País Parque Nacional Manuel Antonio

Guardaparques monitorean comportamiento de fauna en ausencia de turistas

Como parte de las medidas sanitarias frente al COVID-19, las áreas silvestres protegidas cerraron sus puertas al turismo. Los funcionarios están recorriendo los senderos tres veces al día, registrando todo lo que ven.

Desde el 21 de marzo, la guardaparque Keily Otárola, junto a otros dos compañeros, recorren los senderos del Parque Nacional Manuel Antonio. Aprovechan la ausencia de turistas para monitorear el comportamiento de los animales.

Este parque nacional suele recibir unas 2.000 personas al día. Como parte de las medidas sanitarias ante la pandemia por COVID-19, el ingreso de visitantes se redujo a la mitad a inicios de marzo y, desde el 23 de marzo, se prohibió del todo. Se prevé que los parques nacionales, refugios de vida silvestre y demás áreas silvestres protegidas abran nuevamente sus puertas al público a partir del 14 de abril.

Mientras rige esta medida, los funcionarios dedican su tiempo a labores de mantenimiento e investigación. Para ello, los guardaparques colaboran con el Instituto Internacional en Conservación y Manejo de Vida Silvestre (Icomvis) de la Universidad Nacional (UNA), entidad que viene estudiando las interacciones de fauna y humanos a raíz del turismo desde finales de los años ochenta.

Según Grace Wong, directora del Icomvis, las especies que más interactúan con los visitantes en este parque nacional son los monos carablanca y los mapaches, seguidos por los garrobos.

Estos animales se acostumbraron a ingerir alimentos que son usuales en la dieta de las personas, reemplazando frutos, hojas, insectos y crustáceos propios del bosque por galletas, snacks, golosinas y emparedados, entre otros. Estos alimentos les son más accesibles a causa del turismo, ya sea porque algunos visitantes y guías alimentan a los animales para así poderlos fotografiar o estos aprovechan los descuidos para hurtar la comida, incluso son capaces de abrir maletines y bolsos.

La hipótesis de Wong es que, ante la ausencia de turistas, los animales vuelvan a su rutina normal como vida silvestre, no bajen tanto a la playa y más bien se adentren en el bosque a buscar alimento.

Si bien los datos aún no se han sistematizado y analizado, las primeras observaciones de Keily Otárola le dan la razón a Wong.

“Ahora cuesta ver a los monos y mapaches en la playa. Después del tercer día de estar tomando datos, ellos no volvieron a la playa, más bien se han desplazado a la montaña. Hemos visto una tropa de monos en la intersección de los senderos, ahí se ponen a comer frutos en los árboles de guabilla en las tardes”, señaló.

”A los mapaches no los hemos vuelto a ver de día, solo de noche; incluso en el manglar, donde están comiendo cangrejos. Con respecto a los garrobos, sí siguen llegando a la playa, pero en menor cantidad y ya no se quedan ahí cuando uno pasa, sino que ya se quitan. Ahora lo ven a uno y salen corriendo”, relató la funcionaria.

Asimismo, los guardaparques han vuelto a observar especies que hace mucho no veían porque precisamente estas tienen un comportamiento más tímido ante la presencia del ser humano. Se trata de dos venados que se están viendo frecuentemente en los senderos y un ocelote que se vio durante el día mientras se desplazaba.

“Yo tengo 11 años de trabajar aquí y siempre he visto el parque con un montón de gente. Verlo ahora ha sido una experiencia muy bonita. Caminar por los senderos es otra cosa, es como estar conociendo otro parque”, manifestó Otárola.

¿Cómo se está haciendo el monitoreo?

Las investigadoras del Icomvis, Grace Wong y Laura Porras, diseñaron una matriz que facilitara la recolección de datos por parte de los guardaparques. Consiste en una hoja donde los funcionarios indican la fecha, la hora, el sitio de observación, la especie de animal que vieron y la actividad que estaba haciendo. Si se trata de un grupo de animales, se agrega la cantidad de individuos.

“Queremos saber qué hacen los animales cuando no están tratando de robarle comida a los turistas, aprovechando que en este momento no hay gente en el parque nacional”, señaló Wong.

Se realizan tres recorridos al día. El primero a las 8 a.m., el segundo a mediodía y el tercero a partir de las 4 p.m. Los funcionarios recorren los senderos ubicados en la playa, el manglar y el bosque como Punta Catedral, Perezoso y la intersección a Puerto Escondido.

“La razón de hacer los recorridos a esas horas es para comparar los datos con otros que tenemos en el Icomvis. Por ejemplo: al mediodía, usualmente hay mucho movimiento en la playa porque es cuando los turistas sacan la comida para almorzar. Queremos ver cómo varía ese dato de actividad a lo largo del día”, dijo Wong.

Este tipo de datos son similares a los tomados por Wong y Porras desde 2017. “La recopilación de esta información nos va a permitir ver un antes, durante y después de COVID-19”, destacó la directora de Icomvis.

A pedido del ministro de Ambiente y Energía, las investigadoras están enriqueciendo la matriz para que esta pueda ser replicada en otras áreas silvestres protegidas.

Asimismo, el Icomvis obtuvo permiso del Área de Conservación Central (ACC) para colocar unas grabadoras de sonidos en el sector de la quebrada González, en el Parque Nacional Braulio Carrillo.

“Tenemos una investigadora que trabaja con perturbaciones en fauna causadas por sonido y hasta diciembre estuvo colocando grabadoras allí para medir la perturbación de carácter antrópico. Ahora va a colocar nuevamente las grabadoras para registrar datos durante este tiempo y poder compararlos con los datos de años anteriores, cuando no había restricciones vehiculares”, explicó Wong.

Turismo y fauna en Manuel Antonio

La primera investigación realizada por el Icomvis sobre interacciones entre fauna y turistas en el Parque Nacional Manuel Antonio data de 1989. En ese entonces, los datos recopilados por Wong permitieron conocer los hábitos de los mapaches, los cuales tenían un comportamiento crepuscular con dos picos de actividad: uno al atardecer y otro al amanecer.

Los investigadores también observaron que durante la época seca, coincidente con el período de vacaciones, se incrementaba la visitación turística en el parque y, con ello, los mapaches reducían su área de movimiento; prácticamente se pasaban a vivir a los árboles cercanos a la playa para, en las noches, buscar alimentos en las tiendas de campaña y en los basureros aledaños.

En el 2011, un grupo de estudiantes de la maestría del Icomvis repitió el estudio y se dieron cuenta que los mapaches dejaron de ser animales crepusculares. Estos habían ajustado su horario para estar activos de 10 a.m. a 2:30 p.m. y así coincidir con el horario de visitación de los turistas al área silvestre protegida.

También observaron que ese comportamiento era enseñado de padres a crías, al igual que hurtar comida.

En condiciones naturales, los mapaches se alimentan de cangrejos, aves, frutos silvestres y otros animales pequeños; mientras que los monos comen frutos e insectos.

La investigación del 2011 también reportó que los monos estaban ingiriendo galletas saladas, mayonesa, frituras, jugos y frutas con alto contenido de azúcar.

En estos primates, también se observaron cambios de comportamiento. Las hembras de la tropa normalmente protegen a las crías y tienden a meterse al bosque si perciben presencia humana. Los estudiantes del Icomvis reportaron que, en Manuel Antonio, las hembras dejaban a sus crías solas con tal de conseguir la comida que les ofrecían los turistas.

Los animales omnívoros, como los mapaches y los monos, son oportunistas. Comen alimentos que son accesibles y, por eso, se acostumbran fácilmente a la comida de los humanos, aunque esta tiene fatales consecuencias para su salud.

Mientras en la naturaleza los monos encuentran proteínas en los insectos y fibra en frutos que además son bajos en azúcar, los alimentos preparados -como las galletas y el pan- son ricos en carbohidratos de fácil digestión que, si no se usan, se convierten en grasa y esto puede derivar en lipidosis (acumulación de grasa en los tejidos y órganos). Además, estos alimentos son pobres en proteínas, vitaminas y calcio.

Cuando los animales muerden frutos y semillas o desgarran carne de una presa, están a la vez limpiándose los dientes y activando las encías. En cambio, cuando ingieren alimentos preparados, los azúcares tienden a acumularse en los dientes, lo cual deriva en caries.

Asimismo, la comida blanda que ingieren los humanos provoca una falta de ejercicio bucal que hace a los animales propensos a desarrollar gingivitis y, debido a este problema de encías, pueden perder piezas dentales.

Las deficiencias de calcio y fósforo impactan la salud ósea de los animales, sobre todo de las hembras. Si una hembra no consigue el calcio de la dieta, lo sacará de sus huesos y, con cada parto, se irá debilitando. Sus crías también sufren porque cada vez serán más débiles y su crecimiento no será el adecuado. A largo plazo, eso tendrá impactos en la población.

Asimismo, los animales no pueden diferenciar qué es envoltorio y qué es comida. Los empaques pueden causar obstrucciones intestinales que derivarían en la muerte.

Impacto en el ecosistema

Todo el ecosistema sufre con esta situación. La salud ambiental depende del equilibrio y, en este sentido, la fauna silvestre provee una serie de servicios para que la naturaleza se regenere.

Por ejemplo, al alimentarse de los frutos de los árboles, los monos se convierten en dispersores de semillas. Las llevan en sus excretas y, cuando las depositan en algún nuevo sitio, de allí nace un nuevo árbol. Esta es la forma que tiene la vegetación para estarse regenerando.

“Por estar comiendo otras cosas, los monos están perdiendo su rol natural en el bosque”, comentó Wong.

Como depredadores que son, los mapaches ayudan a mantener el balance en el bosque. Al tener una dieta muy variada, estos mamíferos van a comer lo que abunda en determinado momento en el sitio y eso ayuda a mantener el equilibrio para que ninguna especie crezca tanto en su población como para convertirse en plaga.

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