Opinión

Un día maravilloso

Viajo en bus, en un día soleado, el aire entra por las ventanas. Observo el paisaje a la orilla de la calle, la gente, las nubes. Me bajo del bus y camino. Me encuentro con personas de todo tipo, observo sus miradas, sus siluetas, lo que hacen. Me admiro al mirar a una señora limpiando la cara de su hijo, como de 15 años, que está en sus regazos; padece alguna enfermedad que le impide caminar y hablar, pero la madre es la perfecta imagen viva de “La piedad”.

¿Cómo no maravillarse ante este panorama? Sigo caminando y veo los primeros frutos de mango maduro de la temporada; “es inicio de marzo, ya empieza la temporada de mangos”, pienso. No logro soportar la tentación, y me detengo a comprar algunos mangos; comer mango maduro es un deleite, un ritual que compartimos en familia cada año. Algunos turistas están fotografiando el paisaje alrededor, no sé exactamente qué es lo que les llama la atención, pero están muy entusiasmados, disfrutando de esta tarde soleada. Una marimba anima la calle, son tres personas, y contagian alegría a todas las personas que pasamos por allí. “Chances, chances”, se escuchan las voces de los vendedores de lotería (y de ilusiones).

Al hacer el alto en una esquina, observo las caras de las personas que vienen en dirección contraria a la mía: diversidad de edades, de atuendos, algunos distraídos, otros parecen preocupados, algunos se muestran felices. “Qué diversidad”, pienso; “aquí compartimos hombres y mujeres, diferentes visiones de mundo, diversas religiones, diferentes proyectos de vida”, medito. Sigo mi camino, voy a la tienda a la que me dirigía, y en forma bastante eficiente logro mi cometido. En un principio tal vez sentí un poco de enojo porque solamente en esta tienda (en todo el país) podía conseguir lo que necesitaba; sin embargo, aproveché la oportunidad para “disfrutar” del viaje que debía hacer en forma obligatoria por mi trabajo.

La reflexión me llevó a pensar en las diversas interconexiones de la sociedad, lo que yo hago en mi trabajo, lo que hacen los demás; lo que buscan los demás, y lo que busco yo; cómo es que toda esta suma nos hace ser lo que somos como país; así es como funciona aquello del “granito de arena” que es nuestro aporte individual a los logros comunitarios y nacionales. Además, pienso que esta “diversidad” es la realidad que debemos (podemos) amar para ser felices, molestarse o enojarse por ella no parece sensato. Por lo tanto, decido amar a todas y todos, sin importar su forma de pensar, de vestirse, de actuar; la felicidad es una decisión. Pensando así, tomo el bus de regreso, feliz, con el corazón agrandado, disfrutando de este día maravilloso, en mi visita al centro de San José.

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