Opinión

Trabajadores de la Democracia

En Costa Rica, históricamente hemos sido buenos en democracia, pero no es nada que debamos dar por sentado.

En Costa Rica, históricamente hemos sido buenos en democracia, pero no es nada que debamos dar por sentado. Las brechas en la sociedad y las preocupaciones por el futuro representan amenazas para la confianza y el sentido de comunidad. ¿Cómo puede cada uno proteger la democracia?

Hace apenas algunos días, conversaba con un amigo sobre su visita a una embajada para realizar un trámite; justo cuando estaba por ingresar, le advirtieron que no podía llevar su teléfono. En ese momento, no tenía dónde dejarlo y no había personas conocidas.

En media situación –como los atletas que deben reaccionar rápido para superar un obstáculo pequeño, pero decisivo–, él se acercó a dos señoras completamente desconocidas. Casualmente, ellas tenían su cita una hora después de la suya y, entonces, les preguntó si podrían guardarle su celular. Las señoras no dudaron un segundo en aceptarlo y él se los confío, también sin dudar.

Al principio fui muy escéptico y hasta le mencioné que me parecía imprudente que les hubiera dejado su teléfono sin pensarlo. Tiempo después reflexioné sobre toda la situación, que tiene que ver también con una cualidad indispensable para cualquier país: la confianza como valor democrático.

No podría afirmar con datos que la gente en Costa Rica ha perdido la confianza, al menos no existe una medición clara de ello, como sí existe para la confianza asociada al consumo.

Me refiero a la confianza en los demás, en las personas que nos topamos a diario y que no conocemos, en nuestros vecinos y en quienes transitan con nosotros hasta nuestras oficinas.

La gente en Suecia, por ejemplo, cree firmemente que se debe confiar en otras personas “en general”. En la investigación “La ciudad de las diferencias”, realizada por la Comisión para una Estocolmo socialmente sostenible (Kommissionen för ett socialt hållbart Stockholm), de 2015, a esto se llamó “la confianza interpersonal”, y los estudios demuestran que Suecia se encuentra entre los más altos del mundo.

En los sistemas autoritarios, la confianza interpersonal es de alrededor del 10%, como Zimbabue o Filipinas, según estadísticas del Instituto SOM de la Universidad de Gotemburgo (Society, Opinion and Media, por sus siglas en Inglés), presentes en su último informe Tendencias en Suecia 1986-2018.

Los suecos perciben en gran medida que se puede confiar en otras personas en general, pero la confianza no es una cualidad que exista por sí sola en Suecia, como algún tipo de ley natural, no está en los genes de quienes viven en Escandinavia, es el resultado de un clima social, que a su vez es el resultado de leyes progresistas y de buenas decisiones políticas.

Hay una amenaza, que es tanto contagiosa como peligrosa en nuestro país, incentivada por el miedo y la desconfianza que siembran diariamente los partidos neopentecostales, que se basa en la idea obtusa de que debemos dejar de confiar en los periodistas y los medios de comunicación, en nuestras instituciones y nuestras autoridades.

Estos propulsores de teorías de la conspiración esperan, esencialmente, la destrucción de nuestro orden democrático y son indiferentes al bien común. Si dejamos que eso suceda, los efectos pueden ser devastadores, porque el núcleo de la democracia es nuestra capacidad e inclinación a confiar el uno en el otro. Sin confianza, no hay democracia.

El miedo, por su parte, hace que las personas sean irracionales, se sientan inseguras con el fin de que sean fáciles de manipular. Vemos cómo actúan los populistas y extremistas en todos los países, en los que el miedo y la desconfianza incrementan. El presidente estadounidense, populista por excelencia, basa su mandato en la hostilidad antiinmigrante, el miedo al Islam y la inseguridad.

Aquí es donde entramos todos los llamados demócratas, quienes creemos en el valor igual de las personas, que queremos contrarrestar el racismo, la xenofobia y la discriminación. Nosotros podemos crear confianza y contrarrestar el miedo.

¿Pueden dos señoras desconocidas salvar la democracia guardando el celular de otro extraño? Yo creo que sí. En el momento en que ellas lo hicieron, una relación cambió, algo pequeño pero indispensable para el tejido social, tocó los conceptos básicos de la confianza interpersonal: hubo comunicación y confianza mutua.

Convertirnos en trabajadores de la democracia es simple, gratuito y completamente libre de riesgos. Todos podemos contrarrestar los efectos del populismo sin demorarnos mucho tiempo. Dediquemos unos minutos a compartir el espacio público y coexistir.

No se trata de convertirse en mejores amigos, sino de practicar el núcleo de la democracia, que es la convivencia respetuosa y pacífica. Encontrar la mirada de alguien es reconocer su existencia.

La verdad brutal es que los practicantes del terror, los extremistas y los populistas nunca podrán destruir la democracia, solo nosotros podemos. Si miramos a otras personas con sospecha, si comenzamos a desconfiar el uno en el otro, si nos permitimos odiar; entonces, somos nosotros quienes destruimos la democracia.

No hay nada que una más a los racistas, populistas, terroristas y extremistas que su profunda vocación por aborrecer la diversidad. Por lo tanto, podemos resistir manteniendo solo eso: humanidad, tolerancia y confianza.

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