Opinión

Salud Mental en Costa Rica:  un privilegio y no un derecho humano

Entre mitos, tabúes y relegación, miles de costarricenses vivimos un infierno con multiplicidad de enfermedades emocionales-mentales sin que el derecho humano a la salud nos alcance como ciudadanos.

Son las 10:00 de la mañana de un día cualquiera. Sales a trabajar, y de pronto, un frío endemoniado te recorre por dentro como un latigazo eléctrico, sientes miedo de todo, tu cabeza piensa en la muerte, no puedes respirar, no puedes tragar saliva, piensas que el infarto es inminente, y sudas frío. Han vuelto la ansiedad y los ataques de pánico.

Piensas que te estás volviendo loco, que solo a ti te pasa eso, te da vergüenza hablarlo con la familia y los amigos. Las ocasiones en que lo has comentado las respuestas son burlas o frases tan incoherentes como que: “es falta de Dios”, “es malacrianza”, “quiere llamar la atención”, “es falta de oficio”, “póngale ganas”, “eso no es nada si hasta está gordito y alentado” …

No se puede explicar lo que uno siente. Solo quienes lo vivimos podemos comprenderlo. Sentimos vergüenza de lo que nos sucede, como si estar enfermo fuese un motivo de pena. Y sí, sencillamente somos enfermos emocionales y punto. A nadie le da pena tener COVID-19, diabetes o cáncer. Ninguno de ustedes debe ser tenido por menos al padecer ansiedad, ataques de pánico o depresión.

Costa Rica está adscrita a la Organización Mundial de la Salud (OMS). La Constitución de la OMS afirma que “el goce del grado máximo de salud que se pueda lograr es uno de los derechos fundamentales de todo ser humano.” El derecho a la salud incluye el acceso oportuno, aceptable y asequible a servicios de atención de salud de calidad suficiente.

Todas las personas deben poder ejercer el derecho a la salud, sin discriminación por motivos de raza, edad, pertenencia a grupo étnico u otra condición. La no discriminación y la igualdad exigen que los Estados adopten medidas para reformular toda legislación, práctica o política discriminatoria.

En Costa Rica el Estado es indolente, descuidado, deshumanizado para atender con efectividad a los enfermos emocionales. Somos ciudadanos de segunda categoría. Para la Caja Costarricense del Seguro Social y el Ministerio de Salud es más importante invertir millones en terapias proabortivas y cambios de sexo que en atender la urgencia de cientos de miles que padecemos realmente.

La salud mental en Costa Rica es un privilegio y no un derecho humano. Es privilegio para el que puede pagar un psiquiatra o psicólogo privado, comprar medicamentos caros o acudir a terapias restaurativas. Si no tienes dinero, muérete, que al fin y al cabo esos “locos” importan menos que nada.

El alto índice de suicidios no ha sido siquiera una alarma para que los ojos del gobierno se vuelvan a nuestra población. Cada día por las calles ves miles de caras, y en cada una de ellas hay una historia de dolor, angustia, silencio y drama que se carga como una cruz. No es una “moda”, es otra pandemia que existe y de la que la prensa poderosa y los políticos no hablan porque de ella no lucran.

Es hora que en Costa Rica alguien haga algo. Los derechos humanos no son negociables. La vida en muerte que representa esta enfermedad emocional es un grito desesperado que reclama atención inmediata.

Pobres los pobres porque ni derechos humanos tenemos.

 

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