Opinión

El valor de pensar correctamente acerca de los valores

La palabra “valores” está en boga. Podría, incluso, ganar la versión local del concurso “la palabra del año” y, quizá, le quite el puesto_a_los_términos_“ideología_de_género”.

 

La palabra “valores” está en boga. Podría, incluso, ganar la versión local del concurso “la palabra del año” y, quizá, le quite el puesto a los términos “ideología de género”. Pocos saben de qué están hablando al usar los vocablos “ideología” y “género” y quienes saben que no saben lo usan por igual. Creen que el asunto no es comprender la cuestión del sexo, del género, de la sexualidad, o de las formas en las que se conceptualizan y se asumen las cosmovisiones (ideologías), sino proteger aquello que consideran sagrado, monolítico, natural, perfecto, bello: la familia tradicionalmente constituida.

La palabra “valores”, ahora que se utiliza desmedidamente, sufre del mismo problema.  La buena notica es que, entre una posible lista de valores (dichos respecto de todos los tipos de relaciones e instituciones, incluida la familia), el valor de la correcta comprensión se torna ineludible. De este modo, quienes hablan de valores tendrán que reconocer dicho valor central que acompaña o que, incluso, es previo a la defensa de los valores relativos a los diversos tipos de interacción social.  El punto es simple: mucho vale saber bien de qué estamos hablando cuando hablamos de valores.

Entonces, hagámoslo y, para estos efectos, tengo tres puntos básicos. En primer lugar, los valores son atributos o atribuciones dadas a objetos, personas, sociedades, ideas, etc. Hablamos, por ejemplo, de un proceso transparente, una persona sincera o una sociedad pluralista y, con eso, expresamos valores como la transparencia, la sinceridad, el pluralismo. La sinceridad no es nada por sí misma, sino una atribución de actos, palabras, personas.  Sustantivamos la sinceridad, pero, para todos los efectos, se trata de sustantivos abstractos con carga atributiva, y lo decimos de personas, pero no de las flores o los colores.

En segundo lugar, ligado a lo anterior, los valores exigen clasificación relativa a tipos: valores políticos, valores morales, valores culturales, etc.  Los así llamados valores familiares pueden ser también valores morales o valores culturales, pero ocurre que quienes hablan de valores familiares se refieren a una cosa y no a una atribución. Se refieren a la familia tradicionalmente constituida y no están hablando de valores sino de una estructura institucional, monolítica y, sobre todo, de lo supuestamente valioso que resulta su permanencia y protección (lo que, en su lógica discursiva, equivaldría a imposición).

El tercer punto es quizás más relevante: la clave al defender un valor, como el valor de pensar correctamente acerca de los valores, no radica en la simple expresión de un término evaluativo, sino en las razones según las cuales valoramos algo.  Con esto intento señalar una tesis fuerte: los valores son básicamente razones. Específicamente, no son razones descriptivas, sino razones justificativas de la acción. En este sentido, los valores, en tanto razones para defender un orden de cosas, están abiertos y han de responder a objeciones respecto de su consistencia lógica, coherencia, publicidad, etc. En el contexto político actual, con una candidatura a la presidencia de tipo confesional, cuasi-teocrático, necesitamos reforzar otros valores aledaños al valor de pensar correctamente los valores, a saber: el valor de la razón pública y el valor de la deliberación democrática (o de la democracia deliberativa).

Razón pública y “razón divina” no son compatibles; razones asociativas de congregaciones de fe son incompatibles con razones públicas del juego democrático.  Vale valorar profundamente un modelo de sociedad que potencie los espacios de razón pública y las condiciones para el ofrecimiento de razones para la acción (especialmente la acción política), y que acepte la pluralidad de razones y la necesidad de comprometernos con la posibilidad de juzgarlas. Conviene rechazar categóricamente la propuesta de un modelo de sociedad que confunde razones no-públicas con razones públicas, o el razonar político-institucional con la racionalidad teológica.

Estos tres puntos son solo un primer acercamiento a la cuestión, la cual exige un análisis de fondo (una teoría de los valores). Solo menciono una cuestión última que valdrá la pena ampliar posteriormente respecto del asunto de los valores en el contexto del debate político-institucional: habríamos de apuntar a la justicia, en el sentido muy particular de las fórmulas de justicia distributiva, a saber: el de dar a cada quien de acuerdo con principios constituidos en procesos de diálogo que ninguno pueda razonablemente rechazar. No es justicia divina, sino humana-ciudadana, porque es el caso que hablamos entre seres humanos ciudadanos sobre asuntos propios de seres humanos ciudadanos.

 

 

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