Suplementos Guy Debord

La estrategia radical de la sospecha

Dentro de la pléyade de intelectuales franceses que impactaron el pensamiento occidental en los finales del siglo XX e inicios del XXI campos como filosofía

Dentro de la pléyade de intelectuales franceses que impactaron el pensamiento occidental en los finales del siglo XX e inicios del XXI en campos como la filosofía, la historia, la literatura, la sociología, la psicología, la antropología, el humanismo, la comunicación, el psicoanálisis, la política, el nombre de Guy Debord apenas aparece mencionado algunas veces de manera oblicua. Sin embargo sus ideas, sentencias categóricas muchas veces, parecen cobrar vigencia en formas contemporáneas de leer la sociedad.

Víctima del síndrome de Casandra, Debord, nacido en 1931, inicia su periplo de escepticismo y crítica deudor de las vanguardias más politizadas de la postguerra.

El espectáculo como recurso

Para Debord, la clase hegemónica o dominante ha establecido un discurso que convierte en espectáculo las prácticas sociales. Ese discurso moral, racional, estético y económico sustituye lo real por su representación. Los sujetos en la sociedad entonces no se percatan de que son espectadores y a la vez partícipes del espectáculo en que se ha convertido la realidad. Esa doble función impide que el sujeto quiera rebelarse, pues al sentirse parte del espectáculo lo asume como realidad.

En su planteamiento, Debord encuentra esa organización discursiva como cohesionador y, por tanto, masificador social, que no permite otra forma de lectura que no sea la de ese discurso dominante que se repite en las diversas representaciones sociales.

Al ver la democracia electoral como espectáculo, se plantea que la supuesta elección se da a partir de elementos u opciones previamente dadas. En la democracia espectacular el votante tiene la fantasía de elegir y eso lo hace sentirse parte del espectáculo y defenderlo como realidad.

La democracia representativa ha pasado a no ser más que una representación de la democracia, un juego paródico, la discusión política parece una comedia de errores o de sketchs donde los personajes y su representación se confunden con entradas y salidas del escenario o camuflándose en la escenografía.

De manera similar, el futbol, que dejó de ser un deporte para convertirse en el espectáculo mundial más grande de la actualidad, ofrece al espectador tomar una opción entre los dos equipos, pero no más allá; esto lo hace sentirse partícipe de un grupo mayor, cuando lo cierto es que nunca está más solo el individuo que cuando es parte de una masa homogénea y amorfa al pasar a ser un sujeto de fantasía.

“En un mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso. Las prácticas sociales se escinden en realidad e imágenes”, dice Debord. Entonces lo verosímil, lo real, contribuye a sustentar la suplantación.

“El espectáculo se presenta a la vez como la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como un instrumento de unificación”, explica.

Situacionistas

Con una clara postura subversiva, a finales de la década de 1950, Debord fundó la Internacional Situacionista, movimiento que buscaba liberar al sujeto de los grilletes de la sociedad del espectáculo mediante diversas estrategias tendientes a crear situaciones de ruptura y reivindicación.

Una de ellas era la deriva, o el vagar. Para combatir que el paseante en la ciudad  no puede ya moverse libremente sino dentro de las coordenadas ya dictadas, la propuesta situacionista de la deriva es la de vagar, andar sin rumbo. Como ejemplo, un viajante caminaba extraviado por una ciudad alemana dirigiéndose estrictamente con el mapa de Londres.

Para Debord la posibilidad del viaje ya no existe pues el turismo requiere de sitios de referencia, de manera que se oriente y dirija el visitante, entonces no hay tal desplazamiento, el viajante siempre está dentro del mismo espacio, el del espectáculo.

El juego de la guerra

En una entrevista, Debord expresó que más que un filósofo él se consideraba un estratega, condición que dejó patente con la creación, en 1965, del Juego de la guerra. Se trata de un juego de mesa basado en los postulados Carl von Clausewitz. Debord decía con ironía que quizás sería la única de sus creaciones que alcanzaría reconocimiento en el futuro.

Los juegos de estrategia efectivamente son hoy predilectos tanto en juegos de mesa como de video, muchos de ellos tienen como base aquel juego creado por Debord. Pero el esclarecido libro La sociedad del espectáculo impone sus sentencias ante el padecer espectacular en que vivimos.

Debord y el cine

En 1951 causa revuelo el rumano Isdore Isou en el festival de Cannes con su película Tratado de la baba y la eternidad. Obra experimental y de ruptura que propone una ruptura con las estructura de la organización narrativa del texto cinematográfico. Así se funda el movimiento letrista que consideraba la creación de una poesía a partir del sonido de las palabras independientemente de su significado.

De esta forma, ese movimiento vanguardista protestaba contra las formas programadas y programadoras del discurso.

Debord, en Los lamentos en favor de Sade, que los mismos letristas consideran excesiva, se separa del grupo para unirse a otros con los que se conformaría la Internacional Letrista, de postura radical. Aquí Debord retoma la idea de Marx al final de su respuesta a Feuerbach,  respecto de que la filosofía hasta entonces se había dedicado a entender el mundo y en adelante se trataría de cambiarlo. Así Debord considera que el arte debe cambiar al mundo, no intentar representarlo.

Urbanismo

Para Debord, el urbanismo es la forma en que el capitalismo conforma el escenario del espectáculo en que convierte la vida en las ciudades. La arquitectura y sus exabruptos no son más que los decorados de esa escenografía.

El espacio, ordenado y sistematizado, ordena y sistematiza a quienes viven en él. En las ciudades los individuos entregan su libertad a cambio de una representación de la libertad.

Ante la imposibilidad de sustraerse del discurso espectacular, lo único que cabe es sospechar de él, subvertirlo.

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