Los Libros

La guerra, las mujeres y la literatura en la forja de la sociedad costarricense

Quiero compartirles algunas reflexiones sobre la guerra más antigua de todas las culturas, y que se manifiesta también, en todas las literaturas. La guerra contra el patriarcado, una guerra de guerrillas que las recreaciones, las omisiones, las fabulaciones, las sátiras, las humillaciones, las invenciones, sobre la mujer, han sostenido por más de un siglo entre los escabrosos renglones de la imaginación y producción masculina (Dejo las invenciones de mujeres por autoras para una posterior reflexión).

Una guerra de guerrillas inicia las letras costarricenses, por ejemplo, en la omisión de la mujer en el Himno Nacional, las mujeres estaban escondidas entre esos versos, resistiendo en esos días de guerra contra los invasores, en ese inicio de patria soberana, en sus núcleos cerrados, retadoras al destino, en oficios poco dignos para mencionarse en un himno o en la literatura con estética universal, romántica, vernácula, o costumbrista. 

La primera novela costarricense, de 1888, es la de Manuel Argüello Mora, insigne ciudadano, de cultura amplísima y de una obra que del todo no se aquilata y divulga lo suficiente, que es patrimonio de acontecimientos fundacionales, testigo y autor.

Con su novela Misterio, el autor nos construye una San José urbana, estratificada de formas excluyentes, como hoy en día, la mayoría trabajadora vive fuera de la ciudad brindando servicios a las necesidades de esa clase oligárquica y patriarcal, que creció con el negocio y comercio del café y de bienes suntuarios, y las mujeres unas, las trabajadores y pobres y las otras, las principales.

De las muchachas alegres y superficiales, interesadas en comodidades materiales y lujos, como Delfina, en Risas y Llantos o Misterio, que crece en una ciudad próspera como la San José del Siglo XIX, con un poder político dictatorial, una sociedad clasista, de ideología patriarcal y conservadora, ella es una chica que piensa en sus vestidos y romances, sin importarle sus semejantes, pero es la personaje principal donde alrededor de su accionar van todos los otros y la misma ciudad con su pasado y tiranía, dando vueltas como un juego de azar, y el extranjero en la seducción, una metáfora pensaría yo, más de un siglo después, del poder femenino, de los intereses extranjeros, de los siempre filibusteros, y las mujeres en su eros dando vuelta, sin percibir claramente su poder, sujetas pasivas de un régimen de control patriarcal, de mujeres, cafetales y servidumbre. Aquí, en esta novela primigenia, recogemos nuestra historia de divisiones de clase, violencia patriarcal y conservadores, liberales, militares e Iglesia con el mismo objetivo: su reproducción tal cual, y las mujeres en su guerra de resistencia.

Las concepciones patriarcales, los roles sociales y de género y la estratificación del poder patriarcal se muestra sinceramente con el volcán Irazú de fondo. 

El mismo autor fundacional no puede cerrar los ojos a otras mujeres, que siendo parte del patriarcado, en situación de guerra, dan su paso al frente, por ejemplo, Elisa Delmar, la hija amada que se disfraza de soldado con el fin de rescatar a su padre, el general Cañas, figura histórica de la Campaña Nacional, la guerra de las guerras, la gran guerra fundacional de nuestra soberanía y libertad.

Ella, Elisa, Eloísa, ese halo romántico, asexuado, porque va tras su padre, una salvadoreña de temple y fuste, llena de valor y heroísmo. Está Margarita, que en la novela que convence a su pretendiente para alistarse en las filas moristas, Esther Montealegre, una sobrina de Juanito Mora Porras, que por ella se baten a duelo sus pretendientes, sin que parezca sufrir o sentir pesadumbre de esta encrucijada.

Las mujeres de Argüello de clase alta son superficiales, su sangre no bulle hirviente como Elisa, hija no reconocida y salvadoreña como su padre, o en otro relato histórico del valor y arrojo de Lorenza Venegas, conocida como la realajeña, denominada así por su lugar de origen: El realejo de Nicaragua, y personaje casi mítico por su valor de organizar una fallida huida para el presidente derrocado Juanito Mora, posteriormente fusilado en Puntarenas. 

Aquí vemos una mujer que sin miedo organiza, conspira y se atreve a participar ante el poder del ejército y las matanzas de la batalla de angostura y los fusilamientos. Aquí está Lorenza, una guerrera, migrante, madre de costarricenses, que he vuelto a verla agradecida de su valor y arrojo, y pienso que ella sí ganó estratégicamente esa batalla y logró fortalecer su posición y defenderla a lo largo de este tiempo, de modo casi clandestino, haciendo sus guiños para la buena entendedora, y a su aura de valor. 

La mayoría de las víctimas de la guerra contra los filibusteros fueron hombres jóvenes, y así se testimonia en las crónicas y documentos. La literatura como las personajes de Manuel Argüello Mora, testigo y sobreviviente, nos lega y custodia a cada una de ellas, y a otras que en su anonimato que bullen por los párrafos saltando hacia mi, vividas, con su arrojo y sus penas.

Porque yo sí las veo, las escucho, las siento, eso que sucede en la buena literatura, en esta guerra silenciosa contra el patriarcado, guerra de resistencias, para no olvidarnos de nosotras  mismas.

Y Francisca Carrasco está ella ahí en el tumulto de la batalla, ese día caluroso de un 11 de abril, una mañana que olió a sangre en la calle, llena de humo y calor, llena de ay y ay, 500 muertos, 300 heridos y de los filibusteros 250 muertos y otros tantos heridos, y esta muchacha cartaga que quiso unirse a la guerra con su marido capitán, dispuesta a todo, ya con la experiencia de su espíritu opositor contra Francisco Morazán en sus venas, con una conciencia de ciudadana del siglo xx, aunque nunca lo fue jurídicamente, nos vuelve a hablar, y me pregunta dónde estoy yo entre tantas palabras, yo sí tuve miedo y también arrojo, y vencimos a la muerte, y vi cientos de costarricenses y nicaragüenses y de otras naciones morir y sufrir, y ganamos a nuestra patria una guerra de libertad. Y quien me evoca en las palabras, quien recuerda a las que hicimos las comidas y curamos los enfermos, el lado femenino de la guerra, los cuidos dicen ahora, lo doméstico, lavar enfermos, lavar la ropa la suciedad humana, los dolores, los días y sus miedos, las mujeres estuvieron en la guerra siempre en la guerra, resistiendo, sobreviviendo, de la mano de la vida.

“Se sabe de la heroína que en un tumulto callejero provocado contra el caudillo unionista y que tiranizó Costa Rica (Francisco Morazán) ella, montada a caballo y en compañía de varias mujeres azuzaba al populacho para que les presentara batalla, y aunque dicho movimiento sólo tuvo las proporciones de un alboroto, doña Pancha dio pruebas de valentía, pues se bajó de un corcel y empezó a desempedrar calle y arrojar los monolitos así obtenidos al caudillo y a su comitiva”, Luis Ferrero, 1948. 

En esa pelea organizada por doña Pancha, en corroboración del sentir de su familia ante el vergonzoso pacto del Jocote, la manifestación del 10 de septiembre de 1842, una joven nacida en 1816, a cinco años de la independencia, y altiva y decidida se enfrenta a Morazán. 

Luego la vemos pelear sus guerras con maridos y en la campaña nacional en 1857, en “calidad de asistenta del general en jefe del ejército y de su estado mayor, como ella misma declara, tomé parte en las gloriosas campañas de la República contra el filibustero Walker”, ANCR, 1884, Congreso, N.8671, F1. Y aparecen también otros nombres de mujeres en el fuerte de San Carlos en 1857 junto con Francisca Carrazco, como Bernarda Durán, Bernabela Chavarría, Mercedes Mayorga, María de Jesús Luna, Rita Gutiérrez (“Las guerras invisibles del 57”, La Nación, 19 de marzo del 2006, M. Bermúdez 2006).

Las mujeres alrededor de las dos campañas, las logísticas en cada batalla, las viudas, las huérfanas, las que sustituyeron a sus hombres en las faenas agrícolas y comerciales, y echaron para adelante en los años duros que siguieron después de la guerra y la epidemia. Cuesta ver en narrativas literarias la presencia como sujeto, porque sujeta principal aún no existe, como personaje que rompe los roles tradicionales, aunque en nuestra historia existen tan excepcionales como Francisca Carrasco Jiménez que en su solicitud única al Estado costarricense en demanda de su derecho de pensión de guerra, como gozaron cientos de hombres, y ella hasta 1884, realmente necesitada, porque siempre trabajó, la plantea y se refiere con digna humildad:

“En calidad de asistenta del General en Jefe del Ejército y de su estado Mayor, tomé parte de las gloriosas Campañas de la República contra el filibustero Walker. Era yo la única de mi sexo, que en el ejército había y presté en él servicios eminentes, no ya como simple asistenta sino como soldado, al lado de los más valerosos oficiales. En las acciones memorables del 11 de abril, captura de vapores, captura del Castillo, y la de las Cuatro Esquinas tuve la fortuna de señalarme entre los más valerosos denodados patriotas”, p. 23, Felipe Fernández, Francisca Carrazco, 1984, Imprenta Nacional.

Casi siglo y medio después, leo con impresión negativa la firma de su marido del cual quiso divorciarse por agresiones y adulterios, sí, ella, quien arriesgó su vida por una guerra donde se defendía la tierra de hombres y mujeres, no podía firmar, no porque no supiera, sino porque legalmente, jurídicamente, el Estado patriarcal excluía a las mujeres, faltaban aún largos casi 70 años para ello. Es como vivir invisible y sintiendo la ofensa en carne propia.  

Que sentiría doña Manuela Santamaría, si le dijeran que su hijo fue mentira, habrá dolor más grande que perder un hijo, no lo creo, y estas dos mujeres que dejan sus demandas de pensión para la posteridad, como la huella jurídica negada, nos legan el valor y el amor. Y no son dignas de tema de literatura, las historias de mujeres reales en las guerras, las viudas de tantos soldados, las huérfanas, estas mujeres dan ejemplo de coraje, son las resistentes.

En esta larga guerra contra el patriarcado, su legado novelable, pionero, constructor de una femineidad real, que atraviesa y sobrevive en el tiempo, ellas que son parte de la guerra, forman el equipaje que llevamos las mujeres costarricenses en esta larga guerra.

Carlos Gagini elabora una sujeta llena de vitalidad, en su novela El erizo, le da alas y valor, rompe canones tradicionales de la mujer sumisa y la hace por un rato, por un rato de la  guerra, libre, vestida de hombre, pero libre. No sé si se inspiró en la Margarita de Argüello, pero es agradable pensar que otras tantas jóvenes tuvieron el arrojo de dar esos mordiscos a los corrales represivos donde las mujeres vivieron, y aún se vive.

En estas reflexiones, además de repensar textos literarios documentos históricos como las demandas de pensión, tratar de ver, donde antes no se ha visto, la guerra contra las mujeres, en poemas, himnos, cuentos y más novelas, y como el hilo fino que cosen las mujeres para resistir y sobrevivir con identidad propia, pensando en literatura, que difícil ha sido. Ruda esta guerra, muchas escribieron con seudónimos, no por moda, sino para conspirar en ese mundo patriarcal.

Caridad Salazar Fernández indica: “Mucho he escrito y defendido causas nobles, debatidas por la prensa, en más de una ocasión triunfaron mis ideas. Pero es inútil escribir, la mujer en Costa Rica no debe escribir como mujer, porque nadie la toma en cuenta pero si se cubre con un sombrero de hombre y toma nombre masculino, sí se le atiende, al sombrero, en los asuntos locales o de interés público”, esto es un sabotaje de esta prolífica escritora, que, como Clarissa o Maria de Silva, escribió cientos de columnas y cuentos y novelas. Su primera novela es de 1909, La pastora de Los Ángeles; seis novelas publicó en vida, seis libros de cuentos y cuatro de poesía, una vida dedicada al magisterio.

Francisca, Pancha,
Carrasco, guerrera y
heroína nacional

Rafaela Contreras tal vez sea la primera novelista y la primera cuentista con sus cuentos de 1889. 

Aunque las mujeres fueron asaltando y saboteando los espacios elitistas de la literatura patriarcal con el cuerpo y sus seudónimos, cómo estas dos precursoras, luego con todo, se inicia una época distinta con el texto centenario publicado en la Revista Repertorio Americano, “Ramona la de las brasas”, de María Isabel Carvajal o Carmen Lyra, un personaje rotundo, que no se olvida, en la violencia pura y dura del sistema patriarcal, todos contra Ramona. 

Y presentada la violencia de la subordinación de sexo y clase, la escritora llama a la guerra sostenida contra el sistema, a la lucha permanente, a esa insubordinación que siempre tuvo la escritora en sus relatos y cuentos. Cómo olvidar a Estefanía y los cuentos de navidad, aquí están rotundas sin adornos, las clases sociales, la lucha de clases, esta guerra continúa, porque este país está lleno de violencia social, política, de género, de racismo.

La guerra es situarse en la resistencia, en una insubordinación permanente, construir entre todas y todos operativos para que el pasado mire nuestro futuro aún incierto, para que veamos un tiempo de armisticio contra la violencia de las mujeres, que está presente en la literatura, en las letras de poemas, de canciones, en la prensa, los medios, las imágenes y sus aliados.

Concluyo haciéndole honor a María Isabel Carvajal que hace 74 años falleciera en México después de la Guerra civil, convirtiéndose en una víctima histórica de la represión patriarcal de José Figueres, como lo describe mi querido amigo recién fallecido Mario Oliva: “Pasado más de medio siglo, basados en la historia, que Mora fue absuelto y que Figueres por el contrario ha sido ubicado en su contexto como un personaje que no solo no dejó entrar a Carmen Lyra en vida, sino que actuó con mano fuerte y violenta contra sus adversarios políticos”. María Isabel es un símbolo de pensamiento de libertades críticas y de resistencias femeninas insobornables.

Por un futuro sin guerras ni violencia patriarcal.

Suscríbase al boletín

Ir al contenido