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Angustia en la fila de los víveres de la escuela: “no es bonito, pero es indispensable”

La pandemia de COVID-19 obligó a cerrar los comedores, pero las raciones van en bolsas que pueden hacer la diferencia entre un almuerzo o el hambre. Los paquetes cobran valor en muchos hogares donde los ingresos se desplomaron.

Una fila de 100 metros se extendía sobre la acera. Decenas de personas cabizbajas y ataviadas con mascarillas se movían conforme alguien iba pasándolas al interior de la escuela pública Juan Flores Umaña, en Ipís de Goicoechea.

La mayoría eran mujeres cabizbajas que se refugiaban en el celular, pero también había hombres. “Por si la bolsas que nos dan son muy pesadas”, bromeó uno, aunque en general no parecía haber ánimo para conversar.

Entre el tapabocas y los casi dos metros de distancia sanitaria, la charla se hacía imposible. Tampoco es que resulte cómodo hacer una fila a un lado de la calle donde es público y notorio que se pertenece al grupo de beneficiarios del programa del Estado para llevar comida a los hogares.

Era el miércoles 20 de mayo, la segunda fecha de repartición de los “diarios” en las escuelas —como parte del programa de comedores estudiantiles—, ahora que la pandemia de COVID-19 las mantiene cerradas desde marzo.

Los paquetes se basan en el menú establecido por el Programa de Alimentación y Nutrición del Escolar y del Adolescente (Panea), pero con las porciones más grandes y con productos que propician una mejor alimentación, según un comunicado del MEP.

Los paquetes llevan arroz, atún, frijoles, garbanzos, lentejas, leche, pastas, leche en polvo y también unas piñas que salieron rodando calle abajo cuando a un hombre se le reventaron las bolsas.

“A uno le ayuda, no crea. Yo soy vendedor informal y las cosas se han complicado mucho, tanto como para que uno esté aquí. Yo nunca he puesto la mano, pero ahora no me queda otra. Uno siente que no es bonito, pero es indispensable”, dijo el hombre que se identificó como José Luis Vargas, vecino de Ipís de Goicoechea.

Algunos escuchaban lo que él decía. Era de los pocos que no llevaba mascarilla y que aceptaba responder algo. “Es que, mire, le digo que da vergüenza. Uno ha sido trabajador siempre y jamás pensé que a mis 50 años iba a estar en estas”. Se le quebró la voz y prefirió no contestar más.

El conteo oficial dice que a 27.000 personas les habían suspendido el contrato laboral hasta el cierre de mayo,más 50.000 que vieron reducida su jornada y, por tanto, su salario. Otro tanto estaba pendiente de aprobación en el Ministerio de Trabajo, pero estas cifras están muy lejos de reflejar la realidad.

Don José Luis, por ejemplo, no está incluido. Lo suyo es el trabajo informal, como lo hace un millón de trabajadores en Costa Rica, o como lo hacían hasta antes de que el coronavirus agravara todo. “Por eso puedo venir yo a recoger esta comedera, porque no tengo nada qué hacer”, dijo con un gesto de resignación.

En la fila también estaba Jennifer, una joven de 24 años que trabajaba como cajera en un supermercado pequeño hasta abril. Era de las pocas que llegó con su hija porque no tenía con quién dejarla en la casa. Viene porque ahora mismo esa comida es indispensable.

“Yo trabajaba, como todos, pero ahora quedé en blanco. Mi novio vive en Estados Unidos y nos envía una plata para sostenernos, pero si usted me pregunta qué vamos a hacer en junio, le digo que no sé”. La próxima entrega está para la tercera semana de este mes.

“Por eso estoy aquí, porque eso a nosotras nos alcanza para bastantes días. Antes era una ayuda, pero ahora es una salvada. Le digo que no es agradable, pero no me da vergüenza. Vergüenza da robar”, explicaba. La niña asentía.

Hasta ahora se han hecho tres entregas con un costo de ₡35.000 millones, y para la próxima entrega podría haber más variedad de productos. Pueden llegar casi a la mitad de los hogares del país, donde hay al menos un estudiante.

Leonardo Sánchez, director de Programas de Equidad del MEP, agregó que ha servido para dinamizar la economía local. “El 50% de los centros son abastecidos por el Consejo Nacional de Producción y la otra mitad por proveedores privados”, explicó. Agregó que calcula que casi la mitad de los beneficiarios viven en pobreza, o al menos en vulnerabilidad, y por eso estos víveres valen oro.

En la fila las personas coincidían con este diagnóstico, pero giraban el cuello para no aparecer en la foto. Otras miraban con desconfianza por encima de las mascarillas. Algunas mujeres iban con guantes de látex y dijo que pretendía dejar una buena imagen ante las maestras, que vean que está siendo diligente.

Como ellos, los padres o encargados de más de 800.000 estudiantes han recibido la bolsa. Algunos llevan también material académico y otros un recuerdo de la maestra que quiso enviar un cariño al hogar de su alumno o alumna. Un chocolate, una bolsita con masmelos o un mensaje coronado con una carita feliz.

Para los niños ha sido duro, cuentan las mamás. Extrañan a la maestra y a las amistades. Extrañan incluso la rutina o la dinámica de clases de la que suelen quejarse por costumbre. Ahora están casi varados en sus casas, dependiendo de las posibilidades de conexión que solo sirven para eso, mantener el contacto.

Están en casa con los papás, algunos de estos haciendo teletrabajo y muchos otros desempleados. Algunos escolares tienen que quedarse con abuelos u otras personas porque mamá y papá tienen un empleo que no les permite cuidar hijos en casa.

Así le ocurrió a Xinia Vega, vecina de El Alto. Es abuela, aunque parece ser una mamá de escolares. Estaba en la fila recogiendo las raciones correspondientes a sus dos nietas. Puede hacerlo porque ya no trabaja como doméstica. Tuvo que renunciar a ese ingreso para cuidar a las dos niñas, porque la madre no puede dejar el trabajo, el único que provee seguro de salud a ese hogar. Ahora, claro, entra menos dinero porque la abuela no genera ingresos.

“Por eso le digo de corazón que esto es de mucha ayuda. Yo le agradezco al Gobierno, aunque sé que esto es algo que mucha gente le ha pagado con impuestos y todo eso. Uno se pregunta hasta cuándo vamos a estar así, porque le aseguro que aquí todos preferirían estar haciendo la fila en el súper con la plata en la mano”.

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