cocinas llenas de sartenes sin limpiar. Cuando me topo con ellas, me pregunto si no hay personas normales en esos lugares, individuos que sí limpian las sartenes. La vida es trágica fuera de lo sórdido. En mis novelas, intento evitar lo gratuito. Cada vez que veo una película o leo un libro donde una pareja pierde a su hijo pequeño, pienso que el autor busca la pena del lector de forma ilegítima.

Algunos críticos han señalado que todos sus personajes son inteligentes y hablan demasiado bien.

—Es que estoy harto de la estupidez. Ya no puedo más. A mí me agradan las novelas con personajes inteligentes y con sentido del humor. Yo intento que mis personajes no digan tonterías. El cine y la literatura actuales apuestan en muchas ocasiones por lo fácil y vulgar y no me parece una buena alternativa. Todos mis personajes han salido de mi cabeza. Son un eco de mis inquietudes y convicciones.

En un artículo dijo que antes estaba de moda ser inteligente o parecerlo y que ahora es al revés. Muchos exhiben su idiotez sin complejos.

—Sí, es cierto y no puedo con eso.

Tomado de El Cultural

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