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Violencia desatada en las barriadas de Puntarenas: “salir a la calle es un acto de valentía”

Vecinos del distrito Chacarita alteran su vida tradicional para resguardarse ante la escalada de violencia y los asesinatos. Pero la solución no puede ser con leyes y policías, advierten líderes de la comunidad.

Era domingo y la iglesia Visión de Reino celebraba su culto semanal cuando el pastor Antonio Gutiérrez vio que entraron unas personas de repente a llamar a una feligresa porque a una cuadra de distancia habían herido a su hija y asesinado al yerno.

Por la música en el acto religioso no habían escuchado las balas, pero otros vecinos sí habían reconocido las detonaciones y quizás el tipo de arma. Esas balaceras son ahora normales en el distrito Chacarita de Puntarenas, pero en el barrio Bella Vista son casi diarias.

Esa misma iglesia ha visto irse a algunos miembros que malvendieron la casa para huir de donde los amenazaban o simplemente salieron en mudanza urgente. Otros son familiares de víctimas y otros tienen gente cercana dentro de las bandas que a fuerza de balas pelean su territorio para vender drogas.

Así se va alterando la vida comunal en los barrios de la Gran Chacarita, el distrito que en 2022 acumuló 23 homicidios entre cerca de 21.000 habitantes, un asesinato por cada 915 pobladores de esas comunidades abundantes en pobreza.

Muchos vecinos optan por salir lo mínimo de sus casas, la mayoría trata de que la noche no los sorprenda en la calle y cada vez son menos los que practican la plácida tradición puntarenense de sacar las sillas a las aceras y compartir con los vecinos con bebidas, comida, plática y música.

“Uno no sabe en qué momento pasa una moto tirando una ráfaga de esas y sale uno premiado”, dijo el miércoles un vecino de Bella Vista.

Escena de niños jugando a ser pistoleros en una calle de barrio El Huerto, también en Chacarita.

El pastor Gutiérrez, de solo 29 años, le da la razón: “es lógico que la gente tenga miedo de andar como antes en la calle, aunque sea algo muy propio de Puntarenas”. “Ahora las personas de afuera no quieren entrar al barrio. Se ha perdido que los vecinos salgan a jugar en bici con los niños o a compartir con otros vecinos”, lamenta.

El líder comunal Deyber Rosales, vecino de Bella Vista, confirma ese cambio en la vida comunal. “En diciembre los vecinos sacaban sillas y cada quien con su parlante, pero eso era antes de la violencia. Ya no porque en segundos aparece una balacera o aparece un muchacho que viene loco porque ha ingerido pastillas mezcladas con licor, capaz de matar a alguien y no recordar nada después”.

Rosales, presidente de la Asociación Puntarenses Luchadores y cofundador de la Red de Jóvenes de Puntarenas, también han recibido amenazas, pero igual que el pastor apelan a la valentía, al compromiso de cambiar al barrio y a la confianza en otros vecinos que tampoco se resignan a entregar el control a las bandas.

“Salir a la calle es un acto de valentía”, advierte Rosales. “Uno no puede uno quedarse agachado como el cusuco”, agrega después de pintar la situación como “drástica”, pues asegura que los delincuentes extorsionan a los vecinos para no robarles lo poco que tienen y hay puntos o momentos en que ni siquiera es seguro resguardarse en casa.

Incluso cuando no haya una escena peligrosa puede haber miedo, pues se han puesto de moda unas armas de juguete que imitan las detonaciones reales y que usan grupos de niños, jóvenes o adultos para “jugar” a las balaceras o a las ejecuciones. “Lo que pasa es que a veces el muchacho juega de eso y al rato está haciéndolo de verdad”, lamenta un dirigente comunal.

Es el ambiente que impera en estas barriadas como Bella Vista, Fray Casiano, Pueblo Redondo o 20 de Noviembre, todas del distrito Chacarita. El entorno y la pobreza propicia que muchos adolescentes no vayan al colegio o incluso que sí lo hagan pero aprovechen para llevar ahí el comedio de drogas o las conductas violentas. En marzo se registró un colegial de 16 años herido de bala en las afueras del liceo José Martí, en un aparente intento de venganza.

La solución no es policial

Pero en el fondo el problema aquí, coinciden todos, no es la inseguridad, como señala incluso el jefe regional de Fuerza Pública en Puntarenas, Allan Obando.

“Hay falta de empleo, problemas de educación y necesidad de mejores políticas sociales; ese es caldo de cultivo para que estas poblaciones juveniles sean explotadas por las bandas criminales. Son muchos actores, pero desgraciadamente a nosotros nos toca atender el resultado de todo ese problema. Lo que hay que retomar es la seguridad humana como concepto amplio”, dijo el jefe policial.

A eso agrega el elemento generacional, pues algunos de los jóvenes de esos grupos delictivos actuales tienen normalizada la violencia, pues sus padres pudieron haber participado de ellos en otros momentos y ya pasaron por la cárcel.

La diferencia es que ahora hay menos escrúpulos y más impunidad, pues el volumen de violencia hace que muchos testigos prefieran no dar información a las autoridades, como reconoció otro pastor de los barrios de Chacarita. “Es exponerse para que al final quizás no se logre mucho”, dijo un vecino de Fray Casiano que asegura haber visto morir a un sobrino en junio del 2022 y cuando llegaron agentes judiciales eligió decir “no sé”.

La Fuerza Pública, sin embargo, aún puede patrullar todos los barrios, pese a algunos ataques más bien vandálicos por lanzamiento de piedras, dice Obando a pesar de algunas dudas de vecinos. “Se respeta la institución policial y entramos a todos los lugares, no es que nos agarran a balazos”, afirma.

Esos patrullajes preventivos tienen frutos limitados o incluso a veces contraproducentes, como señala Rosales: “A veces vienen con un operativo porque pasó algo, pero después se van y más aumentan las amenazas y la violencia porque los muchachos buscan quién los cantó o para ocupar el territorio que dejó un detenido”.

Incluso el pastor Gutiérrez indica un elemento más: en un eventual enfrentamiento, los policías llevan las de perder, porque los jóvenes son más y conocen bien cada palmo de esas barriadas.

Por eso, coinciden los tres entrevistados en algo claro: la solución no está en manos de los policías ni en las políticas de represión.

“Hay que abordar la situación integralmente y rescatar a los muchachos que se puedan para trabajar con los niños ahora”, dice Obando.

Rosales advierte como equivocado el énfasis actual punitivo y la propuesta de aumentar las penas para jóvenes, porque insiste en que esos jóvenes en realidad son víctimas del entorno y nada en la seguridad va a cambiar si no cambia el entorno.

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