Los Libros

El dios Jano del boom latinoamericano

Los dos habían desarrollado una importante experiencia en el periodismo: entrevistas, reportajes, crónicas les había servido a ambos para canalizar sus inquietudes literarias mientras rumiaban sus primeras letras en la ficción.

García Márquez publicó su primer cuento, La tercera resignación, el 13 de septiembre de 1947 en el diario El Espectador, durante los años siguientes continúa publicando allí los cuantos que luego sería reunidos en un volumen editado en 1974 con el título Ojos de perro azul. Con 28 años, en 1955, publica su primera novela La hojarasca.

Por su parte, Vargas Llosa, nueve años menor, fue un poco precoz. Inició en el periodismo a los 16 años en el diario La Crónica, en Lima, cuando aun cursaba la secundaria del Colegio Militar Leoncio Prado. Su primer cuento Los jefes salió a la luz en la revista Mercurio Peruano en 1957, cuando contaba 19 años. Este texto le dio título al volumen que editó 2 años después y le mereció el premio Leopoldo Alas. Su primera novela La ciudad y los perros apareció en 1962 y fue galardonada con el Biblioteca Breve de Seix Barral.

En 1966, cuando trabajaba comentando libros para Radio Televisión de Francia, Vargas Llosa conoció El coronel no tiene quién le escriba, que García Márquez había escrito en 1955 pero publicado hasta 1961 y que le había granjeado reconocimiento de la crítica.

El peruano reconoció el talento y le escribió a su colega colombiano. Hubo gran empatía, admiración y respeto mutuos.

De manera que ya había habido un profuso intercambio epistolar cuando se conocieron personalmente en Caracas con motivo de la entrega del premio Rómulo Gallegos a Vargas Llosa por La casa verde en 1967.

García Márquez publicó ese mismo año Cien años de soledad y Vargas Llosa caería fascinado por el asombro talento de su amigo y por una obra que consideró extraordinaria hasta el punto de dedicarle un minucioso estudio que culminó con la publicación del magistral ensayo García Márquez: Historia de un deicidio, que llegó a las librerías en 1971.

En 2017, Vargas Llosa, en una conversación con el colombiano Carlos Granés, publicada por El País, contaba: “Era enormemente divertido, contaba anécdotas maravillosamente bien, pero no era un intelectual, funcionaba más como un artista, como un poeta, no estaba en condiciones de explicar intelectualmente el enorme talento que tenía para escribir. Funcionaba a base de intuición, instinto, pálpito. Esa disposición tan extraordinaria que tenía para acertar tanto con los adjetivos, con los adverbios y sobre todo con la trama y la materia narrativa no pasaba por lo conceptual. En aquellos años en los que fuimos tan amigos yo tenía la sensación de que muchas veces él no era consciente de las cosas mágicas, milagrosas que hacía al componer sus historias.”

La mejor novela

Hace cuarenta años, García Márquez rompió su promesa de no volver a publicar hasta que cayera la dictadura de Pinochet en Chile. Lo hizo para dar a luz la mejor de sus novelas: Crónica de una muerte anunciada. Si el más intenso estudioso de su obra como es Mario Vargas Llosa, en algún momento lo identificó como un autor más intuitivo que intelectual, lo cierto es que en el caso de Crónica las cosas siguen un camino totalmente diferente. Todos los recursos, cada palabra, cada pausa, cada imagen está puesta en su lugar en obediencia absoluta a la voluntad del autor. El mundo mágico que plantea no está esta vez en el ambiente, ni en las cosas asombrosas que pueden hacer o les ocurren a los personajes, sino en la trama misma en la que atrapa al lector. Este es llevado al asombro, la duda, la sospecha, la certeza que se le desvanece, la incredulidad, en una breve novela en la que se mezclan rasgos perfectamente perfilados de géneros como el policial, el reportaje, el testimonio, el judicial, el fantástico, el trágico romántico, el de personajes, todo armado en un mecanismo narrativo de puntual relojería.

La estructura, los tiempos narrativos, los personajes con sus dobles y contrapesos, el realismo amparado en el estilo periodístico y el testimonio del mismo autor involucrado, componen un juego de calidoscopio. La verosimilitud (está basada en hechos reales) se matiza con elementos oníricos que evocan la primera etapa del autor (Ojos de perro azul) y con el fatalismo del protagonista.

Los hechos ocurrieron en el pueblo de Sucre, en el Caribe colombiano, el amanecer del 22 de enero de 1951. Los hermanos Víctor y Joaquín Chica Salas mataron a cuchilladas a su amigo Cayetano Gentile Chimento, para vengar lo que consideraban la deshonra de su hermana Margarita, quien había sido devuelta por su esposo Miguel Reyes Palencia por no haber llegado casta al matrimonio. Así lo informó la prensa como una nota judicial sin mayor trascendencia, hasta que 30 años después Gabriel García Márquez la convertiría en una obra literaria extraordinaria.

La editorial La Oveja Negra sacó la novela el 28 de abril de 1981, entonces el autor expresó en una entrevista al diario español El País: “Uno siempre cree que su mejor novela es la última, pero creo que esta lo es en el sentido de que es una novela en la que yo he logrado hacer exactamente lo que quería.”

El puñetero puñetazo

El 12 de febrero de 1976, se estrenaba el documental del chileno Álvaro Covicevich y con guion de Vargas Llosa La Odisea de Los Andes en el Palacio de Bellas Artes en México. A la función privada asistieron gran cantidad de figuras de la cultura latinoamericana que convergía en la capital mexicana.

“García Márquez se encontró poco antes del inicio del filme con el escritor peruano. Se dirigió a él con los brazos abierto para el abrazo. ¡Mario…! Fue lo único que alcanzó a decir al saludarlo, porque Vargas Llosa lo recibió con un golpe seco que lo tiró sobre la alfombra con el rostro bañado en sangre. Con una fuerte hemorragia, el ojo cerrado y en estado de shock”. Así lo contó el fotógrafo Rodrigo Moya 30 años después en el diario La Jornada.

La escena, que parece parafrasear al mismo García Márquez a decir “cómo se parece la vida real a la mala literatura”, ha provocado a lo largo de los años toda clase de comentarios, cual más morboso y de mal gusto, pero además separó de manera definitiva a los dos amigos. Las diferencias ideológicas, de personalidad, de círculo social, políticas, literarias, terminarían por construir un muro infranqueable entre ellos, que alguna vez habían jugado con la idea infantil de escribir una novela a cuatro manos.

Tanto sus figuras cimeras como su distanciamiento marcaron la literatura latinoamericana.

A los lectores no nos queda más que agradecer a ambos el maravilloso fruto de su trabajo y el lugar que le dieron en el mundo a la narrativa latinoamericana junto con esa tropa de talento incontenible que los espabilados editores llamaron el boom.

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