Suplementos Gilles Lipovetsky

“El mundo de la ligereza no es el infierno”

Desde los celulares al yoga, pasando por la familia: hoy vivimos en un mundo más ligero, individualista y de consumo. Invitado al Festival Puerto de Ideas y a la Universidad Diego Portales

De la ligereza

Gilles Lipovetsky

Ensayo

Anagrama

2016

Desde los celulares al yoga, pasando por la familia: hoy vivimos en un mundo más ligero, individualista y de consumo. Invitado al Festival Puerto de Ideas y a la Universidad Diego Portales, el filósofo que ha pensado la sociedad del vacío y la hipermodernidad habla en esta conversación del “capitalismo artístico” y, contra la corriente de lamentos, matiza la sociedad de consumo, aunque advierte sobre su paradójico precio: “El sentimiento de felicidad no progresa”.

Lo que Lipovetsky llama “capitalismo artístico” es la estetización de los objetos y de los comportamientos, la irrupción de un homo esteticus, amante de las “sensaciones inútiles”, según la expresión de Paul Valéry que cita el filósofo.

¿Se puede hablar, entonces, de una democratización del arte?

–Desde el siglo XIX, muchos textos muestran los estragos del capitalismo: las minas, las fábricas que transforman a los hombres en objetos y ahora las industrias que contaminan hasta el paisaje. Esas realidades existen, naturalmente, pero hay otra cara del capitalismo, desde la mitad del siglo XIX, que a menudo ha quedado a la sombra y esa otra cara es la integración de la dimensión estética al mundo comercial. Eso comenzó con las grandes tiendas en el siglo XIX y siguió con la música grabada, la publicidad, el cine, la moda, el diseño; y hoy en día no se encuentra casi ningún objeto que no se fabrique integrándole el paradigma del estilo, de las emociones, del arte. Hoy la moda, el arte y la industria se mezclan. Estamos en una economía de la hibridación de la producción y del arte, del arte en un sentido amplio de la palabra. La pregunta, entonces, es cuál es el impacto que tiene esto en la vida y si es una democratización del arte. La respuesta es sí. Hay, sin duda, una democratización del arte. ¿Dónde se ve? Es muy fácil, en la calle todos escuchan música permanentemente con sus audífonos y los smartphones; con los sitios de música, esta se ha convertido en un entorno permanente. La televisión y el cine ofrecen espectáculos que uno puede encontrar que son malos, pero que son igualmente formas de arte, porque el arte no es necesariamente sublime. También en las tiendas vemos la democratización del arte: antes, los cafés y los bares eran para las clases obreras y no había ninguna búsqueda de lo estético. Hoy en día, hay bares lounge, bares design, hoteles boutique que están bellamente decorados. Uno lo puede ver también en las casas: el urbanismo moderno es a menudo horrible, hay ciudades modernas que son feas, es cierto, y la gente quiere rehabilitar las ciudades antiguas que son lindas. Beijing, Santiago o Minnesota son todas ciudades parecidas unas a otras, pero, en cambio, cuando se entra a los departamentos, uno se encuentra con una búsqueda estética por parte de las familias. Hay, entonces, una estandarización exterior y una personalización interior.

La democratización del arte fue el sueño de algunas vanguardias.

–En 1900 el arte moderno quería hacer salir al arte de los salones burgueses o de los museos para que la vida diaria, el universo cotidiano, se convirtiera en creador de un mundo artístico, un mundo de formas. Pues bien, aquello con lo que los artistas soñaban, el capitalismo lo llevó a cabo. Y hay otro ámbito enorme que debemos mencionar, y es, desde los años 70 y 80, el formidable desarrollo de las prácticas artísticas: hay cada vez más artistas en nuestra sociedad, sobre todo artistas amateurs. La democratización del arte es también la de la práctica del piano e instrumentos, de los coros, gente que pinta, que hace tapicerías, arte textil, cerámica, todo lo que se quiera.

Una aspiración eterna

Los livianos y delgados celulares y computadores, el yoga y en general la cultura del “bienestar”, hasta los lazos familiares y políticos más flexibles, pasando por la economía digital, responden o son manifestación de lo que Lipovestky llama “ligereza”, que “es hoy la mayor fuerza de transformación del mundo”, según se lee en su libro más reciente en castellano, De la ligereza (Anagrama). Sin embargo, a diferencia de las abundantes críticas y lamentos por el consumismo, el individualismo y en general la sociedad contemporánea, Lipovetsky defiende la “ligereza”, o al menos evita la condena.

¿Por qué?

–La ligereza es una práctica o una aspiración que es eterna. Gaston Bachelard, un filósofo francés, hablaba del instante de la ligereza, ese instante se encuentra en todas las civilizaciones. Ya se ve en los dibujos de las cuevas, dibujos de hombres con alas que vuelan en el cielo. En todas las civilizaciones hay fiestas, bromas, juegos, son momentos de ligereza, y que son necesarios para la vida social. Por lo tanto, el primer argumento para no demonizar la ligereza es que es necesaria para la vida. El segundo es que, innegablemente, la ligereza desde hace 50 años no tiene el mismo estatus de antes. Antes era un sueño, estaba en el arte y en las cosas pequeñas, en los momentos de derrota, en los sueños. Se pasó de una ligereza en lo imaginario a una ligereza concreta: hoy el mundo concreto, el mundo material se convierte en ligero. Por ejemplo, con los smartphones de 200 gramos en nuestros bolsillos o carteras: podemos oír música, ver películas, jugar, ponernos en contacto con amigos, mandar fotos, filmar con 200 gramos en nuestras manos. La ligereza en la sociedad actual es todo lo que rima con el placer, con el hedonismo. Ese universo de la ligereza ha permitido el desarrollo de las pasiones individualistas, centrarse en la felicidad privada y es eso lo que ha arruinado las grandes ideologías que estuvieron detrás de las guerras mundiales, la Shoa, los gulags, los horrores del siglo XX. No ignoro las críticas que se le puedan hacer al universo de la ligereza, pero usted me pregunta por qué yo no la demonizo y es, al menos, por esas dos razones: la ligereza es antropológica, es necesaria, y finalmente ha llevado a un mundo menos violento, el nuestro, un mundo en el que nos beneficiamos de una mucha mayor libertad individual; no en todo, pero al menos en la vida privada: en la sexualidad, en el matrimonio, en el entretenimiento tenemos un mundo más libre. Por eso es que no comparto el pesimismo de Houellebecq o las críticas de Michel Onfray. Admiro mucho a Houellebecq y me gustan mucho sus libros, pero pienso que dramatiza tremendamente la situación. El mundo de la ligereza no es el infierno.

Felicidad infeliz

¿Por qué en una sociedad ligera, libre de los pesos de la tradición, donde abundan las facilidades y los placeres, el individuo vive lleno de cargas y angustias? ¿Es el precio de la libertad?

–Pienso que sí, es el precio de la libertad. El mundo de la felicidad paradójica o de la ligereza, el mundo del hiperindividualismo ha aportado confort, satisfacción material, ha simplificado la vida, el placer es legítimo, vivimos mucho más tiempo que antes, con buena salud, viajamos, nos comunicamos y, sin embargo, el sentimiento de felicidad no progresa. Tenemos una sociedad con mucho estrés, con depresiones, ansiedad, problemas que lo invaden todo y no tenemos la sensación de vivir en una sociedad radiante. ¿Por qué? En general, se asocia todo lo anterior con el consumo: el mundo consumista manipula a la gente, nos hace soñar con cosas que no podemos comprar porque son demasiado caras, entonces la gente está todo el tiempo frustrada, insatisfecha con su vida y, por lo tanto, desdichada. Esa no es más que una parte de la realidad, pero no es lo esencial. Lo esencial es que el universo consumista, pero también la ideología individualista, que es la nuestra desde el siglo XVIII, ha ido poco a poco arruinando las tradiciones. El individualismo es la autonomía de los individuos en relación con las instancias del poder colectivo. El colectivo ya no te manda y son los individuos los que deciden, principalmente, qué hacer con sus vidas con muy importantes gamas de opciones. En las sociedades antiguas, la vida era muy difícil, la gente sufría corporalmente porque la medicina era muy rudimentaria, porque había miseria, guerras, muchos niños morían en el parto y las mujeres también; pero existía, en primer lugar, la religión que prometía una vida después de la muerte, existía el marco colectivo, no existía el sentimiento de soledad o muy poco y, por tanto, la vida colectiva protegía al individuo. Hoy, uno organiza su vida solo, y puede cambiarla, pero hacerlo es muy complicado. Por ejemplo, si uno decide divorciarse, está muy bien que uno pueda hacerlo. En Chile no hace tanto que tienen la ley del divorcio. Es un enorme beneficio. Antes, uno estaba obligado a soportar a su marido o mujer, lo que no era muy divertido, pero no quedaba otra. Hoy uno puede cambiar, pero eso crea a su vez nuevas angustias, porque uno se pregunta si ha actuado bien o qué va a pasar con los niños, quién se va a ocupar de ellos. Es traumático. Una gran parte de la desdicha humana no proviene necesariamente del consumismo o de la vida material, sino de los conflictos interpersonales. Gracias a la globalización hay competencia por todos lados y en una sociedad competitiva la gente tiene miedo de perder sus empleos. Hay fuentes permanentes de estrés, de ansiedad, de angustia, porque estamos en sociedades cambiantes y una sociedad de cambio y de autonomía produce inevitablemente angustia y una sensación de vida estresada.

¿No hay alternativa?

–Llegó a ser un acrónimo, un concepto: “TINA”. Fue el eslogan de Margaret Thatcher, la exprimer ministro de Gran Bretaña: “There is no alternative“, dijo, “no hay alternativa” a la economía de mercado, al capitalismo global. Lipovestky, que ya sabemos que no se lamenta por nuestro presente, tampoco es un entusiasta: “La ligereza consumista no es indigna: es humanamente pobre cuando pasa a ser regla de conducta preponderante y omnipresente”, escribe en De la ligereza.

¿Hay valores que deban y puedan protegerse de la ligereza?

–Naturalmente. Si estuviéramos inmersos en una civilización de una ligereza total, sería un drama porque necesitamos valores que no son ligeros, valores que permiten precisamente juzgar la ligereza. Esos valores, no hay que ser pesimistas, existen. Tenemos muchos elementos que se resisten a la ligereza: la justicia, la verdad, el bien, el mal, la solidaridad, todas esas cosas no son livianas. Debemos darles vida, consistencia. Sería también dramático si todo girara alrededor del ámbito de la ligereza y, sobre todo, no olvidemos al trabajo, porque la ligereza se relaciona, para nosotros, para los ciudadanos, con el consumismo, pero para consumir primero hay que trabajar y el trabajo no es ligero. A menudo es aburrido o es pesado, porque implica responsabilidades, etcétera. Por lo tanto, no hay que exagerar. Agrego otro punto muy importante: la educación. La educación es una esfera esencial porque prepara para el futuro. No existe un futuro deseable, un futuro feliz posible sin educación. Es cierto que la educación es una esfera que desde los años 60 fue remodelada por los valores de la ligereza, la escuela sin restricciones, el derecho de los niños de decir lo que quieran, el colegio es un lugar de distracción, de juegos, etcétera. No está mal en absoluto, pero tal vez se ha ido demasiado lejos. Creo que hay que volver a darle al colegio un estatus de seriedad. El colegio no es la ligereza. El colegio y la educación es una esfera que se relaciona con la seriedad, con la seriedad de la responsabilidad y del trabajo. Debemos mostrar en el colegio que los smartphones, las series de televisión, los juegos de video son algo distinto (a la educación). Aprender exige esfuerzos. Es difícil, hay que hacer ejercicios, hay que repetir, volver a empezar, y eso es complicado. Hay que comprender, explicar, y todo eso no es ligero.

No todo es ligereza.

–Afortunadamente, hay algo más aparte de la ligereza. La ligereza es una sensación fantástica, uno se siente con alas, se siente en las nubes, uno está feliz. Pero para llegar a todo ese mundo de ligereza –a los avances de la ciencia y la tecnología que nos permiten manipular los genes, imaginar remedios extremadamente eficaces contra el cáncer, las nanotecnologías–, para todo eso se requieren equipos científicos, inversiones en las universidades. Detrás de todo eso hay un enorme trabajo y, aunque escribí un libro sobre la ligereza, no escribí un himno a la ligereza, no la sacralicé en absoluto, porque necesitamos cosas muy distintas a la ligereza. Necesitamos una sociedad de trabajo y de creación; y la creación, como decía Nietzsche, es difícil.

Traducción del francés: Paula Reynal.

Tomado de El Mercurio.

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