País Participación laboral femenina retrocedió diez años en el istmo

23 millones de mujeres se adicionaron a la pobreza en Latinoamérica en 2020

COVID-19 profundizó nudos de la desigualdad de género en la región con una tasa de desocupación femenina del 22,2% el año pasado

América Latina ha estado marcada históricamente por altos niveles de desigualdad, pero la crisis económica, social y de salud generada por el COVID-19 dio una estocada al empleo femenino durante el 2020, adicionando a la pobreza a unas 23 millones de mujeres (para un total de 118 millones), debido a la expulsión del empleo y el impacto negativo de los ingresos en los hogares, generando un retroceso de una década en su participación laboral. Eso en caso de que las medidas de los gobiernos no les ayuden a salir de su situación.

Así lo confirmó la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en su más reciente informe “la autonomía económica de las mujeres en la recuperación sostenible y con igualdad”, en el cual plantea que la tasa de desocupación femenina alcanzó un 22,2% el año pasado.

Esta salida tan dramática de mujeres del mercado laboral responde a las demandas de cuido en los hogares generadas por las restricciones, producto de la pandemia, así como el masivo cierre de negocios, sobre todo en sectores en los que la presencia femenina es mayor.

De acuerdo con Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Cepal, la segmentación laboral en la región ha sido uno de los factores más significativos en este retroceso, ya que las mujeres laboran sobre todo en sectores como comercio, manufactura, turismo, servicio doméstico, actividades inmobiliarias, servicios administrativos y de apoyo.

En América Latina un 56,9% de las mujeres están en estos sectores vulnerables y en El Caribe la proporción es 54,3%. Sin duda el turismo ha sido de los más golpeados y allí en promedio el 61,5% son mujeres; en la economía del cuidado el 91,5% corresponde a fuerza laboral femenina; en educación el 70,4% y en salud un 73%.

“Cuando hablamos de la primera línea de atención en la pandemia, en casi toda la región las mujeres están sobrerrepresentadas. En Costa Rica es del 65,6%, El Salvador con 63,9%, Honduras un 62,6%, Panamá el 74,7% y el promedio para América latina es del 73,2%. El problema en la mayoría de los países es que hay una brecha salarial del 23,7%, aunque hacen las mismas labores, una injusticia plena”, explicó Bárcena.

Pero no solo se han visto expuestas a una estructura de desigualdad salarial, sino que han tenido que afrontar la pandemia en condiciones de trabajo extremas, con extensas jornadas laborales que implica un mayor riesgo a contagiarse.

Nudos estructurales

La investigación de Cepal pone sobre la mesa la evidencia de que se han profundizado los nudos estructurales de la desigualdad de género, lo que atenta contra la autonomía económica de las mujeres.

En este sentido, hay una sobrerrepresentación de mujeres en los hogares pobres, expuestas al desempleo e informalidad, con enormes barreras de acceso a servicios financieros y brechas digitales, que implican menos oportunidades para desempeñar empleos bajo modalidad de teletrabajo.

Bárcena señaló que la concentración de poder de los hombres en las empresas y puestos de toma de decisiones debe revertirse, así como la división sexual del trabajo, que ubica a la mayor proporción femenina en puestos de baja calificación y el aumento de los cuidados en los hogares. Todo esto sumado a que un incremento de la violencia de género en la pandemia ha sido la peor receta para el aumento de la desigualdad.

“Definitivamente urge promover procesos de transformación digital incluyentes que garanticen el acceso de las mujeres a las tecnologías, potencien sus habilidades y reviertan las barreras socioeconómicas que enfrentan, y así fortalecer su autonomía económica. Además, es necesario un esfuerzo de los gobiernos por establecer una canasta básica digital que permita conectar a una de cada cuatro mujeres en América Latina y el Caribe, pues hoy 39,1% no tiene ingresos para pagar Internet”, detalló.

Esos ajustes también deberán pasar por un nuevo pacto fiscal que promueva la igualdad de género y evite la profundización de pobreza en los hogares jefeados por mujeres y la sobrecarga de trabajo no remunerado.

Una alternativa que plantea la Cepal es que los gobiernos incorporen un ingreso básico dirigido a las mujeres, que rondaría los $120, al menos para nueve países de la región de los que tienen información y estadísticas.

Según las propias estimaciones del organismo, entregar durante seis meses este ingreso básico a mujeres en condición de vulnerabilidad significaría un 0,3% del Producto Interno Bruto (PIB) de estos países y si se entregara por tres meses el porcentaje sería del 0,15%.

Otro factor que resultará determinante será el diseño de políticas que aborden los cuidados de menores, adultos mayores y discapacitados como una inversión y no como un gasto social.

Con este enfoque sería posible desarrollar capacidades de atención de los más vulnerables; generar empleo de calidad, en particular para las mujeres; y en el mediano y largo plazo incidirá en los niveles de educación de la futura fuerza de trabajo y por lo tanto en su productividad.

Asimismo, la provisión de infraestructura pública y social de cuidado tiene el potencial de reducir las desigualdades educativas que afectan a la población infantil, especialmente si se regula y controla la calidad de los servicios comunitarios, públicos y privados, que brindan cuidados.

“Además de transversalizar la perspectiva de género en todas las políticas de recuperación, se requieren acciones afirmativas en el ámbito de las políticas fiscales, laborales, productivas, económicas y sociales, que protejan los derechos de las mujeres alcanzados en la última década, que eviten retrocesos y que enfrenten las desigualdades de género en el corto, mediano y largo plazo”, concluyó Bárcena.

Transversalidad de género

Para lograr una verdadera reactivación de la economía de América Latina será necesario que los gobiernos implementen una política de género en todas las propuestas que se lleven adelante.

Recuperación económica con perspectiva de género:  

  • Transformación digital incluyente: crear una canasta básica digital que dé acceso y permita ampliar el teletrabajo.
  • Pacto fiscal para la igualdad: promover medidas de estímulo fiscal orientadas a proteger los ingresos y empleo femenino.
  • Recuperación productiva con empleo para mujeres: generar empleos para las mujeres en sectores dinamizadores, como movilidad y turismo sostenible, energías renovables, economía digital.
  • Economía del cuidado como dinamizador.

Fuente: Cepal


“Me sobrecargaron el trabajo y luego me despidieron”

Verónica Ramírez es guatemalteca y desde sus 12 años se vino de su casa en San Agustín El Progreso hacia la capital, Ciudad de Guatemala, donde se ha dedicado a trabajar en el servicio doméstico. Cuando empezó la pandemia trabajaba de lunes a viernes en la casa de una familia, pero pronto le dijeron que preferían que se quedara también los fines de semana para evitar el contagio.

“Mi compañera de trabajo se cansó y se fue, me tocó estar sola y hacer todo el oficio por el mismo salario, me sobrecargaron el trabajo; el 19 de diciembre me despidieron y me dijeron que ya no podían pagar.”

Verónica consiguió trabajo como guarda de seguridad, pero recientemente también la despidieron y desde su perspectiva la situación para las mujeres se ha puesto muy complicada con la pandemia.


“Me siento físicamente agotada por el estrés vivido”

Estar en la primera línea de atención de la pandemia ha sido sumamente desgastante para todos los funcionarios de la salud, y en el caso de las mujeres la sobrecarga ha desbordado su vida.

Dulce Tovar es auxiliar de Enfermería en la región Chorotega. Ella ha sufrido la pandemia, al inicio se le duplicó su carga laboral porque resultó difícil el gemeleo de plazas para atender las áreas COVID-19; además del riesgo y el pánico que tuvo los primeros meses por la enfermedad y por el hecho de ser jefa de hogar.

“Por lo general trabajaba 16 horas y nuestras rutinas cambiaron, tuvimos que aprender a cambiarnos la ropa en el hospital, a pelear un espacio para bañarnos, a no entrar a la casa con la misma ropa que traíamos y pelear con el sistema. Hubo momentos muy estresantes; pero sí conté mucho con la ayuda de mi mamá”.

Contó que tiene compañeras del área de salud que tuvieron que dejar a sus hijos bajo llave, porque no tenían quién se los cuidara o hacer mil malabares y sacrificios por atender la emergencia sanitaria; por ejemplo, una enfermera que pasó seis meses sin ver a su hija.

“Me siento físicamente agotada por el estrés vivido, incluso he tenido un aumento de peso, noches de insomnio por la recarga de trabajo y el miedo. Aunque en Costa Rica no vivimos la discriminación salarial en el sector salud, sí la hay como sindicalista y enfermera, porque para las mujeres la factura del éxito es mucho más cara, implica horas fuera de casa, trabajar más y no dejar el rol de cuidadoras; por eso muchas prefieren no optar por un rol jerárquico”.


“En pandemia me diagnosticaron cáncer y me bajaron el salario”

Carmen Méndez trabajó durante 12 años para una familia adinerada en Guatemala, en su casa de descanso. El trato inicial era ir dos veces entre semana, sábados y domingos por 750 quetzales (unos $100), a los dos años le aumentaron 50 quetzales, y si iba a trabajar a la ciudad con ellos le adicionaban 75 quetzales diarios.

El asunto es que pronto sus patronos lo vieron como una obligación y se molestaban si ella se negaba a ir. Cuando visitaban su casa de descanso, le correspondía lavar, cocinar, limpiar y cuidar a la niña que tenía parálisis, mientras tanto ella dejaba a su hijo a cargo de otros.

“En la pandemia me diagnosticaron cáncer de ovario y una hernia, me negué a atenderlos los fines de semana, porque ellos viajaban mucho, traían muchos invitados y en esta zona estaba prohibida la entrada de personas de la ciudad, aún así venían y a mí me daba miedo que me contagiaran. Como me negué a atenderlos me rebajó el salario a 400 quetzales, por el tiempo que limpiaba entre semana”.

Logró ingresar al sistema hospitalario y que la operaran, pero la doctora le dijo que no podía trabajar hasta estar recuperada. La jefa le dijo que necesitaba una empleada que la atendiera al 100% por lo que se vio obligada a presentar la renuncia. “Yo ya no pude, renuncié y la verdad es que me sentía mal psicológicamente, me trataban mal con sus palabras y maneras de expresarse, hoy me doy cuenta de que casi regalé mi trabajo por 12 años”.


“Ha sido muy difícil lo que cada hogar ha tenido que afrontar”

Evelyn Zúñiga había perdido su empleo en diciembre de 2019 y para enero logró conseguir uno nuevo. Cuando arrancó la pandemia se vio en dificultades porque ella estaba empezando en un nuevo empleo en el cual no había posibilidades de hacer teletrabajo. Su esposo tampoco podía teletrabajar y su hija que había entrado a primer grado pasó a las clases virtuales, por lo tanto, recurrió a su mamá, quien vive en Atenas.

“Fue empezar de cero, a enseñarle a mi mamá a usar la computadora desde cero, pero a mitad de año ya habían agarrado el hilo. Mi mamá se quedaba con nosotros dos semanas y las otras dos semanas se llevaba a mi hija para Atenas, entonces yo me iba después del trabajo un par de veces por semana a dormir con ella, era mucho sacrificio”.

El sacrificio fue para todos, para su hija, su mamá y su esposo que las veía poco. En agosto en su oficina implementaron el teletrabajo y eso le permitió estar más con su hija, pero a la vez implicaba ayudarla con las clases virtuales, las carreras de la oficina y las cosas de la casa.

“Termina una agotada, había que cocinar la noche antes; en vacaciones mi hija se iba una semana a la casa de mi mamá, otra semana aquí y la tercera donde mi suegra, nos rotamos las vacaciones. Ahora a mi esposo lo despidieron, por lo que se va a hacer cargo de llevarla a clases y recogerla; fue súper cansado, ha sido muy difícil lo que cada hogar ha tenido que afrontar”.


DATOS

En América Latina y el Caribe los indicadores de empleo de las mujeres y el impacto que ha generado el COVID-19 son evidentes:

  • 22,2% sería la tasa de desocupación femenina en 2020.
  • 14 millones de mujeres dejaron de trabajar por efectos del COVID-19 (en 9 países).
  • 56,9% de mujeres en América Latina y un 54,3% en Caribe están en sectores afectados por la pandemia.
  • 1 de cada 3 mujeres en comercio, turismo, manufactura o servicio doméstico trabaja por cuenta propia.
  • El 73,2% de personas empleadas en salud son mujeres.
  • 70,4% de los puestos de trabajo en educación los ocupan
  • 36,5% mujeres en hogares con menores de 5 años están fuera de fuerza laboral por cuido.

Fuente: Cepal.


 

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