Opinión

Ucrania y las prisiones conceptuales

James Rosenau acuñó en la década de 1980 el concepto de “prisiones conceptuales”, para referirse al hecho de que muchos análisis e investigaciones quedan atrapados en las añejas nociones, marcos, modelos y paradigmas para abordar los problemas que surgen tras cambios profundos. Esto hace que los mismos equipamientos e instrumentos conceptuales —los constructos— impidan ver las variaciones y sus magnitudes.

Muchas veces eso ocurre porque quien analiza se siente cómodo con las construcciones desarrolladas antes del cambio y pretende seguir utilizándolas para una realidad diferente. Y en el peor de los casos es que la persona que emite su opinión está convencida que los constructos no cambian, por lo que sigue empleándolos.

Por lo anterior, sorprende que, en estas páginas, tanto personas académicas reconocidas, como analistas y reporteros continúen anclados en los conceptos de la Guerra Fría (GF), el bipolarismo de la segunda mitad del siglo XX, los obsoletos conceptos de izquierda y derecha (que no han sido sustituidos por constructos que reflejen el juego político doméstico e internacional del siglo XXI), y, peor, con nociones ideológicas propias de las dos centurias anteriores. Con ello evidencian que están atrapadas en las “prisiones conceptuales” que generan sus referentes que sirven de encuadre para el análisis de los problemas de hoy.

Recientes opiniones y análisis publicados en estas páginas sobre Ucrania constituyen un buen ejemplo de lo reseñado. Muchos continúan interpretando la confrontación EUA-Rusia y, sobre todo, China-EUA en los mismos términos del bipolarismo y la GF (conflicto político-militar-ideológico del pasado). Este fenómeno es propio de la segunda mitad de la centuria pasada y no se repetirá, en los términos citados. Puede ser que surja una nueva fase de confrontación no bélica, basada en la disuasión nuclear; pero no será una reiteración de cuatro décadas de tensiones entre la Unión Soviética y EUA.

Lo que hoy se observa es una confrontación de naturaleza hegemónica para restablecer un esquema de predominio de una superpotencia, restituir el orden sistémico y nuevas reglas del juego en el sistema internacional. Pero se trata de tres proyectos hegemónicos muy distintos. Washington persiste en la concepción tradicional de la hegemonía, basado en una política exterior imperialista —no confundir con imperialismo al estilo de Roma, la antigua China o Roma)—; Moscú se inclina por una hegemonía ortodoxa (no en referencia a la religión ortodoxa) y una política imperial de corte ruso, reforzada por el estilo soviético; y Pekín formula un proyecto hegemónico de naturaleza confuciana, que busca la victoria sin llegar al campo de batalla (recuérdese el arte de la guerra de Sun Tzu), priorizando la acción económica, sin descuidar la político-militar. Ninguno de los tres se basa en concepciones ideológicas, porque las tres superpotencias son capitalistas, con estilos particulares. Es un error atribuir a Rusia o China el carácter de regímenes socialistas o cosas por el estilo; los dos son gobiernos autoritarios.

No hace mucho leí en estas páginas que Rusia invade Ucrania porque esta iba a ser miembro de la OTAN. Nada más distante de la realidad. Según las normas de esta alianza un país con diferendos territoriales no puede ser miembro, aunque lo solicite. Esa interpretación ignora la “doctrina Putin” que busca restablecer el viejo imperio ruso de Pedro III y Catalina II.

Lo que se debate en Ucrania no es un retorno a la GF, sino el establecimiento de un nuevo orden internacional, no basado en el respeto de las fronteras estatales como principio de la seguridad internacional. Ni tampoco es la desintegración de Rusia; si ese era el objetivo de Occidente, lo hubiera logrado en la década de 1990.

Ucrania no es el escenario de una lucha entre capitalismo y socialismo o entre derecha e izquierda. Es el escenario de una batalla que tiene lugar entre las tres superpotencias. Es, junto con Gaza y otros puntos álgidos, parte de la guerra de distracción, para desviar la atención del foco central de la construcción del nuevo orden internacional. Es la última fase de la antesala de una guerra sistémica, que podría degenerar en una guerra global.

Lo preocupante, desde un punto prospectivo, es que en estas páginas muchas personas continúan repitiendo un discurso añejo y confundiendo —al mismo tiempo que distrayendo— de los problemas complejos del sistema mundial.

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