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Hojas de ceniza: poesía en tierra de ausencia

Hay poemarios escritos en territorios de sombra.

Hojas de ceniza

Guillermo Fernández

Poesía

Editorial Arlekín

2017

Hay poemarios escritos en territorios de sombra. Libros cuyo intenso dolor parece sobrepasarnos y que mantienen, sin embargo, una gran sobriedad de estilo y contención en sus líneas expresivas. Hojas de Ceniza, de Guillermo Fernández, publicado a comienzos de este año por la Editorial Arlekín, es uno de esos libros.

En uno de los epígrafes del poemario, Fernández se pregunta, con T. S. Eliot, qué raíces y ramas prenderán en ese paisaje de pétreos escombros. Para ingresar a esta atmósfera desolada bastan los versos del primer poema: “No termino de soltar tus dedos/ ni logro alejarme de tu rostro/ que me atraviesa como un ancla.” Se trata de un desprendimiento imposible pero necesario “para abordar el presente”. A partir de aquí, todo el libro busca responder a esa pregunta fundamental sobre qué formas de vida podrán crecer en esa tierra de ausencia.

La ausencia entonces “dibuja nuevos miedos, nuevos rostros,/ extrañas callejuelas”, pensamientos que son “como enredaderas sucias en las paredes antiguas” que lo llevan a sentir el cuerpo como si se lo “acabaran de coser/ a la pura vibración de los átomos.” Allí busca “una fotografía, un nombre/ una soledad con los residuos de nadie.”

Aun así, Fernández confiesa conformarse con la propia compañía y “con la muerte que camina a mi lado como una antigua novia.” Se mueve entre extrañas formas de hermandad hacia la gente y la sensación de no querer “caminar entre la multitud soñando que estoy latiendo como los demás”. La muerte es un espejo que todo lo deforma, y provoca una aguda percepción de la realidad que el poeta expresa en decantadas imágenes.

Hacia la mitad del poemario Fernández se allega a la máxima concreción poética del dolor humano. Allí le dice a su hijo ausente: “Aprendé a oírme donde estés./ Quizá en este viento donde dejo mis preguntas… Aprendé a sentirme. Yo sí te siento en la muerte como un calor rebelde.” Abrazado de un amor profundo e incesante lo busca en un caballo desbocado que huye hasta quedar sin carne, con los ojos consumidos “en honduras de espanto.” Tal la fuerza contenida de estos poemas, que aún en medio de esa “tierra baldía” hacen nacer la belleza en la profundidad del amor humano.

Luego de transitar “como un solo cuerpo con la penumbra”,  “uno con la vida que empieza a surgir de la nada”, Fernández mira con ojos nuevos el dolor de los otros, advierte “el destrozo que tiene el mundo en cada rincón” y busca para resarcirse “la canción de la lluvia” que lo lleva hasta la infancia: “En el extremo del hambre/ extiendo estas joyas/ de la pobreza de mi barrio,/ del cósmico y pobre jardín donde fui feliz,/ como un cuerpo de barro y de luz”.

Los poemas de este libro son eso, pequeñas joyas hechas de barro y de luz que recuperan “lo único que no puede destruir tanta insidia”, “un camino abierto que nos conduce a lo que nunca se nos pudo arrebatar”. Hojas que perviven en el viento más frío, raíces aferradas en pétreos escombros que, sin embargo, sostienen la vida, llenándola de fuerza y de ternura.

Por la hondura de su tema y la eficacia en el tratamiento formal Hojas de ceniza marca un hito en la producción poética costarricense. Nos enseña que la poesía sirve para nombrar lo indecible. Y que lo puede hacer con dignidad y belleza al mismo tiempo.

 

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