El 17 de marzo, el connotado epidemiólogo matemático Neil Ferguson y su equipo del Imperial College de Londres publicaron un estudio que provocó alarma a ambos lados del Atlántico.
En esencia, ese trabajo determinó que, a menos de que se implementaran medidas estrictas de confinamiento y distanciamiento social, el Reino Unido llegaría a sumar medio millón de muertes a causa de COVID-19, mientras que en Estados Unidos esa cifra podría alcanzar más de dos millones de personas.
Se trató de un hallazgo de gravedad, pues tanto el primer ministro Boris Johnson como el presidente Donald Trump se habían situado entre quienes desdeñaban la imposición de medidas de reclusión de las personas en sus casas, pues priorizaron las consecuencias económicas de ello.
Sobre todo en el Reino Unido se había optado por la estrategia denominada la “inmunidad de la manada”, según la cual se permite que amplios sectores de la población se contagien y desarrollen la inmunidad al virus, de manera que sirven como una barrera a favor de las personas más vulnerables.
El propio Ferguson es asesor del Gobierno británico como parte del Grupo Asesoría Científica en Emergencias (SAGE, por sus siglas en inglés) y el estudio fue compartido con la Casa Blanca, dada la magnitud de muertes que anticipaba para ese país. Ello incidió en un cambio de mentalidad y rumbo de parte de Trump, quien desde un principio buscó atenuar el nivel de peligrosidad del virus, comparándolo con una gripe ordinaria e incluso llegó a aseverar que desaparecería con la llegada de la primavera en el hemisferio norte, el pasado 21 de marzo.
Sin embargo, una semana después se armó menuda controversia cuando un equipo del Laboratorio de Ecología Evolutiva de las Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Oxford, también en el Reino Unido, divulgó otro estudio según el cual ya la mitad de la población de ese país habría contraído el virus.
El equipo de Oxford, liderado por la epidemióloga teórica Sunetra Gupta, determinó que el SARS-CoV-2, el coronavirus que causa el COVID-19, tiene una capacidad de contagio bastante mayor a lo que se creía y ello implicaría que el virus no es tan mortal, que mucha gente en ese país se habría infectado sin ser detectada y que en efecto el camino de la inmunidad de la manada estaba funcionando.
Pocos días después, el 25 de marzo, Ferguson participó de una sesión del Comité de Ciencia y Tecnología del Parlamento británico, en la que bajó sustancialmente su estimación a unas 20 mil muertes.
En el contexto de la reciente divulgación del estudio de Oxford, esa nueva cifra generó su nivel de escándalo y muchas personas y medios la interpretaron como una retractación del científico, lo cual pareció dar aliento a quienes abogan por un fin a las restricciones de confinamiento y distanciamiento social.
Sin embargo, al día siguiente Ferguson se lanzó a su cuenta de Twitter para publicar un hilo con sus explicaciones al respecto. Tras afirmar que no había revisado “sustancialmente” sus evaluaciones del posible impacto mortal del COVID-19, reconoció que el virus es “un poco más transmisible de lo que pensamos previamente”, pero aseveró que “nuestras estimaciones sobre su letalidad se mantienen sin cambios”.
Explicó que los números que ofreció al Parlamento se refirieron a las muertes que pueden ocurrir en el Reino Unido en presencia de un muy intensivo distanciamiento social y otras intervenciones de la salud pública, ya puestas en marcha para ese momento. “Sin esos controles −escribió en la red social−, nuestra estimación mantiene que el Reino Unido vería la escala de muertes reportada en nuestro estudio (a saber, hasta aproximadamente 500 mil)”.
Es más, un par de días después, Ferguson y su equipo publicaron otro estudio en el que aplicaban las mismas estimaciones pero a nivel global, según las cuales, sin tomar las medidas conocidas, se infectarían siete mil millones de personas (prácticamente toda la población mundial) y morirían 40 millones.
Varias veces durante las usuales conferencias de prensa de las autoridades sanitarias de Costa Rica, se ha preguntado por proyecciones sobre el avance de la enfermedad, sin que el Gobierno haya revelado números ni detalle cuál modelo aplica.
Ciencia no tan exacta
Tanto el estudio de Ferguson y el Imperial College como el de Gupta y compañía de Oxford son hechos a partir de modelos matemáticos y estadísticos que simulan la propagación de enfermedades.
Estos modelos parten de algunos principios comunes, pero en realidad son desarrollados por los equipos científicos por su cuenta a través del trabajo de años.
Además, los diferentes resultados pueden deberse, entre otras razones, a la cantidad de variables consideradas en cada modelo. Por ejemplo, en el caso de Costa Rica, un modelo podría basarse únicamente en las características demográficas del país, mientras que otro apunte a considerarlas más específicamente por cantón. Pero aún podría detallarse más si se toma en cuenta variables que pueden incidir en el contagio, como el porcentaje de la población que usa transporte público o que tiene problemas de acceso al agua potable.
El desarrollo y la aplicación de los modelos epidemiológicos dependen irremediablemente de la calidad de la información recibida, por ejemplo, cantidad de personas contagiadas, hospitalizadas y fallecidas. En el caso de la pandemia actual, una variable de alta importancia es la capacidad de los Gobiernos para realizar pruebas a la población.
Prácticamente el mismo día que Ferguson divulgó su estudio, un profesor de epidemiología de la Universidad de Stanford, John P.A. Ioannidis, publicó un artículo en que abogaba contra las medidas de confinamiento y calificaba todo el manejo de la pandemia como un “fiasco”, precisamente porque consideraba la información matemática disponible era de muy mala calidad.
Todavía el 20 de marzo, el New York Times publicó un artículo de opinión de David Katz, presidente de una ONG llamada True Health Iniciative, quien aún abogaba por la estrategia de inmunidad de la manada, pues alegaba que la tasa de mortalidad del COVID-19 era muy baja y que la mayoría de las personas infectadas presentaban síntomas nulos o muy moderados.
Polémica más allá de la ciencia
Las implicaciones de los modelos y las conclusiones del Imperial College y de Oxford son asumidas por diversos sectores no en atención a la ciencia, sino a preocupaciones políticas y económicas particulares.
De un lado se posicionan quienes insisten en la inmunidad de la manada, los sectores más proclives a priorizar el desarrollo económico entendido como el flujo capitalista de la actividad empresarial. El mismo Trump ha alentado manifestaciones en Michigan, Carolina del Norte y Kentucky de personas que exigen el fin de medidas de confinamiento y protestan sin aplicar el distanciamiento y con fusiles de asalto a la mano. En Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro incluso participó de una manifestación convocada con esa misma agenda.
De otro, quienes se aferran más a reconocer la necesidad y virtudes de contar con sistemas de salud pública robustos, capaces de implementar medidas sanitarias a gran escala y dar acceso a toda la población.