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François Jullien: “El arraigo no existe, es una interpretación mitológica”

El filósofo francés publica La identidad cultural no existe (Taurus),

El filósofo francés publica La identidad cultural no existe (Taurus), en donde defiende una revisión de los conceptos que utilizamos al hablar de las cuestiones identitarias.

François Jullien (Embrún, 1951) es catedrático de la Universidad París-Diderot y experto en filosofía china, además de uno de los ensayistas más leídos y traducidos de Francia. En 1997 publicó Fundar la moral (Taurus) y en los dos años siguientes Elogio de lo insípido y Tratado de la eficacia. Jullien se ocupa en su libro más reciente, La identidad cultural no existe (Taurus), del último fantasma que recorre Europa. Y lo hace al calor de la última campaña en Francia, de la que salió victorioso Macron frente a una Marine Le Pen que encarnó lo peor de la política europea contemporánea: la demagogia, el populismo, la xenofobia. La tesis de Jullien es más ponderada de lo que sugiere el título de su libro. Sostiene que hay que abandonar la noción de identidad cultural y hablar en su lugar de unos recursos culturales comunes que habría que activar sin complejos.

¿Quiso ser provocador con el título del libro?

-En absoluto. Se ajusta a lo que creo. Sobre todo por el subtítulo, en el que pido que se defiendan los recursos culturales y no la identidad cultural.

¿Qué diferencia hay?

-Yo trato de distinguir entre la identidad personal, la del sujeto, que es fija, y la identidad colectiva, que no es objetiva y siempre se transforma. Esto nos lleva a la cultura como algo colectivo que se transforma también continuamente. Una cultura que no se transforma está muerta.

¿Defender entonces la “activación” de los recursos culturales franceses, como usted hace, no es defender una identidad?

-También defiendo la activación de los recursos culturales españoles, catalanes. ¡No estoy siendo chovinista! Pero es importante eliminar la noción de “identidad” y sustituirla por “fecundidad”. O sea, recursos. Los recursos se exploran y se explotan, se ponen a trabajar, se activan. Hay que desarrollar los recursos culturales porque están amenazados.

¿Por quién? ¿Por la globalización?

-Por una decadencia cultural que vemos en todo Occidente. Y por lo global, que es la perversión de lo universal. Con lo global me refiero por ejemplo al “globish”, a ese inglés malhablado de los negocios que propicia una especie de consenso vago.

¿No necesitamos raíces los hombres?

-No lo creo. El arraigo no existe, es una interpretación mitológica. Remite a algo unitario, originario, que está al principio de todas las cosas. Hace pasar por algo cultural lo que es natural. Funciona como un bálsamo, una idea tranquilizadora, pero no es real.

El debate identitario fue clave en las últimas elecciones francesas. ¿Acertó Macron al oponer al identitarismo de Le Pen una especie de cosmopolitismo inmaculado?

-La última campaña electoral obligó a los candidatos a tomar una postura fuerte en relación a la cuestión de la identidad. La más necia fue la de Le Pen, claro, que agitó el miedo apelando a las amenazas que pesarían sobre la identidad cultural francesa por culpa de los inmigrantes. Tratemos de definir la identidad cultural francesa. ¿Qué escritor sería propio de Francia? No existe. La cultura se da en la tensión, es algo vivo y no nacional.

Le Pen hablaba de decadencia de Francia. ¿Se equivocaba también en eso?

-Es que la decadencia de Francia es ella.

¿No cree que sea un peligro de cara a las siguientes elecciones?

-No, nunca lo ha sido. Le Pen sin los medios no existiría. Si se desmontara el lío mediático que hay a su alrededor desaparecería. En la segunda vuelta el montaje se había deshinchado ya y Macron lo tuvo fácil. Mi crítica va ahora contra el resto de partidos. No han sabido construir un discurso crítico lo suficientemente fuerte como para desinflar la burbuja ideológica de la extrema derecha.

¿Y confía en que puedan hacerlo?

-No, si el sistema mediático no cambia totalmente. Tal y como plantean los medios las campañas es imposible debatir con un mínimo de profundidad. Solo hay que ver un debate por televisión: eslóganes, maquillaje, movilización de las emociones.

¿No jugó también Macron a movilizar las emociones de los franceses?

-Por supuesto. Y ahora le toca lidiar con ello. Al haber apelado a las pasiones, lo tiene difícil para no defraudar. La vida política está totalmente rota por culpa del poder mediático.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

-Por la propia evolución (diría perversión) de la democracia, que se ha convertido en demagogia. Las campañas están totalmente determinadas por los sondeos. Triunfa la imagen, el eslogan, todo lo que no es discurso. Es como un ruido en el ambiente que lo invade todo y que hace imposible la reflexión, la distancia reflexiva. Pero es un fenómeno mundial, no solo ocurre en Francia. Hay que reconstruir lo político -no la política- en Europa.

Macron ha elevado el discurso, o el nivel de los discursos, ¿no cree? Tiene formación filosófica y parece dirigirse, por primera vez en mucho tiempo, a ciudadanos adultos.

-Desde luego. Pero es que la retórica de los presidentes se había deteriorado muchísimo en Francia. Macron es exigente, habla un francés más elaborado que el de sus predecesores. Y eso es bueno, porque una realidad compleja necesita un lenguaje complejo.

¿Es comparable el empobrecimiento del francés con el del inglés global?

-El empobrecimiento es general. El japonés y el chino se han empobrecido aún más que las lenguas en Europa. La juventud de medio mundo desarrollado se expresa con clichés, eslóganes, expresiones irreflexivas. Así que la opinión es fácilmente manipulable. Ocurrió con los fascismos. Si el lenguaje se empobrece la opinión es manipulable. Hay que desarrollar una lengua que sea crítica, rica, variada, que además de movilizar los miedos y los afectos, movilice la inteligencia.

A veces en España se cita a Francia y su modelo centralizado como una vacuna contra los nacionalismos periféricos. ¿Está de acuerdo con esa idea?

-No del todo. La centralización política francesa tiene muchos defectos, y ha provocado desequilibrios. No creo que la diversidad política española sea un peligro. Lo que me planteo ahora es si la estructura de los estados-nación, tal y como se definen hoy, no es ya una fórmula caduca. Quizás la Unión Europea debería plantearse esto ante movimientos independentistas como el escocés o el catalán. Pero no estoy seguro de la respuesta.

 

Tomado de El Cultural

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