Los Libros

Los raros: Libro fundamental de Rubén Darío

En 1896, el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) publicó una de sus obras fundamentales, pero también ignorada con el paso del tiempo: Los raros, una compilación de ensayos sobre artistas, intelectuales y escritores, la amplia mayoría franceses. Por los motivos que llevaron a cuestionar o descalificar a varios autores incluidos en el libro, es posible que en nuestro tiempo algunos de estos textos resultarían seriamente controversiales, como no lo fueron cuando fueron publicados.

En la segunda edición, nueve años después, el propio Darío incluyó un prólogo y capítulos dedicados a los otros dos autores franceses Camille Mauclair (seudónimo de Séverin Faust) y a Paul Adam, el primero bajo el título El arte en silencio y el segundo simplemente Paul Adam. El libro ha sido reeditado por la editorial Cátedra (2020) con introducción y notas de los españoles Ricardo de la Fuente Ballesteros y Juan Antonio Pascal Gay.

De los artículos, solo dos no fueron publicados primeramente en el diario La Nación de Argentina, medio del que fue corresponsal durante muchos años. El que corresponde a Edgar Allan Poe y el de (conde de) Lautréamont (Isidore Lucien Ducasse, su verdadero nombre). La segunda edición, corregida y aumentada, fue publicada en el 1905 por la Casa Editorial Maucci (Barcelona) y Maucci Hermanos (Buenos Aires), el mismo año de la publicación del poemario Prosas profanas, una obra que marcó nuevos rumbos a la lírica hispanoamericana.

En el prólogo, el poeta recuerda que el libro, con la excepción de Mauclair y Adam, fue escrito cuando el simbolismo estaba en Francia en pleno desarrollo: “Me tocó dar a conocer en América ese movimiento y, por ello y por mis versos de entonces, fui atacado y calificado con la inevitable palabra de decadente”. Añade que en esas páginas hay mucho entusiasmo, admiración sincera, mucha lectura y no poca buena intención.

“En la evolución natural de mi pensamiento, el fondo ha quedado siempre el mismo. Confesaré, no obstante, que me he acercado a algunos de mis ídolos de antaño y he reconocido más de un engaño de mi manera de percibir”, explica el escritor que tenía 29 años cuando publicó el libro. Lo “raro” o la rareza no solo alude a lo extravagante, deforme o monstruoso, sino también a lo complejo y sofisticado, al refinamiento y hedonismo.

En la colección de ensayos no figura un solo español y sobresalen los franceses: 15 en total más 1, el conde de Lautréamont, quien nació en Uruguay, hijo de diplomáticos franceses, que lo llevaron a su país a los 12 años de edad. Los restantes, un cubano, José Martí; un estadounidense, Edgar Allan Poe; un italiano, Domenico Cavalca; un noruego, Henrik Johan Ibsen; y un portugués, Eugenio de Castro. El ensayo sobre este último corresponde a una conferencia leída en el Ateneo de Buenos Aires y luego publicada, en dos entregas, por el diario La Nación, en septiembre de 1896.

Octavio Paz reconoce que Darío se volcó hacia la literatura francesa y no hacia la española, con su lengua natal, como se hubiera creído, pero tenía sus razones. Darío lo confirmaba en 1897. “La innegable decadencia española aumentó nuestro desvío, y el verdadero o aparente aire de protección mental y el desprecio que respecto al pensamiento de América manifestaran algunos escritores peninsulares, secó en absoluto nuestras simpatías y nos alejó un tanto de la antigua madre patria, por lo que la actual generación intelectual, los pensadores y artistas que hoy representan el alma americana, tienen más relación con cualquiera de las naciones europeas, que con España”.

El alto número de autores franceses no es casualidad. París era entonces considerada la capital cultural de Occidente. “Por el contrario, el indiscutible predominio de la lengua francesa exhibe la querencia de Darío hacia sus poetas. La selección cartográfica de escritores simbolistas, parnasianos, decadentes poéticas; idearios, movimientos que coinciden en el fin de siglo, a los que el nicaragüense presta atención particularísima y rigurosa, haciendo de Baudelaire el principio de su estética, madurada con las propuestas de los escritores que le siguieron,” reseñan De la Fuente Ballesteros y Pascual Gay.

Los raros de Rubén Darío —recuerdan—, más allá de su indudable importancia literaria, posee un incontrovertible valor histórico. Al recuerdo de autores raros, anómalos o extravagantes, se suma la radiografía de un periodo que, en 1896, aparecía confuso en lo referente a las tendencias, corrientes y movimientos literarios. Esa ambigüedad y desorientación característica del fin de siglo es la que de una u otra manera vertebra el ensayo del nicaragüense: una galería de poetas, artísticas y escritores que oscilan entre una estética y otra, que se mezclan, amalgaman, hasta presentar un mapa estético y emocional tan saturado y abigarrado como confuso y complejo. Pero es precisamente esa confusión la que vuelve capital el estudio de Darío”.

Estos editores, sin embargo, recogen críticas de algunos autores por considerar que Darío “usurpó” el movimiento modernista al declararse su precursor y fundador, relegando de este modo a otros que habían empezado a recorrer esa estética y que tuvieron una indiscutible trascendencia, como el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el cubano José Martí. Pero sí reconocen que Los raros marca un antes y un después para el modernismo hispanoamericano, “porque al consignar sus antecedentes, mostraba la temperatura estética y emocional de ese movimiento que, en 1896, parecía moverse a ciegas”.

De los 21 personajes, solo figura una mujer: Rachilde (seudónimo de la escritora francesa Marguerite Vallette-Eymery, 1860-1953), cuya obra, por su contenido, descalifica con dureza. Esta escritora tuvo gran repercusión por lo escandaloso de su narrativa con escenas de sadomasoquismo y sexo explícito, gravísimo pecado en aquellos tiempos sobre todo viniendo de una respetable dama.

“Trato de una mujer extraña y escabrosa —precisa el poeta—, de un espíritu único esfíngicamente solitario en este tiempo finisecular; de un ‘caso’ curiosísimo turbador, de la escritora que ha publicado todas sus obras con este pseudónimo, Richelde; satánica flor de decadencia picantemente perfumada, misteriosa y hechicera y mala como un pecado”.  Habla de Monsieur Venus, obra de “una dulce y adorable virgen, de diecinueve años”, “un libro impregnado de una desconocida u olvidada lujuria (…), cuyo fondo no había sospechado en los manuales de los confesores: una obra complicada y refinada, triple e insigne esencia de perversidad”.

Otro autor que escandaliza al bardo nicaragüense es el conde de Lautréamont quien apenas vivió 24 años (Montevideo 1846-París 1870) y publicó un solo y pequeño libro de poemas en prosa: Cantos de Maldoror, suficiente para hacerse famoso en todo el mundo y para escandalizar a la máxima figura del modernismo. Incluso habla de que se ignora su verdadero nombre (Isidore Lucien Ducasse).

“Él se dice montevideano; pero ¿quién sabe nada de la verdad de esa vida sombría, pesadilla tal vez de algún triste ángel a quien martiriza en el empíreo el recuerdo del celeste Lucifer? Vivió desventurado y murió loco”, asegura Darío y añade que escribió un libro “diabólico y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso; un libro en que se oyen a un tiempo los gemidos del Dolor (mayúscula en el texto) y los siniestros cascabeles de la locura”.  Más adelante añade: “Su libro es un breviario satánico, impregnado de melancolía y tristeza (…) Más aún, quien ha escrito los Cantos de Maldoror puede muy bien haber sido un poseso.”

Con su obra, irreverente y transgresora y escasamente conocida en vida del autor, Lautréamont es considerado uno de los genios de la literatura, una de las máximas figuras de las letras uruguayas, posiblemente la más reconocida mundialmente. Fue una persona enigmática y solitaria. Maldoror se presenta como una figura angustiada, desesperanzada y rebelde contra Dios.

Más complaciente y generoso es con la mayoría de autores, entre ellos Edgar Allan Poe o José Martí. Del primero dice que “tu nombre luminoso y simbólico surge en el cielo de mis noches como un incomparable guía, y por tu claridad inefable lleva el incienso y la mirra a la cuna de la eterna esperanza”. Añade luego: “La influencia de Poe en el arte universal ha sido suficientemente honda y trascendente para que su nombre y su obra sean continuamente recordados”.

Mientras tanto, al cubano lo recuerda como pensador, filósofo, pintor, músico y “poeta siempre” y advierte que “los niños de América tuvieron en el corazón de Martí predilección y amor”. El pensador cubano había muerto un año antes de la publicación de Los raros luchando por la independencia de su país. “Y ahora, maestro y autor y amigo, perdona que te guardemos rencor los que te amábamos y admirábamos, por haber ido a exponer y a perder el tesoro de tu talento. Ya sabrá el mundo lo que tú eras, pues la justicia de Dios es infinita y señala a cada cual su legítima gloria”.

Al margen de las polémicas descalificaciones de algunos autores, Los raros reflejan a un joven Darío tempranamente erudito, con su genio que le llevó merecidamente a la cumbre de las letras hispanas. Su poesía sigue siendo un referente, más de un siglo después de muerto. El libro, por su parte, es un aporte valioso en una época en la que la poesía exploraba nuevos rumbos.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido