País

La crecida del abstencionismo encuentra su paraíso en una playa de Golfito

El abstencionismo récord de 40% del 6 de febrero en Costa Rica se agiganta en regiones marginadas que esperan casi nada del Estado y en comunidades donde lo “mal visto” es votar. Una escuelita frente a una playa golfiteña es solo una postal de ese divorcio con el sistema político.

El rótulo dice “Escuela Playa Cacao”, de la Dirección Regional de Educación Coto, en el circuito 01 de Golfito, en la parte frontal de una malla perimetral que apenas separa a esta escuelita unidocente del entorno de playa y montaña, un paraíso del que irónicamente los pobladores huyen en busca de vida.

Era jueves y no se escuchaba nada más que el ruido sórdido del motor de una lancha, las voces de los cuatro estudiantes jugando en la escuela donde solo hay nueve matriculados, o las herramientas con las que Melvin, de 43 años, daba mantenimiento a la propiedad de un extranjero.

Roberto Bolaños y su nieto Fabián esperan frente a la escuela de Playa Cacao, sede de la junta receptora de votos 5933, la lancha que los lleva al centro de Golfito. (Foto: Álvaro Murillo)

El silencio, dice Melvin, era igual al del domingo 6 de febrero, una jornada electoral que convirtió al pequeño pueblo de Cacao en la segunda mesa de menor participación en Costa Rica, solo superada por otro centro de votación ubicado allá en las lejanías de Punta Burica, a donde solo se llega en horas de lancha o cruzando tierra panameña.

En la escuelita de Playa Cacao votó solo el 19% de los empadronados, esa parte que Melvin llama “los fanáticos”, porque aquí la mayoría de los ciudadanos tiene motivos de sobra para quedarse al margen de las elecciones, una actividad que debería reflejar la conexión de la población con el sistema político.

Esa conexión apenas existe en el distrito central de Golfito, que alcanzó la mayor abstención con 60%, en el centro del cantón Golfito (56,5%, casi siete puntos más que en 2018), el más abstencionista en la provincia Puntarenas, también la más abstencionista desde las elecciones 2006, esta vez con un 50% de participación.

Con motivos suficientes para concluir que la democracia no soluciona los problemas de cada día, el pequeño poblado donde hay registrados 141 electores y votaron solo 27 es solo la expresión más fuerte de un fenómeno de abstencionismo que en esta ocasión alcanzó el 40% en todo el país, el más alto de esta era constitucional.

Melvin intentó informarse y aguantó ver 15 minutos de un debate, pero solo confirmó que le hablan de otra realidad. Su último voto fue por Óscar Arias en 2006 y cree que ya nada lo hará votar de nuevo.

¿Para qué votar?

 “Usted me pregunta por qué no voté y yo le digo más bien que cómo uno va a votar. Se la pasan en una robadera y tienen este país destruido, o por lo menos aquí donde uno vive. Le aseguro que nunca vamos a volver a ver las lanchas cruzando por aquí con banderas de los partidos en los días de elecciones”, dice sin parar de trabajar. Su compañero de trabajo tampoco se arrimó a las urnas el 6 de febrero y también cree que lo correcto ahora es no asistir para evitar el apoyo a la clase política.

Parecido piensa casi el 41% de los 1.400.000 que se ausentaron de los centros de votación el 6 de febrero: ya no confían en las promesas, están desilusionados de los políticos o no agradaban las 25 candidaturas presidenciales que competían. En otro grupo de abstencionistas puede importar razones no políticas (distancia del centro de votación, tener que laborar ese día, la pandemia o estar de viaje ese día), pero cada vez más se acumula un descontento que también encuentra en la ausencia una forma de manifestarse, indica el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP), de la Universidad de Costa Rica.

Adrián Pignataro, politólogo e investigador en la UCR, señala que, en la abstención, pueden incidir circunstancias del momento (pandemia, dificultad de elegir por abundancia de candidaturas, acontecimientos políticos recientes…), pero también elementos instalados por muchos años, como los que hacen que la participación electoral sea menor en provincias costeras, en personas de menor educación formal y de ingresos reducidos. El incremento en la abstención en 2022, sin embargo, obliga a mayores estudios, advierte.

Golfito, parece que tiene todos los números de la rifa: es uno de los cantones menos desarrollados del país, con mayor desempleo y necesidades sociales, queda lejos de la capital y también aloja escándalos recientes de las estructuras políticas de su gobierno local, con un regidor involucrado en el caso de corrupción “Diamante”.

“Son condiciones rudas que tienen a la gente totalmente resfriada (indispuesta)”, reconoce Luis Fernando Bustos, presidente municipal en Golfito, aunque a ello le añade un factor que puede ser determinante para un sector del electorado: la reducción del gasto en la jornada electoral.

En esta ocasión, no se contrataron vehículos como en otras ocasiones. Solo se les pagó el gasto en combustible, pero no los ₡25.000 que se ganaban en comicios anteriores. Igual con las lanchas. En todo el país hubo un menor gasto por las restricciones de financiamiento de los partidos, incluso los más grandes.

“A los partidos se nos hace difícil y la gente está muy ‘quitada’. Uno entiende que aquí no sienten una mejoría, porque el empleo está escaso, con el Depósito Libre, algo de turismo y algo de pesca. Esto es duro para un pueblo que se formó con la Compañía Bananera que lo daba todo, que si se te quemaba un bombillo, iba y te lo cambiaba”, agrega Bustos

La casa de Rocío Salvatierra exhibe la única bandera partidaria de Playa Cacao, por sus nexos históricos con el partido, aunque es crítica de su candidato. (Foto: Álvaro Murillo)

¿Cuándo llega el Estado?

Ahora el Estado no le cambia ni el bombillo ni la vida a las familias, lamentan pobladores como Manuel Fernández Navarro, uno de los seis hombres que arreglaban una lancha vieja en la playa junto al muelle, al lado de la calle por donde se entra a Golfito.

“Nosotros no existimos para ellos (los políticos, los partidos, las instituciones o el Estado). Es como si viviéramos fuera del país o como si no existiéramos; solo existimos cuando alguno saca un ‘tiburón blanco’, ahí si se fijan en nosotros y nos mandan policía, guardacostas, Poder Judicial y todo lo que pueden”.

“Tiburón blanco” es como le llaman a un paquete de cocaína que flota o transita por el mar en esta región del Pacífico Sur que ha ganado importancia para las redes de narcotráfico y sus operaciones o sus capitales. Es un tema del que pocos quieren hablar o que solo mencionan entre dientes, aunque nadie niega que es una tentación para los necesitados de empleo o dinero, incluso un modelo de vida al que aspiran jóvenes.

“¿Y sabe qué? Esos mandan lo que mandan sin que importe quién gane las elecciones. Es la realidad y uno sabe que así es, aunque algunos seguimos votando porque diay, se supone que es un deber cívico, aunque ya los jóvenes tampoco creen mucho en eso”, dijo Danilo Santamaría.

Su amigo Manuel no es joven, pero es de los que ven inútil votar, casi un acto de “traición a la gente”, dice. “Mire, yo no voy a manchar mi mano si ellos ya mancharon la política. No podemos esperar que solucionen nada, si ni siquiera han podido quitar a la pesca de arrastre”, lamenta Manuel, pescador artesanal.

El sentimiento es de agravio, dice Emily Ferreto, una activista social que maneja una organización para ayudar a indigentes y personas adictas en el distrito Río Claro. Se declara liberacionista y recuerda que su mochila de escuela estaba hecha con una bandera verdiblanca, pero lamenta que nadie trae soluciones. “Tenemos el corazón triste o roto con la política y así es difícil convencer a la gente de que vuelva a confiar”, dijo.

Para golfiteños jóvenes el panorama es otro, porque llegaron a su mayoría de edad cuando ya estaban deterioradas la lealtades políticas. Importa poco el llamado de una bandera partidaria, de las autoridades electorales o de la conciencia sobre el deber ciudadano del voto.

Sus padres han dejado de votar ya, como el caso de Melvin, el trabajador en Playa Cacao. Su hija tampoco votó porque, además, se fue el pueblo para trabajar en una panadería en Laurel de Corredores y tampoco vio motivos para cambiar el domicilio electoral a su nueva casa.

¿Cambiará?

Fumando un cigarro a la hora del almuerzo en los alrededores del Depósito Libre, Bryan Zúñiga, de 26 años, cuenta también sus motivos. “Hacen muchas ofertas y todo está igual o peor”, dice este joven que se declara desempleado y, como tal, llega cada día a acarrear y cargar los electrodomésticos que compra “la gente de San José” aún ahora, 30 años después de creado un centro comercial exento de impuestos como un salvavidas para el empleo en esta región.

“Venimos a rompernos el lomo porque es lo que hay, aunque hay días en que nos vamos en blanco. Uno ve que el país va a seguir en lo mismo, por más promesas que hacen”, lamentó el muchacho, que recuerda haber votado por Carlos Alvarado.

Después, cuenta de su vida, su colegio truncado en segundo año, sus planes para sacar un curso de manejo de armas y hacerse guardia de seguridad privada, o de su anhelo por salir de la pobreza independientemente de lo que pase en estas elecciones. Duda de votar en segunda ronda. “Porque aquí uno se busca la vida, nadie va a agarrarlo a uno de la mano”, dice.

El fin de semana anterior había pasado el candidato Rodrigo Chaves por la zona sur y días después lo haría su contendor José María Figueres, buscando entre dirigentes locales algún asomo de entusiasmo para la votación en zonas costeras que, sin embargo, pesan poco en el resultado general ante el volúmen de votantes del Valle Central.

Esto lo saben también algunos entrevistados, como Rocío Salvatierra, que desde hace décadas vive en Playa Cacao y exhibe en su casa la única bandera partidaria que se observa en el pueblo, aunque advierte que “no hay cara en qué persignarse”.

Cerca suyo, pero no amiga, la dirigente del PLN y empresaria María Dolores Molina, conocida como Lola, tiene un pronóstico pesimista para la segunda ronda. “Nos tienen excluidos y no nos dejan ni arreglar la casa, por estar dentro de un área protegida. Es duro ser dirigente política en estas circunstancias. Es difícil que le abran las puertas a uno y lo entiendo”.

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