Opinión

Una historia más del sistema patriarcal, elecciones 2018

Uno de los espacios con alta configuración de poder político es, sin duda, la presidencia. A pesar de que vivimos en un sistema presidencialista

Uno de los espacios con alta configuración de poder político es, sin duda, la presidencia. A pesar de que vivimos en un sistema presidencialista en donde la figura del presidente es la máxima autoridad del Estado, en ciertos momentos pareciera que los diputados tienen el futuro del país en sus manos (y así podría serlo). Más allá de esta jerarquización de poder entre el presidente y los diputados,  existe un problema de igual o mayor importancia que se avecina en la carrera electoral presidencial del 2018 en el país, la falta de la participación de las mujeres como candidatas a la presidencia.

Aunque el Tribunal Supremo de Elecciones aún no realiza la declaratoria oficial de  los candidatos presidenciales que participarán el siguiente año para hacerse con la silla presidencial, ya los partidos políticos han ido presentando a las personas que representarán a sus respectivos partidos en la papeleta presidencial. Las mujeres que, hasta ahora, forman parte de la palestra electoral como candidatas a presidente son tres. ¿Son tres? No, son dos. ¿Son dos? No. ¡Es una!

Es Stephanie Campos, candidata ratificada por el Partido Renovación Costarricense (partido del cual forma parte el actual presidente de la Asamblea Legislativa, Gonzalo Ramírez, y el diputado Abelino Esquivel), única mujer que hasta ahora se presenta como posible presidenta del país. Por ahora, al menos 12 partidos políticos diferentes al Partido Renovación Costarricense (PAC, PLN, FA, PUSC, PT, PASE, ADC, PIN, ML, PNG, PRSC, PRN) ya ratificaron sus candidatos presidenciales y todos son hombres. No es este el espacio para comenzar a describir cuáles son los nombres de estos hombres, pero sí es el espacio para comenzar a contar una nueva historia del sistema patriarcal en el que nos tocó sobrevivir.

Bajo esta lógica patriarcal, pareciera que las mujeres no son capaces de tomar estos espacios de poder y así lo refleja la odiosa comparación que anteriormente presenté entre la cantidad de hombres y la cantidad de mujeres, en donde la brecha entre ambos es espeluznante. Pareciera que aquel dicho que se escuchaba en las calles,  que rezaba así: “Después de lo que hizo Laurita en la presidencia va a costar mucho que otra mujer llegue a ser presidenta”, se hace verbo hoy. ¿Estamos destinados a ser gobernados por los hombres de la “trocha”, por los hombres de “la platina”, por los hombres del TLC, por los hombres del “cementazo”, por los hombres del cierre del Banco Anglo, por los hombres de Crucitas, por los hombres de todas esas movidas políticas que nos conducen cada vez más rápido a la calle sin salida en la que vamos enrumbados? Y no es que en estos “chorizos” solo hayan participado hombres, pero en un sistema determinado por relaciones marcadas por el patriarcado, la figura masculina o masculinizada (sea hombre, mujer, intersexual) es quien ejerce el poder. No cualquier hombre (o figura masculinizada) es quien ejerce este poder, es un hombre del centro, heterosexual, con privilegios de blanco. ¡Menos mal vivimos en una democracia!

Se escribe así, camino a las elecciones presidenciales 2018 en Costa Rica, un capítulo más de la larga y aterradora historia del sistema patriarcal que sigue haciendo “de las suyas” en el país y en el mundo. Unas elecciones que huelen a hombre, que se ve como hombre, se desarrolla como hombre, que se vive como hombre y que terminará, muy probablemente, llegando a su etapa final con un grupo de hombres peleándose un espacio masculinizado, un espacio que es un imán de hombres, un espacio en donde, según el discurso democrático, todos podemos llegar a estar (pero aplican restricciones), este espacio es la silla de hombres (digo, la silla presidencial).

¡La inclusión de las mujeres a la participación política no es obligación, es necesidad!

 

 

 

 

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